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sábado, 16 de abril de 2011

RISAS LA HOSTIA DE JODIDAS: Miguel Noguera, Ahludash*t

Aceptemos que mi sentimiento más habitual es una mezcla de ansiedad y frustración. Raro es el día que no acabo profundamente triste, dándole infructuosas vueltas a las actividades que podía haber hecho más y mejor. Lo que me convierte en una persona kabreada y triste el 80% del tiempo en que no estoy ocupado. Lo que me convierte en alguien que tiene que estar atareado para no kabrearse y sentirse triste. Lo que a su vez justifica mis dos principales fanatismos: la música rap y David Foster Wallace. Aceptemos también que soy una persona socialmente perezosa. Proud of it. Que viene observando cómo entre sus amigos su faceta más graciosa (es un decir) casi siempre viene dada en situaciones en las que manifiesto mi kabreo contra aquellas personas o situaciones que no me caen bien. Sobre todo cuando hay un contacto directo con aquellas personas o situaciones que no me caen bien. Sobre todo cuando el kabreo es histriónico. Lo que me lleva a pensar que hay un cierto sentimiento de identificación entre las personas que celebran la expresión de mi kabreo. Tan solo observando los comportamientos de los usuarios en Facebook es posible comprobar cómo aquellos estados que convierten el kabreo en un gesto inverosímil por exagerado tienden a ser los más celebrados entre las redes de amigos del usuario. Lo que me lleva a pensar en el kabreo y la ultraviolencia como una especie de sentimiento de época, como antes lo fuera el hastío, el vacío, o el esplín. Eros, la superproducción de los afectos.




No llegué lejos por hacerme el simpático

[…]

Y sé que soy lo más, que os doy más vueltas que un pollo a l’ast

Conocí a Miguel Noguera gracias a Julio Fuertes. Julio Fuertes es un estupendo conocedor del registro que Noguera emplea. Gracias a él (a Julio) he incorporado a mi glosario habitual expresiones como «muy jodido» (expresión frecuente, por cierto, en su versión de Richard Yates, y si mal no recuerdo, en La legendaria rebelión de los fumadores), «too loco», o «Cristo mal».



Zas, en toda la boca

Tradicionalmente, el chiste ha operado como un reloj narrativo. DFW lo comparaba a Kafka y hablaba de «exformación»: «cierta cantidad de información vital eliminada de una comunicación pero evocada por la misma de tal manera que causa una explosión de conexiones asociativas con el recepto». Lo que recuerda a Piglia en su tesis del cuento: «El cuento clásico narra en primer plano la historia 1 y construye en secreto la historia 2. El arte del cuentista consiste en saber cifrar la historia 2 en los intersticios de la historia 1. Un relato visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y fragmentario. El efecto de sorpresa se produce cuando el final de la historia secreta aparece en la superficie.»

Lo anterior explica por qué yo me río mucho cuando Luna Miguel me dice que el libro de autoayuda de Harold Bloom se titula You Can Canon, o por qué yo me río, muy a mi pesar, he de decirlo, cuando le cuento a ella que el escritor anglosajón que arrasa en Asia se llama Martin Tsunamis.

Todos sabemos las consecuencias del humor negro y las contradicciones que le rodean

Recuerdo que hace un par de días, en una clase de información cultural, mi profesor hablaba de las diferencias entre la comedia y la tragedia diciendo que una situación de cuernos se resuelve a balazos en la tragedia, mientras que en la comedia cuenta con un desenlace más o menos satisfactorio para todos. Ello llevó a pensar en por qué no puede hacerse comedia con el Holocausto (Benigni). La paradoja aquí es evidente. Además de conducirnos a un interrogante sin respuesta sobre si los periódicos daneses pueden hacen chistes sobre Alá en sus viñetas, apuesto dos de mis metacarpos a que en España hay muchísima, pero muchísima menos población dramáticamente afectada por el Holocausto que por cornamentas. Ni pizca de gracia tendrán las comedias del genial Poncela si me identifico con el burlado. Obviamente, a nadie se le ocurre vetar la comedia sobre el drama subjetivo; sí con el colectivo, pues ellos son los que tienen poder para movilizarse.

Si mi pareja está con otro: no querréis que encima saque fuerzas para desarrollar una manifestación política, es el corolario.

La siguiente paradoja sobre el humor negro políticamente aceptado es que para yo contar mi chiste de Martin Tsunamis he precisado de algunas líneas de texto extra y autorreflexivas.

Si ya es muy jodido averiguar los mecanismos de la risa en el chiste tradicional, imaginad la complejidad añadida cuando omitimos el componente narrativo del chiste. ¿Por qué el repetitivo sketch de Zas en toda la boca puede llegar a ser, al menos en su primer visionado, hilarante? En febrero de 2010 hablábamos aquí de las simpáticas páginas de Facebook como el abismo del relato fragmentario: si el grupo compuesto por gente que «Intenta poner cara seria al llegar a casa para disimular la borrachera» me resulta gracioso no es porque haya ninguna «exformación» ni narratividad, sino porque se trata de una situación que en algún momento ha podido resultarme familiar, y que alguien ha constatado como actitud popular. Tanto en Hervir un oso como en Ultraviolencia, Noguera opera en esas mismas coordenadas del chiste sin narrativa, pero sumándole el mencionado sentimiento de ultraviolencia tan celebrado en nuestro tiempo, aparte de un componente fantástico que dilata todavía más el enigma de su risa. Como pie de foto al dibujo de una mujer sentada en una silla, y a la que vemos la sombra de su minifalda, leemos: «Un tío muy salido se imagina que ese triángulo de sombra negra es directamente el coño. Un coño de negrura homogénea y vértices de pelo muy afilados. Un coño en cierto modo flotante. Eh, ¡el tío incluso se hace pajas debajo de la mesa con esa fantasía de mierda!»

Noguera, como otros «intrusos» del cómic y el fanzine en la literatura (Carlo Padial, Joaquín Reyes o Miguel Brieva) guarda muchas lecciones para nosotros, escritores «ortodoxos».

Olviden lo anterior; simplemente, léanlo.

5 comentarios:

carlos maiques dijo...

Digamos que no se trata de una exformación del todo. La narrativa persiste en el lector, que como los falsos recuerdos, construye por sí mismo los flecos que faltan en realidad o en apariencia. Los cuentos 1 y 2 se "ajuntan", y no es en este caso quien cuenta el chiste el organizador (los textos con o sin dibujos, son un tableau vivant expuesto a la experiencia personal), sino quien lo comprende o queda perplejo.La dificultad posible es la duración del momento; ¿Cuántas veces va a dejarse uno atrapar, sorprender, sin que prenda el reconocimiento de un no-código?¿Cuántas veces, en serio, si puede decirse, va estar uno "muy jodido" por ideas que son inaprehensibles?¿Cuántas veces puede responderse con acierto una misma pregunta? Un saludo y hasta otra.

vida dijo...

lo de Cookin' Bananas es una basura muy jodida, dont fuck.

2 años para esto.

Rafael J. Santos dijo...

Lo de Cookin' Bananas te parte el cuello, vida.

Anónimo dijo...

¿Para cuándo los resultados del fight blog?

Enrique A. Torralba dijo...

"Un tío muy salido se imagina que ese triángulo de sombra negra es directamente el coño" tiene gracia. Todo lo que sigue sobra.