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jueves, 26 de enero de 2012

Fresy Cool (y una recomendación)

Llegó el día. Hoy, 26 de enero, ya pueden encontrar en sus librerías Fresy Cool


Aprovecho la ocasión para hacerles una recomendación absolutamente oportunista: ¡Despidan a esos desgraciados!, el libro en donde Jack Green se dedica a masacrar a los críticos que hicieron papilla la primera novela de William Gaddis. Esta colección de artículos, no obstante, no es tanto una lectura de Los reconocimientos —que lo es— como un manual de instrucciones acerca de las negligencias, vicios y errores que todo buen crítico habría de evitar. Especial atención merecen los capítulos dedicados a los clichés (la extensión, lo ambicioso, la primera novela, la falta de disciplina, la erudición, la dificultad, la compasión y lo negativo). ¡Despidana esos desgraciados! —editado en Alpha Decay, traducido por Rubén Martín y prologado por José Luis Amores— es teoría de la recepción muy macarra. Y muy hilarante. 

Lo dicho: sed buenos. 

sábado, 14 de enero de 2012

Mis movidas con 'El lectoespectador'

1. ¿El retorno de La luz nueva? Hasta la llegada de El lectoespectador, sólo había un libro de Vicente Luis Mora que me disgustaba profundamente (y los he leído todos, eh, y algunos hasta releído varias veces). Ése era La luz nueva, por su —a mi juicio— insostenible taxonomía literaria (ya saben: tardomodernidad, posmodernidad y pangea). Con éste ya van dos. Porque cuando hasta la prensa cultural ya ha notado la obsolescencia del término generación nocilla, el grueso de los lectores ya empezaba a entender como singularidades la obra de los autores españoles nacidos en los setenta, escuelas y propósitos literarios aparte, los trolls ya han claudicado en su cruzada contra la paranoia mafiosa, y hasta el propio VLM anunció a bombo y platillo en su blog el distanciamiento sobre estos asuntos, ¿a qué volver a esta idea?
Mientras leía este ensayo pensé que me resultaba muy difícil estar más en desacuerdo con un libro, pero afortunadamente este ensayo aborda varios temas: información, sociología de internet, economía y cultura, y al menos en lo que a Internet se refiere, no diré que discrepe con él. Pueden echar un ojo a la entrevista que firma Daniel Arjona en El Cultural para hacerse una idea de aquellas cosas que me parecen más o menos acertadas en el libro[1].
Como crítica cultural y literaria, no obstante, éste es un libro ofensivo, ya que se trata de una cierta reelaboración y ampliación de La luz nueva (basta echar un ojo a la bibliografía de literatura contemporánea manejada para comprobarlo), y aquél era una ensayo que todo el tiempo daba la sensación de tratarse de una personalísima poética del autor revestida de teoría literaria general[2], lo que en cierto sentido me recuerda a ciertas críticas que en su momento se vertieron contra Postpoesía, en parte por el propio VLM. Por si no había quedado lo bastante claro, aparece citada en un buen puñado de ocasiones Alba Cromm[3]. Claro está, la diferencia aquí se basa en la actitud con que uno aborda la literatura, y el autor parece tomarse la literatura mucho más en serio que yo, en la medida en la que un positivista VLM va descartando herramientas y recursos literarios acordes con una cronología evolucionista de la historia literaria. Lo cual es tope decimonónico. Y eso a pesar de que durante la lectura de este ensayo uno puede ver cómo se le hinchan las carótidas y se enjuga el sudor de las sienes en un esfuerzo titánico por estar «a la altura de su tiempo» y ser absolutamente moderno. Y la verdad es que nuestro mundo es lo suficientemente pluridimensional como para pensar que hay numerosas formas de estar a la altura.



2. Yo vivo en 2012; mi colega, sin en cambio [sic], no conoce a los Lehman Brodas. Hay una frase de Adolf Loos que creo haber leído en los últimos 3 ó 4 últimos libros de VLM, excluyendo su blog. Es ésta de Adolf Loos: «Yo quizá vivo en 1908; mi vecino, sin embargo, hacia 1900; y el de más allá, en 1880». Si la aplicásemos a este libro, podría pensarse que VLM no ha tenido noticias de lo que ha pasado en el mundo desde la caída de Lehman, y un poco antes. Algunos ejemplos:

En los últimos tiempos, y mientras leo novedades literarias en mi trabajo de crítico, advierto un gradual crecimiento de los temas referentes al dinero, el consumo y la sociedad capitalista en las novelas y libros de poemas, antes alejados, en su mayoría, de estas cosas. Los centros comerciales, las hamburguesas, el shopping, las marcas de lujo y el consumismo desenfrenado comienzan a ocupar el espacio que antes tenían las flores, los cines y los atardeceres. (p. 205)

¿Lujo?, ¿consumismo desenfrenado?, ¿cómor?  
Otros comentarios suyos a la economía me recuerdan a la fina denuncia de Ernesto Castro, partiendo de Bauman, hacia ese instante «a partir del cual la teoría se convierte en una retórica cínica que, en su obsesión por interpretar la realidad, es incapaz de posicionarse en el espectro político y, en lugar de responder a la pregunta esencial, a saber, ¿a quién sirve mi discurso?, se dedica a balbucear tecnicismos y a establecer analogías conceptuales» (Contra la posmodernidad, pp. 45-46). Un ejemplo en el libro de VLM:

En resumidas cuentas: la globalización ha convertido al capital en un simulacro, una red planetaria de cifras que circulan en mercados continuos de 24 horas cuyos capitales especulativos, como apuntaba Baudrillard, «no salen para nada de su órbita: se acumulan y se pierden en su propio vacío especulativo». (pp.199-200)

Más:

La única preocupación de los consumidores, la del modo de pago, ha sido solventada por los bancos, siempre despiertos a la hora de ofrecer soluciones de compra que aseguren a sus clientes que serán protegidos en caso de robos cometidos tras dejar el número de sus tarjetas de crédito en sus páginas. ¿Cómo resistirse a comprar? (pp. 159-158)

¿La ÚNICA preocupación de los consumidores? ¿Y cómo que cómo resistirse a comprar? ¡Pues porque no hay dinero, man!

Está más claro que nunca que «la nueva fuente de poder no es el dinero en manos de unos pocos, sino la información en las manos de muchos» (Naisbitt) (p. 30)

Fijémonos en los acontecimientos a escala global sucedidos en 2011, y luego preguntemos sobre información a los cada vez más periodistas en paro. Aparte, no deja de ser divertido leer esta serie de comentarios cuando el autor denuncia que quienes no están en la red corren el riesgo de caer en una «Curiosa uniformidad neoliberal». Vaya, vaya…


3. ¿Son los libros pop-up para niños menores de 1 año el auténtico génesis de la literatura pangeica? #Abstract. Aunque a él le repele este juicio, VLM es para mí, ante todo, un formalista, y prueba de ello es su manía por la renovación de la narratología, de la narrativa y del diseño de la página. Todo basado en la creencia, acaso motivada por la percepción de que existe un canon, del genio singular que de un plumazo barre, tras una nube de napalm tras de sí, todo lo que había antes (para el caso: Danielewski y su House of Leaves). Todo muy siglo veinte. La historia de la literatura como historia de las formas de contar historias, desde la renovación del modernismo frente a lo que él llamaría (glups) el Narrador Omnisciente Decimonónico de Raíz Cristiana[4]. Algunos ejemplos: según él, Los muertos, de Jorge Carrión, es un libro pangeico, entre otros motivos, porque acaba con el narrador omnisciente utilizando lo que la narratología llama modo cámara (¿en serio existe ese concepto en narratología?). Naturalmente, me provoca una pereza inmensa recordar que Los muertos, con sus virtudes, está narrada, como cualquier serie, por un narrador omnisciente decimonónico de raíz, si quieren, chupacirios. Lo mismo con Nocilla Lab y la idea de que se trata de una revolución con respecto a otras obras por incorporar comic y video. Esto es yuxtaposición de lenguajes, no un nuevo uso de los mismos. Salta a la vista. Lo mismo con el elogio a House of Leaves sólo por su condición de artefacto y porque Danielewski diseña textovisualmente la página[5]. Como en un pop-up para niños, pensaba yo todo el rato. 


(House of Bamboo, la primera ficción textovisualmente diseñada del siglo XXI)


4. El tecnófilo que no era maoísta digital. Como le comentaba a Arjona, efectivamente VLM no es un «maoísta digital»[6]. Su ensayo no acepta de manera acrítica la tecnología. Pero su actitud es desquiciadamente tecnófila, en la medida en que todas las preguntas orbitan alrededor de los desafíos que las tecnologías plantean en nuestro tiempo a la cultura. “Muy pocos de los narradores de cierta edad han dado el salto digital”, dice, página tras página, y la pregunta que uno ha de responderle es: ¿y por qué habrían de hacerlo?, ¿y por qué no ocuparse, qué sé yo, del cambio climático, que a lo mejor es más importante que los desafíos de la página en una época de pantallas? Ítem más [comentario absolutamente impresionista]: como nativo digital, El lectoespectador, con su rica cosecha de neologismos, a menudo me recuerda a esas novelas de ciencia ficción que hablaban del año 2000 a partir de ciudades sepultadas en brumas amarillas y conceptos que evocaban aparatosos artilugios acorazados de latón y cobre; cuando no al lenguaje abreviado de los SMS [guiño guiño a La luz nueva; broma más o menos personal]. Ahí quedan el electrotro (el otro electrónico; neologismo que sólo aparece mencionado una —1— vez), la pantpágina, el ciberceptor, la literatura textovisual, la WWWeltanschauung, el mundonuevo, la mímesis simulacral (¿?), el INTwittERNET (me niego a creer que esto sea un chiste errado; debe haber algo más) y, über alles, el lectoespectador.


5. Non Petita. Se preguntarán, como yo vengo haciéndome desde que recibí el ejemplar a comienzos de esta semana, qué interés podría haber en el marronaco que debería traer consigo escribir este post que responde frontalmente a uno de los pesos pesados de la crítica en español en Internet —más aún cuando faltan 12 días para que la primera novelan de un servidor aterrice en las librerías—, que además es alguien que me cae estupendamente (v.br., si revisan los archivos de Ibrahim Berlín en 2007, encontrarán una entrevista de bisoñísimo periodista que le hice para un trabajo de la universidad, y que VLM atendió con gran amabilidad). La respuesta es que estoy convencido de que VLM buscaba ansioso este tipo de reacciones. Como La luz nueva, El lectoespectador es un libro beligerante, muy esforzado en describir la idea de contemporaneidad del autor; una idea de la literatura que no tiene nada que ver con mi comprensión de la misma ni con mi forma de practicarla. El lectoespectador, a su manera, es una importante agresión a buena parte de la literatura actual, y su ánimo es ése, crear debate. VLM, muy perspicaz, lo sabe bien, y por eso ya desde la primera página confiesa que su deseo no es el de llevar razón, sino el de provocar diálogos. En ese caso, su libro es un gran éxito. No hay ningún inconveniente que oponerle ahí. Una vez más, ha conseguido lo que buscaba.



[2] Lo cual pasar por el peor vicio de cualquier crítico. Para mí, el crítico, sin ocultar su inevitable gusto personal, ha de ocuparse de servir como guía al lector, y casar el texto con su público objetivo, antes que intentar la atrocidad de convertir en ciencia la literatura. No.
[3] Juraría que VLM, como yo, no es la clase de crítico que preste gran atención a las declaraciones del autor sobre su propia obra. Así que, ¿por qué rayos iba a interesarme a mí lo que él piense de la suya?
[4] Tampoco voy a ocultar aquí que ésta es otra colisión de creencias; ya expuse en el blog de Luna que a mí ese presunto narrador decimonónico divino me parece muy bien, lo que a VLM seguramente le parece digno de un chupacirios atrasao. Ea. Qué le vamos a hacer. http://lunamiguel.blogspot.com/2012/01/conversacion-marital-alrededor-de-fresy_12.html
[5] Ítem más: «Danielewski pone en solfa la capacidad de la novela para representar el mundo, en un libro sobre la incapacidad de alguien para ver» (p. 84). Topicazo crítico. No sé si soy el único que viene escuchando la idea de «la imposibilidad de representar el mundo» aplicada a todos los hitos literarios del siglo XX.
[6] Es verdad que Lanier mete bastante la gamba en su ensayo titulado Contra el rebaño digital. Pero en muchos asuntos, como por ejemplo la marginalidad de la cultura digital en un entorno de capitalismo financiero, tiene los pies muy clavados en el suelo y la cabeza fijamente atornillada a los hombros. Los peligros de la cultura libre, que son los mayores para el cognitariado contemporáneo, pasan más bien desapercibidos en el ensayo de VLM. Y por eso me sorprendieron estas declaraciones: «Lanier es un excelente técnico que pierde pie cuando teoriza. Espero que a mí me suceda lo contrario.»

miércoles, 11 de enero de 2012

Tres escenarios para la revuelta


Hace unas semanas, mi amigo Gil Padrol nos arrastró a mi novia y a mí a una sala de cine a ver They Call It Acid, un documental que repasa el fenómeno del Acid House y sus consecuencias culturales al término de los ochenta en Reino Unido y Estados Unidos. Vista hoy, la imagen que abre la cinta no puede ser más ofensiva: un puñado de jóvenes manifestándose en Londres para defender el derecho (agárrense los machos) a celebrar raves en mitad del campo y fiestacas en sus clubes urbanos, blandiendo pancartas que rezan «Freedom to party», esto es, libertad para el cachondeo. La madre que los parió, a quién se le ocurre manifestarse por ese motivo, pensaba todo el rato desde que vi aquel fotograma de apertura hasta que los créditos empezaron a llover. En ese mismo documental, además de numerosos pinchadiscos con los dientes picados y que no dejan de carcajearse recordando lo bien que se lo pasaban en aquel entonces, aparece un Noel Gallagher encogiéndose de hombros y diciendo algo así como: «sí, bueno, no teníamos trabajo ni mucho que hacer, así que nos íbamos de fiesta. Ea.» Viajar a Ibiza a ponerse hasta las cejas de químicos y bailar acid era la reivindicación de la época. Benditos tiempos.

Los 70 a destajo (RBA), del ínclito Pepe Ribas, fue el último libro que leí en 2011, y sin duda merece estar en el podio de los libros publicados el año pasado. Intrahistoria de la transición, memorias de Barcelona y cotilleo cultural de la época se cruzan en este excelente ejemplar que toma como excusa la trayectoria de la revista Ajoblanco. Por ahí circula ligando en las barras de los bares ilustrados un Félix de Azúa proclamando «la extinción del arte, la muerte de la novela, y las virtudes del análisis dialéctico entre texto y realidad», Quim Monzó frecuentando los bares canallitas del barrio chino, la homosexualidad emergiendo en los subterráneos de Plaza Cataluña, la universidad como foco de resistencia a los estertores del franquismo, Luis Racionero promoviendo la revolución cultural a partir de la cual promover la transformación económica, la revista de Ribas dando voz «a esa juventud que está harta de lo que hay, de la gauche divine, de los Novísimos y de los marxistas», Vázquez Montalbán metiendo la gamba contra el ecosocialismo emergente («había escrito que la ecología era la fórmula de los pequeñoburgueses para eludir la lucha de clases»), y tantos otros. Cuando hasta aquellos que han seguido los pasos del 15-M se mofan de los residuos del hipismo, allá Pepe Ribas nos recuerda una época en la que todavía tenía sentido, California se ofrecía como alternativa a la ajada y novísima París, los Hare Krishna reunían adeptos, y la gente aspiraba a subirse al Magic Bus, «un autobús psicodélico que partía todas las semanas de Amsterdam, atravesaba Europa y cruzaba sin el menor problema las fronteras de Turquía, Irak, Irán, Afganistán, Pakistán, Cachemira y la India (…) La India representaba el paraíso soñado de quienes buscaban la ruptura con el capitalismo.»