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lunes, 26 de marzo de 2012

Contrapropaganda: El lenguaje binario (II)

El objeto subterráneo de la propaganda es reducir el lenguaje a un sistema binario de significaciones positivas y negativas; significaciones de las que, por lo demás, suele ser francamente complejo liberarse sin ejecutar ciertas piruetas. ¿Se ha vuelto el churchilliano sueño de los Estados Unidos de Europa (pulgares arriba) un monstruoso armatoste burócrata plegado a la corrupción y los intereses de las codiciosas corporaciones carentes de ningún escrúpulo (pulgares abajo)?, ¿fue lasocialdemocracia la herramienta adecuada para domesticar el capitalismo voraz (pulgares arriba), o bien otro lobo con piel de cordero más, dispuesto a saquearos hasta el último chelín de vuestros ruinosos bolsillos descosidos (pulgares abajo)?, ¿sirven los reglamentos para imponer justicia en la polis (pulgares arriba), o son una medida de coacción a la incontestable libertad de la que el sujeto adulto merece gozar (pulgares abajo)?, son preguntas que por lo común se dirimen en las sutiles arenas movedizas del lenguaje.
Si pensamos en la cultura popular contemporánea, en un reportaje titulado «La derecha, revolución rock 2010»Xavi Sancho advertía la emergencia de discursos —a priori— no-muy-populares en el panorama musical anglosajón: «Al rock se le supone un elemento antigubernamental y revolucionario que, ciertamente, no se encuentra hoy al ala más digerible y mayoritaria de la izquierda contemporánea», decía el periodista. Naturalmente, lo anterior puede llevar a inferir —a lo mejor no de manera equivocada— que si Ian Curtis era conservador, entonces Margaret Thatcher podía ser una mujer de lo más enrollada, a la vez que se vuelve al viejo adagio por el cual, y como hace poco recordaba la cantante Russian Red«ser de derechas es ser el nuevo rojo». Bueno. No en balde es en el ámbito de la divulgación ideológica pseudoliberal donde más patente se ha hecho esa descarada simplificación lingüística a conjuntos de pares antitéticos, y así es como nos hemos acostumbrado a todas esas energías del propagandista pseudoliberal vertidas a la hora de disparar contra sus oponentes, con un rico abanico de agresiones entre las que encontramos la de “moralistas” (pulgares abajo), “panfletarios” (pulgares muy abajo), “conservadores” (pulgares más abajo), “retrógrados” (pulgares cercenados)…, seguramente sin advertir (el agresor) que sus dianas puedan sentirse tremendamente orgullosas de lucir tales insignias sin por ello renunciar a la coherencia.
¿Pero qué ocurre del lado de la contrapropaganda? Es ahí donde asistimos a intervenciones como la de Boaventura de Sousa Santos refiriendo las democracias actuales como expresión de un consolidado fascismo social (que es el resultado de una democracia formal que avala grotescos grados de discriminación), o a Zizek apuntando a la democracia como el principal enemigo a batir (se habla de corporaciones corruptas pero no se discute el marco institucional del estado democrático burgués); y es ésta, además, una cuestión a la que Robert Menassellega por otros medios, preguntándose por la posible inutilidad de democracia a escala supranacional en Europa. En su último libro publicado en España, Todorovconsidera que el principal enemigo de las democracias actuales se encuentra dentro de ellas mismas, y otro pensador que conoció el bloque comunista, el bloque occidental y el mundo después de la Guerra Fría, Vladimir Bukovsky, apeló a la Unión Europea como la nueva Unión Soviética —algo a lo que Enzensberger se sumaría en su último libro denunciando la perversa burocracia de Bruselas—. A esta crítica también se adhieren euroescépticos como el británico Nigel Farage, y Marine Le Pen desde el Frente Nacional francés (Europa es el caballo de Troya de la globalización ultraliberal). Y entonces, ¿por qué llaman populistas a estos últimos cuando en realidad piensan de forma muy parecida a la élite intelectual contemporánea?, ¿no será que en verdad constituyen la nueva política intelectualista? Hay poca broma en todo este asunto.