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jueves, 29 de noviembre de 2007

Cosas que me gustan (fragmento de 'Elisabeth en escala de grises')

Cosas que me gustan: escuchar mi respiración pausada con el automóvil detenido en un semáforo rojo de la Castellana, de regreso al apartamento a medianoche, y en el equipo musical los conciertos para piano de Prokofiev. (La ciudad en neón, es rasgo indispensable.) Desanudarme la corbata; desahogarme. Con la cabeza embotada tras más de diez horas frente al Vaio, hacerme preguntas espinosas. Me digo: si no fuera por Elisabeth, ¿habría llegado hasta donde estoy en la agencia por mí mismo? ¿Tengo yo la suficiente ambición como para pelearme con una falange de leones en la arena más caliente solo por dinero? ¿De verdad he sido yo educado en los valores del capitalismo? Etcétera. Luego arranco el coche y conduzco con el pulso tembloroso. (Sospecho que moriré con Parkinson.) Cometo torpezas al volante pero estoy inmunizado ante la violencia con que otros dirigen sus bólidos de carrera. Tengo un Porsche, ¿lo he dicho? No puedo evitar interpretar mi actitud como la de un romántico posmoderno; en resumidas cuentas, pensar que cada piedra que con paciencia dispuse sobre el que hoy es mi palacio era fruto del amor por Elisabeth. Cosas que se hacen por amor —como dice la canción—: ganar pasta, gastar pasta. Elisabeth, Elisabeth, Elisabeth, tú eres mi último vínculo a la ingenuidad del mundo de los niños en este otro mundo —el de verdad— endiabladamente materialista, un mundo en el que es posible comprar prácticamente cualquier cosa. Lo sabré yo bien, experto en vender casi cualquier cosa que responda a los honorarios de la agencia. A tu lado, Elisabeth, creo en el amor eterno. Eres tú la pieza que da sentido a mi existencia. Así es. Y mientras pienso en todo esto conduzco lo más despacio que se me permite, como si temiera llegar a casa. Pero no, lo cierto es que deseo llegar a casa. Deseo hablar contigo. Ay, Elisabeth, si supiera lo que me espera…

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