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viernes, 29 de febrero de 2008

Twinkie, o el hacedor de pesadillas

(Retrato de una obsesión por el proceso creativo)

A

(Elija uno de los siguientes eslóganes para la siguiente aventura urbana)

i. Deshacemos el hachís en las yemas de tus dedos
como si de chicles de mierda [xxxxxxxxx] se tratase. ¡Wow!

ii. Bling, bling: Suena la caja registradora.

iii. Underground Flavour from la línea seis

Be

(Abróchense los cinturones)

No he venido aquí para hacer amigos.

Se arrastran cual gusanos por el corazón de la manzana mutilados en las trincheras ejércitos de cerebros privilegiados en definitiva escritores que no son escritores sino conejos quiero decir marcados por la estrella de David hijo si sigues esta senda has de saber que siempre serás conejo y hay que tener las pelotas bien gordas moradas incluso para no acabar arrastrándose sabes he conocido auténticos tipos brillantes pulverizados mileuristas por culpa de la jodida Literatura y que después acabaron criando bebés con serias dificultades para pagar un piso de mierda de protección oficial lo peor eh pudieron haberse montado en el dólar porque verdaderamente lo valían tenían madera pero no no no NO ya era tarde que va escucha a tu padre el conejo de la suerte con pies de plomo cómo le tiembla el vaso de Jack Daniel’s con hielo en su estudio de Chueca ante la pared de acero y de la cual emerge el relieve que reza su nombre Twinkie psssch silencio auténtico puro lujo al alcance de muy pocos y sabes por qué eh dime lo sabes mi secreto yo tampoco así que vamos a callarnos y a dejar que las ideas sigan fluyendo muchacho.

Ce


Sean ustedes bienvenidos a la contemplación de este terrorífico fresco. Deténganse ante él durante al menos cinco minutos. No es mucho lo que les pido; a cambio les ofrezco la salvación eterna. Empápense de arte contemporáneo. Y díganme, ¿lo tienen ya? En efecto, me estoy refiriendo a la historia del conejito Twinkie, hacedor de pesadillas o copy —llámenlo como más les guste— de profesión, y que, acosado por los fantasmas de su sadismo respecto a las mujeres (mejor aún: excesivamente influenciado por la lectura de autores como William S. Burroughs o el marqués de Sade), viérase condenado a un más que predecible proceso autodestructivo. Así, pues, situemos a la antaño tierna mascota en cualquier biblioteca pública o de su facultad; biblioteca atestada de estudiantes estresados en pleno periodo de exámenes, ¿está bien? Conforme transcurren los minutos, las ideas del conejo adquieren un cariz más y más estúpido. Intolerable, diríase. Aumenta su desesperación. Eso es. Porque él es uno de ellos, a Twinkie le fascinan las biografías de todos aquellos que se despeñan por El Monte de la Gloria hechos unos zorros. Dan cuenta de la desgracia ciertos músicos de jazz —Pastorius, Parker, Davis—, Ray, coprotagonista de la novela gráfica Estafados; Nicolas Sarkozy, Bartleby, etcétera. No es de extrañar, entonces, que a nuestro amigo vaya cayéndosele el pelo al tiempo que su aspecto se humaniza; es decir que el talento se desvanece como gases tóxicos en una reacción química. Nuestro conejito observa a la chica de enfrente, con la que comparte mesa. Piensa en cosas indecentes. Durante un tiempo se encomienda a todos aquellos dioses de Oriente y Occidente a fin de recuperar su espectacular capacidad creativa. Y en este sentido, cabe recordar que sus ideas cotizan a precios desorbitados en el mercado de la publicidad. Es un jodido astro. Admitámoslo. Como yo, como quien escribe estas líneas.

La chica arrastra su silla y se levanta de ella señalando a Twinkie con el mismo dedo que empleó Dios para dirigirse a Moisés antes de entregarle las tablas. Luego dice:

—¡Se te está derritiendo la frente!

¿Cómo?

Twinkie se lleva dos dedos a la cabeza y siente el tacto de una pasta arcillosa. Como pulverizada por el puño de hierro soviético, piensa.

Twinkie se muere.

La estudiante, de nombre Lollypop, si bien conocida en su entorno como Loli, observa en el tarro de cristal de Twinkie escenas desagradables en las que ella está siendo sodomizada por un palo de golf en California.

La cabeza de Twinkie cae contra la mesa y se rompe en decenas de miles de cristales.

Alguien llama a una ambulancia.

Ruido de sirenas.

De

(Epitafio)

No podéis calibrar hasta qué punto es aborrecible el más privilegiado de los cerebros desconectado de la red.

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