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miércoles, 23 de mayo de 2007

Todos nosotros

Bartleby Editores publicaba a finales de 2006 una extensa recopilación de la obra poética de Raymond Carver, en edición bilingüe y bajo el título de Todos Nosotros. Hasta la fecha, únicamente podía encontrarse en las librerías una incompleta antología del autor, Bajo una luz marina (Visor, 1990), Un sendero nuevo a la cascada (Visor, 1993) y Donde hayan vivido (Nómadas, 1995). Todos nosotros cuenta además con una introducción de la poetisa y esposa de Carver, Tess Galagher.


Raymond Carver (1938-1988), que se alimenta de la herencia norteamericana (William Carlos Williams, Allen Ginsberg y Emily Dickinson, entre otros), resulta un personaje contradictorio, e incluso molesto, a los ojos del ciudadano europeo. Si bien representa la ruptura y el fracaso del sueño americano, igualmente se identifica con algunos aspectos de la América Profunda, demonizada por buena parte de la comunidad intelectual europea. El propio Raymond Carver se describe como perezoso, alcohólico (que procede de una estirpe de alcohólicos y que engendra aún más), que disfruta del entorno natural, al que le encanta irse de caza o pescar una trucha arco iris; y cuya estética puede abarcar desde el tedio de una desafortunada familia cuyo flujo de emociones depende de una serie de televisión, hasta el automóvil de sus sueños.

Conviene leer, en cualquier caso, a este paradigma de las letras estadounidenses, padre del minimalismo y maestro del relato corto, hoy más que nunca; hoy, porque es patente la radicalización y la ortodoxia de los más desfavorecidos, y porque cada vez se entiende menos los delirios de éstos. Y es que la literatura de Carver es una valiosísima aproximación a la desesperación —aquélla que no entiende de signos políticos pero sí de supervivencia diaria—, pues en su poética se halla una respuesta para quienes se cuestionan qué lleva al ser humano a la destrucción; pero sobre todo a la autodestrucción. Carver, desde luego, no parece dispuesto a mover un sólo dedo por otro mundo posible, y a pesar de ello, paradójicamente, nos explica qué siente un residente del Tercer Mundo Moral en el corazón del Primer Mundo.

Pero no toda la poesía de Carver se halla deprimida. Al contrario, se percibe cómo el poeta mima, con un tacto especial, sus instantáneas memorables. Destaco la ternura —libre de cursilerías— y el vitalismo con los que el poeta elogia la amistad y sueña con una mejora de sus circunstancias. Así lo demuestra sobresalientemente en sus poemas “No sabéis lo que es el amor (una tarde con Bukowski)” o “Mi barco”. Asimismo, los poemas dedicados a Tess Galagher gozan de incuestionable pureza, tal y como se advierte en “Protegiendo a la número uno”.

sábado, 19 de mayo de 2007

Madrid PIMPs

Ibrahím Berlín y el gitano Heredia
abren de piernas la llegada del verano
derramando cava en vasos de cartón biodegradable
y con los pies descalzos apoyados en el parapeto
del segundo piso
de un bus descapotable
que los conduce por Gran Vía.
Ya van borrachos a las 10:00 a.m.
«No tenemos un pavo, nena»,
dice el vendedor de Kebabs
bajo sus gafas de sol y su visera plana
señalándose una camiseta XXL
que reza: Madrid PIMP.
Y el otro, dirigiéndose a una pelirroja con coletas,
le pregunta qué le parecería
participar en su proyecto de cine pornomarxista.
Tú serías, dice el gitano Heredia,
la rubita que en un golpe de efecto,
en un calculadísimo movimiento de caderas
y en pleno clímax del especulador,
arrastra a éste por la bañera victoriana y
toda la espuma
penetra por sus orificios nasales
y muere.
(Adaptación de un cuento de Sherlock Holmes).
Luego la cámara se eleva sobre la rubita revolucionaria,
y se ve cómo sale de la bañera embadurnada en ketchup.

miércoles, 9 de mayo de 2007

[Levanto la tapa de tu cabeza]

Levanto la tapa de tu cabeza
—con un cortapizzas—
Y aprecio la Ópera de Garnier,
La cicatriz que te faltaba para Frankestein,
Una miniatura de Satie que toca gnossienes
Enfundado en un frac
A su aire;
Y yo
Sola.
¿Piensas que porque yo esté en el proscenio
y tú en el palco del director
puedes hacer conmigo lo que se te antoje?

[Adaptad, dramaturgos]

Julieta. —¡Oh! ¿Piensas que nos volveremos a ver algún día?
Romeo. —¡Sin duda! Y todos estos dolores será tema de dulces pláticas en días futuros.

(La Tragedia de Romeo y Julieta)


Adaptad, dramaturgos,
La tragedia de Romeo y Julieta a la contemporaneidad.
Os daréis cuenta
del aprieto que entraña irrumpir más allá
del acto primero
porque no hay ya Romeo que resista
las prédicas de Benvolio,
ni Julieta que desprecie la comodidad
de entregar su doncellez al Conde de Paris.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Aquello que el azar nos entrega

Chris Spheeris & Anthony Mazzela - Sequin

Aquella dependienta del pelo a lo Cleopatra me despachó unas zapatillas temporada primavera/ verano. La miré, me miró, nos miramos. Le invité a tomar helado y una copa de chocolate a un restorán de lo más extrañísimo; un café subterráneo, angosto, con tres mesas y ninguna butaca ante la barra. A través del ojo de buey nos aproximábamos a la realidad de la calle; los pies de los viandantes cruzándose, fundiéndose unos con otros. Encima de nuestras cabezas una hiedra atravesaba el techo y un ventilador hacía hélices con el humo azul de los cigarros. «Antes esto era un parking», dije. «¿Ves esta farola? Es lo único que queda del aparcamiento. Curioso, ¿no?, que un parking tenga una farola anclada a su pavimento en sustitución de una columna. Adoraba aparcar aquí, ¿sabes? Era de lo más fotográfico, ¡de lo más hermoso!, que dos objetos tan dispares casaran tan bien.» Después hubo un silencio, justo antes de que me plantara un beso en la mejilla. Me preguntó qué era de mi vida y le dije que la de un pirata, que es la vida mejor, que, bueno, no, era una broma; una broma que, por cierto, le hizo gracia. Le dije que toda mi vida había sido nómada, y se asustó, claro. «Pero no temas», añadí agarrando su brazo antes de que se marchara corriendo, dejándome la cuenta a mí, huyendo de otro amor insostenible. «Aquello que el azar nos entrega y amamos,» debí decir, «que nuestra voluntad lo proteja. Sólo así tendremos decisión sobre nuestras vidas.» «Ya está bien de patear el mundo azarosamente», concluí. Sin disimular la extrañeza que le produjeron mis palabras, apartó una hoja de parra que había caído sobre su pelo y se lanzó a buscarme las cosquillas: «Imagínate que me llaman en próximas fechas para vender armas nucleares en Oriente Próximo, ¿tú qué harías?» «¿Al margen del genocidio?», pregunté, enfriando la temperatura de la conversación. «Mm, está bien. Te lo pondré más fácil.», dijo, «Imagínate que me llaman de la compañía de teatro para girar por Europa. ¿Me esperarías?» «En ese caso», dije sacándome el contrato y el bolígrafo del cartapacio, «debes firmar esta cláusula por la cual cedes el devenir de tu existencia a tu voluntad. Tengo varias copias de este modelo, así que, si lo deseas, yo te firmo la correspondiente.» «¿Quieres que lo discutamos con otro batido de chocolate?», propuso. Y, tirándome de la corbata, me plantó otro beso; en los morros.