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lunes, 30 de junio de 2008

Extractos de 'The Underground Review of Books', julio de 2008

Hay escritores que parecen necesitar de una tercera persona para empezar a largar cosas interesantes, ¿no te has fijado? Gente que escribe libros cuyo contenido es carne de vertedero (con perdón), pero que, sin embargo, cuando tienen a un periodista delante, los tipos se crecen y dicen cosas lucidísimas, verdades como puños. Te lo juro, es alucinante. Esos tíos deberían pagar a los periodistas por estimularles la neurona. De hecho, si tú coges mi cuaderno de anotaciones procedentes de libros (aunque más bien habría que hablar del documento Word que tengo para este propósito; ya casi no sé escribir a mano), hay casi más confesiones de escritores en entrevistas que recortes de libros. Me gustan las entrevistas, y creo que a la gente también le gusta saber cómo piensan sus escritores favoritos fuera de la ficción. Por eso es por lo que quiero que la gente sepa como soy gracias a mis libros, no solo vía periodistas. La entrevista es un género literario de puta madre, tío.

[…]

Concibo esta mierda como una suerte de aproximación al sentimiento underground. Al sentimiento de la calle, ¿sabes?, pero trasvasándolo de la música a la literatura. Uno no puede negar de donde procede, y, bueno… en fin… a mí se me sigue poniendo la carne de gallina cuando escucho a Cut Killer pinchando aquello de [se lo piensa, y luego se lanza a cantar tímidamente, casi susurrando] ¡Assassin de la police! Es la leche, ¿no te parece? ¡Assassin de la police! [risas] ¿Alguna vez has le has echado un palo a una negra de verdad en uno de esos proyectos feísimos del suburbio, oyendo a los NTM mientras el resto del mundo trabaja, partiéndose el espinazo por el jodido sistema capitalista? Joder, eso sí que es tocar el cielo, tío. Eso sí que sí. [Se queda pensativo durante unos segundos] ¿Sabes? Hay una frase de Jean-Marie Seca, un tipo que hizo un libro sobre música underground y tal, que me representa. Me representa de verdad. Era algo así como que el underground era un instrumento que servía para canalizar tensiones y frustraciones
[1]; y yo también me he quemado mogollón estudiando mierda académica y trabajando en cosas que me importaban un huevo […]. Y bueno, a eso añádele que cuando tienes veinte años, de lo único que puedes hablar es de adolescentes, y poco más. No vas a hablar de la crisis del matrimonio, no te jode.

[…]

¿Si tengo miedo a que la parafernalia eclipse el contenido del mensaje? No, tío. Déjame que te explique algo, y luego me dices: Uno de mis pensadores favoritos, Gilles Lipovetsky, cuenta una mamarrachada del tamaño de una jodida catedral de estilo gótico de mierda cuando identifica el espectáculo capitalista con el enjambre revolucionario
[2]. O sea al revés: el movimiento altermundialista con la publicidad. ¿Y sabes por qué es una gilipollez?, ¿eh? ¿Lo sabes? No seré yo el que te responda, fíjate tú. Porque Michel Chemit tiene una respuesta insultantemente poética, poética, digo, para Lipovetsky, cuando afirma que —y cito textual—: «Aún puede seducirme arrojar adoquines a la pasma. Es un acto lúdico. Para mí, hay mucha profundidad en ese gesto.[3]» ¿No es hermoso, tío? ¡Es pura poesía! ¡Assassin de la police como estilo de vida, hermano! La revolución es necesaria; pero si es divertida, mejor que mejor. Es ocio moral, tío. Ocio moral.

[…]

Errrr… Sí. Sí, sí, no cabe duda. Me gusta mucho entroncar la ficción con conatos de ensayo o seudoensayos. Creo que dan verosimilitud al asunto. Aparte de que yo solo escribo sobre aquello en torno a lo cual previamente he reflexionado en la vida real. Mis experiencias con el mundo, en fin. Palahniuk decía en el cuento titulado “Usted está aquí” que «todo lo que esté “basado en hechos reales” es más vendible que la ficción.
[4]» Bueno, es una postura mercantilista —ya sabes… Palahniuk—, pero es la jodida verdad. A la gente le interesa lo que ocurre a pie de calle. O mejor aún: interesa lo verosímil, lo creíble; una cuestión de estilo, vaya. Hete aquí porque me sirvo de géneros de no ficción como soporte de mis historias.

Ibrahím B., The Underground Review of Books. Julio de 2008.


[1] «Es cierto que en algunas corrientes underground se cristalizan los odios y las bajezas de una cierta juventud.» Los músicos underground. En el mismo sentido, otra cita del libro: «La ansiedad ante el paro o el sentimiento de “no encontrarse” en la escuela son otras tantas condiciones previas susceptibles de impulsar a los adolescentes de cualquier origen social a implicarse en actividades no inmediatamente remuneradas. Dee nasty, uno de los poetas del hip hop francés, y muchos de los que han contribuido a esta corriente, pasaron por el fracaso escolar o profesional, la pobreza o la droga antes de encontrar un nido y un estatus reconocido en la música.»
[2] «¿Cuál es el efecto práctico de estos movimientos? Desinflar los neumáticos de los coches, pintarrajear las vallas publicitarias del metro, parodiar logotipos, organizar el “día sin compras”; pero todo esto es tan insignificante, tan ruidosamente exagerado y tan “desechables” como los productos denunciados por los nuevos militantes. Han llegado los tiempos del “radicalismo portátil”, de la disidencia lúdico-espectacular, llamativamente en sintonía con el espectáculo publicitario.» La sociedad de la decepción.
[3] La revolución y nosotros, que la quisimos tanto, de Dany Cohn Bendit.
[4] Error humano.

lunes, 23 de junio de 2008

Ibrahím B. recomienda ensalada de GILLES LIPOVETSKY y MICHEL HOUELLEBECQ pal' veranito, mami... (II Parte)

Pt. II. Michel Houellebecq,

(O como legitimar los outsiders que toda democracia contiene)



(Advertencia: En Houellebecq me inicié hace un par de años, justo cuando diera el salto a Alfaguara con la publicación de La posibilidad de una Isla. Entonces leí La posibilidad… y Plataforma, y más adelante Lanzarote. Me van permitir, no obstante, que el texto que sigue a continuación tenga como eje sus textos más antiguos —Ampliación…, El mundo como supermercado, y Las partículas—; libros que, evidentemente, han sido los que últimamente he estado leyendo. Ustedes ya me entienden.)

Aunque dudo mucho que la literatura deba erigirse necesariamente como fortín de resistencia al discurso massmediático, lo que sí es cierto es que a Beigbeder no le faltaba razón cuando en Windows on the World escribía que «actualmente, los libros deben llegar a donde no llega la televisión.» En este sentido, Michel Houellebecq
[1] es un brillante artillero cuando de lo que se trata es de sacar a relucir las injusticias de la economía de mercado —véase el extracto de Ampliación de campo de batalla al que apelábamos en Gilles Lipovetsky—, de las democracias, o incluso de posibles sistemas utópicos. Piénsese a este respecto en la parte de Las particulas elementales donde Bruno, personaje sexualmente frustrado y aquejado de brotes xenófobos[2], acude a El Espacio de lo Posible, una suerte de representación de la utopía, con la esperanza de canalizar sus pasiones. No es extraño, pues, que en este entorno Bruno ande desorientado; sea incapaz de alcanzar la empatía que la situación le requiere. En una de sus conatos de establecer relaciones ocurre lo siguiente:

El aperitivo, momento de convivencia del día en el Espacio de lo Posible, estaba amenizado con un poco de música. Esa tarde, tres tipos tocaban el tam tam para unos cincuenta espacianos que se meneaban agitando los brazos en todas direcciones. […] Bruno le ofreció un vaso de vino de Charentes a la católica. «¿Cómo te llamas?», preguntó. «Sophie», contestó ella. «¿No bailas?», preguntó él. «No», contestó ella. «Las danzas africanas no son mis favoritas, son demasiado...» ¿Demasiado qué? El comprendía su problema. ¿Demasiado primitivas? Claro que no. ¿Demasiado rítmicas? Eso estaba al límite del racismo. Era obvio que no se podía decir nada sobre esa chorrada de las danzas africanas. Pobre Sophie, que intentaba hacerlo lo mejor posible. Tenía una cara bonita, con su pelo negro, sus ojos azules y su piel tan blanca. Debía de tener unos pechos pequeños, pero muy sensibles. Debía de ser bretona. «¿Eres bretona?», preguntó. «¡Sí, de Saint Brieuc!», contestó ella alegremente. «Pero adoro los bailes brasileños...», añadió, evidentemente para hacerse perdonar por no apreciar las danzas africanas. Eso bastó para exasperar a Bruno. Empezaba a estar harto de aquella estúpida manía pro brasileña. ¿Por qué Brasil? Por lo que él sabía, Brasil era un país de mierda, poblado de brutos fanáticos del fútbol y las carreras de coches. La violencia, la corrupción y la miseria llegaban al cielo. Si había un país odioso era precisa y específicamente Brasil. «¡Sophie!», exclamó Bruno con arrebato. «Podría irme de vacaciones a Brasil. Conduciría entre las favelas. En un minibús blindado. Observaría a los pequeños asesinos de ocho años que sueñan con llegar a jefes; a las pequeñas putas que mueren de sida a los trece años. No tendría miedo, porque el blindaje me protegería. Eso, por las mañanas; por las tardes iría a la playa entre riquísimos traficantes de droga y chulos de putas. En medio de esa vida desordenada, en medio de tanta urgencia, olvidaría la melancolía del hombre occidental. Sophie, tienes razón: al volver voy a pedir información en una agencia de Nouvelles Frontières.

De nuevo Lipovetsky, y la multiplicidad de lecturas en torno a las consecuencias del proceso globalizador que el otro día citábamos («Nuestro universo social nos da derecho a ser a la vez optimistas y pesimistas. No hay contradicción: todo depende de la esfera de la realidad de que se hable.»): ¿Quién representa aquí la voz crítica?, ¿Sophie, encantada como está ante el fenómeno del multiculturalismo; o Bruno, racista hasta los tuétanos, aunque consciente del drama de los países de la periferia? No hay una respuesta clara.

En el párrafo comentado, Houellebecq me remite directamente al tantas veces citado Baudrillard de «La integración es lo peor […], la muerte»; con esta escena, Houellebecq no deja lugar a dudas; es consciente de que la democracia legitima per se conductas que van en contra de la mayoría (La tiranía de la mayoría, diría Tocqueville), y emparienta la utopía con cierto totalitarismo huxleyano. Asimismo, Houellebecq brilla por las descripciones del lado más desagradable del ser humano. En el artículo publicado en NYTimes titulado Le Provocateur, se cuenta la siguiente anécdota:

Beigbeder realized just how depressed one evening not long ago, when he popped a Moody Blues ballad into his CD player and saw Houellebecq burst into tears: ''He started crying, crying. Finally he explained that at all the parties when he was 18, all the boys and girls slow-danced to this song, but he was alone and no one talked to him because he was ugly.'' Then again, Beigbeder said dryly, Houellebecq “loves pathetic–all his work is about being pathetic.”

En efecto, novelas como Plataforma, Las partículas o Ampliación giran en torno a la simple explicación de conductas patéticas, periféricas; a Houellebecq no le interesa la moral: «Moral hat nichts mit Sex zu tun und ist auch nicht Thema meines Buches.»[3] Su cometido es limitarse a responder qué conjunto de circunstancias lleva a uno de sus grises personajes[4] a Tailandia, donde experimentar el turismo sexual (Plataforma); o bien a Tisserand —otro de los personajes sexualmente frustrados— a desear acabar con la vida de una adolescente que lo rechaza en una discoteca, así como con la de su novio (Ampliación).


[1] que en una entrevista publicada en El mundo como supermercado también confiesa lo siguiente: «[Ante la pregunta de ¿Cuál podría ser el papel de la literatura en el mundo que describe, vacío de sentido moral?] Un papel penoso, en cualquier caso. Cuando uno pone el dedo en la llaga, se condena a un papel antipático. Dado el discurso casi de cuento de hadas de los medios de comunicación, es fácil hacer gala de cualidades literarias desarrollando la ironía, la negatividad, el cinismo. Pero cuando uno quiere superar el cinismo, las cosas se ponen muy difíciles. Si alguien consigue desarrollar en la actualidad un discurso que sea a la vez honesto y positivo, modificará la historia del mundo.»

En esta declaración (bastante evidente, por otra parte: en realidad se está remitiendo a la celebérrima distinción entre apocalípticos e integrados para con el espectáculo mediático) el escritor apunta con clara honestidad y modestia que la literatura lo tiene fácil como herramienta de crítica, y que el futuro pasa inevitablemente por el cambio de actitud.

[2] El tipo escribe cosas tales como lo que sigue: «Envidiamos y admiramos a los negros porque queremos seguir su ejemplo y convertirnos en animales, animales con una gran polla y un diminuto cerebro de reptil junto a la polla.»

[4] En la entrevista con Valère Staraselski, publicada en El mundo como supermercado: «Mis personajes no son ni ricos ni famosos; tampoco son marginados, delincuentes o excluidos. Hay secretarias, técnicos, oficinistas, directivos. Personas que a veces pierden su empleo, que a veces sufren una depresión. Gente completamente corriente.»

viernes, 20 de junio de 2008

Ibrahím B. recomienda ensalada de GILLES LIPOVETSKY y MICHEL HOUELLEBECQ pal’ veranito, mami. Y cuídate la línea sin parar.

Pt. I. Gilles Lipovetsky, La sociedad de la decepción


Como todo aquel que se atreve a coquetear con cierto relativismo, Gilles Lipovetsky es un tipo incómodo. Demuestra que en efecto el debate sobre la globalización no ha tenido lugar dada la ausencia de puntos de convergencia entre ambos polos que lo oligopolizan (pongamos por caso a Thomas Friedman y su teoría de los arcos dorados a un lado del ring, o bien el descarnado nihilismo capitalista del que Jerry Rubin se pavonea en La revolución y nosotros, que la quisimos tanto
[1]; y a Ignacio Ramonet como posible representante del enjambre altermundialista en la esquina contraria); aquí (parece que) no hay espacio para puntos intermedios. Pero solo hasta que Lipovetsky llega y dice: «Nuestro universo social nos da derecho a ser a la vez optimistas y pesimistas. No hay contradicción: todo depende de la esfera de la realidad de que se hable.» Lipovetsky tiene criterio.

Cioran asumió en Ese maldito yo que: «Con razón en cada época se cree asistir a la desaparición de los últimos rastros del Paraíso terrestre»
[2]; y ahora, el sociólogo francés: «Yo me he negado siempre a la denuncia apocalíptica, es demasiado fácil.»

Lipovetsky representa mi ideal de creatividad, la necesidad imperante de buscar y forzar nuevos puntos de vista. Una dialéctica de oposición. Y es por esto por lo que inicia su obra a principios de los ochenta:

Quizá sea útil recordar el contexto intelectual en que escribí La era del vacío. A fines de los años setenta y principios de los ochenta, el marxismo estaba en el centro de la palestra intelectual. Los problemas de la «falsa conciencia», la alienación y la manipulación estaban a la orden del día.» Y también: «Contra las escuelas de la sospecha, quise destacar el proceso de liberación del individuo, en relación con las imposiciones colectivas, que se concretaba en la liberación sexual, la emancipación de las costumbres, la ruptura del compromiso ideológico, la vida “a la carta”.



Como ya señala su entrevistador, Bertrand Richard, —y aunque Gilles dice que «a los lectores un poco atentos no se les escapó que la revolución individual-narcisista no era un fenómeno totalmente positivo»— se observa una constante ansiedad hacia los derroteros de la sociedad de hiperconsumo no exenta de polémica. El sociólogo justifica el aumento de la decepción tras la libertad de clases recordando a Durkheim: «puso de relieve el alcance de la decepción y el descontento en las modernas sociedades individualistas, que, a causa de su movilidad y su anomia, ya no ponen límites a los deseos. En las sociedades antiguas, los individuos vivían en armonía con su condición social y no deseaban más que lo que podían esperar legítimamente: en consecuencia, las decepciones y las insatisfacciones no pasaban de cierto umbral.» ¡Wow!

De vueltas con el debate sobre la globalización, a Lipovetsky no le da miedo su integridad física:

Una característica de la hipermodernidad es que ya no ofrece soluciones de recambio globales y verosímiles al mercado y a la democracia. Sin embargo, esta situación inédita no ha hecho desaparecer el espíritu de protesta radical, sobre todo a través de los movimientos altermundialistas, los paladines del anticrecimiento o los activistas antipublicidad que condenan el reclamo como máximo símbolo de la comercialización de la vida. ¿Cuál es el efecto práctico de esos movimientos? Desinflar los neumáticos de los coches, pintarrajear las vallas publicitarias del metro, parodiar logotipos, organizar «el día sin compras»; pero todo esto es tan insignificante, tan ruidosamente exagerado y tan “desechable” como los productos denunciados por los nuevos militantes. Han llegado los tiempos del “radicalismo portátil”, de la disidencia lúdico-espectacular, llamativamente en sintonía con el espectáculo publicitario.


(De acuerdo, este último recorte no juega muy a favor de Lipovetsky)

En fin, al margen de lo expuesto, el lector de La sociedad de la decepción encontrará aquí un repaso por toda la obra del sociólogo. Aquí se habla de delincuencia e inmigración («Los jóvenes de la periferia están en cierto modo hiperintegrados en nuestra sociedad, por su aspiración a gozar de las ventajas de este mundo. No tienen alma de inmigrante, en absoluto: formados por el universo consumista, comparten sus sueños»), relaciones personales, [3], arte contemporáneo[4], desencanto de las esferas políticas, y etcétera, etcétera, etcétera. La sociedad de la decepción es, pues, un libro básico para mantener la línea este verano. Sin desperdicio.


Próximamente, Pt. 2. Michel Houellebecq.


[1] «Vete hoy en día a hablar a los pobres, ¿qué quieren? ¡Triunfar! Quieren el éxito, no la revolución. ¡Ni siquiera piensan en la revolución! Sólo quieren triunfar como los demás.» En cualquier caso, Friedman tampoco anda escaso de nihilismo; como recuerda Ramonet, jocoso: «Thomas Friedman es realmente conmovedor cuando dice: Los desheredados de la tierra quieren ir a Disneyworld, no a las barricadas. Una frase como ésa merece un puesto en la posteridad al lado de la declaración de la reina María Antonieta en 1798 cuando se enteró de que el pueblo de París se había rebelado y reclamaba el pan que no tenía: ¡Que coman pasteles!, dijo.»

[2] A modo de curiosidad, obsérvese a este respecto el extracto de mi ensayo inacabado que lleva por título Algunas conclusiones ideológicas sobre la obra de Vilas que no van a gustar a nadie:

En apenas unas líneas, desarrolle las connotaciones sugeridas tras la lectura de los siguientes textos:

El gran problema de los coches es que con ellos sucede lo mismo que con los castillos o con los chalets en la playa: son bienes de lujo inventados para el placer exclusivo de la minoría de los muy ricos y a los que nada, en su concepción o su naturaleza, destinaba el uso del pueblo. A diferencia de la aspiradora, de la televisión o de la bicicleta, que siguen conservando la integridad de su valor de uso cuando ya todo el mundo dispone de ellos, el coche, al igual que el chalet en la playa, no tiene interés ni ventaja alguna más que en la medida en que la masa no dispone de ellos. Y ello se debe a que tanto por su concepción como por su destino original el coche es un bien de lujo. Y el lujo, por definición, es imposible de democratizar: si todo el mundo accede a un lujo, nadie saca provecho de su disfrute; por el contrario: todo el mundo arrolla, frustra y desposee a los demás y es arrollado, frustrado y desposeido por ellos.


André Groz, 1973

Y:

Manuel Vilas se compró un Audi de tercera mano, un Audi 100,y lo ponía a doscientos por la autopista de Barcelona,y luego tenía que pagar el peaje y eso que no iba a ningún sitio.Se quedaba mirando el Audi en las tardes de domingo,en mitad de un descampado, en mitad del desierto.El gran desierto que cerca la ciudad de Zaragoza,estéril y ácido como una bocanada de uranio enriquecido.Miraba las ruedas y las golpeaba con sus botas en punta,y pensaba que estaban durísimas, llenas de aire embrutecido,y es que acababa de estar en una gasolinera que se llamaba "El Cid",y las había hinchado, ese silbido poderoso de las válvulas,y miraba el dibujo de las ruedas, laberíntico y abstracto como las rayasde la mano, y se miró la mano, rugosa piel enaltecidaen mitad de la nada, y se había cambiadoel viejo radiocasete del Audi por un compacdisc Pioneer,con seis altavoces, 800 euros en el Carrefour ,y puso a Lou Reed en el compac, y bien, muy bien,Street Hassle puso, y bien, bien, muy bien, dijo de nuevo,esto era todo, el Audi 100, la vida ennegrecida, las cercanías de un pueblo l
lamado Bujaraloz, la autopista de Barcelona, los infinitos camiones,un toro de Osborne cerca de Pina, el domingo, agrio y crucificado,y Lou Reed sonando en ninguna parte, en el desierto celestial,los 800 euros convertidos en el grito más hermoso de la tierra,y ningún ángel del cielo descendiendo, y Manuel Vilas—siervo de la nada, fumando, estéril, razonando, gimiendo—,silbaba bajo el sol inclemente, difuso, el sol borracho,y les daba patadas a las ruedas y las ruedasle devolvían el impulso, y eso era gracioso,y pensó en la guantera, y abrió la guantera y miró la documentación,y leyó su nombre, y abrió el maletero, y le pareció que allí habíaun montón de sitio para guardar cosas, y eso de repente le hizo completamente feliz.

[3] PUNTO DE CONVERGENCIA ENTRE LIPOVETSKY-HOUELLEBECQ: El sociólogo dice: «Nadie ha conseguido pintar mejor que Houellebecq ese clima depresivo y de decepción que ha seguido a Mayo del 68. Nos explica que la dinámica de la economía liberal se ha anexionado la vida sexual reproduciendo en ella el mismo “horror a la frustración, la marginación y la desigualdad.» Lipovetsky se refiere al genial extracto de Ampliación de campo de batalla que dice así:

“Igual que el liberalismo económico desenfrenado, y por motivos análogos, el liberalismo sexual produce fenómenos de empobrecimiento absoluto. Algunos hacen el amor todos los días; otros cinco o seis veces en su vida, o nunca. Algunos hacen el amor con docenas de mujeres; otros con ninguna. Es lo que se llama la «ley del mercado». En un sistema económico que prohíbe el despido libre, cada cual consigue, más o menos, encontrar su hueco. En un sistema sexual que prohíbe el adulterio, cada cual se las arregla, más o menos, para encontrar su compañero de cama. En un sistema económico perfectamente liberal, algunos acumulan considerables fortunas; otros se hunden en el paro y la miseria. En un sistema sexual perfectamente liberal, algunos tienen una vida erótica variada y excitante; otros se ven reducidos a la masturbación y a la soledad. El liberalismo económico es la ampliación del campo de batallar, su extensión a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad. […] algunos ganan en ambos tableros; otros pierden en los dos. Las empresas se pelean por algunos jóvenes diplomados, las mujeres se pelean por algunos jóvenes; los hombres se pelean por algunas jóvenes; hay mucha confusión, mucha agitación.”

[4] PUNTO DE CONVERGENCIA LIPOVETSKY-HOUELLEBECQ: Dice el primero que «[el arte actual] es responsable de la decepción que siente una cantidad creciente de espectadores, que piensan que “eso no es arte”, que no vale para nada, que no tiene interés, “sea lo que sea”. Durante siglos y milenios, las obras de arte han sido motivo de admiración y delectación: en la actualidad estamos ya hartos de tantas reconstrucciones, de las instalaciones minimalistas o conceptuales, del videoarte en el que no pasa nada.»

Por su parte, Michel Houellebecq, en El mundo como supermercado, opina que: «el arte contemporáneo me deprime; pero me doy cuenta de que representa, con mucho, el mejor comentario reciente sobre el estado de las cosas.»

miércoles, 11 de junio de 2008

Cocinate un auténtico Ibrahím a la cream on the rock's si puedes, nena: Afrodisíaco pa' tu cuello loco

Veamos: Coge la sartén por el mango. ¿La tienes? Échale al asunto medio kilo del William S. Burroughs más (desconcertamente) sci-fi. Alucinógeno. Extraterrestre. Pon una pizquita de experimentalismo afterpop salao’ y luego dale que dale calle al asunto; ritmos de rap y chulería es imprescindible. Hablo de la escena de La Haine en la que Vicent Cassel le dice al espejo: «¿Me hablas a mí?..., ¿me hablas a mí? ¿Me hablas a mí pedazo de cabrón?, ¿eh?, ¿Me hablas a mí, eh? Oyeoyeoye, ¿me estás hablando?, ¡este maricón me está hablando a mí!, ¿os dais cuenta? ¡Me está hablando a mí! ¡¡No quiero que te dirijas a mí, tío!! [¡BUM!]» Hablo del mejor rap europeo, como el videoclip de Bushido y Baba Saad Nie ein Rapper. Hablo de sentimiento underground. Dale a la cosa un par de vueltas de tortilla, y cuando empiece a cuajar no dudes en rociar la mierda con literatura para adolescentes. Para adolescentes de verdad, digo: Bukowski (no mucho, que luego da ardor), Ryu Murakami, Henry Miller, Y.B., Irvine Welsh, Ferréz; incluso Faiza Guène, si te pones. Salpica el cocktail con toda la presión psicológica que puedas, a lo David Lynch en Inland Empire. Échale también publi, mogollón de publi y societe du espectacle: Beigbeder a todo trapo, flameado de Bret Ellis en American Psycho, revista Esquire, planos de McDonald’s y Coca-Cola en plan Wong Kar Wai puta madre, y, cómo no, D.F. Wallace. D.F. Wallace, ¡síiii! Rico rico te sabe, ¿eh? Dale también al porno duro y a la violencia gratuita de Palanhiuk y Tarantino. Agítalo suave, con dulzura. Que la crema crepite como palomitas al micro. Y ahora ya sí que sí, trágatelo entero. Slurrrrrrrp. Hasta la campanilla, y más allá.

¡Wow!

domingo, 8 de junio de 2008

Genocidio neuronal (Twinkie: Pt. II)

Errrrrrrrr...





12:37 a.m.


Estoo…




Ante la perseverancia del aullido del rinoceronte eléctrico, el fontanero apuñalado en el área lumbar exhortó:








¿Pero qué **** te está pasando, tíioo? ¡Reacciona de una **** vez!



2:22 p.m.










No sé si alguna vez les he hablado de mi teoría acerca de los canelones y lasañas protegidos por una pantalla de plástico transparente como herramienta disuasoria de la violencia del ciudadano hiperestresado y/ o alienado en la medida que este experimenta su particular canalización extática de sus pulsiones violentas acumuladas en ese instante en el que emula la célebre escena hitchcocktiana de la ducha y el (fálico) cuchillo sobredimensionado. Respecto a ello, pienso, habría que añadir una posible estrategia mercadotécnica más o menos artera, como de crimen perfecto (admitamos desde ya que pocos son quienes se detienen a reflexionar sobre las pantallas de plástico de los alimentos precocinados), a la hora captar clientes potenciales: frente a la lasaña tradicional que se mete al microondas y ya, el consumidor tipo, ese [yuppie] que no va a desperdiciar su preciado tiempo erigiendo las distintas capas del alimento italiano, prefiere masacrar con saña la ****** **** pantalla de plástico, ¡SÍ!





















Dios mío, estoy *********** abatido. ¿Dónde demonios se encuentran las ideas? Qué patetismo. Qué patetismo…








Mierda.













[Tic. Tac. Tic. Tac.]







Alguien, un tipo bastante más listo que yo, me dijo una vez que aquella ********** mía de las lasañas se veía invalidada por no sé qué ******* relacionadas con la preservación del vapor y tal.
















4:57 p.m.



Estoy perdiendo mi **** tiempo intentando componer un ****** relato que nunca tendrá lugar.
















Conviene señalar, pues, las insistentes manifestaciones post(porno)marxistas halladas en [Tictac, tictac] el seno de…
Bah. Basura.


[Tictac, tic, tac.]






Ante la mediocr….
Nada.





Ibrahím B. tomó el ascensor y allí se encendió un cigar...















¡Chequeraut!
Deja de hacer el **********. Porque vamos, ya te vale.






Ante la mediocridad percibida en los círculos acadé…
Ni de broma.

[Suspiro]





[Suspiro]



5:56 p.m.










En una mesa, dibujo lo siguiente:









Pongamos por caso un destornillador.
(!) ¡Imbécil!





















[Uñas rechinando contra pantalones tejanos]

















Mi tolerancia a los estimulantes legales es digna de [Tictac, tictac] investigación universitaria. Ayer mismamente tomé [mocos sorbiéndose] tres cafés por la mañana, uno con leche y dos cortados; luego de comer otro, y una C_c_-C_l_™ a media tarde. Al llegar a casa a eso de las ocho, bebí tres tazas de P_ps_™. Por último [Tic. Tac. Tic, tic. Tac.], a las diez y media de la noche, bebí dos [Tictac, tictac, tictactictac, tictactictac] R_d B_ll™ recién sacados del congelador; de dos tragos cada uno. (Súmese casi la totalidad de una cajetilla de tabaco, y, si quieren, la tableta de chocolate negro N_stl_™: alto contenido en serotonina) Pues bien, cualqu[Tictactictactictactictac]ier otro en mi lugar hubiese padecido un acceso de desesperante insomnio. Yo [Tic] no. Yo [Tic], que vivo desde hace años con un inquietante temblor de manos que me anticipa un futuro de enfermedades degenerativas, progresiva pérdida de facultades cognitivas y [Tac] demás; yo [Tac], digo, a medianoche, estaba *********** destrozado. ***********. Como siempre. Y como siempre, caí rendido sobre la cama a esa hora. Al poco rato [Tic, tac, tic, tac] soñé que estaba en una biblioteca ********* a una chica que rondaba la mayoría de edad, el pelo rubio a lo Cleopatra, y esa altivez y desagrado que caracterizan a las adolescentes extremadamente guapas; y más adelante [Tic, tac, tic, tac], que estaba en un congreso de escritores de vanguardia —para mi desconcierto (?), todos ellos vestidos de negro, de pies a cabeza— dictando mi particular conferencia sobre lasañas y técnicas [Tac] mercadotécnicas [Tac], y la urgente necesidad de [Tac] empezar a [Tac] producir [Tac] hechos literari[Tac]os siguiendo ese fundamental principio de [Tac] creativi[Tac]dad publici[Tac]taria de [Tac] fagocitarlo todo —lo pro-sistema y lo anti-sistema— y vaciarlo de su contenido original.
Al día siguiente [Tac] me levanté destrozado.






[Tac]
















#####Diagnóstico de muerte cerebral#####









6: 41 p.m.



Se abre el telón y sale un tipo apostado en la puerta de un colegio entregando caramelos: llega un muchacho de Jaén y le da uno. Llega otro de Palencia y también. Otro de Albacete y también. Luego, por último, llega uno de Bilbao y le niega el caramelo. ¿Cómo se llama el actor?
Al Patxi no.
Ji, ji, ji.

Qué vergüenza. Dios, dios, dios.