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sábado, 30 de junio de 2007

La alfombra mágica (parte III)

Digamos que, con mayor ternura que cualquier padre primerizo, Ibrahím Berlín mece sobre el moisés de sus brazos de mimbre lo que de sublime hay en la repetición de los días; saber a ciencia cierta qué va a suceder a cada segundo; que la primera instantánea al despertar sean los dedos de los pies de Alice enrollados entre las sábanas blancas y apuntando al cielo. Luego el pie derecho aterrizando lentamente, y con cuidado de no despertar a Alice, en la fresca madera del dormitorio; la impresión de desorden global (el monopatín bajo la ventana; clavada con una chincheta a la pared la entrada al partido que dio al Balonmano Ciudad Real la Copa ASOBAL en 2004; un póster del grupo Sober y una colección de tiras de fotografías de fotomatón con todos los diseños disponibles) y el piso apenas vacío. El jolgorio de los muchachos al entrar al colegio a eso de las diez; y desdibujadas en cada una de las pupilas de Berlín, un par de cafeteras de goteo. Eso que, en definitiva, tantos años de jaquecas e increíbles vueltas de tuerca a los engranajes de voluntad suele tener por coste.

martes, 26 de junio de 2007

Papá, papá, ¿qué es un intelectual de izquierda? (parte I)

Conozco a todos ustedes, los he leído durante largos años y sé que nada les aterroriza más que los antiguos intelectuales de izquierda reconvertidos a la cultura del capital. Aquellos que, con ustedes, alcanzaron el Nirvana en el 68 y después… nunca más se supo. André Glucksmann, por ejemplo.

Pero ustedes jamás han pensado en gente como yo. Gente curtida en el capital y que, de la noche a la mañana, quieren echar un guante al planeta. Gente que en su veintena conducía deportivos y se estrellaba en la Avenida de los Campos Elíseos creyéndose Kurt Cobain, y allí, de madrugada, dejaba que sus sesos fueran chupados por el alquitrán caliente y seco (como si fueran un licor helado de sobremesa), y crepitaran después como la carne picada en la sartén. Gente que olfateó la panoja y que, cuando se hartó de todo, regresó para construir una alternativa a este mundo maloliente, sanguinario. Y no me estoy refiriendo precisamente a filántropos como Soros o Gates, sino a tipos anónimos, tipos duros que van a enseñarles a sobrevivir en el Soho londinense o en la Quinta Avenida.

Empezaré contándoles una anécdota:

¡Papá, papá!, ¿qué es un intelectual de izquierdas?, me preguntaba mi hijo (cuya curiosidad os pondría los pelos de punta) no hace mucho. ¿Y saben lo que le respondí?, ¿lo adivinan? Le dije: hijo, un intelectual de izquierdas es un hombre muy aburrido cargado de buenas intenciones. Porque ustedes, a veces, (no me cabe duda de que son conscientes de ello) aburren. Las más de las veces, para ser honestos. Y por si fuera poco, no siguen sus propios preceptos. Y les explicaré por qué.

Pero empecemos evaluándonos a nosotros mismos.

¿Podrían ustedes decirme que es un ortodoxo? (porque nosotros, y ustedes más aún, son ortodoxos, ¿no? Marxistas ortodoxos. Y pienso en Venezuela y Cuba, y ya les digo todo con eso)
Pues un ortodoxo no es otra cosa que alguien a quien han echado a patadas de la heterodoxia. Y en este caso, la heterodoxia es la cultura del capital.

¿Y saben qué es lo que le importa a un heterodoxo? Piensen en ello.

A un heterodoxo le importa el envase. El contenido le es indiferente. Envuélvanle al heterodoxo una Revolución en papel de Harrods (porque aquí todos detestamos Harrods, ¿no?) y la consumirán. Vaya si la consumirán. Así que paren, tómense un descanso y dejen de pensar de una vez. Nadie va a ganar aquí la partida a base de argumentos. Si quieren seducir heterodoxos, hay que crear marca. Hay que crear imagen de marca. Y lo que no conviene es, en ningún caso, malgastar el tiempo hablando entre nosotros mismos. Hay que salir al Coliseo; hay que salir a la calle y convencer, amigos. Convencer es la palabra.



Ya sé que a ustedes no les importa esto, pero tal vez sea significativo a propósito de lo que les vengo contando. Verán, yo una vez tuve una novia; una novia que parecía sacada de las páginas de Playboy (y ya saben que el porno estadounidense es propagandístico hasta vomitar por el ombligo como una fuente renacentista). Una conejita caliente, en definitiva. Una conejita que me hizo conocer el asombroso submundo de los grandes almacenes, de las tiendas de moda, de los vestidos caros, de los restaurantes de lujo y de los cruceros. Y entretanto, yo me obstiné en explicarle las ventajas del comercio justo, de la tasa Tobin y de, por ejemplo, la necesidad de enmendar la situación en Palestina; de ser partícipes de lo que allí sucede. Pero ella, como ya supondrán, no cejaba en su imparable ascenso.

Así que hagan memoria, recuerden las clases de matemáticas en la enseñaza media y piensen en las lecciones de estadística. ¿Se acuerdan de esos tres circulitos que compartían un área común, un espacio intersticial? Pues eso es lo que necesitamos, un espacio intersticial a partir del cual arrastrar a los heterodoxos hacia la ortodoxia a partir de medios heterodoxos. Porque, lo que está claro, es que seducir a la heterodoxia desde la ortodoxia (si es que esto es posible) requiere medios heterodoxos. Requiere ceder. Ce-der.

Y aquí es donde entro en juego yo, el publicista, el cometarros, el manipulador, el mal hombre, el mercenario, el que los va a salvar de la quema, el que va a poner su culo a buen recaudo. Yo soy su hombre, amigos. Háganme caso y todo saldrá bien.

sábado, 23 de junio de 2007

La alfombra mágica (parte II)

Así que ahora, Berlín, empleado como camarero en un Döner sin demasiada clientela y dedicado en su tiempo libre a la venta de estupefacientes[1]; está delante de Alice, a muchos kilómetros de la vieja facultad. Y en plano contrapicado, Alice ve una luna llena de verano velada por un delgado hilo de bruma, apenas transparente o vidrioso; un módulo herrumbroso y oxidado del Skate Park —iluminado por la luz blanca y trémula de una farola del parque, vacío a estas horas de la media noche— y, por último, a Ibrahím Berlín, que sostiene sobre el half pipe, en cuclillas y actitud mayestática, su querido monopatín.

Tal vez Berlín estalle en lágrimas, ay, tanto tiempo esperando una situación así; tantos meses para encontrar su particular estética del amor y las palabras certeras con que celebrar el amor a una mujer. Decidido, le susurra algo así como que a pesar de toda la pasta que tiene (a él le pagan a 30 pavos el verso, matiza[2]), donde más le gusta hacer el amor es en su casita de muñecas; en su habitación. Y no en ningún hotel recomendado por la guía Michelín, nada de ciudades europeas ni gratuito cosmopolitismo. Ambos se sonríen y Berlín piensa que ha llegado el momento de su declive como persona y poeta, ¿pero qué es un poeta sin su caída? Que se jodan mis dos o tres lectores, es lo que se le pasa por la cabeza. Y es que Berlín, como tantos otros agudos aficionados a la literatura, es consciente de que la práctica totalidad de escritores consagrados en el tiempo, sin pensárselo dos veces, cambiarían su gloria por una existencia más cómoda. Ya nadie es lo bastante estúpido como para desear acceder a los libros de historia, eh, ¿o no?

El patinador, vendedor de kebabs, poeta y traficante de estupefacientes, ofrece a Alice la posibilidad de subir a su tabla y arriesgar la vida —o como poco, la integridad física— en una maniobra que los compromete a una incuestionable sincronía entre la tabla y ellos. Quiero decir que ambos —Alice manteniendo el equilibrio y las composturas y agarrada bien fuerte a la cintura de Berlín; y éste ejecutando cada movimiento al milímetro— se van a jugar el pellejo en un ollie mortal sobre un único monopatín. Redoblan los tambores y las campanas, pues, pero el amor todo lo puede y el monopatín empieza a ascender justo cuando la maniobra culmina en un impecable ángulo de noventa grados en relación a la superficie terrestre; comienza entonces, digo, a ascender y a despotricar contra la física gravitatoria por encima de las copas de los árboles del parque de Gasset, dispuesto a ruborizar las facciones de la luna llena velada por la bruma de verano. El principio, concluyen Alice y Berlín, de algo bien grueso.


[1] Ni qué decir tiene, para ser honestos, que la universidad y los buenos poemas también enseñan a defenderte en la calle, a sacar los puños en el momento preciso y a optimizar las actitudes de venta en el mercado negro; que, como cualquier otro mercado, requiere de una elocuencia más o menos creíble, del conocimiento de la psicología del consumidor, y de la suficiente fuerza de voluntad como para no quedar cegado por el poder del dinero.


[2] No olvidemos que durante casi un año, Berlín escribió decenas de poemas escuchando la Internacional Socialista; poemas que le valieron un suculento premio y que clausuraron su periodo como poeta marxista.

miércoles, 13 de junio de 2007

La alfombra mágica (Parte I)

Hasta los dieciséis años Ibrahím Berlín no hizo nada en absoluto. Nada. En absoluto. En aquella época Berlín se encerraba en su habitación a fumar un cigarro detrás de otro[1] y a escuchar bebop hasta bien entrada la madrugada, a pesar de, cómo no, las consecuencias que tales hábitos le acarreaban en su vida académica. Fue entonces cuando empezaron las lecturas de Henry Miller y Bukowski como acompañamiento de la música, y no al revés. Es decir, fue entonces cuando Ibrahím Berlín empezó a hacer algo en la vida. Al cabo de tres años ya sufría de vértigos al mirarse en retrospectiva y, también, llegó a la conclusión de que había leído absolutamente todo. O lo que es lo mismo, creía haber leído todos aquellos libros que constituirían toda su infraestructura intelectual por los siglos de los siglos; porque todo el mundo sabe, digo yo, que los escritores de ficción no han leído más de cien libros relevantes en sus vidas, ¿no? El resto sólo ha sido matar moscas con el rabo.

Ahora bien, entre los múltiples defectos de los que se puede acusar a Berlín no figura la ambición. Así que cuando empezó a esclarecerse y aproximarse la posibilidad de sentar su trasero en una cátedra de literatura[2], optó por abandonar los estudios y dedicarse a otra cosa. Eso sí, no sin antes conseguir que lo echaran a patadas del departamento de Lengua y Literatura, luego de sus insistentes réplicas[3] a propósito del sistema totalitarista por el que se impartía la asignatura de Movimientos Literarios. Más aún, añadió en sus quejas algo así como que la metaliteratura (o algo similar: la literatura pensada para escritores) había sido el cáncer de los diez o quince últimos años. Y que la culpa de dicha endogamia era de los intelectuales que jugaban a ser escritores sin desprenderse de su oronda erudición, la cual nadie ha demandado. Por todo esto, era cada vez más inminente la necesidad de señalar la frontera entre escritores y pensadores, ¿está claro?

Finalmente dijo: «Hay dos clases de personas: teóricas y prácticas. Dentro de las primeras destacaré a los intelectuales y a los escritores. Los escritores, y por extensión los creadores (artista es una palabra demasiado romántica para estos tiempos), todavía conservan algo de sentido constructivo; todavía nadan en sus células vestigios del gen de los fontaneros, de los carpinteros, de los albañiles; de la artesanía. Añádase a esto que los escritores saben exactamente lo mismo que los intelectuales con la salvedad de que, además, ejercen una aplicación práctica de esos conocimientos. Por el contrario, los intelectuales son burócratas que una vez en sus vidas pasaron calamidades y encontraron un clavo al que aferrarse en la universidad; institución que los mantiene por el mero hecho de socializarse con otros intelectuales igualmente soporíferos. Sólo sois eso:», dijo Berlín. «Burócratas. Y ahora decidme aquello de: “sólo eres un profesor frustrado”; como cuando a ustedes les dicen que son escritores frustrados. ¿Pero quién podría ser un profesor frustrado?»

En realidad, sí. En realidad Berlín era solo eso, alguien que tenía aptitudes como para sentar el trasero en una cátedra pero con un pánico atroz a la seguridad que implica la institución universitaria. Estar ahí dentro debe ser algo así como embalsamarse en el tiempo y en el espacio con un formol cuyo aroma es muy, pero que muy rancio. Sea como fuere, Berlín tenía una universidad a sus espaldas antes de llegar a la oficial. Y se marchó de la misma a mitad de camino, con la sospecha de que alguno de sus profesores, en algún calamitoso y depresivo punto de sus existencias, hubiese aplicado el método estructuralista a una novela de Philip K. Dick, y prolongado su trabajo durante algo más de dos semanas. Vale.

[1] No sin cierta nostalgia, Berlín recuerda ese arrogante periodo de vida que es la adolescencia en el cual se produce una deliberada combustión de salud y energías; exactamente como si se fuera a vivir eternamente.
[2] Sólo Dios sabe el sufrimiento que le causó la armoniosa, sospechosa y liberadora sensación de verse tumbado en un banco de los Jardines de Sabatini, complacido con la lectura de Werther y la contemplación de los paseantes y la arquitectura del lugar.
[3] Réplicas que en realidad no eran más que pataletas. Pero pataletas que hacían historia, según él, y que además te exigen mantener tu compromiso revolucionario por una cuestión de orgullo y amor propio.

miércoles, 6 de junio de 2007

Suspenso en todo

Ibrahím Berlín y el gitano Heredia
persiguen con la mirada la descripción de la parábola
y da igual que intenten inyectar un poco de glamour
a sus travesuras,
da igual que lancen el canto redondo
como si jugaran a la rana en un embalse
ya que atravesar las ventanas de un despacho elegido al [azar
en Filosofía y Letras o Ciencias de la Información
con una piedra
recogerla con una soga de esparto
y volverla a lanzar hasta llenar
de chichones y quemaduras el rostro de algún profesor
no deja de ser una subversión punki.
Después huirán muy, muy lentamente.
Uno pulsará entre bromas el timbre de una bicicleta
de paseo
robada;
otro correrá tras su gato despellejado y electrocutado
y al que le arrancaron los ojos con la tapa
de una lata
de sardinas.

viernes, 1 de junio de 2007

"A mí me pagan a casi 30 pavos el verso"

Con estas declaraciones, Ibrahím Berlín advertía a los medios el pasado lunes 28 de mayo la noticia de que su poema “Ejemplos de preguntas retóricas para envases de detergente”, había sido galardonado con el primer premio en el Certamen de Jóvenes Artistas 2007. Dicho certamen es promovido por la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha y la cuantía de su primer premio asciende a 3.000 euros.

Ibrahím Berlín, de 19 años, agradeció y dedicó el premio a Alice (protagonista en su poema “Cucarachas” o en su relato "Aquello que el azar nos entrega") y al gitano Heredia, quienes, tras una decisiva primera lectura del poema y en un arranque de inigualable honestidad dijeron: “Pues tampoco es para tanto, tío. Pero tú échalo a concurso, a ver qué pasa.” Y pasó.

Asimismo, Berlín agradeció al gobierno de Castilla la Mancha su "suculenta" beca, y añadió que su voto no está en venta (recuérdese que la noticia tuvo lugar un día después de las pasadas elecciones municipales y regionales) y que seguirá votando a…

"Supongo que con el premio", dijo en su discurso, "me compraré una dentadura de oro. En Ebay. Y tal vez empiece a especular con divisas al estilo Soros, tíos. Pero yo digo lo mismo que Ying Yang, el chino que durante años nos ha vendido cigarros sueltos a Alice y a mí jugándose el tipo en cada transacción: 'Podrías irte / de putas / con un haiku'."El poema galardonado puede leerse en los siguientes links:

http://ibrahim-berlin.blogspot.com/2007/03/ejemplos-de-preguntas-retricas-para.html

http://ibrahim-berlin.blogspot.com/2007/04/ejemplos-de-preguntas-retricas-para.html

(Informa "El Döner", periódico oficial de este blog)