Digamos que, con mayor ternura que cualquier padre primerizo, Ibrahím Berlín mece sobre el moisés de sus brazos de mimbre lo que de sublime hay en la repetición de los días; saber a ciencia cierta qué va a suceder a cada segundo; que la primera instantánea al despertar sean los dedos de los pies de Alice enrollados entre las sábanas blancas y apuntando al cielo. Luego el pie derecho aterrizando lentamente, y con cuidado de no despertar a Alice, en la fresca madera del dormitorio; la impresión de desorden global (el monopatín bajo la ventana; clavada con una chincheta a la pared la entrada al partido que dio al Balonmano Ciudad Real la Copa ASOBAL en 2004; un póster del grupo Sober y una colección de tiras de fotografías de fotomatón con todos los diseños disponibles) y el piso apenas vacío. El jolgorio de los muchachos al entrar al colegio a eso de las diez; y desdibujadas en cada una de las pupilas de Berlín, un par de cafeteras de goteo. Eso que, en definitiva, tantos años de jaquecas e increíbles vueltas de tuerca a los engranajes de voluntad suele tener por coste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario