Páginas

viernes, 20 de abril de 2012

La noche de los libros

El próximo lunes 23 de abril estaré con Javier Gutiérrez hablando acerca de literatura y edición en España, a las 11.30 a.m. en La Buena Vida, Madrid. Más info aquí. 

miércoles, 18 de abril de 2012

Contrapropaganda: Los mercados financieros explicados a un soltero de oro, o El Rojo Conservador (IV)

This present crisis is not just a matter of political structure, abstract theories, and debates about things that do not impinge on ordinary life. The crisis of civil society impacts upon us in the most intimate way.
Phillip Blond
1. Partamos de que las estadísticas acerca de la población británica que Phillip Blond maneja en su libro Red Tory (How the Left and Right Have Broken Britain and How We Can Fix It) son universales: el grueso de la población desea tener relaciones estables. No obstante, tras la liberación sexual desarrollada desde finales de los sesenta, y de la que —como Zizek apuntaba bien— “ha sobrevivido el hedonismo tolerante cómodamente incorporado a nuestra ideología hegemónica”, la atomización de la familia y las relaciones seriadas han marcado la pauta de la subjetividad contemporánea. Siguiendo con lo anterior, ahora imaginemos que usted está felizmente comprometido y desea llevar a cabo una relación extramatrimonial; en caso de que ésta llegue a buen puerto, usted dispondrá de dos opciones: la primera pasa por plantarse, y la segunda por seguir arriesgando. Sabe bien que si sigue metiendo dinero en la ruleta puede perderlo todo, pero aun así sigue adelante.
Con esa segunda opción, usted estará alimentando paralelamente dos mercados: el legítimo, que seguiría los parámetros de un capitalismo ético (de su esfuerzo dependerán en gran medida sus beneficios), y el ilegítimo, que se parece bastante a jugar a la bolsa, pero sobre todo a una burbuja económica: usted está produciendo unos beneficios que en principio extralimitan los recursos del mercado que se le asignan, ejerciendo además una suerte de monopolio de dudosa moral, y que, de ser desvelada la argucia, probablemente su cuenta de ingresos (afectivos) no sólo se quede a cero, sino que además puede descender al infierno de los números rojos.
A grandes rasgos, esto es lo que le sucedió a la economía occidental hace cinco años, y desde luego lo que siempre le sucede a los descerebrados inversores que se montan sobre la burbuja de turno y luego son incapaces de acotar su —digámoslo así— natural instinto codicioso: de estar felizmente comprometidos, y aun gozando de una envidiable prosperidad, pasaron a mantener ilegítimas relaciones de mercado que no supieron gestionar, cegados por la fantasía del crecimiento ilimitado.Eso ocurre, en efecto, hasta que el fraude es desvelado, que es cuando se pasa de participar en un mercado doble a no tener nada, contrayendo a su vez deudas. Y naturalmente, la depresión acaece.
No en vano, el sabio y elitista H.L. Mencken afirmaba, hace casi cien años, que a pesar de la contraria creencia popular de las mujeres, apenas la totalidad de los americanos de la época eran infieles a sus esposas, lo cual no se debía tanto a la virtud como a la falta de coraje. “Precisa más iniciativa y atrevimiento empezar un affair extralegal que lo que la mayoría de hombres pueden permitirse.” De haber vivido en los años previos a la debacle financiera, seguramente Mencken se habría escandalizado ante el dantesco espectáculo de toda aquella gente que emprendía inversiones que exigían mayor sangre fría de la que sus laboratorios hematológicos decretaban. Hay que saber bajarse a tiempo de la burbuja, es lo que seguramente habría concluido el Sabio de Baltimore.
2. Pensaba en la anterior parábola mientras leía el fascinante ensayo titulado Red Tory, que seguramente es una de las mejores propuestas políticas aparecidas durante la crisis. Procedente de las islas británicas —de allí surgieron los híbridos inventos del neoliberalismo (mal) euroescéptico (bien) de la Señora Thatcher, o el socioliberalismo de Tony Blair, que acabó socavando cualquier depósito de confianza en los partidos de centro izquierda europeos—, llegó Phillip Blond, el teólogo anglicano que probablemente pase por ser una de las mejores propuestas éticas para nuestros días. Entre las ideas más significativas de Blond se encuentra su voluntad de escapar del mercado y del estado mediante el regreso a la sociedad civil (algo muy característico del movimiento 15-M, por lo demás) y los grupos sociales primarios disueltos en los últimos cincuenta años, la —habitual— denuncia del libre mercado mediante el constante tendido de puentes entre la moral económica y la moral social, y la feroz crítica a esa izquierda que aún sigue defendiendo, arrastrando el imaginario de la contracultura de mediados de siglo XX, el libre, utilitarista y embrutecedor consumo de sujetos y paraísos artificiales [1].
Aun blandiendo un programa político muy concreto, y orgulloso de sus propósitos literarios moralizantes antes que simplemente analíticos, Blond se inscribe así en esa nómina de sociólogos atraídos por la economía de las relaciones humanas. Leído después de Becker, Bourdieu, Levinas, Illouz o Fernández Porta, tal vez lo más interesante de Blond sea su manera de sintetizar los fantasmas de la sociedad occidental en las últimas tres décadas. Ante la imposibilidad de amar cuando la economía va viento en popa —materializada de manera exquisita por aquel yuppie dePat Bateman, seguramente pasado de cocaína, que corría escaleras abajo con una motosierra detrás de una prostituta—, y ante la imposibilidad de satisfacer las más elementales necesidades cuando el inmoral capitalismo ficticio se va a pique, Phillip Blond tiene la solución. Vota al conservador rojo.
Die Yuppie Scum

[1] Por lo demás, esto no significa que Red Tory sea un panfleto pacato o moñas, pues ya se encarga el teólogo en diseminar ciertas pistas por las que se infiere que su deseo no es el de devolvernos a una era neovictoriana, tanto como el de invitar a la reflexión para optimizar la gestión de nuestros deseos; v.br., “Cierto grado de liberación sexual era necesaria, y podría haber llevado a una profundización en las relaciones de fidelidad entre hombres y mujeres.” Pues a fin de cuentas, ¿qué define la libertad si no las necesidades?

miércoles, 4 de abril de 2012

Contrapropaganda: Vidas de santos, el complejo (III)

Conocemos como síndrome o complejo ante las vidas de santos el conjunto de  posiciones tácticas a la defensiva que el ciudadano adopta ante los discursos contrapropagandistas, que amenazan su rango de sujeto adulto. Verbigracia, es en el célebre video en el que Aznar se mostraba renuente a que la DGT ejerciese el control sobre las copas de vino que podía consumir a la hora de manejar el volantedonde mejor se concentra dicho complejo. «¿Y quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí?», se quejaba el ex presidente, apoyándose en esa actitud de desobediencia a la autoridad típicamente macarrilla y juvenil del chaval desorientado que no acepta las normativas del padre. Pero como siempre: hay malos padres a los que exterminar cuanto antes y buenas autoridades a las que mimar.
Dentro de ese síndrome no es infrecuente la réplica que busca dar caza y captura a las fisuras morales que rebajen la calidad del discurso agresor; de lo cual, por cierto, se deduce que la moral jamás dejó de ser importante. Si no, ¿a qué iba a deberse la conducta ofendida del acomplejado? Si uno echa un ojo a las preguntas con que la prensa suele abordar la obra de Miguel Brieva, que para eso probablemente es el mejor contrapropagandista español, advertirá la presencia de un interrogante fijo, más bien cretino (o bueno, en realidad muy cretino), que en principio debería reflejar las inquietudes de los lectores: por qué publica en una multinacional (atención al titular en esta entrevista de Carmen Mañana, «Me he corrompido para defender ciertas ideas», que lo dice todo), cuando no por qué tala árboles que sirvan como soporte a sus ecologistas viñetas. Bueno.
De manera subterránea, el objeto de tales preguntas es limitar el valor del enunciado que blande el contrapropagandista, humanizar al santo, atildar sus errores sobre su condición sobrehumana y aliviar la culpa que provoca dialogar con el sujeto de elevados principios, pues eso es lo que se espera en una sociedad en la que sólo puede caber una sola clase y en la que todos somos desobedientes a la par que adultos.
De vuelta a Aznar, casi más interesante que su voluntad de manejar el volante con las copas que él considere oportunas es otro comentario en ese mismo e infausto video: «A mí no me gusta que me digan: “no debe usted comer hamburguesas…”», entre otras razones porque son el vegetarianismo y el veganismo dos de las prácticas que socialmente se encuentran más expuestas al síndrome de las vidas de santos.
Aquí van, así pues, algunas razones por las que el señor Aznar no debería comer hamburguesas. Uno. Porque las dietas occidentales, fundamentalmente carnívoras, presentan elevados índices de enfermedades como la obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y cáncer, estando una tercera parte de los cánceres vinculados a este tipo de dietas (así lo asegura Michael Pollan aquí). Dos. En el caso de que le traiga sin cuidado su propia salud, puede ponerse al tanto de cómo afectan sus costumbres a otras especies sintientes, dado que a mí también me trae sin cuidado su propia salud (en este sentido, me llama poderosamente la atención el hecho de que el grueso de las campañas antidroga se centren de manera narcisista en los daños que implican al consumidor, en lugar de centrarse, por ejemplo, en sus implicaciones en la economía sumergida; o dicho de otro modo: me importa una comino que os hagáis harina el cerebro, si bien lo que no me trae sin cuidado son los cocaleros colombianos). Hay numerosa información sobre el funcionamiento de losmataderos industriales en nuestro tiempo, si bien puede empezar por echar un ojo al video abajo colgado. Tres. Si incólume resiste al visionado, considerando que las mujeres y los negros tienen derechos, pero no así otros seres sintientes, y por eso bien está reventar a palos a los cochinos que digiere; entonces puede preguntarse acerca de los cultivos transgénicos, apenas inventados para sostener las dietas occidentales; o del impacto que producir carne industrialmente (para luego vender hamburguesas a un euro en un fastfood cuyos escaparates serán llorados en algún periódico nacional cuando en mitad de una huelga a alguien se le ocurra pegarles fuego) tiene en el medio ambiente y en la propia comida consumida[1].
Cuatro. Y si aun así, entonces es de los cínicos que se preguntan: «¿cómo vamos a imponer a alguien que viene de los países del Sur —o del subdesarrollo franquista, para el caso— una dieta basada en legumbres, verduras, frutas y cereales?», entonces la respuesta es sencilla: como sigamos hinchando la burbuja alimentaria, y los BRIC se sumen a las dietas occidentales, su estallido tendrá consecuencias mucho peores que  las de una burbuja financiera, pues, embobados aún con la fantasía de los recursos ilimitados, no nos quedará otra que comer nuestra propia deposición. Y ni vosotros ni yo queremos eso.
A fin de cuentas, Aznar aportaba un importante condicional a su reclamo para actuar como le viniese en gana: «Mientras no ponga en peligro a nadie», decía, afortunadamente. Algo más tranquilos nos deja.

[1] «Nuestros agrosistemas industriales producen graves y crecientes impactos ecológicos, entre los cuales cabe contar: desforestación, desertificación de extensos territorios, destrucción del suelo fértil, pérdida de biodiversidad, alteración del ciclo global del nitrógeno, difusión de tóxicos biocidas en el ambiente, sobreexplotación y contaminación de los acuíferos, sobreexplotación de aguas superficiales (sin respetar un mínimo caudal ecológico de los ríos), despilfarro de agua (captada a menudo con gran impacto ambiental), eutrofización de lagos y mares, enorme despilfarro de energía…»
Jorge RiechmannHacia una agroética”

La literatura como laboratorio

El próximo 19 de abril estaré en la Universidad de Salamanca con Alberto Santamaría, Sergio Fanjul y Antonio Marcos en esta mesa redonda acerca de literatura y blogs.