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miércoles, 25 de abril de 2007

Superdescuento



Tendríais que ver con qué desdén apunta la pistola láser sobre cada código de barras. Con un maquillaje malamente aplicado, y su suéter verde deshilachado luciendo el logo de la cadena superdescuento; un jersey de talla impropia, excesivamente holgado, y que revela haber vestido otros talles —masculinos, sin duda— antes que el suyo. La vi a mediodía, a esa hora en la que parece que sólo circulan por la calle quienes tienen todo el tiempo del mundo para perder. Escenas de una ciudad deprimida o aburrida. Hacía cola con el monopatín bajo un brazo y bolsas de ensalada para el Döner en la otra mano. Ella conversaba con mujeres que le triplicaban la edad. Descontextualizada, tan sólo fue eso lo que me pareció, una soñadora o un oasis de juventud en medio de un desierto de ideas; una de las últimas estéticas vírgenes y, sin embargo, al alcance de cualquiera. Os preguntaréis si se graduó, si firmará algún contrato laboral en regla, si le irá bien en su vida sentimental. ¿Os he jurado que era preciosa? El encuentro de dos espontáneos infinitamente solos. Infinitamente cursis, también. Lancé una de las monedas del cambio y la capturé en el aire como quien deshoja margaritas. Cara o cruz. «¿Advirtió mi presencia o no?», era la pregunta. La respuesta negativa. «Esto es lo que trae el dinero», me dije. «Problemas».

miércoles, 18 de abril de 2007

Los altermundistas esquizofrénicos (Parte I)

Al cabo de la segunda jornada de seminario, un estudiante pregunta a los ponentes si realmente no consideran que cada sistema económico y social propuesto hasta el momento, inexorablemente presenta elementos marginados; y si no convendría, por un altermundismo todavía más riguroso, ejercer una mayor autocrítica en la medida en que la ideología dominante es el resultado de un combate dialéctico con su antítesis. La tercera pregunta tiene que ver con los presos políticos cubanos, de los que no tiene una idea demasiada holgada, y con la libertad de prensa en el país de Hugo Chávez.

Después de un cruce de miradas, el más bizarro de los intelectuales inicia el ataque frontal afirmando que el mejor sistema es el menos malo, y que el capitalismo que nos ha tocado vivir es el más malo y el que más miembros excluye. Los otros cuatro ponentes cogen al interrogador, le meten la cabeza en un váter salpicado de sangre y mierda, tiran de la cadena varias veces y después le golpean con la tapa hasta noquearlo. Buena parte del público casi jalea las respuestas de los altermundistas esquizofrénicos en una atmósfera de confusa excitación, como recién acabado un combate de Pressing Catch.

Terminada la quema de brujas, un profesor francés y su traductor se dirigen al aeropuerto. Como les sobra tiempo, aparcan en un barrio al norte de Madrid habitado mayoritariamente por inmigrantes; concretamente lo hacen frente a un bazar chino en el que deciden sumergirse en un acto a mitad de camino entre solidario y compasivo. Después de vagar por baldas abigarradas y atestadas de objetos inservibles, el profesor entra en extravagante cólera y pide a su traductor que comunique lo siguiente: «¿Qué hay de su ética? ¿Es consciente de que estos bluejeans, debido al libre desplazamiento de capitales, han explotado a decenas de niños, desde su China natal a Argelia, pasando por India o Pakistán? ¿No se le ocurre que otros con menos suerte que usted, en su propio país y de su misma condición cosen estos pantalones bajo condiciones infrahumanas?» El chino se rasca la cabeza. «Hay que comel», advierte con expresión astuta y prolongando la ele del infinitivo. Pero la respuesta no es en absoluto convincente. El profesor toma de un estante un paquete de café y se asegura de que no se trate de un producto de comercio justo. Luego se dirige al propietario y, esta vez sin recurrir a su traductor alucinado, le pregunta si es que él se pasa por el ciruelo la situación de los campesinos colombianos explotados por el cártel del café. Sin esperar respuesta, el profesor le estampa el paquete en la cara a modo de ladrillo. Segundo nocaut del día. Luego hace un gesto de lavarse las manos y abandona lentamente el local angosto con el traductor, que no sale de su asombro y duda entre asistir o no al autónomo.


Sólo cuando ponen el primer pie en la calle se percatan de que están jodidos, que alguien les ha robado el coche que habían alquilado esa misma mañana en el aeropuerto, que la justicia a veces se materializa, y que no van a salir del barrio sin que sus chaquetas sufran algún que otro rasguño; algo de lo que se encargará la solidaridad de la comunidad inmigrante. Y es en este último y decisivo asalto cuando cae derrotado el profesor por un elegantísimo nocaut. Directo a la mandíbula.


Publicado en la revista digital Remolinos, número 23: http://es.geocities.com/revista_remolinos/index_p60.htm

miércoles, 4 de abril de 2007

Ejemplos de preguntas retóricas para envases de detergente: VI, VII, VIII, IX, X, XI

vi

Ay de aquellos persecutores
del ascenso
social,
desquiciados en estrategias para acostarse con
ejecutivos de ventas, consejeros delegados, presidentes de tal o cual entidad.

Ay de aquellos cuya ambición menoscaba
Últimos monos, empleados a tiempo parcial.
Qué ingenuidad.



¿Es que nadie va a reparar en agencias de
modelos?



Cuando la mala retórica es poesía.



vii

¿Cuento vuestra participación para jalear el
desfile militar
de muñecos color méxico chile picante
y de carne hojalata
y educación británica made in Buckinham Palace

poco antes de que efectúen el golpe al Estado
a su paso la procesión por un arco de triunfo
romano,

de paredes pintadas de graffiti y desconchadas por los
pelotazos,
y sepultado por nieve fabril (a veces negra, a veces gris)?



Si Cayo X levantara la cabeza.



viii

Al asearte recién
despierto, mojándote la cabeza con agua del lavabo
antes de salir a trabajar, ¿te has percatado de la metralla
disimulada en la tubería del desagüe?, ¿eh, listo?

Fíjate bien. Fíjate que se trata del tambor
de un revólver sostenido por un forajido, buen pulso,
anticapitalismo (que podría ser yo).

Preocupado porque no sabríamos vivir al día.



ix

¿Podría contactar conmigo
cierta florista de suburbio
cuya mala fortuna quiso que fuese un bus
explosionado frente a su comercio
—bus convertido en vagón ceniciento
de minería—,
y a pesar de la adversidad
continuó la revolución empleando frascos
de perfume como extintores
hasta que la ciudad fue un aromático
narguile de manzana límpida
que pudrió los pulmones podridos de los podridos contrarrevolucionarios?

(Aún destellan delirios de identidad,
de su construcción a partir del otro.)



x

¿Tengo un suspenso en
personalidad,
tal y como consideré por mi escasa fidelidad hacia toda estética,

o declaré la guerra al aburrimiento?



xi

Y la gané, chicos.
La ganamos auspiciados por ese eslogan que perfectamente define, tal vez, en tan sólo tres palabras, la única fidelidad posible:

NO ME LLORESS.



Fidelidad a la vida,
a la única herencia del Orfanato Nihilista.

Eso. O pasar de todo.