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viernes, 28 de noviembre de 2008

'Homo Sampler': La elocuencia del 'coolhunter' literario

(Conversaciones con Eloy Fernández Porta)


EFP en La Casa Encendida. Foto de Daniel Blanco.


(*Nota al lector. La siguiente entrevista ha sido originalmente publicada en el suplemento El Día Cultural en una versión reducida —disponible también en Berliner con una breve introducción—. Aprovechando, pues, las ventajas de la blogosfera, a continuación les ofrecemos el contenido íntegro de la entrevista con Eloy Fernández Porta, autor del ensayo Homo Sampler. Disfruten del show.)

«Hablar de cultura de consumo es hablar, en primer lugar, de un impulso primordial: el de devorar.» A mí esto me parece una metáfora estupenda de su obra ensayística: esa «obligación de leerlo todo» a la que Pierre Bayard se refiere en Cómo hablar de los libros…. Algo muy capitalista, vaya: acumulación de información en cantidades desmesuradas.

Pues suena razonable, pero ¿qué es lo "desmesurado"? Temo que este término, y los relacionados, cambie con cada generación. Me he encontrado con profesores universitarios de cincuenta años que me reprochan "usar demasiadas referencias" y con blogueros que me afean no haber hablado de videojuegos, de dramaturgos o de otros escritores catalanes. Uno tiene tendencia a ordenar toda esa información, a someterla a estructuras como la del ensayo sobre RealTime, que está organizado en veinticuatro secciones, como una "reconstrucción del día". Por eso ahora mismo no me veo capaz de tener un blog, que me parece un medio disperso en el mejor de los sentidos, aun cuando veo que muchos autores son bien capaces de bloguear con una mano y escribir novelas con la otra.

UrPop, RealTime, TrashDeLuxe, Afterpop… ¿Y esa obsesión suya por la taxonomía y la jerga coolhunter? Que a mí me parece dabuten, oiga.

La figura del coolhunter se me antoja como una figura de conocimiento, quizá la que mejor representa nuestra época. En su sintento de comprender la economía cultural del momento, el coolhunter se ve obligado a realizar varias actividades simultáneas, y aparentemente contradictorias: prever el futuro inmediato, y realizarlo en el momento en que lo enuncia; romper con la moda imperante, pero también restablecer otra nueva; introducir un nuevo criterio de valor, pero también reafirmar alguno de los anteriores. Eso es pensar en el capitalismo; situarse "fuera de él", como ha pretendido el humanismo clásico, es una pretensión inútil. Este aspecto lo ha señalado William Gibson en sus novelas, que tratan casi exclusivamente de los aspectos cognitivos y perceptuales de la sociedad de la información, y que están protagonizadas por organizadores y filósofos de los datos. No es raro que en esa investigación haya acudido a la figura del cazador de tendencias como figura cognitiva central, en su novela Mundo espejo. Por lo demás, el coolhunter corre el riesgo de ser devorado por la moda o por una tribu de jebis; ambos aspectos los he intentado abordar en Homo Sampler. En cuanto a la terminología, para mí es sólo "el nombre de la cosa"; me interesa más el contenido de esos términos, aunque ya me figuro que el membrete puede llamar más la atención. Si a veces uso categorías que recuerdan más a una revista de tendencias que a los estudios académicos es porque las primeras me parecen más sintéticas y más prácticas, i.e., el término "UrPop" me parece más claro y eficiente que, digamos, "el despliegue del neoprimitivismo simulado en el espacio del hiperconsumo".

Son muchos los fragmentos diseminados a lo largo de su ensayo que desprenden un poso de necesaria —y relativizadora— sociología de la literatura. ¿Suscribe el postulado, radical, de Baricco, según el cual Shakespeare es equiparable a Mickey Mouse?

Pues no. Ese es el tipo de cosa que todo el mundo está dispuesto a decir en un momento de "relativismo posmoderno" o pa ligar, pero que nadie cree, si aún puede decirse esto, "en su fuero interno". Porque cuando tú o yo escuchamos la palabra "Shakespeare" su resonancia, sus implicaciones, su sonoridad incluso, resultan ser completamente distintas a las de la palabra "Mickey Mouse". No es relevante si "tenemos razón" al sentirlas distintas; lo importante es que se nos antojan diferentes, como también lo son los términos "ternasco" y "baquelita". Cuando leemos esos dos términos en una misma frase experimentamos la sorpresa que se deriva de un contraste. Si después de esa experiencia le decimos a los demás que no hemos sentido contraste alguno sino que los dos términos "nos suenan iguales", estamos falseando la situación. Puede haber algún nivel inconsciente o preverbal en que esos dos términos queden indiferenciados en una masa sónica; pero más allá de eso, la cultura no es cosa preverbal, sino que se articula en una puesta en escena social. En esa puesta en escena juegan un papel decisivo los contrastes, las paradojas aparentes, las contraposiciones de términos dispares, que se nos aparecen como "portadoras de sentido". Y basta con leer cualquier titular periodístico para ver que la lógica de los medios -la lógica de la comunicación in extenso- está fundada en esas figuras retóricas, que ha tomado prestadas de la tradición poética -sin que ello haya cambiado, en ningún sentido, el concepto tradicional de "prensa", mucho menos el de "poesía".

Lo importante de la fase de Baricco no es lo que dice, que se ha venido diciendo, sea con voluntad provocadora o sincera, al menos desde los años cincuenta, sino su decisión, meramente retórica, de yuxtaponer términos dispares -decisión que se revela exitosa, ya que no "significativa", en la medida en que tú mismo has seleccionado esa cita, descartando otras frases que te parecían menos llamativas, porque en ellas ese contraste era menos patente o no existía. La conclusión de todo esto la ha enunciado muy bien Boris Groys: la frontera entre la alta cultura (que él llama "espacio del archivo") y la baja (que él denomina "lo profano") no se anula con un golpe de dados creativo, ni con "la deriva del capitalismo", ni con la debacle del sistema educativo; esa distinción es producida performativamente en el interior de cada obra, de tal modo que la tensión entre ambos estratos se convierte en estéticamente reveladora. Porque suscita tensión. Y, como tú sabes, yo entiendo que esa tensión se resitúa en el marco de la cultura pop, entre obras y estilemas que interpretamos como "alta cultura pop" y otros que nos parecen "basura pop". Por otra parte, la frase de Baricco parece pasar por alto que esos dos estratos no son inamovibles, y que nuestras opiniones sobre ellos les parecerían absurdas a los maestros del pasado. Así, Moratín consideraba a Shakespeare como un autor de segunda, y en esto recogía la opinión generalizada del establishment cultural de su época, esto es, los Ilustrados, para quienes el autor del "Tito Andrónico" era un exaltao y un hortera. Por su parte, Eisenstein consideró Fantasía la mejor película de su tiempo; si pudiera volver a la vida y escuchara que el mundo en torno se está disneyizando a marchas forzadas le parecería una excelente noticia, y no comprendería nuestras reservas al respecto. La distinción entre "niveles culturales" ha cambiado mucho y seguirá cambiando; lo que se mantiene intacto es la convicción de que esos estratos, sean cuales fueren, están en contraste simbólico, político y estético, y no en fraternal armonía.

Posiciónese frente a la sociedad de consumo: ¿El capitalismo ¡mola! (McCaffery), o no demasiado?

1) Tal como yo lo recuerdo, Larry McCaffery no dice exactamente que le guste el capitalismo -aunque en efecto le complazcan músicos como Bruce Springsteen y no parezca tener ninguna agenda política "en contra" de aquél-, sino que constata lo siguiente: a) El capitalismo no es un sistema homogéneo, sino que está recorrido por resquicios y fisuras. b) El empresario no siempre es consciente de las consecuencias simbólicas o políticas de lo que vende. Luego: c) Es posible hackear el capital y usarlo "como si sólo fuera un medio" para transmitir valores contraculturales. Para McCaffery esos valores los pueden transmitir, básicamente, los prosistas -nada dice sobre los poetas, ni sobre los artistas en general, y sus referencias a la música no van mucho más allá de la que se ha apuntado antes. De ahí el movimiento literario avant-pop tal y como él lo formuló en los años noventa, y que dio a conocer a autores como David Foster Wallace y George Saunders -y también a otros que no han sido traducidos, y deberían, como Susan Daitch o Curtis White.

La propuesta de McCaffery es una típica adaptación norteamericana de la "cultura crítica europea", y resulta tan irrebatible conceptualmente como limitada políticamente. En la práctica está más o menos restringida a un ámbito, donde él mismo trabaja, y en el cual su sueño de un capitalismo que trae la contracultura en bandeja de plata sí se cumple. Ese ámbito es la universidad norteamericana, o al menos un sector de los departamentos de literatura y teoría cultural cutting edge. Esos medios son, en general, más de izquierdas que la universidad española y en algunos casos incluso más que los movimientos contraculturales de aquí. En ese espacio, como decían los ciberpunks, "el futuro ya ha sucedido". Cosa distinta es qué ocurre más allá del campus.

2) La frase "el capitalismo mola" será meramente tautológica o trivial si la enuncia un fashion victim en una tarde de rebajas; sólo se volverá significativa si su emisor es una punk que habla en un contexto cultural respetable. Ese contexto no es sólo el trasfondo sobre el que se proyecta esa afirmación, sino que resulta indispensable para que cobre sentido. Para creer que esa frase es significativa, o sintomática, o aunque sólo sea para encontrarla graciosa, es preciso creer a pie juntillas en la distinción entre un espacio culturalmente legitimado y otro no legitimado o imposible de legitimar. En este caso, la relación entre esos dos ámbitos es la irrupción del "discurso del interés económico" en el mundo cultural, que se define y produce a sí mismo, como señaló Bourdieu, como "mundo sin interés". Es posible, y aun deseable, atentar contra la autoestima del mundo de la cultura por medio de declaraciones utilitaristas o incluso arribistas; en cambio, no es posible llevar a cabo un acto de "puro interés" en un medio que se ha producido simbólicamente como "desinteresado". Aun cuando ese acto fuera de veras "absolutamente interesado", sería inevitable percibirlo, en alguna medida, como una "estrategia creativa" o incluso como un "manifiesto". Lo que a McCaffery le mola no es el capitalismo, que por otra parte no se "goza" sino que se "experimenta como condición inevitable o naturaleza de segundo grado"; lo que le complace son los efectos estéticos, y principalmente literarios, generados por la irrupción del discurso sobre el dinero en el discurso de los valores culturales. Sería absurdo decir que esa complacencia ocurre "en un espacio de indeterminación y sindiós entre los valores culturales". No: McCaffery se refiere a un tipo de placer estético sumamente sofisticado, que presupone consideraciones y matices que resultan del todo extrañas al "discurso del mercado", y que no sólo no cuestiona las diferencias entre los ámbitos sino que las produce y especifica por medio de un contraste particular.

3) En la primera frase del epígrafe anterior he introducido una modificación respecto del género esperable de los protagonistas: he usado el masculino para fashion victim y el femenino para punk. Aunque existen hombres víctimas de la moda y mujeres punk, la mayor parte de los lectores esperan que en un texto cualquiera la "atribución de género" sea la inversa. A eso se llama "machismo del oyente"; la sensación de extrañeza que ha experimentado el lector al leer esa frase es una perturbación del machismo. Lo que intentado apuntar con este recurso es un argumento muy concurrido en la teoría feminista: los géneros son producidos técnicamente en el marco del sistema de mercado, sea como mercancías o como productos con atribuciones específicas. Cuando el lector de esa frase piensa "Pero, ¿por qué pone una punk y no un punk? Debe ser un error de picado", el movimiento punk se nos aparece como codificado por un sistema superior y más extenso que la "distinción entre cultura oficial y cultura underground". El capitalismo produce géneros y distinciones genéricas, como también produce subjetividades, afectos, vínculos, amores, filias y fobias. La dinámica emocional que genera incluye también su propia coartada, de tal modo que "los intereses creados" y "los afectos inducidos" los percibimos como propios e intrínsecos. Todo ello es malo. Malo. Muy malo. No tengo ninguna "ambigüedad posmoderna" al respecto, y tampoco creo en un "libre juego de los signos y de los significantes"; ese juego siempre está sometido a una jerarquía, que también es mala. En una situación de coerción y sobredeterminación de las subjetividades, me parece una banalidad defender una posición del tipo "¡Arriba esos ánimos, que el sistema de mercado no está tan mal: también hay buenos artistas, también hay cancioncillas deconstruidas; siga comprando latas de sopa Campbell's, que en algunas viene de premio un 'contenido contracultural'!" Uno se puede poner sarcástico, como en esta última frase, porque esa la única manera de reproducir una situación delirante, pero aquí el humor no debería ser confundido con la trivialización, o espero que no lo sea. Lo que yo propongo es desarrollar estas tesis en forma de autoanálisis crítico, sarcástico, exorcista y augustiniano del capitalismo de cada cual. My personal capitalism. El capitalismo eres tú; no podría funcionar sin ti; podría haber fallado por algún lado, pero no llegó a fallar porque tú, como consumidor perfecto, lo has impedido. Creo que sólo a partir de esta premisa autocrítica se puede desentrañar el entramado de relaciones que crea el sistema de mercado.

Pongámoselo fácil a sus detractores —que seguramente a estas alturas ya sean caterva—. Dígame, ¿algún clásico que no haya leído?

Pues de entre los muchos clásicos que no he leído, se me ocurre ahora mismo mencionar el Africa de Petrarca, por lo que sé sobre él de segunda mano: que en su momento él lo consideró su gran obra -"alta cultura" de la época-, y que lo creía muy superior al Canzoniere, que en su opinión sólo eran versillos en vernáculo, y que, por tanto, sí he leído -aunque no me gusta mucho.

Advierto dos tendencias en la narrativa mutante española: por un lado el afterpop o «erudición de lo popular», que diría Fernández Mallo; y por otra esa suerte de bad trip a la baja cultura pop (o «espeleología del gusto», si quiere, siguiendo Homo Sampler) encarnado por Vilas y su «interpretación semiológica de los videoclips de Paulina Rubio» (algo, por cierto, ilustrado a la perfección en su texto sobre la novela gráfica de Horrocks, Hicksville: «A la historia extraoficial de los cómics le corresponde, pues, una reconsideración sobre el concepto de cultura pop: no ya el pop urbano y globalizado, sino un pop exquisito, ruralizado, primitivo y elemental, desprovisto de interés económico y liberado de las tiranías mercantiles»). ¿Es Vilas, pues, una excepción dentro del elitismo pop que promulga(n); ejemplo de alguien aún más bizarro, en buena medida capaz de llevar a cabo la conclusión de la tendencia al solapamiento de clases de la que Tocqueville habla en ‘La democracia en América’ (!)[1], pero llevado al terreno de lo cultural?

Bueno, me parece una lectura la mar de interesante, si bien tengo la impresión de que esos dos "modos de abordar el pop" que tú describes son simultáneos y no contrapuestos, que se necesitan y no se excluyen. Sobre todo porque el momento histórico en que esos dos aspectos coexisten puede ser descrito como un instante de "efusión de las temáticas pop en la literatura y el discurso sobre ella". Este instante es exclusivo de la narrativa; no se puede predicar lo mismo del arte y de la música, que han experimentado este proceso de manera distinta, y quizás más temprana. En un momento así esos dos terrenos se exploran de manera análoga, y en el mismo proceso cultural.

Lo mismo vale para otros autores que a veces han sido incluidos en esta definición y a veces no. Hernán Migoya realiza en sus cómics y libros un cierto retorno a algunos "esenciales de la cultura popular", con figuras como el kiyo, géneros como la novela pulp y actitudes como el "anti-intelectualismo". Kiko Amat, por su parte, funda su trabajo en lo que tú has llamado "erudición pop": en sus artículos para EP3 explica los estilos de moda de las tribus urbanas del pasado; en los que escribe para La Vanguardia desarrolla la figura del gourmet pop experto en música, libros y cine; en sus novelas propone una reconsideración literaria de todo ello, considerado como parte de la tradición vanguardista. Esas dos propuestas son distintas en sus estrategias y en sus resultados, pero resultan complementarias por la posición simbólica que adoptan. Primero, porque la erudición es un rasgo común a las dos; todos somos eruditos en alguna modalidad del pop; sólo hace falta que se abra la veda y que ese saber pase a ser considerado literariamente valioso. Por cierto que esa "apertura" no es ni espontánea ni personal; es parte de un proceso de socialización de la cultura del cual todos los autores son bien conscientes; el genio lego no existe. Segundo, porque el "anti-intelectualismo como estrategia punk en el marco del mundo literario" no tiene absolutamente nada que ver con "el anti-intelectualismo de la calle", si es que tal cosa existe. Hernán ha intelectualizado lo que él considera "cultura popular de veras", de la misma manera que Kiko ha intelectualizado a su modo la tradición de las tribus urbanas, aunque ambos crean, o digan creer, que lo que hacen es "espontáneo y anti-académico". Más academicismo hay en una sesión de dj de Kiko que en muchas clases de la universidad, y lo digo en el buen sentido: ojalá la universidad pudiera articular sus saberes de manera tan sistemática como está articulado el "saber sobre música" en RockDeLux o en Go!Magazine.

Por tanto, la cuestión que tú planteas sólo podrá diferenciarse o confrontarse a lo largo de la historia y en relación con algunas modificaciones de percepción. En la estética afterpop los referentes de la cultura de consumo, en sus distintos estratos, han adquirido el rango de "referentes con sentido", lo cual es completamente distinto de lo que ocurría en la época del pop art, en que esos o parecidos referentes eran abordados más bien como "síntomas", como "cuerpos del delito capitalista" o como bibelots. Por ahora esa premisa ha unificado, a grandes rasgos, las distintas "evaluaciones del sentido del pop" que se dan en sus autores. Pongo un ejemplo análogo: en el contexto del surrealismo todos los autores -todos- consideraban "el inconsciente" como el "referente significativo", y habían desvalorizado la realidad tangible. En ese contexto hubiera sido inexacto, y quizá injusto, postular una distinción estética entre "autores del inconsciente freudiano" y "autores del inconsciente junguiano". Uno podría decir que Dalí es más freudiano porque trabaja con lo pulsional y lo sexual, mientras que Max Ernst resulta ser más junguiano porque trabaja con los mitos y las premoniciones. Pero esa distinción sólo tiene sentido si se elabora retrospectivamente, y como matiz dentro de un fenómeno estético más o menos unificado.

No me tome por un quisquilloso, mon dieu, ¿pero cómo explicar que en el mismo grupo de autores fascinados por el blog como herramienta periodística de primer orden —salvo alguna que otra excepción gloriosa con contenidos originales—, buena parte de sus bitácoras no sean más que un copy&paste de artículos impresos o ejercicio de autopromoción? Resulta un tanto… ¿cínico? (glup), ¿no…?

No sé exactamente a qué blogs te refieres, pero en cualquier caso parece claro que este debate, si lo hay, debería plantearse con ejemplos concretos. En general también me llama la atención la "deriva autopromocional" de algunos blogs, pero sin duda eso me pasa por viejuno y por no haber entendido bien a qué se juega. Lo que define al bloguero es su decisión de asimilar las funciones y autoridades que hasta hace poco correspondían al periodista, incluyendo el crítico cultural (que informa sobre productos de todas las áreas creativas), el polemista (contra todo y contra todos), el responsable de la sección de cartas al director (organizando los posts) e incluso el ombudsman. Me figuro que la última de esas funciones era la de "responsable del departamento de publicidad". Pero claro, si hablamos de un ámbito de "externalización total del sujeto como dispositivo en el ámbito del consumo", pues ahí tiene poco sentido diferenciar entre "expresiones humildes" (reseñar una película) y "expresiones inmodestas" (promocionar la propia obra). Temo que tu pregunta conlleva una "exigencia de modestia" que en ese contexto resulta insostenible, pero así estamos todos ante los nuevos medios: les pedimos cosas que corresponden a otra época, e invocamos valores en los que quisiéramos creer. O sea que no sólo somos tú o yo, sino que una fase de la comprensión y adaptación a los nuevos medios es una demanda viejuna de "sentido y moralidad" tradicionales.

Y usted, ¿qué blogs sigue?

Últimamente me he aficionado a algunos blogs sobre feminismo, como por ejemplo el de María Llopis, el pornoterrorismo o ptqkblogzine.

Sé que le apasionan los cuestionarios difíciles, así que esta vez le voy a dejar en manos de Sartre: ¿Qué, por qué y para quién escribir?

Para quienquiera que quiera echarse unas risas.

Javier Calvo, en Esquire (noviembre de 2008): «La desventaja [de las generaciones] es el Cansancio de la Repetición». Añádase a esto que asistimos a una suerte de segunda oleada de escritores mutantes. ¿Cuánta vida le queda al grupo? (Para que no crea que soy un enemigo acérrimo: alguna que otra vez comenté que el riesgo de llevar a cabo una literatura comprometida con una época cuyas tendencias están en continuo devenir —algo muy loable en el código deontológico del escritor, por cierto— no es otro que el de la desaparición fugaz, del mismo modo que una publicidad brillante deja de ser efectiva a las pocas semanas de su emisión).

Bueno, como tú sabes toda esta historia no la concibo como "un grupo", sino como una serie de encuentros, intercambios y proyectos entre gente de distintos ámbitos creativos. En la difusión de todo ello hay que diferenciar entre dos instancias que información, que han producido discursos distintos. A los que trabajamos en ensayo nos interesa, sobre todo la estética. En cambio, a los que trabajan en periodismo cultural, aunque también manejan criterios de estética y de otras disciplinas, les concierne, sobre todo, la sociología de la cultura. Esto explica que en el traslado de un ámbito a otro a veces haya espectros que queden "lost in translation". Términos de estética tales como la "pangea" de Vicente, la "postpoética de Agustín o los míos propios, cuando se enuncian en textos de periodismo cultural, se han reformateado a veces como si definieran un grupo de narradores unificado por criterios generacionales. Mi visión de la historia no es generacional, no es exclusivamente novelística y no está fundada en afectos personales, que son cosa privada, sino en afinidades creativas, que las puedo sentir igual con un artista que con un narrador, igual con alguien nacido en el 75 que con alguien nacido en el 57.

Se le ve muy cómodo, y con una impronta reconocible desde varias millas a la redonda, en la escritura de ficción: ¿para cuándo una novela o una nueva colección de relatos de Fernández Porta®?

Tengo terminado un libro de relatos, un bestiario, del que he ido publicando algunos adelantos en revistas y en antologías, alguna de ellas en traducción inglesa. Se trata de un bestiario, y desarrolla algunos temas que salen en el ensayo sobre UrPop, aunque en este caso se trata más de "lo animal" que de "lo primitivo". Lo publicaré más adelante.



[1] «Si examinamos lo que ha sucedido en Francia cada medio siglo desde el siglo XI, no podremos dejar de notar que, al final de cada uno de estos períodos, se ha producido una doble revolución en el estado de la sociedad. El noble ha bajado en la escala social y el plebeyo ha subido. Uno desciende cuando el otro asciende. Cada medio siglo están más cerca, y pronto van a encontrarse.»

jueves, 27 de noviembre de 2008

Zapping (fragmento)

Raziel Johnes sorbe ruidosamente su batido de chocolate hasta que el aire atora la caña y luego se levanta sin dar explicaciones a su hermano en dirección a los escusados, pero cuando llega a la puerta de estos cae en la cuenta de haberse olvidado los kleenex encima de la mesa, así que vuelve sobre sus pasos y, fíjate tú por dónde, encuentra a Mike Johnes con el teléfono pegado a la oreja. Con cautela, Raziel se acerca por detrás y pone su mano encima del hombro de Mike, que se encoge en su asiento y cierra la tapa del celular apresuradamente.

—Lo has vuelto a hacer —dice Raziel.

—¿Lo he vuelto a hacer qué? —señala su hermano, a la defensiva.

—Has llamado a Marilyn con número oculto y luego has colgado. Llevas meses haciéndolo.

Mike advierte que el tono de su hermano menor no es de reproche, sino más bien inquiriendo el por qué de su conducta asustadiza, de modo que Mike hace un gesto al camarero para que ponga más café en su taza y sienta a Raziel sobre sus rodillas.

—Escúchame bien, tío. En primer lugar, a papá y a mamá no le digas nada de esto, ¿me sigues?

—Papá y mamá saben de sobra a quién llamas. Recuerda que son ellos quienes pagan las facturas.

Suspira; sorbe la taza de café. Mike da una rápida ojeada a través del escaparate del Diner: Almacenes industriales en obras, una valla metálica que no protege nada más que tierra baldía al otro lado de la calle, y Speedy, el mendigante pajarillo azul del distrito 19, empujando displicente el carro que contiene todas sus pertenencias. Asco de ciudad, piensa.

El día es gris en Boro Boro.

—Papá y mamá no saben que Marilyn cambió el número antes de dejarme porque le salía demasiado caro llamar a la compañía de teléfonos de su nuevo novio —le constesta Mike.

—Sí lo saben. Lo primero que hicieron cuando les llegó la última factura y vieron llamadas de dos o cuatro segundos fue lo que tú acabas de hacer.

—¿Llamar en oculto?

Raziel cabecea.

Asediado por la vergüenza ajena, Mike empieza a frotase las sienes como si quisiera aplastarse a sí mismo el cráneo al tiempo que lanza una mirada de reojo al reloj del teléfono móvil —olvidó el de pulsera, regalo de algún pariente, en los vestuarios del gimnasio—; y continúa:

—¿No deberías irte al colegio?

—¿Y tú a la oficina de empleo?

—No me vaciles, tío. Demasiado frustrante es no tener otra ocupación que llevar a tu hermano pequeño a clase. ¡Joder, acabaré ligando con las madres de tus compañeros!

—El profesor Harris se ha liado con una de sus alumnas —Raziel vuelve a llenarse los carillos de nata montada—. Está suspendido de empleo y sueldo, por lo que no tendremos clase hasta que encuentren un sustituto.

Ahora Mike está atrapado. Digamos, casi se siente en la obligación de explicar a Raziel por qué es tan lamentable. A fin de cuentas no pertenece al mundo adulto, por lo que —sabe— él no lo va a juzgar.

—¿Sabes, tío? Cuando yo tenía tu edad me moría de ganas por saber qué demonios era eso de hacer el amor. Lo había oído en mil sitios y en clase no se hablaba de otra cosa. Ya sabes, revistas porno por aquí y por allá, hipérboles sobre la distancia a la eyaculábamos, etcétera. Hasta que algunos años después llegó Marilyn, y entonces me convertí en el primero de mi promoción en descubrirlo. Fue estupendo, ¿sabes? Pero solo hasta que eres consciente de que, una vez dentro del mercado sexual ya no hay forma de salir de él.

Apéndices

(Más sobre Breve Historia Contemporánea del Sexo Masculino y su Imparable Debacle & La Esquizofrenia de la Experiencia) 

El horror a la relación unilateral: 

«¿Cómo pueden perseguirse objetivos a largo plazo en una sociedad a corto plazo? ¿Cómo sostener relaciones sociales duraderas? ¿Cómo puede un ser humano desarrollar un relato de su identidad e historia vital en una sociedad compuesta de episodios y fragmentos? Las condiciones de la nueva economía se alimentan de una experiencia que va a la deriva en el tiempo, de un lugar a otro, de un empleo a otro. (…) El capitalismo de corto plazo amenaza con corroer aquellos aspectos de la personalidad que unen a los seres humanos entre sí y brindan a cada uno de ellos la sensación de tener un yo sostenible.» 

R. Sennet, La corrosión del carácter 

La infinitud de posibilidades de acción circunscrita a la topografía urbana:   

«Me lo decía mi padre antes de que abandonáramos la provincia: en Madrid, un hombre puede ser lo que quiera, lo que quiera.» 

J.J. Millás, Los objetos nos llaman 

Y la deriva rosa del capital (!): 

«Vivimos, o al menos eso se nos dice a menudo, en una era postfeminista. Las mujeres jóvenes no muestran gran interés por un feminismo que, a su juicio, habla de luchas que ya han concluido con éxito y que cayeron en el olvido hace años. tanto en las regiones ricas del planeta como en las pobres, las mujeres han terminado por incorporarse a los aparatos de la economía estatal y transnacional, y cada vez se valora más la imagen tópica de la «mujer» con sus supuestas cualidades específicas. Asistimos a un proyecto desradicalización: la cooptación del discurso feminista por parte del capital.» 

Erica Burman, La fragilización de las relaciones sociales 

martes, 25 de noviembre de 2008

Breve Historia Contemporánea del Sexo Masculino y su Imparable Debacle

(Ice HavenSuperegoEl animal moribundo)

Al igual que sucediera con las narraciones citadas en la triada Burroughs-Sedaris-Quenau, Charles, personaje de Ice Haven (novela gráfica de Daniel Clowes), merece ser considerado como uno de esos «bebés que piensan como genios en un mundo de adultos que actúan como críos» (Fdez. Porta en Homo Sampler). El monólogo que Charles cuenta a su amiguito George en las páginas 38-39 no deja de ser otro conato más por escapar a la debacle del sexo (débil) masculino, en continua tensión. Heredero de Schopenhauer y profundamente desencantado con el orden natural, el personaje de Daniel Clowes inicia una busca y captura de argumentos para escapar del yugo que constituye el mercado sexual.


Así, mientras Charles, con toda la lógica a su alcance, afirma:

«No permitiré que me ocurra, George… No hay que dejar que el deseo sexual te controle la vida. El deseo es la forma que tiene la naturaleza de propagar la especie a costa del individuo. ¿Y de qué sirve una especie de individuos frustrados?»

el pensador alemán, en El mundo como voluntad y representación, dice:

«…las partes genitales son el punto de incandescencia de la voluntad, es decir la otra faz del mundo, el mundo como representación. En las primeras radica el principio que conserva la vida asegurándole una existencia infinita en el tiempo […] el apetito sexual tiene un carácter tan diferente de todos los demás, pues no sólo es el más fuerte sino que su fuerza es de naturaleza específicamente más enérgica; está siempre supuesto como necesario e inevitable y no es como otros deseos, cuestión de gusto o de capricho; es la esencia misma del hombre».

Y mientras Charles sostiene que:

«Cuando crezca no tendré que casarme. Habrá gafas de realidad virtual que satisfarán mis necesidades sexuales y quién sabe qué más. Cuando nuestro ADN se dé cuenta de que no puede fiarse de las necesidades programadas para perpetuar la especie, se rendirá derrotado, y el deseo sexual irá desapareciendo como la polio o la viruela. […] ¡Hay que rechazar el instinto y el deseo! ¡Abrazar la tecnología y la belleza de la conciencia humana individual!»

…y Amélie Nothomb configura en Diario de golondrina la fantasía última del personaje de Ice Haven…:

«Hacía meses que nada, ni siquiera a solas. Por más que me devanara los sesos, por más que imaginara lo inimaginable, nada, de verdad, ninguna posibilidad me atraía. Las literaturas más estrafalarias dedicadas a lo que ocurre de cintura para abajo me dejaban frío como el mármol. Con las películas pornográficas me daba la risa.»

…Terry Eagleton, en El sentido de la vida, le recordaría a Charles la trampa en la que acaba de caer:

«Supongamos que lo conectaran a usted a una máquina (parecida al superordenador de la película Matrix) que le permitiera experimentar virtualmente una felicidad completa e ininterrumpida. ¿No rechazarían la mayoría de personas esa tentadora dicha por su irrealidad?)»

Así que finalmente, claro, cuando Charles sale al mundo y se encuentra vis a vis con su encantadora hermanastra, de nuevo sufre un acceso de anhelo e histrionismo. Ya saben, otra vez Gorz y la imposibilidad para «explicar filosóficamente por qué se ama»: O por qué las pulsiones freudianas, aun a pesar de haberse desmoronado como vitales, siguen siendo de gran importancia para el capitalismo que nos espera y sus engendros mutantes:

«Todas estas funciones inútiles —el sexo, el pensamiento, la muerte— serán rediseñadas, rediseñadas como actividades recreativas. Y los seres humanos, en adelante inútiles, podrán ser preservados como una especie de “atracción” ontológica. Esto podría ser otro aspecto de lo que Hegel ha llamado “la vida en movimiento de lo que está muerto”. La muerte, que una vez fue una función vital, se podría convertir en un lujo, una diversión.»


Jean Baudrillard, La ilusión vital


*

Particularmente interesante me parece la primera mitad de Superego (obra teatral de Miguel Espigado), en la que el protagonista es abandonado por una novia a la que imaginamos con un polifacético atractivo. Será este acontecimiento —la devolución de Superego al mercado sexual—, el que desencadene una road movie psicológica en donde el agónico protagonista tiene que lidiar con personajes moralmente inferiores a la casta de su ex novia. Así las cosas, Superego sostiene en un patético esplendor: «Voy a llegar a Madrid y me voy a liar con la tía más imbécil que se me cruce por delante», a lo que sigue la tentación de su vieja amiga Ana, descrita por Superego como «Una tía excepcional… menudo coco que tenía. No sé, supongo que no era lo suficientemente sexy, y parecía tan vulnerable…»; y un COOL GAY, que le conduce a la duda de su condición sexual («¿Y si probara con un hombre?»), entroncando con lo que Freud llamó invertidos ocasionales: «o sea, que bajo determinadas condiciones exteriores—de las cuales ocupan el primer lugar la carencia de objeto sexual normal y la imitación—pueden adoptar como objeto sexual una persona de su mismo sexo y hallar satisfacción en el acto sexual con ella realizado.» La baja estofa de VIEJA AMIGA y COOL GAY en relación a ELLA es representada por Espigado mediante una serie de ardides para conquistar al protagonista. Seguirá entonces la reclusión interior de Superego y la especulación de un mundo feliz —de nuevo, Eagleton desmantelaría la ficción al recordar la condición social del animal humano— y la caída definitiva en su trato con MENDIGO, en quien Superego puede entrever su propio futuro: «MENDIGO: Ah… a mí me pasó lo mismo. Eso te cambia la vida.»

*

El personaje de Espigado ilustra el gran trauma de la masculinidad contemporánea como devolución al mercado sexual y lo que ello significa: vigilancia continua en forma de coacción social tácita (el Gran Hermano —el Superego— vigila) y, cómo no, miedo al fracaso. Philip Roth, en El animal Moribundo, explica los celos del siguiente modo.

«Pero los celos, claro, son la trampilla que da acceso al contrato. Los hombres responden a los celos diciendo: «Nadie más la tendrá. La tendré yo… me casaré con ella. La cautivaré de ese modo. Mediante la convención». El matrimonio cura los celos. Por eso lo eligen tantos hombres. Porque no están seguros de esa otra persona, le hacen firmar el contrato: No haré, etcétera

En Roth asistimos a la conducta de doble rasero en el sexo masculino, que para no enfrentarse a esa vigilancia constante recurre a la monogamia como medio de escape, planteándola como si de un ejercicio burocrático se tratara:

«¿Por qué tienen que dormir en la misma cama una noche tras otra? ¿Por qué tienen que hablarse por teléfono cinco veces al día? ¿Por qué han de estar siempre juntos? La deferencia forzada es ciertamente infantil. Una deferencia contra natura.»

Frente a la liberación sexual, pues, puro bolchevismo emocional.

*

A estas alturas del texto (o del blog) ustedes estarán poniendo en tela de juicio mi tendencia a relacionarlo todo con el sexo y el capitalismo. Con el capitalismo y el sexo. Pero recuerden: a la primera parte de la célebre pregunta sartreana —qué, por qué y para quién escribir—, hoy, hay una respuesta más que contundente.

Así que compren y follen.

Follen y compren.

Es lo único que les queda.

sábado, 22 de noviembre de 2008

La esquizofrenia de la experiencia: ¿Qué hacer después de la orgía?

(Publicado en Soitu.es)

¿Qué relación guardan el acto de consumo, cierto sector de la narrativa contemporánea española y la liberación sexual? La esquizofrenia de la experiencia, vaya: la angustia producida por el deseo de tomar parte en el máximo de estilos de vida como sea posible. El horror hacia la relación unilateral.

De Óscar Gual a Fernández Mallo. De Peio H. Riaño a Mercedes Cebrián. De Manuel Vilas a Juan Manuel Gil. La narrativa contemporánea española participa de la misma esquizofrenia de la experiencia que caracteriza el capitalismo de ficción, empeñado como está en «la importancia teatral de las personas» (Vicente Verdú). Es decir, mientras que a través de las Trade Marks, el consumidor está en disposición plena de acceder a la «autenticidad inauténtica» —término de Joshua Glenn que Fernández Porta trae a colación en su reciente Homo Sampler—, por la cual cambiar el way of life se hace tan sencillo como cambiar de restaurante de comida étnica o patrón de camisa; el narrador mutante —a caballo entre el relato y la novela— decide arrojarse a la preparación de múltiples e inconexas piezas por breves lapsos de espacio, angustiado, cómo no, por la infinidad de posibilidades a la que el imaginario urbano lo somete. He aquí, entonces, el eslogan: Sélo todo a la vez (¡y no te olvides de pagar por ello!) O como Foster Wallace —ese sociólogo de primer orden— ilustra en La broma infinita: «le fue imposible distraerse con el teleordenador, porque era incapaz de seguir una de las películas más que unos pocos segundos. En el momento exacto en que se reconocía lo que había en un cartucho, tenía una sensación de gran ansiedad de que había algo más entretenido en otra cinta y que él se lo estaba perdiendo potencialmente.».

No deja de ser una paradoja que buena parte de los autores mentados —salvo en la excepción Vilas, en donde el significado ideológico circunscrito a su obra descansa en un amable limbo que ha dado como resultado horas y horas de debates: La eterna pregunta, «¿es el zaragozano un integrado, o no?»— y otros tantos pertenecientes a la misma generación, empleen el Fragmento como arma combativa contra la sociedad de consumo; i.e, el proyecto de corte crítico y político Odio Barcelona, el libro misceláneo El malestar al alcance de todos, de Mercedes Cebrián (véanse también sus columnas Consumidora Pro Nobis en Público); o la suerte de alegato contra la alienación en las grandes ciudades contemporáneas que supone Circular 07 (Vicente Luis Mora). En términos ideológicos, el Fragmento —o la incapacidad para escribir largo— responde a esa idea que Beigbeder, con su peculiar estilo aforístico, anuncia en una entrevista para Página 2: «Vivimos en plena época de Zapping, de instantaneidad, y hoy en día muy pocas cosas duran mucho tiempo»; y entronca con todo lo bueno o malo que pueda desprenderse del liberalismo económico y su deriva sexual. Y de nuevo, Foster Wallace; en su relato “El neón de siempre” (Extinción), el protagonista admite la apatía que le causa el hecho de acumular relaciones sexuales casi como si de un acto reflejo se tratara.

Como corolario, qué mejor que recabar en las palabras que Baudrillard dedica en América a esta esquizofrenia de la experiencia: «En el corazón de la riqueza y la liberación, siempre se plantea la misma pregunta: “What are you doing after the orgy?” ¿Qué hacer cuando todo está disponible, el sexo, las flores, los estereotipos de la vida y la muerte? Este es el problema de América y, a través suyo, del mundo entero.» Chapeau, Jean.  

Circular 07: Doble dosis de cinicismo

Mientras escribo un artículo sobre la esquizofrenia de la experiencia (más o menos lo mismo del post anterior, pero con algún que otro matiz más) en la narrativa contemporánea española, se me ocurre que Circular 07 es un libro doblemente cínico: en primer instancia, por el carácter crítico hacia el liberalismo y la lógica del consumo a partir de un recurso tan inherente al capitalismo de ficción (sigo a Verdú) como es el Fragmento; en segundo lugar, por aspirar a ser ejercicio de literatura proyectiva llevando el dedo acusador hacia la deriva alienante de la ciudad (ya saben la cantinela: topografía indiscutible de la modernidad literaria desde el 19...) en el siglo 21. Lo cual no quita que Circular 07 siga siendo un libro cojonudo, claro. Próximamente más datos al respecto. 

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Baudrillard-Piglia/ Stravinski-Foster Wallace

Jean Baudrillard, en América

En New York, el torbellino de la ciudad es tan grande, y tanta la fuerza centrífuga, que resulta sobrehumano pensar en vivir en pareja, compartir la vida de alguien. Únicamente las tribus, las pandillas, las mafias, las sociedad iniciáticas o perversas y determinadas complicidades, pueden sobrevivir, pero no las parejas. Es lo contrario del Arca, en la que los animales eran embarcados de dos en dos para salvar la especie del diluvio. Aquí, en esta Arca fabulosa, cada uno embarca solo, y solo tiene que encontrar, cada noche, los últimos supervivientes para el último party. 

Así, de vueltas con el liberalismo sexual y la esquizofrenia causada por la sobreexposición en la ciudad a cualquier way of life habido y por haber mediante el rito del consumo, regreso sobre el Fragmento —o la imposibilidad de escribir largo— como colapso de posibilidades de escritura. En Nombre falso, Piglia subraya: «Por otro lado comprobé que escribir por encargo, a partir de ciertas reglas fijas, produce una paradójica sensación de libertad. Stravinski afirmaba que las restricciones y los límites eran la condición que necesitaba su música. “De lo contrario (decía) en cuanto me siento a componer me encuentro abrumado por las infinitas posibilidades”.» Por su parte,  David Foster Wallace, ese sociólogo de primer orden, camufla la misma idea en Infinite Jest

Pero le fue imposible distraerse con el teleordenador, porque era incapaz de seguir una de las películas más que unos pocos segundos. En el momento exacto en que se reconocía lo que había en un cartucho, tenía una sensación de gran ansiedad de que había algo más entretenido en otra cinta y que él se lo estaba perdiendo potencialmente. 

martes, 18 de noviembre de 2008

Hallucinating Cocaine : Epílogo Post-Mortem[1]:

Imaginémonos a esos niños bien seducidos por la estética del mal (!) en ese espacio ni dentro ni fuera de la polis Capitalista® que es el Hip Hop Mainstream angloparlante: Philip LaRoca, Quincey Losada y Mustafá Berlín., afanados en el pan suyo de cada día noche, esto es en una angosta habitación del hood Triple Crown a.k.a El (auténtico & genuino) suburb de Madrid, y justo cuando los padres de LaRoca toman el bus nocturno para ir a trabajar en ¿…?, fumar cigarrillos de la risa —uno tras otro— mientras zapean el televisor entre videoclips que emite el canal teutón Viva™ y algún que otro film de culto europeo, encorvar la columna vertebral hacia izquierda o derecha cuando la comunión entre F_f_ 2008® en Pl_yst_t__n 3® & las manos & el mando acaece, y las conversaciones salpicadas de jerga Wassup, ngr, with yours, eh!? Entonces, decimos, en la calle, los neumáticos de un BMW™ Serie 1 se adhieren al asfalto sonando como locomotora de tren de tercera división a mediana escala. (Y los faros, rompiendo la niebla en una noche de invierno.) Uno de los tres, da igual, asoma su «body» por la ventana para contemplar cómo el gran Khamal Jaimie de la Hoya Alí les hace aspavientos desde la calle, sentado aún en el BMW™ Serie 1 de asientos de cuero blanco, con un pie en el asfalto húmedo, e insta a los muchachos de la Estética del mal a abandonar sus «juegos de niños». (fundido en negro) —A menudo… ¡j****!, es que no quiero que pienses que me he convertido en… en un radical por lo que voy a decirte, ¿okey? Pero entiéndeme. Mira ahí fuera: cajeros automáticos quemados, vallas publicitarias corrompidas por graffitis, estrellas de M_rc_d_s B_nz™ arrancadas de cuajo… ¿se puede saber quién nos defiende a nosotros? No me digas que a ti no te pasa por la cabeza. Cuando cambias de atmósfera, es casi… es algo así como si fuésemos un espectro minoritario, sin derechos, dentro de la sociedad que alimentamos, ¿no? O sea… ¿No has pensado nunca en lo divertido que sería armarnos con bates de béisbol y dar una buena paliza a todos esos cerdos hijos de p*** que queman los bancos, una noche, en cualquier parte del barrio de […]? Y entonces, ¡zas!, toma costilla rota, ¡c*****! ¿Oíste lo que dijo Sjöblom, no?, ¿eh, lo oíste? Esos «primates avanzados» nunca posan sus labios en nuestros capuchinos ice-cream de muerte. No aguantan la presión de lo delicado […] Hazme un favor, tío: abre la guantera ahí. (fundido en negro) Al cabo del día Isaías N. Lerroux[2] pronuncia el nombre de Clarice 391 veces. // Al cabo del día, Isaías N. Lerroux pronuncia el concepto genialidad en otras tantas 149. // (Sintomatología de la genialidad (!): Paredes & Armarios empapelados con post-it conteniendo triangulaciones de teorías; ojeras; portadas de suplementos culturales fotocopiadas clavadas al corcho; disolución del sentido del humor en un discurso zigzagueante y magnético: ensayado hasta lo dañino; al margen, baterías de libros de 13 en 13 apilados en cualquier parte; desdén por el sexo —¿dialéctica de reacción?—; conducta maníaco-depresiva; horas & horas con los ojos en blanco. Todos los referentes de Isaías N. Lerroux murieron de eso.) // Isaías N. Lerroux asiste a la desaparición del café de suelo ajedrezado con Clarice: En la ducha, en cuclillas, recibe el chorro de agua caliente (el aire deriva vapor casi irrespirable, hasta que al final se echa a llorar). Sabe que pretender la excelencia no le hará mejor persona, y sin embargo, admitámoslo desde este preciso instante, se declara romántico: cree en la eternidad. (fundido en negro) […][3] porque solo Ibrahím B. sabe preparar 24/7 los döner más sabrosos & refinados —deliciosamente turcos; pura crema para el paladar— del Reino, cada miércoles al anochecer nuestro personaje dinamiza las tertulias en el N_mr_t™ de Gran Vía, en donde hay cabida para fantasmas de pensadores decimonónicos & siglo xx. // Es en la noche del jueves 13 de noviembre cuando figura entre los asistentes a la tertulia Linda Equis-Equis, la misma depedienta sexy-sexy que aplica el beso en los mofletes a Ibrahím B. al paso de este por los sensores antirrobos en cualquier L_ft__s St_r_™. Pero también la misma de la cual el becario hallucinated de Sjöblom quedó prendado lavando sus trapos sucios en público —mirando por encima de la revista _sq__r_® el trasero de la joven cuando esta se inclina a meter sus prendas en el ojo de buey de la lavadora—. Razón de más para que, para sorpresa de su colega, Ullrich Casiraggi se levante de la mesa y arroje al suelo su comida tirando del mantel; y luego se dirija, celoso, a Ibrahím B. y le encañone la Magnum en la boca hasta que este dice algo así como que: «Febo fi yo folo [glup] quefía infit[¡BUM!]» // «¿¿¡¡QUERÍAS J**** CON IBRAHÍM, TÍIIIIO!!?? ¿¡CON IBRAHÍMMM?», dice el gran Khamal Jaimie de la Hoya Alí, loco de ira tras descerrajar un tiro al estómago de Ullrich Casiraggi, y luego apuntando a la sien de su colega, que sufre una micción in situ. Y tras ella, la risa impía de Jack Kerouac, Arthur Schopenhauer, Stephan Zweig & Cia. (fundido en negro) Continuará...




[1] Contiene Breve Historia de la Negritud Contemporánea Española (Caps. iii, iv & v) + Catálogo de Muerte (Cap. iv).

[2] Eterno incomprendido en los circuitos literarios, según es posible comprobar en versillos tales como «Me he sentido tan solo / que llegué a responder el spam.», o los extractos para el fanzine The Underground Review of Books (mayo de 2005), en donde cabe subrayar:

«No me cabe la menor duda de que el principal desafío al que se enfrentan las nuevas hornadas de escritores es el exceso de teoría; cosa que en cierto modo entronca con la sobreconceptualización del arte plástico, en aras del virtuosismo tradicional. Quiero decir con esto que yo veo a los chicos un poco asustadizos, ¿no?: desean con todas sus energías demostrar a los maestros que también ellos pueden ser neuronas cargadas de explosivos. Armamento de calidad; auténtica buena m*****, hermano. Pese a todo —seré honesto—, no veo que tengan las p****** donde deben estar. […] No sé, pero a mí esto de la metaliteratura siempre me pareció aburridísimo —aunque ello no signifique que no haya habido autores con una producción sorprendente para mi gusto—, a lo cual, de un modo más sofisticado, seguiría la estética de la hipercita. […] En verdad yo nunca estuve de acuerdo con los escritores que teorizaban para suplementos culturales de lunes a viernes, y de sábado a domingo se afanaban en la praxis, precisamente porque estaban supeditados al concepto: Sus historias, necesariamente, habían de albergar algún tipo de significado oculto, dado que ellos siempre buscaban exégesis a cada uno de los textos revisados. Y eso, cómo no, limitaba su intuición.»

O bien:

«Hay escritores que parecen necesitar de una tercera persona para empezar a largar cosas interesantes, ¿no te has fijado? Gente que escribe libros cuyo contenido es carne de vertedero (con perdón), pero que, sin embargo, cuando tienen a un periodista delante, los tipos se crecen y dicen cosas lucidísimas, verdades como puños. Te lo juro, es alucinante. Esos tíos deberían pagar a los periodistas por estimularles la neurona. […] Me gustan las entrevistas, y creo que a la gente también le gusta saber cómo piensan sus escritores favoritos fuera de la ficción. Por eso es por lo que quiero que la gente sepa como soy gracias a mis libros, y no tanto por mis declaraciones a la prensa especializada.»

E incluso:

«Concibo esta m***** como una suerte de aproximación al sentimiento underground. Al sentimiento de la calle, ¿sabes?, pero trasvasándolo de la música a la literatura. Uno no puede negar de donde procede, y, bueno… en fin… a mí se me sigue poniendo la carne de gallina cuando escucho a Cut Killer pinchando aquello de [se lo piensa, y luego se lanza a cantar tímidamente, casi susurrando] ¡Assassin de la police! Es la leche, ¿no te parece? ¡Assassin de la police! [risas] ¿Alguna vez has f****** en uno de esos proyectos acá en el suburb oyendo a los NTM mientras el resto del mundo se parte el espinazo por mantener el Sistema? J*****, eso sí que es tocar el cielo, tío. Eso sí que sí. [Se queda pensativo durante unos segundos] ¿Sabes? Hay una frase de Jean-Marie Seca que me representa. Me representa de verdad. Era algo así como que el underground es un instrumento que servía para canalizar tensiones y frustraciones12a; y yo también me he quemado mogollón estudiando m***** académica y trabajando en cosas que me importaban […]. Y bueno, a eso añádele que cuando tienes veinte años, de lo único que puedes hablar es de adolescentes, y poco más. No vas a hablar de la crisis del matrimonio, no te j***.»

12a «Es cierto que en algunas corrientes underground se cristalizan los odios y las bajezas de una cierta juventud.» En el mismo sentido, otra cita del libro: «La ansiedad ante el paro o el sentimiento de “no encontrarse” en la escuela son otras tantas condiciones previas susceptibles de impulsar a los adolescentes de cualquier origen social a implicarse en actividades no inmediatamente remuneradas. Dee nasty, uno de los poetas del hip hop francés, y muchos de los que han contribuido a esta corriente, pasaron por el fracaso escolar o profesional, la pobreza o la droga antes de encontrar un nido y un estatus reconocido en la música.» (J-M Seca, Los músicos del underground)

[3] «[…]»: ¿No les conmueve?

Me explico: Habida cuenta de que yo soy el narrador, sería lícito sostener que estoy en disposición profesional para completar ese espacio en blanco, o al menos para discernir qué es lo que verdaderamente puede estar teniendo lugar ahí dentro —en la pequeña galaxia «[…]»—. Nada más lejos de la realidad, la observación de unos puntos suspensivos circunscritos a un par de paréntesis o corchetes es sencillamente conmovedora: uno desearía ser del tamaño de una pulga para poder irrumpir a través de esa cerradura, y conocer así los detalles subrepticios, prescindibles desde un punto de vista literario. Ay.