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jueves, 27 de octubre de 2011

¿Es Vollmann excesivamente inteligente como para hablar con justicia de la pobreza?


Es posible que no sea tan culto como desearía; de todos modos, estoy más o menos satisfecho con mi vida. Ese mendigo de delante tiene comida, sueño y una hembra, pero es analfabeto. ¿Cuánta educación «necesita»? ¿Por qué no responder «tanta como tengo yo»? ¿Por qué no incluso «tanta como me gustaría tener a mí»?
¿Y si quiere menos? Una vez rescaté a una niña de la prostitución impuesta. Le pagué un año de escuela. Escogió aprender a coser, no a leer. ¿Tendría que haberle insistido en que hiciera otra cosa? Lo último que supe de ella fue que era una mujer casada, analfabeta, económicamente independiente y no infeliz.
Si alguien posee menos que yo y es infeliz al respecto, lo llamo pobre. Si afirma ser rico pero le veo síntomas de «síndrome de declive», como dicen los manuales de medicina, más vale llamarle pobre. Cuando exista cualquier duda al respecto, ¿por qué no llamarle pobre? Lo exige la caridad.
Sin embargo, si basándome en mis percepciones de su realidad y juicio de su coherencia lógica lo llamo cuerdo (pues aquí es donde se torció la noción marxista de la falsa conciencia; fracasó en esa clase de caridad que nos exige respetar la conciencia y los juicios sobre sí mismos de los demás siempre que sea posible), y si esa persona cuerda, por mucho o poco que posea, insiste en que es rica, la caridad me exige que la crea.

William T. Vollmann, Los pobres. Trad. de Gabriel Dols Gallardo. Debate, 2011. Pp. 71-72

Vayan haciéndose la pregunta; por mi parte, trataré de dar una explicación razonable en los próximos días. 

martes, 25 de octubre de 2011

Cuando la poesía parece contingente, Ezra Pound es necesario


Guía de la Kultura
Ezra Pound
Trad. de Luis Núñez Díaz. Capitán Swing. Madrid, 2011. 368 págs.


¿En qué se parece la poesía al modo en que los bancos de nuestro capitalismo generan dinero? Pues en que los dos, como dijese Yeats en un poema, surgen de una «bocanada de aire», o sea de la nada. El chiste —por llamarlo así— es de Richard Sieburth, experto en la obra de Ezra Pound (1885-1972). Y Ezra Pound, precisamente por su jerarquía de intereses, es, justo hoy, un autor de obligado rescate o relectura. Advirtamos que aquí, en los Cantos, se encuentra el poeta comentando una burbuja inmobiliaria: «Con usura no tiene el hombre casa de buena piedra». Como destacado del modernismo y la Generación Perdida, Pound conoció en Europa la I Guerra Mundial y las consecuencias del crash, lo que le movió a una especie de cruzada personal contra banqueros y financieros y a considerar la economía como una disciplina central a la hora de comprender la historia y la actualidad —aunque sus ideas económicas hayan pasado bastante desapercibidas entre los expertos—. Para el poeta fueron los banqueros los responsables de la ruina de occidente, la civilización, la cultura y el arte (Victor Perkis). Con todo, a Pound terminarían condenándolo enunciados como éste, recogido en su ensayo «What Is Money For»: «La usura es el cáncer del mundo, el cual sólo el escapelo del fascismo puede extirpar.» Otro caso más de intelectual fascinado por la entonces vanguardia política del fascismo.
Libro aún más provocador ahora que en el momento de su publicación, en 1939, Guía de la Kultura es la correspondencia al español de Guide to Kulchur, donde, tal como se explica en la presentación, «llamarlo provocativamente Kulchur tiene su explicación filosófica y política: Pound quería referirse al concepto alemán de Cultura (Kultur) pero para diferenciarlo del tradicional que utiliza la élite (irremediablmente lastrado de connotaciones clasistas, nacionalistas y raciales), lo escribe según la pronunciación», anulando así la indicación del concepto Cultur en inglés. Hace bien, además, Capitán Swing en preparar la edición de esta Guía con el prólogo generoso del filósofo Nicolás G. Varela, pues es éste un libro inconscientemente enmarañado, cuando no opaco y a ratos impenetrable. De una parte, el texto aparece inundado de citas eruditas, cuando no de partituras o ideogramas (mención aparte merecería la atracción de Pound por la literatura china); de otra, el poeta no pudo resistirse al conocimiento enciclopédico, y con este libro aspiró a reunir lo trascendente, aquello que sobrevive al olvido. Su propuesta, aunque acabase con resultados casi más bien contrarios, era perpetrar un texto de divulgación, «tratando de suministrar al lector medio unas pocas herramientas para hacer frente a la heteróclita masa de información no digerida con que se le abruma diaria y mensualmente». Lo que es igual, Pound, como siempre ha ocurrido desde que los medios de información empezaron a plantear graves dolores de cabeza a los pensadores, se proclamaba integrante de una elite iluminadora, gesto que con el tiempo entraría cada vez más en declive.
O dicho de otro modo, un supuesto que ha ido adoptando el estatuto de verdad indiscutible es la imposibilidad de la literatura como herramienta pedagógica, asociada en el imaginario popular a épocas anteriores al siglo XX, en donde los libros servirían como medio de dominio entre las clases culturalmente privilegiadas y aquellas que no lo eran. Naturalmente, esta hipótesis —por la que el ensayo sería no más que un soporte de reflexión, apenas un perímetro conceptual, cuya lectura ha de ser siempre completada por el interlocutor— se sostiene sobre la ilusión de una democracia en donde todos sus ciudadanos comparten bagajes culturales, y sobre la devaluación del concepto intelectual como guía. Pero Pound, que a ratos sonará propagandista y descabellado, ha vuelto para recordarnos cuáles son nuestras obligaciones intelectuales en tiempos de crisis.


 (publicado en Quimera 335, octubre de 2011)

jueves, 20 de octubre de 2011

La condición pornográfica

¿Tu padre esconde números de Playboy en la parte más alta del armario? ¿Alguna vez imaginaste tu propia película XXX y te encerraste en el baño para consumarla? ¿Te gustan las señoras de la tercera edad? ¿Los cojos? ¿Los calvos? ¿Las holandesas?... ¿Vendiste fotografías de tu hermana a los compañeros de clase a cambio de fotografías de Denise Dior y el caballo?... ¿Bajaste episodios de “Bangbus” de Internet?

Pues si no lo has hecho, al menos lee este libro. No porque vayas a encontrar todo lo anterior (la verdad, ninguna de estas historias tiene que ver ni con ancianos ni calvos ni holandesas), sino porque encontrarás otros tantos personajes, y otras tantas meditaciones, y un sinnúmero de maravillosas “puestas en escena” reales y virtuales que te confirmarán que la única condición de este libro es, efectivamente, la pornografía.








Con los valiosos aportes (en orden de aparición) de:


Patricio Pron (Argentina, 1975)
Pablo Gutiérrez (España, 1978)
Gabriela Bejerman (Argentina, 1973)
Luis Hernán Castañeda (Perú, 1982)
Jorge Alfonso (Uruguay, 1976)
Andrea Jeftanovic (Chile, 1970)
Miguel Antonio Chávez (Ecuador, 1979)
Antonio J. Rodríguez (España, 1987)
Mayra Luna (México, 1974)
Giovanna Rivero (Bolivia, 1972)
Vizania Amezcua (México, 1974)
Katya Adaui Sicheri (Perú, 1977)
Solange Rodríguez Pappe (Ecuador, 1976)
Roberto Valencia (España, 1972)



Selección y prólogo de Salvador Luis
Epílogo de Tatiana Goransky



Un libro pornófilo de Editorial El Cuervo
Bolivia, 2011



ISBN 978-99954-749-9-7
240 páginas

miércoles, 5 de octubre de 2011

Terrorismo o barbarie


Está contada por un auténtico imbécil o por un cretino reprimido, pero Ejército enemigo es la mejor historia de 2011.