(Transcripción de notas sobre la enésima relectura de Literatura de izquierda en el tren MAD – GIJ)
Mi ejemplar de Literatura de izquierda comienza con grandes carcajadas anotadas a los márgenes, y concluye en sinceras ovaciones: hay que tener un gran carisma para intentar el asalto a buena parte de la literatura argentina y salir indemne de la escaramuza. Como ese otro gran y beligerante ensayo publicado en Periférica, La cena de los notables, o la propuesta de Postpoesía, Literatura de izquierda no es un libro para estar de acuerdo con él. Hay que estar muy poco cuerdo para estar de acuerdo con él, de hecho, o bien ser un nostálgico del marxismo. Ambas cosas son lo mismo. En realidad el concepto de Literatura de izquierda no tiene nada que ver con ningún asunto ideológico; sí, en cambio, político. Todo lo que aquí se diga de Literatura de izquierda, además, tiene que ver con las escasas 50 páginas que Tabarovsky dedica a reflexionar sobre este concepto de una forma más aguda: el resto de ensayos que componen esta colección son más evidentes, menos conflictivos, más correctos, ofrecen menos posibilidades para el debate, aburren más, por tanto. Pero cuando Tabarovsky habla de Literatura de izquierda es imposible estar de acuerdo con él. A cambio, da qué pensar: estos son los ensayos que hay que leer.
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Tengo la impresión de que todo el mundo, o al menos demasiada gente en España, habla bien de Tabarovsky. Pero Tabarovsky es deliberadamente provocador, luego su proyecto ha hecho aguas. Nosotros desconfiamos de casi todos sus enunciados: somos los lectores elegidos.
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Hay un instante de su ensayo, apenas en la página 22, en donde sitúa la Literatura de Izquierda en un lugar que no es el del mercado ni el de la academia: “existe, pero no es visible”, dice, y he aquí el momento en que su autor abandona la crítica literaria para iniciarse en la homilía, la propaganda o el esoterismo. ¿Qué es exactamente el escritor sin lectores?, ¿de qué va esto? No estoy diciendo aquí que la crítica no tenga sus cuotas de fe y de fanatismo, pero ya me entienden. “No se trata de cambiar un paradigma por otro, sino de derribar la idea misma de paradigma” (p. 39). En ocasiones los fanáticos de Bourdieu somos quienes más empeño ponen en distinguirse. Fatal.
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...ensayismo Lipovetsky©, pirotecnias Baudrillard, gramáticas perequianas, apocalipsis... POSTESTRUCTURAL... (…y mientras tanto, para los pobres, guarreridas espanyolas, para los ricos, sexualité, libido sciendi, ejem, française...)
Las editoriales se venden a megaholdings que aplican una política literaria basada en el éxito inmediato, los premios literarios desaparecieron o se desinflaron (pagan menos), las librerías se llenan de saldos, los escritores buscan suerte en España o donde puedan. Es descorazonador ver a los mismos escritores que apostaron al mercado, maldecir ahora su suerte al ser rechazados por las mismas editoriales que antes los publicaban (siguen escribiendo literatura de mercado para una sociedad que destruyó el mercado).
Al margen: “joooooder”.
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Las relaciones conflictivas entre críticos senior y amateur a menudo se resumen en la compasión, el desdén, la palmadita en la espalda, el reclamo de tiempo y paciencia para henchirse de la sabiduría necesaria con que afrontar la vida y sus vericuetos intelectuales, mequetrefe, le dice el primero al segundo; al revés, los jóvenes se afanan, nos afanamos, en demostrar nuestras poéticas con hechos, citas, textos, teorías, filosofías, a veces obviando esa parte para la fe que la crítica guarda en su corazoncito. Así sólo la actitud macarra, hooligan y apasionada sólo es habitual en el crítico senior que legitima ciertos cánones ya irreprochables: “¡Po' vaya mielda cuadro que me traes; sso' lo hace mi sobrino, ¿eing?” Lamento muy profundamente tal unidireccionalidad. “Ta' los huevos de tu nineteeth-century reading y tardomodernidad guerraciviloide de pastel: que ya se ha inventao' una cosa llamada Deleuze, ¿tú sabeh, pringao'?”, es más infrecuente de leer en una crítica.
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La adaptación cinematográfica de Literatura de Izquierda ya tiene un nombre: Machete. O: póngase las gafas 3D para ver la lluvia de hoooostias que cae sobre Argentina. Y pienso en ese momento del texto en que Tabarovsky está escribiendo sus cosas y de repente decide inmolarse. El libro empieza a quemar entre las manos: he releído varias veces este pasaje, como a veces recreo en mi imaginación la escena de los intestinos y el puenting de Robert Rodríguez. Hablo del episodio dedicado a los “jóvenes mediáticos”: “Mezclando la jerga del rock y la creencia ignorante de que Bob Dylan es el gran poeta norteamericano vivo [...] Jugando a recrear la lengua de la neovanguardia pop, llamando a sus libros con títulos como Historia argentina, Frivolidad o Chica fácil, rápidamente encontraron su lugar al sol, y su literatura—por algunas horas—hasta pareció desafiante y altanera [...] como ocurre con el pop, las cosas envejecen rápido. Sin embargo la buena literatura no envejece: todavía nada se ha escrito más actual que Las ilusiones perdidas, de Balzac.” En los márgenes, a lapicero: “HAHAHA HA HAHA, ¡Qué cabrón, Tabarovsky!”. Bien. En realidad creo que el actual Rodrigo Fresán piensa de forma parecida: defiende la literatura decimonónica, es un buen escritor, todo ok. También es cierto que el autor de 'El fondo del cielo', como el autor de 'Historia argentina', mejoran en mucho al Tabarovsky que escribe ficción, y a esto es a lo que yo llamo valentía y arrojo en el discurso de Tabarovsky.Pero ya hemos expresado nuestras dudas sobre si hay más ficción, acción y narrativa en Autobiografía médica o en Literatura de izquierda. Aún queda la esperanza de que sea otra Historia argentina en la que DT piense.
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Hace un tiempo trazábamos puentes que iban de Fernández Porta a Damián Tabarovsky: hoy, necesariamente, hemos de retomarlos. Ciertamente, con el primero me río más que con el segundo, sólo porque el primero escribe libros de dimensiones considerables, si bien el segundo no le anda a la zaga en hilaridad. Son humores distintos, claro. Tabarovsky dinamita el ensayo literario desde dentro de sus más rancias convicciones—empezando por desempolvar la máquina de acuñar neologismos: Literatura de izquierda—, y ninguno, ninguno de vosotros, os habéis enterado. Ninguno supisteis leerlo como merecía. Su proyecto no está ni dentro ni fuera de la polis, luego, funciona, existe según sus propios principios. Ahora Tabarovsky no es tanto un teólogo como un dios pagano. Quiero decir: éste es el mejor ensayo literario del año, éste es el peor ensayo literario del año. Y así.