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lunes, 31 de enero de 2011

Callejeros

Ciudades posibles

Eduardo Becerra (ed.)

451 Editores. Madrid, 2010. 221 págs.

La ciudad y su trama

Álex Matas Pons

Lengua de Trapo. Madrid, 2010. 334 págs.

Con la sangre despierta

Juan Manuel Villalobos (ed.)

Sexto Piso. Madrid, 2010. 162 págs.

A Tom Wolfe no le hizo ninguna gracia el posmodernismo ni sus renovaciones formales. 1989 fue el año en que Harper’s Magazine publicaba su artículo “Stalking the billion-footed beast, donde hablaba de lo que podríamos resumir como la Gran Novela Metropolitana (big realistic fictional novel), un problema al que venía dándole vueltas desde 1968, cuando vio la luz su electric Kool-Aid Acid Test, y ante el cual, y para su sorpresa o espanto, vio como nadie más parecía preocupado. En sus propias palabras: “Lo extraño era que a los jóvenes con serias ambiciones literarias ya no les interesaba la metrópolis.” Entrenado en las técnicas del new journalism, a Wolfe (que en cierta forma encarnaba el mismo debate actual en torno a la colocación de Franzen, ferviente defensor de la novela social, como nuevo icono de las letras transatlánticas), antes que la metafísica y la forma le interesaba lo tangible: el artículo de Harper’s, de hecho, puede entenderse como una historia de la literatura norteamericana narrada por el bando perdedor, el de los seguidores de los maestros decimonónicos. De más está decir que, al menos para Wolfe, el problema de la gran novela metropolitana quedaría resuelto con la aparición de su neoyorquina hoguera de las vanidades, un par de años antes de desfogarse con “Stalking the billion-footed beast”.

Algo muy familiar ocurre en España, donde en la última década la atención de nuestros narradores ha ido alejándose del espacio urbano para dirigirse hacia el espacio televisivo o digital. Sobran los ejemplos al respecto. No obstante, la aparición simultánea de tres libros tan distintos entre sí como son Ciudades posibles, La ciudad y su trama o Con la sangre despierta nos devuelve a la incógnita Wolfe. ¿Qué está ocurriendo con nuestras ciudades y con las ciudades latinoamericanas? ¿Alguna vez participamos nosotros en esa tentativa de big realistic fictional novel?

Coordinado por Eduardo Becerra, Ciudades posibles parte de un prólogo del profesor en donde establece una razonable taxonomía para entender el estado de la cuestión: modernización (París, siglo xix), espectacularización (Las Vegas, Los Ángeles) y virtualización (Second Life). Y es aquí donde empiezan los problemas. Edmundo Paz Solán, por ejemplo, dedica su capítulo a las ciudades virtuales y la literatura. En él se nos dice: “Es oficial […] El universo virtual creado por Linden Lab [Second Life] tiene ya nueve millones de habitantes […] Hace apenas dos años todo esto era impensable, pero ahora se está llegando a un punto en el que disponer de un avatar en Second Life será pronto el nuevo elemento sin el cual no podremos vivir.” Bien. Quizá cuando el texto se escribió —para el encuentro organizado por Becerra en Buenos Aires en septiembre de 2007, cuyas ponencias dieron lugar a Ciudades posibles— el entusiasmo era lógico; ahora, obviamente, no. Cuando las mesas redondas y los encuentros de escritores parecen acordar que Facebook ha desplazado al blog como espacio de interacción, muy pocos años después de las inmensas expectativas generadas, afirmaciones de este tipo se hacen, cuanto menos, descabelladas. Aparte, justifican el regreso a espacios más seguros.

Ciudades posibles plantea un recorrido completo por cuatro dimensiones de la ciudad, a saber: ciudades literarias, ciudades imaginadas, ciudades de cuento y la ciudad en imágenes. En la primera sección resulta de especial interés el texto de Belén Gauche, digamos, sobre la polis del cronotopos y moderna por excelencia. Es decir, Zurich: la ciudad de los relojes, la del paradigma (newtoniano) de la física mecánica, plagada de motivos relacionados con el tiempo y sobre los cuales muchos han sido los artistas y escritores que han querido dar cuenta de ello. Asimismo, el texto de Marcelo Cohen para Ciudades Imaginadas, “Informe sobre una ciudad sintética”, explora con un poderoso lirismo los fotogramas más reconocibles de la ciudad globalizada. No menos destacables son las “Nuevas ciudades invisibles” que propone Mauricio Montiel. Partiendo del inexcusable libro de Italo Calvino, el escritor mexicano revisa la filmografía de Los Ángeles, Shanghái, Hong Kong, México y San Francisco. Completa esta última sección del libro Jordi Costa y su inmersión en el mito de la ciudad “noir” a partir del cine y el cómic.

Galardonado con el VIII Premio de Ensayo Caja Madrid, Álex Matas Pons arroja, con académica y enciclopédica voluntad, un intenso resumen sobre los lugares comunes de la modernidad urbana y decimonónica, que transcurre desde la revisión de autores clave como Balzac, Poe o Zola a la creación de mitos metropolitanos como el París contemporáneo, el dandi, el flâneur o el detective. Cierto es que el paseo propuesto por Matas en ocasiones parece tender a diluirse en callejones sin salida o desviaciones previsibles o excesivas respecto al tema principal. Pienso en algunas glosas sobre temas muy generales de teoría e historia literaria, como el concepto de “lo ominoso”, que Freud explica a partir de “El hombre de arena”, el hecho de que Dupin inaugure una narrativa detectivesca sin acción, meramente psicológica, o la tiranía y la reconstrucción de los hábitos temporales que la industrialización trae consigo.

Sea como fuere, en La ciudad y su trama se aprecia un buen manual para entender, una vez abandonada la naturaleza tras el fin del primer romanticismo, los aspectos definitorios del traslado al entramado urbano como centro de todas las miradas literarias. Entre los aspectos de los que Matas habla están Balzac como punto final a la distinción entre “lo ‘alto’ y lo ‘bajo” (“Su gesto implica que ya no hay más un ‘estilo elevado’ reservado al tratamiento literario de ciertos temas”), las representaciones del parvenu o el chico de provincias llegado a la ciudad, o la oposición entre autores como Dickens o Disraeli a la hora de leer Londres.

Acerca de Monica Ali, escritora nacida en Bangladesh pero emigrada a Gran Bretaña, el controvertido crítico James Wood afirmaba que parte de la renovación en la literatura británica y norteamericana de los últimos años ha sido llevada a cabo por una “inevitable guionización […] (ficción cubano-americana, puertorriqueña-americana, asiático-americana, etcétera)” (The irresponsible self). Para la tradición hispánica, cuyos movimientos editoriales y migratorios continúan perpetrando cierta situación colonial entre Latinoamérica y España (es decir que el choque cultural y lingüístico en las literaturas resultantes de tales movimientos es sólo moderado), resulta más difícil hallar este tipo de hibridaciones. De ahí el interés crucial que despierta Con la sangre despierta, volumen editado por el escritor Juan Manuel Villalobos en donde once autores latinoamericanos narran su periplo en distintas ciudades.

El resultado de estas crónicas no es sino un sugerente cruce entre el texto autobiográfico —no olvidemos que la apreciación de cierta literatura sobre el multiculturalismo exige requisitos en la biografía del autor empírico—, la crónica de viajes y la representación de la metrópolis. En este sentido llama la atención los distintos senderos interpretativos que ofrecen las crónicas, en función del tipo de destino elegido, hispanohablante o no. Como exponente del primer caso hallamos a Santiago Rocangliolo, que narra su aterrizaje en Madrid hace ya diez años e ilustra el periplo de precariedad y caos burocrático del escritor que migra de Hispanoamérica a España (por lo demás, la precariedad será un distintivo colectivo en todos los textos). En lo que concierne a la migración hacia países no hispanohablantes destacan las crónicas del genial Guillermo Fadanelli a Berlín —ahí queda la conciencia de arrepentimiento y temor característica de cualquier viaje y el viajero engañado y humillado en su destino—, o aquel Ricardo Sumalavia y sus penurias como profesor en Seúl. Con la sangre despierta es un libro necesario.

(publicado en Quimera 324, noviembre de 2010)

jueves, 20 de enero de 2011

My so called Eutopia

(Home-Wallraff-Levé: tres visiones sobre Fort Europa y el problema de la ética en el lector)



1. La lectura y traducción de Memphis Underground me ha ocupado buena parte de los dos últimos meses. Obviamente, la disección y relación obsesiva con un texto como el de Home —una forma de leer, por lo demás, desconocida para mí hasta la fecha— tiene consecuencias inevitables. Quizá la más inesperada de todas sea el giro radical que para mí ha supuesto el interés hacia la literatura política. De un modo u otro, Home es un escritor extremadamente político: lúcido pero político, atractivo pero político, macarra pero político, inteligente pero político. SH es un puto genio, y MU quizá sea la mejor novela política que he leído hasta la fecha. Precisamente ayer, en su blog de El Boomeran(g), Patricio Pron arrojaba una observación sobre el panorama local en la que coincido por completo: «Quizás pueda trazarse realmente una divisoria en la novelística española reciente entre un cierto grupo de obras interesadas por el pasado histórico y explícitamente políticas pero escasa o nada innovadoras y otro grupo de obras pretendidamente innovadoras pero desinteresadas por el pasado histórico y explícitamente apolíticas.» Al margen de que a estas alturas el adjetivo «innovador» suene a incómoda burla, lo cierto es que la narrativa política española reciente no ha conseguido interesarme demasiado. Por no decir jamás, ni un solo título. Esto es un problema de dimensiones bastante groseras. Y el cincuenta por ciento de la responsabilidad reside en que la literatura política española se inclina a abordar el «pasado histórico», y en que nadie en su sano juicio demuestra interés por el presente político. Ni qué decir tiene si se trata de escribir una novela.


2. En estos dos últimos meses creo que he terminado de aclarar mis desencuentros con la narrativa política española. La solución pasó por Günter Wallraff, el egomaniático periodista autor de Cabeza de turco y Con los perdedores del mejor de los mundos. Wallraff, cuyo tema siempre fueron los losers —auténticos— de Alemania, me hizo pensar que casi toda la gente que conozco atraída por la política tiene la mirada puesta al otro lado del charco, o a este lado de la aduana, cuando quizá sería inteligente atender a lo que ocurre en Fort Europa. Wallraff habla de una Europa cuya (no-)identidad difiere del contexto español; desde Alemania, Wallraff expone un continente que en los últimos años ha entendido razonable la emergencia de la extrema derecha y los desencuentros ideológicos, identitarios y culturales frente a los núcleos de inmigrantes extracomunitarios. Ahí quedan Fortuyn, Dewinter, Bossi, Wilders, Le Pen, Haider o Kjaersgaard, figuras políticas impensables en el marco político español actual, pero quién sabe dentro de algún tiempo. Wallraff, como Home, habla de las fisuras del Welfare, del desastre europeo y el peldaño social que solapa la miseria de los nativos continentales que gozan de las peores condiciones posibles con la miseria de los nuevos residentes. La paradoja de leer a Wallraff desde España es que hace creer en un hipotético retraso con respecto a la involución social que puede avecinarse. Dicho de otro modo, Peter H. Merkl señala en Right-wing extremism in the twenty-first century (disponible en Google Books) que «los problemas británicos con la xenofobia y la violencia de extrema derecha tiene sus equivalentes en todo el continente, de Antwerp a Viena». Supongo que no es del todo cierta la afirmación, al menos aquí, y por ahora.


3. A todos los que mostráis gran preocupación por los conflictos de poder en el campo literario, Wallraff os devuelve al kindergarten. Cretinos. Lo que en realidad quise decir con esta frase es que para cualquier interesado en la literatura actual, enfrentarse a Wallraff debería pulverizar, minimizar, disuadir y establecer jerarquías, al menos momentáneamente, en lo que respecta al equilibrio del texto entre su dimensión social y estética. Esto estuvo bien claro para mí hasta toparme con Suicidio, de Édouard Levé. Al igual que mi interpretación de Wallace, la lectura de Suicidio está supeditada a la biografía, lo cual no altera demasiado el orden de las cosas. Leí Suicidio como retrato fulminante de la anhedonia y la depresión, esos desórdenes tan mid-class. Abandoné Suicidio en el primer tercio. Demasiado fatigante, excesivamente desmotivador. Abismal. Yuxtaponer la lectura de Wallraff con la de Levé trae consigo un problema ético irresoluble: ¿cómo no incluir al acomodado pero deprimido protagonista de Suicidio en la categoría de los perdedores del mejor de los mundos?, ¿del lado de quién mostrarse solidario?, ¿dónde operar?, ¿cuál de los dos testimonios exige una respuesta más urgente? ¿Qué hacer con la ética del lector? ¿Existe? ¿Merece existir?