«La crisis actual y su gestión toca el último tabú de las democracias ilustradas, según se definen éstas a sí mismas. Ese tabú es la propia democracia (…) ¿Es posible que la democracia, tal y como aprendimos a conocerla ardua e insuficientemente después de 1945 y tal y como estamos acostumbrados a ella, no pueda funcionar a nivel supranacional? ¿Que, por el contrario, en lugar de proporcionarnos la solución que esperamos con impotencia creciente, constituya ella misma el problema? (…) Es un hecho que todos los que se han asociado en la UE son países democráticos; pero no lo es menos que al hacerlo han perdido, o incluso entregado deliberadamente, algunos estándares democráticos que se habían alcanzado en los Estados nacionales (…) El Tratado de Lisboa ha aportado mejoras con respecto al de Maastricth, pero los retrocesos y déficits político-democráticos no sólo no se han eliminado por completo, sino que algunos de ellos están francamente esculpido en piedra»
ROBERT MENASSE citado por H.M. Enzensberger en El gentil monstruo de Bruselas o Europa bajo tutela.
En el libro de docuficciones de Harold Jaffe titulado 15 Serial Killers, el genocida y Nobel de la Paz Henry Kissinger (1923) aparecía retratado como un personaje asqueroso y pusilánime. Alguien que sufrió las burlas de sus compañeros en Harvard. Un judío que huyó de la persecución nazi junto a su familia en 1938, de temperamento ordinario y afectado por un nada disimulado complejo de superioridad, pero también un playboy. Un playboy y un monstruo político cuya libido sólo parecía estimularse gracias a actividades del tipo bombardear Camboya, liquidar a Allende, asolar Timor Oriental y contribuir al golpe de Chipre. Un rústico capaz de sermonear a Duchamp sobre asuntos de arte, mientras éste se cachondeaba de él silencio. La clase de persona que ha sobrevivido al siglo XXI indemne, recogiendo cientos de miles de dólares por conferencias estúpidas. “Un asesino en serie de proporciones hitlerianas”, decía un personaje de Jaffe. Y justo ahora, el político acaba de publicar en España un grueso volumen titulado China (Debate). Sin perder de vista la postura de Jaffe, China y Kissinger en una misma portada constituyen un acontecimiento editorial en toda regla.
Ernest Lavisse enunciaba a comienzos del siglo XX que «La facultad de conducir la Historia no es una propiedad perpetua», e intuía que «Europa, que la heredó de Asia hace tres milenios, quizá no la conserve para siempre.» Los acontecimientos políticos que vienen sucediéndose desde el siglo pasado parecen apuntar hacia ese ocaso occidental materializado en una serie de intercambios del dominio mundial que coinciden con la rotación de la Tierra: del imperio británico a Estados Unidos —tras décadas de litigio con el socialismo soviético—, siendo ahora China una de las más firmes candidatas a recoger el testigo. En su Reivindicación de la política, el europeísta Javier Solana descartaba el concepto “fin de la historia” para hablar del principio de “otra historia”: “la de un mundo más desoccidentalizado con un centro de gravedad que se desplaza hacia el Pacífico desde el Atlántico”.