1. ¿El retorno de La luz nueva? Hasta la llegada de El
lectoespectador, sólo había un libro de Vicente Luis Mora que me disgustaba
profundamente (y los he leído todos, eh, y algunos hasta releído varias veces). Ése
era La luz nueva, por su —a mi juicio—
insostenible taxonomía literaria (ya saben: tardomodernidad, posmodernidad y
pangea). Con éste ya van dos. Porque cuando hasta la prensa cultural ya ha
notado la obsolescencia del término generación nocilla, el grueso de los
lectores ya empezaba a entender como singularidades la obra de los autores españoles
nacidos en los setenta, escuelas y propósitos literarios aparte, los trolls ya han claudicado en su cruzada contra la paranoia
mafiosa, y hasta el propio VLM anunció a bombo y platillo en su blog el
distanciamiento sobre estos asuntos, ¿a qué volver a esta idea?
Mientras leía este ensayo pensé que me resultaba muy
difícil estar más en desacuerdo con un libro, pero afortunadamente este ensayo
aborda varios temas: información, sociología de internet, economía y cultura, y
al menos en lo que a Internet se refiere, no diré que discrepe con él. Pueden
echar un ojo a la entrevista que firma Daniel Arjona en El Cultural para
hacerse una idea de aquellas cosas que me parecen más o menos acertadas en el
libro.
Como crítica cultural y literaria, no obstante, éste
es un libro ofensivo, ya que se trata de una cierta reelaboración y ampliación
de La luz nueva (basta echar un ojo a
la bibliografía de literatura contemporánea manejada para comprobarlo), y aquél
era una ensayo que todo el tiempo daba la sensación de tratarse de una
personalísima poética del autor revestida de teoría literaria general, lo que en cierto sentido
me recuerda a ciertas críticas que en su momento se vertieron contra Postpoesía, en parte por el propio VLM. Por si no había quedado lo
bastante claro, aparece citada en un buen puñado de ocasiones Alba Cromm. Claro está, la diferencia
aquí se basa en la actitud con que uno aborda la literatura, y el autor parece tomarse
la literatura mucho más en serio que yo, en la medida en la que un positivista
VLM va descartando herramientas y recursos literarios acordes con una
cronología evolucionista de la historia literaria. Lo cual es tope
decimonónico. Y eso a pesar de que durante la lectura de este ensayo uno puede ver
cómo se le hinchan las carótidas y se enjuga el sudor de las sienes en un
esfuerzo titánico por estar «a la altura de su
tiempo»
y ser absolutamente moderno. Y la verdad
es que nuestro mundo es lo suficientemente pluridimensional como para pensar
que hay numerosas formas de estar a la altura.
2. Yo vivo en 2012; mi colega, sin en cambio
[sic], no conoce a los Lehman Brodas. Hay
una frase de Adolf Loos que creo haber leído en los últimos 3 ó 4 últimos libros
de VLM, excluyendo su blog. Es ésta de Adolf Loos: «Yo quizá vivo en 1908; mi vecino, sin embargo, hacia
1900; y el de más allá, en 1880». Si la aplicásemos a
este libro, podría pensarse que VLM no ha tenido noticias de lo que ha pasado
en el mundo desde la caída de Lehman, y un poco antes. Algunos ejemplos:
En los últimos tiempos, y mientras leo novedades
literarias en mi trabajo de crítico, advierto un gradual crecimiento de los
temas referentes al dinero, el consumo y la sociedad capitalista en las novelas
y libros de poemas, antes alejados, en su mayoría, de estas cosas. Los centros
comerciales, las hamburguesas, el shopping, las marcas de lujo y el consumismo
desenfrenado comienzan a ocupar el espacio que antes tenían las flores, los
cines y los atardeceres. (p. 205)
¿Lujo?, ¿consumismo
desenfrenado?, ¿cómor?
Otros comentarios suyos a la economía me recuerdan a la fina denuncia
de Ernesto Castro, partiendo de Bauman, hacia
ese instante «a partir del cual la teoría se convierte en una
retórica cínica que, en su obsesión por interpretar la realidad, es incapaz de
posicionarse en el espectro político y, en lugar de responder a la pregunta
esencial, a saber, ¿a quién sirve mi discurso?, se dedica a balbucear tecnicismos
y a establecer analogías conceptuales»
(Contra la posmodernidad, pp. 45-46).
Un ejemplo en el libro de VLM:
En resumidas cuentas: la globalización ha convertido
al capital en un simulacro, una red planetaria de cifras que circulan en
mercados continuos de 24 horas cuyos capitales especulativos, como apuntaba
Baudrillard, «no salen para nada de su órbita: se acumulan y se
pierden en su propio vacío especulativo».
(pp.199-200)
Más:
La única preocupación de los consumidores, la del modo
de pago, ha sido solventada por los bancos, siempre despiertos a la hora de
ofrecer soluciones de compra que aseguren a sus clientes que serán protegidos
en caso de robos cometidos tras dejar el número de sus tarjetas de crédito en
sus páginas. ¿Cómo resistirse a comprar? (pp. 159-158)
¿La ÚNICA
preocupación de los consumidores? ¿Y cómo que cómo resistirse a comprar? ¡Pues
porque no hay dinero, man!
Está más claro que nunca que «la nueva fuente de poder no es el dinero en manos de
unos pocos, sino la información en las manos de muchos» (Naisbitt) (p. 30)
Fijémonos en los
acontecimientos a escala global sucedidos en 2011, y luego preguntemos sobre
información a los cada vez más periodistas en paro. Aparte, no deja de ser
divertido leer esta serie de comentarios cuando el autor denuncia que quienes
no están en la red corren el riesgo de caer en una «Curiosa uniformidad neoliberal». Vaya, vaya…
3.
¿Son los libros pop-up para niños menores de 1 año el auténtico génesis de la
literatura pangeica? #Abstract. Aunque a
él le repele este juicio, VLM es para mí, ante todo, un formalista, y prueba de
ello es su manía por la renovación de la narratología, de la narrativa y del
diseño de la página. Todo basado en la creencia, acaso motivada por la percepción de
que existe un canon, del genio singular que de un plumazo barre, tras una nube
de napalm tras de sí, todo lo que había antes (para el caso: Danielewski y su
House of Leaves). Todo muy siglo veinte. La historia de la literatura como
historia de las formas de contar historias, desde la renovación del modernismo
frente a lo que él llamaría (glups) el Narrador Omnisciente Decimonónico de Raíz
Cristiana. Algunos ejemplos: según
él, Los muertos, de Jorge Carrión, es
un libro pangeico, entre otros motivos, porque acaba con el narrador
omnisciente utilizando lo que la narratología llama modo cámara (¿en serio existe ese concepto en narratología?).
Naturalmente, me provoca una pereza inmensa recordar que Los muertos, con sus virtudes, está narrada, como cualquier serie,
por un narrador omnisciente decimonónico de raíz, si quieren, chupacirios. Lo
mismo con Nocilla Lab y la idea de
que se trata de una revolución con respecto a otras obras por incorporar comic
y video. Esto es yuxtaposición de lenguajes, no un nuevo uso de los mismos.
Salta a la vista. Lo mismo con el elogio a House
of Leaves sólo por su condición de artefacto y porque Danielewski diseña textovisualmente la página. Como en un pop-up para
niños, pensaba yo todo el rato.
(House of Bamboo,
la primera ficción textovisualmente diseñada del siglo XXI)
4. El tecnófilo que no era maoísta digital. Como le comentaba a Arjona, efectivamente VLM no es
un «maoísta digital». Su ensayo no acepta de manera acrítica la tecnología. Pero su actitud es desquiciadamente
tecnófila, en la medida en que todas las preguntas orbitan alrededor de los
desafíos que las tecnologías plantean en nuestro tiempo a la cultura. “Muy pocos de los
narradores de cierta edad han dado el salto digital”, dice, página tras página,
y la pregunta que uno ha de responderle es: ¿y por qué habrían de hacerlo?, ¿y por
qué no ocuparse, qué sé yo, del cambio climático, que a lo mejor es más
importante que los desafíos de la página en una época de pantallas? Ítem más [comentario
absolutamente impresionista]: como nativo digital, El lectoespectador, con su rica cosecha de neologismos, a menudo me
recuerda a esas novelas de ciencia ficción que hablaban del año 2000 a partir de
ciudades sepultadas en brumas amarillas y conceptos que evocaban aparatosos
artilugios acorazados de latón y cobre; cuando no al lenguaje abreviado de los
SMS [guiño guiño a La luz nueva; broma más o menos personal]. Ahí quedan el electrotro (el otro
electrónico; neologismo que sólo aparece mencionado una —1— vez), la pantpágina, el ciberceptor, la literatura
textovisual, la WWWeltanschauung,
el mundonuevo, la mímesis simulacral (¿?), el INTwittERNET
(me niego a creer que esto sea un chiste errado; debe haber algo más) y, über alles, el lectoespectador.
5. Non Petita. Se preguntarán, como yo
vengo haciéndome desde que recibí el ejemplar a comienzos de esta semana, qué
interés podría haber en el marronaco que debería traer consigo escribir este
post que responde frontalmente a uno de los pesos pesados de la crítica en español en Internet
—más aún cuando faltan 12 días para que la primera novelan de un servidor
aterrice en las librerías—, que además es alguien que me cae estupendamente (v.br.,
si revisan los archivos de Ibrahim Berlín en 2007, encontrarán una entrevista de
bisoñísimo periodista que le hice para un trabajo de la universidad, y que VLM
atendió con gran amabilidad). La respuesta es que estoy convencido de que VLM
buscaba ansioso este tipo de reacciones. Como La luz nueva, El
lectoespectador es un libro beligerante, muy esforzado en describir la idea
de contemporaneidad del autor; una idea de la literatura que no tiene nada que
ver con mi comprensión de la misma ni con mi forma de practicarla. El lectoespectador, a su manera, es una
importante agresión a buena parte de la literatura actual, y su ánimo es ése,
crear debate. VLM, muy perspicaz, lo sabe bien, y por eso ya desde la primera
página confiesa que su deseo no es el de llevar razón, sino el de provocar diálogos.
En ese caso, su libro es un gran éxito. No hay ningún inconveniente que
oponerle ahí. Una vez más, ha conseguido lo que buscaba.