Dentro de la cancha, los muchachos se dejan la piel y sudan (y visten) como auténticos profesionales.
A ellos les representa Nike y Adidas, pero también Reebok y Fila. Los 76ers y los Lakers, y las gorras de viseras planas y el logotipo de los New York Yankees estampado en ellas.
Ellos botan la pelota y driblan y se la pasan entre las piernas fumando tabaco liado Pueblo. O también, puede que paren a descansar para echarse al gaznate un trago de cerveza helada (en los tiros libres, por ejemplo). Los chicos lo hacen y no sufren secuelas físicas. Lo hacen un mediodía del mes de julio como hoy y no les importa. Combinan drogas blandas y deporte con espasmódica naturalidad.
Sus cuerpos aguantarían bien frescos la carga y descarga de camiones de palés de refrescos durante doce horas o más y luego podrían hacer el amor durante otras doce como si nada hubiera sucedido.
—Dame de esa mierda —dice Berlín a Léster, sin apartar la mirada del partido. Léster le extiende la bolsa de Fritos—. ¿Cómo va tu nuevo trabajo, segurata?
—Ni punto de comparación con Madrid, tío. Como no hay turno de noche tampoco hay malentendidos extraños con el servicio de limpieza. Ya sabes, los turnos nocturnos transforman a las personas, las vuelven delirantes. ¿Te he contado alguna vez lo de la corrida?
—Sí, pero cuéntamelo otra vez. Y de paso, dame de esa otra mierda —refiriéndose a la botella de cerveza.
—Bueno, pues la cosa es que un guarda se enamoró de una limpiadora, ¿no? Pero la tipa, al parecer, pasaba, ¿no? Pasaba del tema. No quería líos con los empleados.
—Joder, qué triple. ¡Qué bueno eres, negro! —exclama Berlín haciendo aspavientos, dirigiéndose a un dominicano y fascinado por el juego que éste exhibe dentro de la zona. El dominicano responde imitando con las manos un gesto de disparar y guiña un ojo al vendedor de Kebabs.
—Ya —sin prestar demasiada atención al partido—. Pues eso, que la tipa pasaba. Hasta que el segurata, que estaba un pelín taladrado del coco (yo siempre pensé que tuviera alguna clase de tara), hizo el turno de noche y se corrió en la garita para que la limpiadora le pasase el trapo, ¿sabes? La tipa quitó de la ventanilla de la garita la lefa del guarda con sus propias manos. ¡Joder, cada vez que lo pienso, tío! La tipa se postró de rodillas frente al espumarajo seminal del sicótico —llegado a este punto, Léster, aumentando el entusiasmo de sus palabras progresivamente, ya no puede disimular la admiración que le produce su propia historia— y no dejó huella. Limpio como la patena. Luego le aplicaría un poco de Cristasol, y listo. Pero el sicótico se hizo con el triunfo, ¿sabes? El sicótico la pulverizó. La redujo a cenizas —y Léster golpea con un puño cerrado la palma de su otra mano.
“Me dije, si trabajas en un club de putas, sólo puedes hacer una cosa: ser la mejor de todas”, es lo que Juan Solo opina desde el radiocasete.
—Qué guapo, hermano.
—Es buena mierda, ya lo sé. No cabe duda.
—Y eso, ¿en qué empresa dices que fue?
—En un bloque de oficinas situado en Castellana.
—Guapísssimo.
—Pero eso no es lo mejor —advierte Léster cambiando la expresión de su rostro.
—¿Y qué es lo mejor, entonces?
—Lo mejor es lo que ayer me sucedió con la cinta transportadora. Pero espera a que los chicos acaben de jugar. No te lo vas a creer, negro.
1 comentario:
viste a dj kebap? un éxito en francia.
viva doner y viva kebap
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