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miércoles, 4 de noviembre de 2009

Sobre el sentido del olfato, el individuo civilizado y el multiperspectivismo de la práctica sexual

Un hombre civilizado es capaz de infligirse a sí mismo las peores crueldades. Un individuo civilizado que va camino de una cita es capaz de fingir que se quita una piedra del zapato para comprobar la sudoración de sus calcetines. Ese mismo sujeto puede llegar a fingir que se rasca la picadura de un mosquito gordo y amazónico como pez globo cuando lo que en verdad hace es introducir su dedo meñique bajo la sobaquera en un escenario no apto para agorafóbicos, para segundos después, salvado el tiempo mínimo de discreción, comprobar nasalmente la sudoración de la axila. (Tras muchos minutos invertidos en esa práctica, el individuo civilizado advertirá lúcido que para cualquier sujeto sedentario que permanece atornillado a una silla de despacho, el desodorante en periodo no estival no es más que un genial artefacto publicitario para inocular visiones monstruosas y paranoicas a la población que no lo consuma.). Un sujeto civilizado también puede fingir que bosteza, por supuesto, tapándose la boca, aunque lo que en verdad esté haciendo no es tomar aire, sino expulsarlo: contrastar los niveles de acidez o putrefacción orgánica en su boca. El sujeto civilizado que va camino de la gloria sexual no usa el urinario —pongamos por caso que se trata de un varón, aunque el sexo no es una variable determinante para nuestra hipótesis—, sino un cuarto de baño cerrada la puerta y el pestillo sin pasar, no para hacer pipí sino para verificar que su pene no desprende ningún tipo de olor. Al individuo civilizado le horroriza su propio cuerpo, y es por esto por lo que una primera cita determina en gran medida su nivel civilizatorio de no materia, su cualidad de abstracción conceptual. El individuo civilizado prescinde de corsés victorianos, pero sigue constreñido por un corsé abstracto, sutil, del mismo modo que la lógica cultural de nuestro tiempo sustituye la explotación decimonónica y fabril por la autorrealización intelectual [V.gr.: “A la inversa, mi trabajo me ha hecho tan feliz hasta el día de hoy que no puedo contraponerlo al tiempo libre”, Theodor Adorno (¡!), “Tiempo libre”]. Pero el individuo civilizado, con el tiempo, aprende que la práctica sexual viaja en un sentido doble: ascesis civilizatoria o retorno a la cueva. La coprofilia es, por tanto, semióticamente decodificable como el par antítetico-siamés de la profilaxis: el individuo civilizado no solo no soporta existir untado de desodorante, sino que entiende el código como aburrido en potencia una vez legitimado a los ojos del verdugo —el ‘otro’— su grado de civilización, por lo que su destino no es otro sino liberar la espita del corsé abstracto de la lógica cultural con la que convive mediante el gesto subversivo de entender el detritus de su compañía sexual como una construcción cultural más, ergo, una impostura; como el gusto cultural, a ningún sociólogo se le escapa que la lejía o el perfumen no huelen ‘mejor’ que la materia orgánica en descomposición, de la misma forma que el queso azul admite ser presentado como gourmet, y Eskorbuto puede llegar a sonar igual de bien que Schönberg o Scarlatti según la posición social del oyente. Tentación hermenéutica o no, no es baladí la elevación de la coprofilia al olimpo de la civilización. Vale.

7 comentarios:

Luna Miguel dijo...

Cucu.

Vicente Luis Mora dijo...

De la coprofilia como exceso de compensación civilizatoria podrían ser ejemplo aquellos "bombones" de Mascarada, de Gimferrer.

Anónimo dijo...

Ave, he de decir, visto la despedida. Aunque me parece que todo ésto es una especie de chiste o ejercicio de estilo, casi me veo en la obligación de decir que el hecho de que la materia en descomposición nos parezca que huele "mal", responde a una especie de sistema de alerta fisiológica, no a ningún tipo de construcción cultural, de ahí que no haya ninguna civilización que considere "bueno", al menos que yo sepa, al holor de la mierda, así como no haya ser humano que pueda considerar en serio que la música de Schönberg suena bien.

Ibrahim B. dijo...

En esa línea he leído poemas de Gimferrer en 'El Vendaval', pero 'Mascarada' no lo conozco. Gracias, Vicente.

Matzerath, sin entrar en estudios etnográficos demasiado complicados, es un icono la figura paródica del guiri que desayuna al aire libre a la par que disfruta del aroma de la 'naturaleza'. Turismo rural, lo llaman. Campo-ciudad, Ur- - civilización. Es un binomio fácil.


Saludos,

Luna Miguel dijo...

Hazme el Gran Turismo.

Anónimo dijo...

Sólo quería decir, apoyando tu tesis, conste, del guiri que prefiere tragarse el holor a mierda para así evitar descomponer su bucólica hiperrealidad, que al guiri no le apetece en serio, como tú mismo dices con otro ejemplo más divertido porque tiene pollas y sobacos, tragarse los insoportables dodecafonismos de Schönberg, pero lo hace por convencionamiento social. Creo, sinceramente, que el problema que expresas deriva, como tú mismo sugieres en la última frase, creo, de una mala hermenéutica de la palabra "mejor", pero puestos a ser así de perspectivistas, vale más no hablar de nada, por que entonces a mi lo que me parece es que el comentario de Luna quiere decir que le apetece que le construyas un Maseratti.

Luna Miguel dijo...

Ah, Luna y La Construcción Turca.