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domingo, 21 de marzo de 2010

Déja Vu (publicado en Quimera 313, diciembre de 2009)

Aire nuestro

Manuel Vilas. Alfaguara. Madrid, 2009

Resulta difícil determinar si Aire Nuestro es como contar un chiste dos veces seguidas: la expresión de “ese instante fatal en que un escritor se convierte en negro de sí mismo” (Jordi Doce, “Fragmentos de una poética en curso”). Un texto redondo que funciona y es demostrable porque: a) permanece anclado en una poética fijada en libros como España o Resurrección —es decir, carente de riesgo—; y b) cuando la broma no cae en picado hacia el lugar común o el esbozo (como los manidos chistes sobre el sexo de los personajes —vbr., p.29, p.119, p.201—), el humor, así como la ambigüedad ideológica, siguen siendo dos de los milagros más reconocibles en la factoría zaragozana.

Parafraseando al teórico neohistoricista Aran Veeser, si todo acto de desenmascaramiento, crítica y oposición emplea las mismas herramientas que condena, de modo que se arriesga a quedar preso en la práctica a la que se expone, es obligatorio para el lector exigente cuestionar y posicionarse respecto a este exitoso tránsito (dialéctico) de la periferia al centro del sistema narrativo español. Más todavía, Aire Nuestro plantea al receptor otros interrogantes sobre la deontología de la escritura: ¿existe una distancia estética mínima que el autor deba salvar entre sus libros, imbricada a su vez con los rasgos que lo distinguen respecto al resto del panorama? Si España (2008) era un libro de su tiempo, absolutamente moderno, ¿cabe la posibilidad de que esta última novela ya no lo sea? Y al revés: Aire Nuestro también puede ser decodificado como el comportamiento racional de un autor cuya obra es ya a primera vista reconocible, pues a fin de cuentas, entendemos que el lector de Manuel Vilas quiere leer a Manuel Vilas, y no otra cosa, lo cual justificaría que Manuel Vilas repita los esquemas españoles.

Si en su novela anterior la “historia” se iniciaba en Noevi, artefacto que registra y controla los pensamientos de la ciudadanía, la publicación de Alfaguara toma como cornice un dispositivo televisivo homónimo: Aire Nuestro es un canal de televisión cuya presentación requiere al autor adoptar un registro misceláneo a medio camino entre el armazón teórico y la publicidad, mediante el cual construye un mosaico concentrado de chichés del ensayo contemporáneo; tal es el caso de la distopía orwelliana (“Filmaremos tu vida entera y la emitiremos eternamente”), la falsa nostalgia posmoderna (“en el fondo, somos unos clásicos […] Creemos en los grandes hombres del pasado”), el hedonismo desmedido (“Si somos capaces de matarte de gozo con uno de nuestros canales, lo habremos logrado”), la disolución del pensamiento crítico (“Aire Nuestro es una cadena de alta cultura televisiva”, que incluye cine X, MTV o teletienda…), o la postpolítica (”supera los estados ideológicos. La política ha sido superada.”).

Ítem más, España y Aire Nuestro admiten una taxonomía de personajes en cuatro niveles claramente distinguidos —una enumeración que solo puede ser sadiana, exageradamente disciplinar—, y que encuentran su expresión en los resultados de sus autoficciones, a menudo salpimentadas por su reconocible humor negro (ej., Bobby Wilaz, “nuevo líder del Movimiento Obrero Norteamericano, el “escritor español” Manuel Vilas de “Return to Sender”, ese otro homónimo del que Juan Carlos I habla a Felipe de Borbón en “Juan Carlos I”, o el “poeta católico, socialdemócrata, posmoderno y comunista César Vilas” ); el imaginario musical y literario (Johnny Cash, Elvis, Bob Dylan, Paulina Rubio, la Generación del 27…), la amalgama de personalidades políticas a caballo entre la caspa y la hoz y el martillo (la monarquía, Stalin, Franco, Fidel…), y el superhéroe obrero, antítesis del modelo de éxito Wasp: el emigrante ecuatoriano José Luis Valente, el escritor catalanosoviético y estajanovista Miquel Bogomolov, o el militar jubilado que se disfraza de Superman, Pedro Garfias. Es en esta última agrupación, entonces, donde vuelve a aparecer uno de los rasgos más confusos e inteligentes de su producción: la lectura ideológica. En este sentido, probablemente sea el icónico McDonald’s de Plaza de España el exponente principal del enigma: ¿era el poema de Resurrección una crítica feroz al liberalismo, o, por el contrario, manifiesta su adhesión a esa deriva social del capital en donde uno puede hallar el sueño de Stalin (“carne abundante por tres euros”)? Llevado al terreno de su última novela, cuando el narrador habla de una Gran España en donde no existe la propiedad privada y la agricultura es la principal fuente de ingresos, o cuando pone en boca de Bobby Wilaz la demanda de reducir “la jornada laboral a una hora y diez minutos diarios”, o cuando parece proponer un comunismo lúdico al que adereza con sus parodias del relato propagandístico/ totalitarista (Stalin Reloaded), ¿alguien sabe qué es lo que verdaderamente quiere decir? La respuesta es no. Y lo mejor es que seguramente, en términos hermenéuticos, aquí no haya sentido o intención por parte del autor: solo un soporte a partir del cual extraer significaciones. Estupendo.

Analizado desde un estadio estrictamente cultural, quizá las isotopías de sus dos últimas novelas vengan a avisar de la siempre profética carnavalización. Es decir, descartado el absoluto de los cánones por su base etnocéntrica, la pureza de Vilas para cierto tipo de lectores highbrow, crecidos en la herencia de la posmodernidad, viene determinada por un temperamento urbano de picaresca, escepticismo/ desconfianza hacia el otro y, sí, violencia, a pesar de la trampa contenida en la provincia por encima de la metrópolis como espacio preferido por Vilas, que llega a expresar enunciados como: “Hola, América: soy un escritor español que vive o vivía en una ciudad española en medio del desierto. Puede ser Logroño, Soria, Córdoba, Cuenca, Teruel, Pamplona, Jaén, Zaragoza o Ciudad Real”. Vilas, en efecto, tendría que ver más con una óptica baudelairiana de rechazo a lo pre-moderno, antes que con ninguna recuperación de Delibes o con la denuncia de la decadencia moral que afecta al ciudadano recién aterrizado en la polis industrial de la que hablarían, en el xix, Charles Dickens, Benjamin Disraeli o George Eliot. Es por esto por lo que el lector duda primero y acepta después a la hora de firmar el contrato relacional que sus libros proponen, donde quedan incluidas las bromas y los excesos anteriormente mencionados. A diferencia del pulso titubeante que uno puede hallar en libros como Zeta, Aire Nuestro aspira a imponerse: Es el abusón de instituto que desvalija al perdedor. A las composiciones de molicie que no se adaptan en la jungla. Enaltece lo marginal, aunque arrase. Disculpamos las repeticiones de Vilas porque disfrutamos cuando Vilas nos toma el pelo en sus autoficciones. Y he aquí el pacto que el lector debe aceptar si no quiere encontrarse con una decepción.

Una última advertencia, esta vez a nivel paratextual: Siguiendo una práctica editorial tan dudosa como secundada en los últimos tiempos, Alfaguara se sirve de la falla semántica que concierne al término novela —la contraportada ni siquiera habla de novela fragmentaria, conceptual o mutante— para hacer pasar como tal una colección de cuentos estructurados a partir de un marco. Esto es, aunque solo podamos intuir qué es una novela, sí sabemos con exactitud de qué hablamos cuando pensamos en una agrupación de relatos. Y la pregunta: ¿de verdad los lectores de Vilas —incluso aquellos que se acerquen a él por primera vez— dejarían de comprar Aire Nuestro por una discriminación de género? Paralelamente, resulta sospechoso que mientras las colecciones de cuentos norteamericanas traducidas en España suelen determinar que los textos no son inéditos (aunque sepamos que aquí no se leen publicaciones como Atlantic Monthly o New Yorker, y además éstas atribuyen capital simbólico al libro), la nueva editorial de Vilas no especifica que “Gran América: el sacrificio” apareció publicado en Letras libres en verano de 2008, “Sergio Leone” en la antología Vivo o Muerto, editada por Tropo Editores, y “El traje de Superman” en el dossier “Narrativas superheróicas”, publicado por esta misma revista en diciembre de 2008.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Es una reseña absolutamente estupenda, yo desde luego no dejo de comprar el libro de un escritor que me gusta, en este caso poeta, en función de la etiqueta o catálogo que ponga la editorial, si me gusta me gusta y punto. Nada hay que añadir a ese respecto.

Saludos!

Anónimo dijo...

¿Puede explicarme esta frase?:
"descartado el absoluto de los cánones por su base etnocéntrica".
¿No es una contradicción? Quiero decir, ¿acaso no es intrínsecamente el etnocentrismo un canon?

Ibrahim B. dijo...

La has entendido perfectamente, anónimo. Precisamente en mi(s) crítica(s) trato de tomar distancia huyendo en la medida de lo posible de los presupuestos etnocéntricos, cosa que lleva a la imposibilidad de pensar un canon absoluto.