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miércoles, 9 de junio de 2010

Soy leyenda (publicado en Quimera 316, marzo de 2010)

Mutatis mutandis

Javier García Rodríguez. Eclipsados. Zaragoza, 2009.

Hipótesis: si Pierre Bourdieu hubiera llevado a cabo su investigación sobre el Homo Academicus en la universidad española habría obtenido un resultado similar al que Javier García Rodríguez ofrece en su misceláneo Mutatis Mutandis. En un espacio brevísimo, el autor desarrolla un libro con un público, a priori, notablemente reducido, acaso consciente de una época narcisista, especular y solipsista que, como diría Montaigne, cuenta entre sus vicios con la limitación de «tener puesta la mirada en el ámbito en que han nacido»; una percepción no solo encomiable y arriesgada por parte del autor sino también de Editorial Eclipsados. Así, siguiendo terminología del sociólogo francés, diremos que Mutatis mutandis habla en primera instancia de las «parejas epistemológicas» que rigen el panorama de estudio de la literatura: ese eterno conflicto entre la metodología histórico-filológica enfrentada a la teoría.

El protagonista de este libro fallece el 12 de septiembre de 2008 —coincidiendo con el suicidio de Foster Wallace—, lo que conduce a su esposa a enviar al responsable de «Ediciones Silenses» un conjunto de fragmentos que aglutinan su peculiar teoría conspirativa en torno a la literatura mutante, así como extractos de una posible novela de rotunda inspiración biográfica. A partir de ahí, y armado con una concatenación de chistes con que aliviar la crítica voraz (ej: «digo [...] que la hermenéutica contemporánea no es más que un depósito de gadámeres»), el autor fulmina uno de los arquetipos más desagradables dentro del panorama universitario, a saber, el profesor de provincias pendiente de la foto de su esposa con la mujer del concejal de cultura, no demasiado genial intelectualmente, antiguo aspirante a escritor en su etapa de estudiante —etapa, cómo no, determinada por la carestía, alguna que otra «correría nocturna en bares de mala nota» y los esfuerzos stajanovistas—: la clase de persona, en definitiva, que prescinde radicalmente de Internet como fuente de información y busca cualquier tipo de distracción para su hijo de cinco años a fin de poder continuar sus lecturas en privado. Aquella perversión óptica del intelectual que Jorge Riechmann, en Bailar sobre una baldosa, refería como la identificación de «su pequeño, enrarecido y casposo departamento universitario con el mundo».

Entendemos entonces que nuestro personaje se sabe a sí mismo como resistente a una época culturalmente postapocalíptica —como en la célebre novela de Richard Matheson, también él es leyenda—, en donde el asedio de los bárbaros lo lleva a cabo la nueva sensibilidad afterpop, ante la cual su curiosidad no puede dejar de pronunciarse. Es por esto por lo que atiende los movimientos de ciertos autores contemporáneos como ante una colonia de hormigas: da vueltas en torno a las declaraciones de Agustín Fernández Mallo en prensa, expone su visión respecto a esta misma revista («al dedicarse a la literatura actual, ahora es vade retro para mí»), desarticula a Vicente Luis Mora en su poesía, encarga a sus alumnos el trabajo sucio de leer los libros de Gutiérrez Solís, o repite las críticas de James Wood con respecto a la literatura anglosajona actual, al advertir que «se inventan nombres de personajes como Owen Desaints, Justin Case, Lenny Tivo», juegos de palabras que él no deja de practicar.

Siguiente nivel de lectura. Con su polisémico título —tan significativo—, Mutatis mutandis es el homenaje a más de tres años de revuelo mediático e intensas escaramuzas entre circuitos literarios; una obra que corona el cuerpo mutante gestado en sus orígenes con la antología de Berenice llevada a cabo por Juan Francisco Ferré y Julio Ortega. No es casual, pues, la broma de García Rodríguez en la que declara, esquemático, el «nuevo estado» que supone Candaya y su evolución a Alfaguara; lo mismo de Berenice a Anagrama, y de «Metamorfosis (Kafka)» a «Metamorfosis® (Ferré).» Hora de preguntarse: Y ahora, ¿qué?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Pero el libro este tú crees que hay que leerlo? ¿No haces un juicio de valor?
Es que me harto un poco cuando los críticos no decís si os ha gustado un libro, coño.
Lo siento, es que soy un antiguo.
Lau

Ibrahim B. dijo...

Sí. Hay que leerlo.

saturniana dijo...

Mi lista de libros a leer empieza a dar miedo desde que visito su blog, estimado Señor Berlín. En cualquier caso, envuelta como estoy, en la redacción de mi tesina, la descripción de la obra reseñada hubiera podido causarme pavor y, al contrario, me pica el little worm (gusanillo). Habrá que hacerle caso.

Anónimo dijo...

Si haces una tesisna, saturniana, este es tu libro. Si no la haces, también. Me leí la reseña de Ibrahím y después el resto de reseñas que había en la red. Y, después, abandoné la tesis durante tres horas y fui feliz (y un poco más gilipollas). Un libro cojonudo.
Gerardo

Luna Miguel dijo...

Neni, dónde está el autor de este blog?