Año 1985, Bret Easton Ellis publica Less than zero; año 1992, Anagrama traduce Menos que cero; año 1994, José Ángel Mañas publica Historias del Kronen, quizá el hit noventero manufacturado en España —nación ausente de yuppies divertidos ni Los Ángeles— por excelencia; Año Freedom de Jonathan Franzen tras la Guerra Fría entre el Realismo y las Literaturas Experimentales Norteamericanas Medio Siglo Después1, Bret Easton Ellis publica, simultáneamente en Estados Unidos y España, Suites imperiales, una vuelta de tuerca sobre su espectacular debut.
Bien.
Ya hemos contado en alguna otra ocasión la historia abreviada sobre cómo se tradujo, tardíamente, la vanguardia norteamericana en España.
Ha llegado la hora de hacer lo suyo con el realismo.
Como todos ustedes saben, la literatura realista es motivo de persecución inquisitorial y horca en plaza pública en nuestro territorio. O desde luego, no son pocos los contemporáneos que han acusado cierta falta de originalidad —cuando no optado por el desdén— hacia los presupuestos… positivistas. Hace algunos meses, Elvira Navarro describía con gran detalle esta situación en el número 154 de Qué leer.
He leído Suites imperiales e iniciado la relectura de Menos que cero.
Es obvio que enumerar un catálogo de premisas para determinar en qué consiste la literatura realista puede llegar a ser tan engorroso como hacer lo suyo con la ficción de la posmodernidad. Pero no menos evidente es que Easton Ellis tiene mucho más de realista que de escritor fascinado por replantear las formas de narrar la historia (story). Al igual que salta a todas luces que Easton Ellis, aunque realista, es un escritor enormemente divertido. Enormemente. Es una marca en sí mismo. Y eso, efectivamente, tiene un precio.
Frío y desasosegante, vale. Pero Easton Ellis habla de cosas la mar de entretenidas. Easton Ellis habla de fiestas, de ponches, de gente forrada de paaaassta, de chicas guapas, de chicos guapos, de casas con piscina, de coches caros, de psicópatas, de iPhones, de bufés libres de cocaína…
Ya me entienden.
Easton Ellis es un escritor que exuda carisma. Como muchos otros norteamericanos, empezando la lista en Salinger.
No descarto la opción de que, en España, el paso del realismo a la búsqueda de nuevas formas narrativas viniese condicionado por el rechazo a la escala de valores que regían los noventa (¿qué clase de persona perdería su tiempo hoy en un sitio como el Kronen teniendo el Zombie Club? —…Perdón, perdón, perdón…—). Eso sí, leer Suites Imperiales ha logrado que me plantee una cuestión tan obvia como epifánica.
¿No será que en España, toda la gente interesada en cosas enormemente divertidas —Internet, series de televisión, ciertos aspectos novedosos de la metrópolis… (no olvidemos que ésta no es la misma dimensión de Glamourama)— ha optado, de manera consensuada, por la vía del experimento formal? ¿Cuántos escritores realistas conectaron —sin por ello caer del lado de la adscripción doctrinal— con la escala de valores correspondiente a la cultura del espectáculo? ¿Será que todos dábamos por supuesto que ciertos contenidos se correspondían con ciertas formas? ¿A alguien se le ocurre el nombre de un escritor realista con el carisma de Ellis?
No soy yo quien habla, es Clay quien me chiva estas preguntas.
Y usted: mueva ficha.
Habían hecho una película sobre nosotros. La película estaba basada en un libro escrito por alguien que conocíamos. El libro tenía un argumento muy sencillo que narraba cuatro semanas en la ciudad donde crecimos y era en su mayor parte una descripción fiel. Lo habían catalogado de ficción pero solo habían modificado unos pocos detalles, no habían cambiado nuestros nombres y no había nada en él que no hubiera sucedido.
Suites imperiales
1 N. del E.: El editor no se responsabiliza de los metafóricos incordios maximalistas, intertextualidades meramente sobrantes referentes a textos canónicos de la escuela de la dificultad e ilustrativos del conflicto a tratar que el presente artículo contenga.