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miércoles, 13 de abril de 2011

Nuevos tiempos para la crítica (o: Tres (generaciones) son multitud)

Uno. Un escritor nunca dispara a quemarropa contra la generación que le precede. Excesivamente obvio y vulgar. Al contrario: un escritor cercena los mejores órganos de sus antepasados, extirpa sus vísceras aprovechables y las desayuna, saca su zumo, practica trepanaciones sobre aquellas secciones cerebrales que más le interesan, y el resto de materiales no reciclables los vuelca en bolsas industriales de basura y los despacha en un vertedero, cuando no excava en la umbría de una montaña solitaria y allí los deposita para que nadie tenga acceso a ellos. Tal convergencia de amor y odio es la particularidad de la necrofilia, es decir, la relación de libido que determina la ansiedad de las influencias.

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Dos. Hace algunas semanas recibí un correo colérico (dramatizo, un poco) de un escritor en desacuerdo con mi artículo para The Quarterly Conversation titulado A few keys to understanding Spanish contemporary fiction, and five authors to—at least—enjoy it. Simplificando mucho, mi tesis decía que algunos de los interrogantes que se habían abierto entre 2001 y 2010 (y fundamentalmente entre 2006 y 2010) ya estaban resueltos, y sus respuestas asumidas entre los lectores más o menos ladinos, y por tanto ahora correspondía abrir nuevas cuestiones. Su tesis (la del escritor enfadado) decía que los lectores no son tan ladinos como yo pensaba. Ambas opciones, creo yo, son válidas.

Pongamos un ejemplo de lo anterior. Hacia las artes audiovisuales muestro una declarada indiferencia. Ninguna de las películas que he visto en cine en los últimos meses ha despertado un interés que justifique el precio de su entrada (Cisne negro: espantoso desenlace; Origen: cansado de semejantes metaficciones; Machete: muy mal, Rodríguez; que yo recuerde, solo se salva alguna comedia española con chistes útiles para su uso posterior). Más: mi consumo de series de televisión puede resumirse en alguna temporada de Mad Men, alguna temporada de Californication, capítulos sueltos de Padre de familia, y poco más. Recientemente leí Teleshakespeare. Pese a que las teleseries me resultan completamente ajenas, considero que se trata de un ensayo correcto y original. Más tarde escuché una entrevista radiofónica a Jordi Carrión que tiraba por tierra la honestidad de nuestro periodismo cultural, y el pasado sábado Juan Ángel Juristo publicaba un artículo que cuestionaba la hipotética sobreinterpretación de Carrión sobre el fenómeno del Nuevo Folletín Decimonónico Por Entregas. Por un momento, casi llegué a sentirme avergonzado de haber hecho público mi interés hacia el rap sueco.

Corolario: dos generaciones —discursos, perdón— de escritores enfrentados conviven bien cuando delimitan las fronteras de cada una de las partes implicadas (Homo Academicus, P. Bourdieu); tres son (somos) multitud.

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Tres. Redacciones (ed. Caslon), firmado por Ernesto Castro, Jara Calles, Miguel Espigado y Raúl Quirós, es un libro importante; uno de los primeros (junto con Padres ausentes, de Pablo Muñoz), en constatar la extraña genealogía de los escritores nacidos en los años ochenta. Creo que fue en el Encuentro Interestelar de Bloggers celebrado el año pasado en Gijón cuando señalé que, aparentemente, ésta es una hornada de escritores antes interesados en la crítica cultural que en la escritura de ficción; precisamente allí se encontraban Eloy Fernández Porta y Raúl Minchinela, artífices de los canónicos y estimulantes Afterpop y Reflexiones de Repronto. A los ya mencionados cabría añadir autores como Marc García, Unai Velasco, Mario Amadas (cerebros de la revista de lanzamiento inminente Mamajuana!), Luis Gámez, y tantos otros. En cuanto a Redacciones se refiere, salta a la vista que la relación con la generación anterior es favorable o muy favorable, al menos en los tres primeros textos: mientras Castro sigue la estela de Eros y su crítica de las emociones en el ámbito 2.0., Calles revisa el tratamiento tecnológico de la narrativa española en la última década, y Espigado hace una lectura pormenorizada a la crítica sobre la trilogía Nocilla, cosa que, por cierto, habla tanto del libro como del estado de la crítica actual. Los cuatro textos constatan las habilidades como críticos culturales de sus autores, al tiempo que abren el interrogante sobre la continuidad (o no) de la generación que le precede: ¿dónde encuentra sus límites?, ¿cómo bregar con un panorama que incluye tres visiones diferentes de lo literario?, ¿qué temas corresponde iniciar a esta nueva generación de críticos?

Hagan sus apuestas.

2 comentarios:

Javier Caslon dijo...

A finales de mes sale a la venta. Gracias ;)

Por cierto, Antonio. Esto me da que pensar: "ésta es una hornada de escritores antes interesados en la crítica cultural que en la escritura de ficción". Realmente la hago extensible a otras personas jóvenes -¿de los '80?-, no solo a los autores, sino a los lectores o a mí como editor. ¿Es más importante el cómo o porqué está pasando, que lo que está pasando? No sé...

Ibrahim B. dijo...

Ciertamente, las raíces del fenómeno las desconozco, aunque al menos concurren dos factores, a saber: a) que, por ejemplo, leer un ensayo de Eloy Fernández Porta puede ser tan gracioso como leer, por ejemplo, a Miguel Noguera, y desde luego mucho más descacharrante que leer muchas novelas contemporáneas [de igual modo que, por ejemplo, el Nuevo Periodismo puso a la prensa al mismo nivel que la ficción], y b), que, el formato blog, a.k.a. La Cantera, ha funcionado indiscutiblemente mejor con la crítica cultural que con la escritura de ficción.

Saludos,