Hay escritores que parecen necesitar de una tercera persona para empezar a largar cosas interesantes, ¿no te has fijado? Gente que escribe libros cuyo contenido es carne de vertedero (con perdón), pero que, sin embargo, cuando tienen a un periodista delante, los tipos se crecen y dicen cosas lucidísimas, verdades como puños. Te lo juro, es alucinante. Esos tíos deberían pagar a los periodistas por estimularles la neurona. De hecho, si tú coges mi cuaderno de anotaciones procedentes de libros (aunque más bien habría que hablar del documento Word que tengo para este propósito; ya casi no sé escribir a mano), hay casi más confesiones de escritores en entrevistas que recortes de libros. Me gustan las entrevistas, y creo que a la gente también le gusta saber cómo piensan sus escritores favoritos fuera de la ficción. Por eso es por lo que quiero que la gente sepa como soy gracias a mis libros, no solo vía periodistas. La entrevista es un género literario de puta madre, tío.
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Concibo esta mierda como una suerte de aproximación al sentimiento underground. Al sentimiento de la calle, ¿sabes?, pero trasvasándolo de la música a la literatura. Uno no puede negar de donde procede, y, bueno… en fin… a mí se me sigue poniendo la carne de gallina cuando escucho a Cut Killer pinchando aquello de [se lo piensa, y luego se lanza a cantar tímidamente, casi susurrando] ¡Assassin de la police! Es la leche, ¿no te parece? ¡Assassin de la police! [risas] ¿Alguna vez has le has echado un palo a una negra de verdad en uno de esos proyectos feísimos del suburbio, oyendo a los NTM mientras el resto del mundo trabaja, partiéndose el espinazo por el jodido sistema capitalista? Joder, eso sí que es tocar el cielo, tío. Eso sí que sí. [Se queda pensativo durante unos segundos] ¿Sabes? Hay una frase de Jean-Marie Seca, un tipo que hizo un libro sobre música underground y tal, que me representa. Me representa de verdad. Era algo así como que el underground era un instrumento que servía para canalizar tensiones y frustraciones[1]; y yo también me he quemado mogollón estudiando mierda académica y trabajando en cosas que me importaban un huevo […]. Y bueno, a eso añádele que cuando tienes veinte años, de lo único que puedes hablar es de adolescentes, y poco más. No vas a hablar de la crisis del matrimonio, no te jode.
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¿Si tengo miedo a que la parafernalia eclipse el contenido del mensaje? No, tío. Déjame que te explique algo, y luego me dices: Uno de mis pensadores favoritos, Gilles Lipovetsky, cuenta una mamarrachada del tamaño de una jodida catedral de estilo gótico de mierda cuando identifica el espectáculo capitalista con el enjambre revolucionario[2]. O sea al revés: el movimiento altermundialista con la publicidad. ¿Y sabes por qué es una gilipollez?, ¿eh? ¿Lo sabes? No seré yo el que te responda, fíjate tú. Porque Michel Chemit tiene una respuesta insultantemente poética, poética, digo, para Lipovetsky, cuando afirma que —y cito textual—: «Aún puede seducirme arrojar adoquines a la pasma. Es un acto lúdico. Para mí, hay mucha profundidad en ese gesto.[3]» ¿No es hermoso, tío? ¡Es pura poesía! ¡Assassin de la police como estilo de vida, hermano! La revolución es necesaria; pero si es divertida, mejor que mejor. Es ocio moral, tío. Ocio moral.
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Errrr… Sí. Sí, sí, no cabe duda. Me gusta mucho entroncar la ficción con conatos de ensayo o seudoensayos. Creo que dan verosimilitud al asunto. Aparte de que yo solo escribo sobre aquello en torno a lo cual previamente he reflexionado en la vida real. Mis experiencias con el mundo, en fin. Palahniuk decía en el cuento titulado “Usted está aquí” que «todo lo que esté “basado en hechos reales” es más vendible que la ficción.[4]» Bueno, es una postura mercantilista —ya sabes… Palahniuk—, pero es la jodida verdad. A la gente le interesa lo que ocurre a pie de calle. O mejor aún: interesa lo verosímil, lo creíble; una cuestión de estilo, vaya. Hete aquí porque me sirvo de géneros de no ficción como soporte de mis historias.
Ibrahím B., The Underground Review of Books. Julio de 2008.
[1] «Es cierto que en algunas corrientes underground se cristalizan los odios y las bajezas de una cierta juventud.» Los músicos underground. En el mismo sentido, otra cita del libro: «La ansiedad ante el paro o el sentimiento de “no encontrarse” en la escuela son otras tantas condiciones previas susceptibles de impulsar a los adolescentes de cualquier origen social a implicarse en actividades no inmediatamente remuneradas. Dee nasty, uno de los poetas del hip hop francés, y muchos de los que han contribuido a esta corriente, pasaron por el fracaso escolar o profesional, la pobreza o la droga antes de encontrar un nido y un estatus reconocido en la música.»
[2] «¿Cuál es el efecto práctico de estos movimientos? Desinflar los neumáticos de los coches, pintarrajear las vallas publicitarias del metro, parodiar logotipos, organizar el “día sin compras”; pero todo esto es tan insignificante, tan ruidosamente exagerado y tan “desechables” como los productos denunciados por los nuevos militantes. Han llegado los tiempos del “radicalismo portátil”, de la disidencia lúdico-espectacular, llamativamente en sintonía con el espectáculo publicitario.» La sociedad de la decepción.
[3] La revolución y nosotros, que la quisimos tanto, de Dany Cohn Bendit.
[4] Error humano.