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sábado, 25 de julio de 2009

Exégesis erótica y conceptualmente hiperconcentrada en torno al lector interesado por la narrativa barroca, obsesiva y sadomasoquista

O: ¿Eso que veo ahí es Marcel Proust poniendo morritos con un plumón en la boca, medias de rejilla y artículos de bondage? ¡Virgen santa!

Entre tantos lugares comunes que residen en la psique del occidental moderno hallamos el fotograma de un ejecutivo mimético de Michael Douglas blandiendo un taco de billetes frente a una profesional del sexo, a cambio de ser defecado en la boca. No obstante, es fácil justificar la asociación entre el personaje tiburón/ especulador financiero con ciertas parafilias que le sitúan en el papel de humillado (improvisemos que mientras el término “hacer el amor” connota un equilibrio de poder, “follar” apela necesariamente a la ruptura del orden para engendrar dos funciones diferenciadas: someter y castigar, vejarse y ser humillado, etcétera), en la medida que alguien obligado a manifestarse públicamente en una actitud de competición y escalada extremas se condena al contrapeso de una estructura psicológica agotada por el esfuerzo que supone controlar la situación 24/ 7. Por analogía obvia, una sociedad que premia el ascenso economicosocial a costa de emplear como peldaño el cogote de cualquier contemporáneo en el espacio público, ha de favorecer producciones culturales barrocas y obsesivas, como demuestra la evolución de la narrativa a lo largo del siglo XX; lo que es igual: alternar las lecturas de 'Finnegans' y la 'recherche' regresando una y otra vez sobre el párrafo anterior y tratando de discernir qué demonios querían decir, y gozar la libido sadomasoquista que implica imaginarse una escena de bondage en la mazmorra con Joyce y Proust abusando de ti, supone una (extraña) terapia con la que hacer menguar la neurosis del hombre que anhela ser portada de Forbes, como tú y como yo, querido lector.

1 comentario:

Luna Miguel dijo...

Proust es un marica pomposo e insufrible. Y con Joyce ya sabes que yo me hago los Dédalus más placenteros.


Ay, negro.