i. Jorge Riechmann: “Nunca dejará de sorprenderme el injustificado prestigio literario del mal…” Y Charles Baudelaire: “tanto el hombre como la mujer saben de nacimiento, que en mal se encuentra toda voluptuosidad"
ii. Paradójicamente, uno de los lugares comunes del reseñismo consiste en precisar que la creación atendida no es un lugar común (vbr., expresiones del tipo: “el autor procede a una vuelta de tuerca sobre el tópico”, “he aquí un regate en torno a lo previsible”, “huye de lo típico”, etcétera, etcétera), cuando lo cierto es que, como bien apunta C.B.: “Crear un lugar común, eso es el genio”.
iii. Y mucho antes que David Brooks y la actual hegemonía de la clase culta, un escrito premonitorio sobre el matrimonio feliz contraído por la sensibilidad intelectual y los propietarios de los medios de producción: “Sabios unos, propietarios otros; llegará un día luminoso en el que los sabios se convertirán en propietarios y los propietarios en sabios; entonces vuestro poder será completo y nadie protestará contra él”.
iv. Walter Benjamin y la advertencia a propósito del consumo y su relación con el capital simbólico: “Con el flâneur, la intelectualidad se dirige al mercado. Cree ella que para observarlo, cuando en realidad es para encontrar comprador.” (‘Libro de los pasajes’)
v. Francisco Umbral (¡!): “Contra la sociedad trabajan el anarquista y el poeta maldito. Este último es una fuerza centrípeta que se diferencia del anarquista en que no destruye ni trata de destruir a la sociedad, sino que se destruye a sí mismo”. Y Walter Benjamin: “esta capa social [la bohemia] ve en los verdaderos guías del proletariado a sus enemigos […] La poesía de Baudelaire obtiene su fuerza del páthos rebelde de esta capa social. Se inclina del lado de los asociales.”
vi. Poe (“The man of the crowd”) y Baudelaire legitiman como irreversible la conquista del protagonismo espacial en literatura por parte de la metrópolis. Citado por Azúa, Georg Simmel propone en “Las grandes urbes y la vida del espíritu”, texto que data de 1903, una taxonomía de características propias de la ciudad moderna, a saber: “los ciudadanos deben reprimir el sentimiento y esforzar el entendimiento”, “la metrópolis es el centro de todas las operaciones económicas, y economiza todas las operaciones”, “la indiferencia generalizada produce un amplísimo margen de acción que suele denominarse ‘libertad’”, “el metropolitano se llena de informaciones fragmentarias que no puede poner en orden, y se vacía de las anteriores informaciones obedeciendo a la presión que ejercen las nuevas”, etcétera. Mal que le pese a los descriptores del espacio urbano, desde Simmel y Baudelaire apenas ha sucedido nada nuevo. Por no decir absolutamente nada nuevo.
vii. El exceso de civilización (Modernidad) provoca ansiedad, sabemos desde Freud. Pero no para Baudelaire: “¿es preciso sufrir eternamente, o huir eternamente de lo bello? ¡Apártate de mí, naturaleza, seductora despiadada, rival siempre victoriosa!”
viii. Entendemos que Antoine Compagnon tiene más de una razón para afirmar que Baudelaire es un autor cuya escritura se sitúa ideológicamente a la derecha: “Para curarse de todo, de la miseria, de la enfermedad y de la melancolía, lo único necesario es la afición al trabajo” + “Si trabajases todos los días, la vida te resultaría más soportable”
ix. Giorgio Agamben: “Nietzsche sitúa, por tanto, su pretensión de "actualidad", su "contemporaneidad" respecto del presente, en una desconexión y en un desfase. Pertenece realmente a su tiempo, es verdaderamente contemporáneo, aquel que no coincide perfectamente con éste ni se adecua a sus pretensiones y es por ende, en ese sentido, inactual; pero, justamente por eso, a partir de ese alejamiento y ese anacronismo, es más capaz que los otros de percibir y aprehender su tiempo”. Y Compagnon: “los verdaderos antimodernos son también, al mismo tiempo, modernos, todavía y siempre modernos, o modernos a su pesar. Baudelaire es el prototipo, su modernidad—él fue quien inventó la noción—es inseparable de su resistencia al «mundo moderno», como iba a calificarla otro antimoderno, Péguy, o tal vez su reacción contra lo moderno en él mismo […] Los antimodernos—no los tradicionalistas por tanto, sino los antimodernos auténticos—no serían más que los modernos, los verdaderos modernos, que no se dejan engañar por lo moderno, que están siempre alertas.”
ii. Paradójicamente, uno de los lugares comunes del reseñismo consiste en precisar que la creación atendida no es un lugar común (vbr., expresiones del tipo: “el autor procede a una vuelta de tuerca sobre el tópico”, “he aquí un regate en torno a lo previsible”, “huye de lo típico”, etcétera, etcétera), cuando lo cierto es que, como bien apunta C.B.: “Crear un lugar común, eso es el genio”.
iii. Y mucho antes que David Brooks y la actual hegemonía de la clase culta, un escrito premonitorio sobre el matrimonio feliz contraído por la sensibilidad intelectual y los propietarios de los medios de producción: “Sabios unos, propietarios otros; llegará un día luminoso en el que los sabios se convertirán en propietarios y los propietarios en sabios; entonces vuestro poder será completo y nadie protestará contra él”.
iv. Walter Benjamin y la advertencia a propósito del consumo y su relación con el capital simbólico: “Con el flâneur, la intelectualidad se dirige al mercado. Cree ella que para observarlo, cuando en realidad es para encontrar comprador.” (‘Libro de los pasajes’)
v. Francisco Umbral (¡!): “Contra la sociedad trabajan el anarquista y el poeta maldito. Este último es una fuerza centrípeta que se diferencia del anarquista en que no destruye ni trata de destruir a la sociedad, sino que se destruye a sí mismo”. Y Walter Benjamin: “esta capa social [la bohemia] ve en los verdaderos guías del proletariado a sus enemigos […] La poesía de Baudelaire obtiene su fuerza del páthos rebelde de esta capa social. Se inclina del lado de los asociales.”
vi. Poe (“The man of the crowd”) y Baudelaire legitiman como irreversible la conquista del protagonismo espacial en literatura por parte de la metrópolis. Citado por Azúa, Georg Simmel propone en “Las grandes urbes y la vida del espíritu”, texto que data de 1903, una taxonomía de características propias de la ciudad moderna, a saber: “los ciudadanos deben reprimir el sentimiento y esforzar el entendimiento”, “la metrópolis es el centro de todas las operaciones económicas, y economiza todas las operaciones”, “la indiferencia generalizada produce un amplísimo margen de acción que suele denominarse ‘libertad’”, “el metropolitano se llena de informaciones fragmentarias que no puede poner en orden, y se vacía de las anteriores informaciones obedeciendo a la presión que ejercen las nuevas”, etcétera. Mal que le pese a los descriptores del espacio urbano, desde Simmel y Baudelaire apenas ha sucedido nada nuevo. Por no decir absolutamente nada nuevo.
vii. El exceso de civilización (Modernidad) provoca ansiedad, sabemos desde Freud. Pero no para Baudelaire: “¿es preciso sufrir eternamente, o huir eternamente de lo bello? ¡Apártate de mí, naturaleza, seductora despiadada, rival siempre victoriosa!”
viii. Entendemos que Antoine Compagnon tiene más de una razón para afirmar que Baudelaire es un autor cuya escritura se sitúa ideológicamente a la derecha: “Para curarse de todo, de la miseria, de la enfermedad y de la melancolía, lo único necesario es la afición al trabajo” + “Si trabajases todos los días, la vida te resultaría más soportable”
ix. Giorgio Agamben: “Nietzsche sitúa, por tanto, su pretensión de "actualidad", su "contemporaneidad" respecto del presente, en una desconexión y en un desfase. Pertenece realmente a su tiempo, es verdaderamente contemporáneo, aquel que no coincide perfectamente con éste ni se adecua a sus pretensiones y es por ende, en ese sentido, inactual; pero, justamente por eso, a partir de ese alejamiento y ese anacronismo, es más capaz que los otros de percibir y aprehender su tiempo”. Y Compagnon: “los verdaderos antimodernos son también, al mismo tiempo, modernos, todavía y siempre modernos, o modernos a su pesar. Baudelaire es el prototipo, su modernidad—él fue quien inventó la noción—es inseparable de su resistencia al «mundo moderno», como iba a calificarla otro antimoderno, Péguy, o tal vez su reacción contra lo moderno en él mismo […] Los antimodernos—no los tradicionalistas por tanto, sino los antimodernos auténticos—no serían más que los modernos, los verdaderos modernos, que no se dejan engañar por lo moderno, que están siempre alertas.”
2 comentarios:
El tema principal de Baudelaire, como el de Nietzsche, creo que es la moral. Y en mi opinión es el tema más importante, si no el único, por concentrarlo todo.
No sé en qué contexto diría Riechmann lo del injustificado prestigio del mal, pero vamos... a mí me deja de piedra.
"Mal que le pese a los descriptores del espacio urbano, desde Simmel y Baudelaire apenas ha sucedido nada nuevo. Por no decir absolutamente nada nuevo." La mirada fragmentada de las urbes se da a partir de unos muros-pantalla, cuando estos muros se desdoblan en formas tridimensionales (edificios, con sus propios espacios divididos a su vez por muros internos), los puntos de vista se multiplican y la mayor sensación de mirada abarcadora se reduce al recorrido por sus calles.
Muy interesante Compagnon, como siempre. Si te interesara ser antimoderno del ahora, ¿cuál sería tu elección?
Un saludo y hasta otra.
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