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domingo, 21 de marzo de 2010

Naíf para gastrónomos (publicado en Quimera 313, diciembre de 2009)

El agrio

Valérie Mréjen

Traducción de sonia Hernández Ortega. Periférica, 2009. 89 págs.

Valérie Mréjen en El Agrio es, si me permiten la licencia comparatista, un menú que podría conseguirse al cruzar Pantagruel con el francesísimo personaje de Amélie Poulain (erróneamente devaluado como consecuencia de su “traición” a la cultura independiente, a pesar de ser uno de los más llamativos iconos de cierta sensibilidad neonaíf), el enamoramiento de Annie Ernaux en Pura pasión y unas lógicas salpicaduras de dadaísmo escénico (vbr., “anoté mi dirección añadiendo dos cruces. Cada cruz significaba un beso. Como no lo entendió, las observó con lupa”).

Expresado a la inversa: la fórmula de la escritora parisiense pasa por el retablo de fragmentos cuya eficiencia reside en una potencia más sensorial o sensual que visual. Una pieza que responde a esa vertiente de la creación contemporánea a la que interesa no tanto la transformación provocada por las nuevas tecnologías (geek) como el caldo social de la metrópolis (hipster): ya la portada avisa de un limón antropomórfico y esmirriado, que calza Converse y sostiene un par de libros contra la pechera. Asimismo, desde cierta perspectiva ideológica podemos leer El agrio como bastión de un hedonismo que quiere derribar viejas y obscenas ataduras de la publicidad; hedonismo, en todo caso, guerrillero-burgués. Revolucionario a mínimas revoluciones: la pareja que componen la narradora y el Agrio, pues, invierte parte de su periplo en resolver sus caprichos de gourmet sin manifestar nada que pueda semejarse a la culpa. O sea, se atiborran de pasteles tunecinos, praliné, crema catalana, mantequilla President, cruasanes, queso St. Marcellin o bombones Richart, y se bañan en agua con aroma a chocolate, pero también disfrutan de la hamburguesa y el agua del grifo con su olor a contaminación.

Y he aquí la metáfora del temperamento que rige El Agrio, el abanico de sabores —espectro emocional— entre los que transcurre. Aunque en verdad ese suplemento de gusto avinagrado, así como la desalentadora acotación temporal donde sucede la acción (principio y final del texto remiten al término de una relación), solo cumplen un papel instrumental, inevitable y secundario con que aliviar la hiperglucemia a la que la autora quiere asomarse. Es decir: la ruptura es solo la excusa.

Mréjen sabe que relatar el despegue de fanfarrias que caracteriza cualquier relación es encontrarse frente a un lector escéptico, que conoce bien los efectos secundarios del romance, pero que difícilmente tolerará su violenta viscosidad desde el punto de vista de un tercero, puesto que los códigos de conducta del espectador —otra vez, la legislación de la cultura independiente— hace que prefiera apiadarse de un relato desesperado antes que una taxonomía de pequeños placeres como la que cumple el dúo de Mréjen.

Sin embargo, la escritora domina la artesanía, y se ayuda de sus minas de autoconsciencia para pasar el examen: “Ese maridaje tan chocolateado nos revolvió el estómago”. Porque de lo que aquí se trata es de ayudar a la progresiva desarticulación del tabú que domina la faceta humana más remilgada —equiparar el grado de “nobleza” de los distintas estados de ánimo—, a lo que sigue la exploración de corsés en aquellas relaciones que cumplen con las expectativas impuestas por la industria cultural (“cita cine & cena”, resume): relaciones obsesionadas con hallar El Dorado, el sendero del éxito, y aplicar cosméticos a cualquier asomo de tara: “miedo de que me viera como la típica romanticona que deshoja margaritas”, tanto como miedo al compromiso porque en el momento en que el contrato es firmado por ambas partes, cabe la posibilidad de que el otro empiece a creer que pierde enteros de libertad. Que nadie crea que “estábamos formalmente juntos o este tipo de ideas”.

Aparte: el nulo salto cualitativo a nivel formal (sintaxis breve, fragmentareidad) y solo en cierta medida conceptual (esa voz sarcásticamente aséptica) en las dos entregas de la autora que Periférica publica aparece justificado por su carácter díptico, a saber, mientras Mi abuelo denotaba la partida a los orígenes (la familia), lo que El agrio acontece es la salida del cascarón

5 comentarios:

Luna Miguel dijo...

qué bueno

y

qué hambre

Rubén Martín Giráldez dijo...

Ahora sí me has tocado de muerte, como antiguo estudiante de cocina y nuevo estudiante de teoría; no sé de dónde me vienen los golpes, pero voy a disfrutarlos, hoy domingo voy a leer entero este blog, ¡qué coño!, twitter es el sonido que va a hacer mi cerebro esta noche.

Agradecido por esto.

Suyo desde ya,

Rubén.

Ibrahim B. dijo...

Pues muchas, gracias, Rubén, y bienvenido. Me gusta mucho el título de tu bitácora. Estaré al tanto.

Rubén Martín Giráldez dijo...

He faltado a medias a mi palabra, Ibrahím; me he hecho los años 2007-2008, pero he planteado en tutoría la posibilidad de que me convaliden un montante de hasta ocho (8) créditos de libre elección para la carrera. Me tendrás que hacer un justificante.

Ibrahim B. dijo...

Este país necesita más hombres como usted, Céline. Espero que la fuerza le siga acompañando.
Abrazo,