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domingo, 24 de julio de 2011

Esto es lo que ocurre al presentar excusas culturales para problemas económicos

las autoridades tienden a despreocuparse de los terroristas de la extrema derecha por considerarlos "locos solitarios" [...] un "loco solitario" resulta menos preocupante y más fácil de explicar que la posibilidad de que los nazis se estén dedicando al terrorismo organizado

Stieg Larsson, La voz y la furia


Con el previo aviso de la burbuja de Internet, el 11-S derivó sus consecuencias en dos planos; uno cultural, el otro económico. Quizá entonces lo más impresionante fuese el desplazamiento del fin de la historia por el choque de civilizaciones como textos a partir de los cuales explicar el mapa internacional de la época, y la así llamada guerra contra el terror.

Pero lo más importante cuajaba en un segundo plano. En El nuevo paradigma de los mercados financieros, Soros recuerda que para «contrarrestar la desaceleración de la economía, la Reserva Federal siguió reduciendo los tipos —hasta un 1 por ciento en julio de 2003, la tasa más baja en medio siglo, tasa que se mantuvo un año entero—». Luego, con el dinero por los suelos, llegaría la burbuja inmobiliaria. «La crisis del crédito tuvo origen en un clima, un problema y un error. Pero también en un fracaso: el de los reguladores, los políticos y los directores de bancos centrales, cuya función consistía en detectar el peligro económico.» (Lanchester). Y justo ahora, Estados Unidos se debate sobre cómo evitar la suspensión de pagos, con una dura y poderosa oposición de la derecha.

Es decir, mientras buena parte del mundo permanecía atento a lo que estaba pasando en Oriente Medio y la guerra contra el terror, los bancos aumentaban sus ganancias aprovechando la coyuntura y los nuevos instrumentos financieros, y apostando más fuerte. Algunos salieron muy bien parados de aquella situación.

Entre tanto, es posible que las movilizaciones en contra de la OMC celebradas en Seattle en el año 1999, antes de las burbuja de Internet, del 11-S y de la crisis económica, sean uno de los principales iconos de los movimientos alterglobalización, cuya máxima popularidad comprendió los comienzos de nuestro siglo. En la película Battle of Seattle, una periodista la pregunta a un manifestante si realmente el mundo no tiene otros problemas más importantes que salvar a las tortugas. En esencia, esa fue la imagen que en ocasiones pareció trascender de aquel movimiento. Un montón de tipos nacidos en países desarrollados, con una profunda conciencia solidaria, viajando a Seattle, Génova o Barcelona para defender la participación y los derechos de los países del Sur.

Al revés, hoy los tipos nacidos en países desarrollados son los que salen a la calle a movilizarse por su propia situación. Paralelamente, la extrema derecha va ganando espacio en Europa. Los atentados de Noruega, que en un primer momento levantaron las sospechas de Al Qaeda, no han tardado en poner sobre la mesa la alarma del populismo. Así lo narra Pere Rusiñol desde Público y Nicholas Kulish desde el NYTimes. Contrariando a Larsson, el analista político Hajo Funke conviene que «This may be the act of a lone, mad, paranoid individual, but the far-right milieu creates an atmosphere that can lead such people down that path of violence Victor Lapuente se opone a «una lectura política simplista, vinculando la barbarie al ascenso de la derecha populista en la Europa del norte y responsabilizando a sus líderes políticos de inspirar este crimen.» Ahora bien, ¿seríamos igualmente laxos si el atentado lo hubiese ejecutado el terrorismo islámico?

A modo de curiosidad, más o menos escalofriante, según la mitología, Zeus rapta a Europa en Tiro para luego llevarla a Creta. Es ahí, pues, en Oriente Medio, donde se encontrarían nuestros orígenes. Y Coudenhove-Kalergi, principal pan europeísta, convino en los años veinte, en su libro Idealismo práctico, que el futuro pudiera ser de una única raza, euroasiática-negroide, como causa del mestizaje. Pero esto es algo a lo que no pocos políticos continentales se oponen.

El Partido de la Libertad se mostró en 2009 como segunda fuerza política en las europeas de Holanda. Su representante, Geert Wilders, recientemente fue absuelto tras ser acusado de incitar al odio racial. Entre otras cosas, Wilders afirmó que Israel combate “por todos nosotros”, comparó el Corán con el Mein Kampf, anunció que más Islam trae consigo menos libertad, crítico las “utópicas ideas sobre el relativismo cultural”, y se jactaba de haber fundado su partido para impedir la entrada de Turquía en la Unión. Una vez más, en Wilders persiste la práctica demagógica de contemplar el Islam como una religión monolítica. Algo impensable con el cristianismo.

Ciertamente, Turquía, enemiga de Wilders, como responsable del holocausto armenio, podría significar la máxima expresión de la pesadilla que se cernió sobre Occidente con los atentados sobre las Torres Gemelas, repetición de las cruzadas con los turcos como enemigos, masacre a todo un pueblo cristiano ejecutada en nombre del Islam. Pero eso fue antes de la revolución kemalista, que implicaría una tentativa de progreso social que se anticipaba a países como el nuestro. Con el nazismo, daría cobijo a científicos y artistas perseguidos en los años treinta y cuarenta. Durante la Guerra Fría, tal como afirma el historiador Daniele Ganser, la OTAN se sirvió de Turquía a su antojo como enclave estratégico con que frenar el avance soviético. El país entraría a la OTAN y mantendría acuerdos con la CEE en el sesenta y tres; en esa década haría acopio de armas nucleares y establecería relaciones diplomáticas con Israel. Tiempo después se discutiría la pertinencia del país euroasiático en la Unión. Y luego, perdidas las esperanzas ante la idea de su ingreso, y con una economía que mejora la situación de muchos países europeos —es decir, con poco que ganar en la Unión—, el PM turco se inclinaría a replantear sus relaciones internacionales. Si bien, con su nueva victoria en las elecciones de junio, buena parte de la prensa occidental parecía mostrarse preocupada de la ausencia de democracia en el estado otomano. Todo muy extraño.

Expo, la revista de Stieg Larsson, realizó en 1997 un estudio sobre la extrema derecha en europea. Según Larsson, gozaba de tanto poder o más que en las elecciones previas a la llegada de las dictaduras fascistas.

«Naturalmente —dice el periodista—, cualquier comparación de esta índole es arriesgada: la situación de los años treinta no se puede comparar con la que nos encontramos setenta años más tarde. Pero la existencia de estos grupos antidemocráticos nos pone sobre aviso del estado en el que se halla la democracia. El denominador común de todos estos partidos es el cuestionamiento de la legitimidad de la sociedad democrática. Su mensaje propagandístico más frecuente es la afirmación de que, en cierto modo, los políticos democráticos no son más que unos villanos que hacen chanchullos, se lucran a expensas del pueblo y, además, han “vendido” o “traicionado” al país.»

En 1997 la situación no era comparable a 1929; en 2011, lamentablemente, sí. Y nadie desea enfrentarse a una crisis de tales dimensiones. Porque eso es lo que justificó la existencia de las dictaduras y lo que hizo comprender el sistema comunista como una alternativa a pensar. O como dijese Hobsbawm, «el mundo de la segunda mitad del siglo XX es incomprensible sin entender el impacto de esta catástrofe económica». ¿Dispuestos a repetir?


Ganser, Daniele (2005), Nato's Secret Armies (Operation Gladio and Terrorism in Western Europe). Londres, Cass.

Hobsbawm, Eric (2011), Historia del siglo XX. Barcelona, Crítica.

Lanchester, John (2010), ¡Huy! (Por qué todo el mundo debe a todo el mundo y nadie puede pagar). Barcelona, Anagrama.

Larsson, Stieg (2011), La voz y la furia. Barcelona, Destino.

Soros, George (2009), El nuevo paradigma de los mercados financieros (Para entender la crisis económica actual). Madrid, Taurus.

4 comentarios:

Luna Miguel dijo...

Yo sólo puedo decir que me da miedito todo esto. He visto fotos de Wilders y es como El Horror.



Buen texto, señor IB.

Jorge García Torrego dijo...

Estoy de acuerdo en que los gobiernos deberían tener más vigilados a estos movimientos antidemocráticos. Y sobre todo estoy muy de acuerdo con la visión de los antiglobalización en el año 99 como una visión demasiado "volátil", demasiado despojados de la cruda realidad (= hambre, guerra o situaciones jodidas de verdad). Pero lo que es paradójico es que estos movimientos han resultado ser proféticos viendo lo que hoy estamos moviendo y para lo que mueve y para lo que (esperemos) lleguemos a mover dentro de poco.

Por otro lado, sobre la necesidad por parte de los gobiernos de tener siempre a elementos peligrosos que atentan contra "nuestra perfecta vida desarrollada" quería decir que este sentimiento de unidad que nace al verse atacado por alguien extraño, de fuera, se va a la mierda cuando el que ataca es uno de "nosotros". Un joven rubio de 1.90.

Gracias por la reflexión.

Anónimo dijo...

Muy bien, Ibrahim. Te agradezco sobre todo que pongas tan claramente, en dos fechas, las escalofriantes conclusiones de este escenario: 1929/2011. Permíteme, no obstante, recordar que en el mundo globalizado las fronteras no son tan definidas entre ellos y nosotros (y no sólo por el neocolonialismo y la inmigración, fenómenos clave de este asunto). Eso es lo que yo creo que era de lo más inteligente de los tempranos movimientos de Seattle, Génova o Barcelona: al defender al otro también te defiendes a ti mismo. Pues lo que estaba en juego era la propia sociedad de bienestar ("lo que allá se destruyó en quince días aquí se destruirá en quince años").

Pero, otra vez, el escenario era bastante claro desde hace mucho. Y, como lamentablemente casi siempre sucede, hay poco espacio para el debate, hasta que se llega a lo insostenible.

http://riff-raff.unizar.es/files/rgaona.pdf

http://vicenteluismora.blogspot.com/2007/10/firma-digital-invitada-martn-rodrguez.html

Gracias, de nuevo. Un abrazo,

Martín Rodríguez-Gaona

Ibrahim B. dijo...

"al defender al otro también te defiendes a ti mismo."

Estupendo, así es.

Muchas gracias por el enlace.