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sábado, 28 de marzo de 2009

Si a Carver lo lee la clase culta para acordarse de lo jodido que está el populi, aquí esta papi para meterte su metaficción con cuchara, chaVal

(O: te voy a dar yo a ti Bífidus Activo, Coronado)

[...] Chief examina con la mirada a sus contertulios en secciones de tiempo equivalentes, al tiempo que detalla su primera sesión en el diván de cuero del doctor Skinner mediante mecanismo de memoria selectiva: —¿Mis padres? Los adoraba. O sea, qué demonios. No es verdad. Seguramente integrasen ese colectivo de hombres hechos a sí mismos, y que ahora atienden impotentes al esnobismo de clase universitaria con que sus hijos se alejan del lecho familiar y construyen su propio relato. Ergo, por una parte sí. En efecto, bastaba oír ciertas conversaciones telefónicas para apreciar el cariño que manifestaban hacia mi escalada en la pirámide de lo social... Aunque cada vez fue más difícil mantener con ellos un diálogo fluido. O a papá y mamá aguantar mis bobadas teoréticas o deontológicas sobre crítica literaria, por ejemplo. Habitábamos mundos paralelos. Autosuficientes. Imagínate abroncando a mamá porque ella prefería ver los programas del corazón mientras comíamos, o intentando comunicarles el trasfondo de mi último artículo sobre los singles... Y aunque cierto es que estaríamos exagerando si dijéramos que ponían toda su voluntad para entender mi microcosmos de pensamiento, de igual modo su reducido abanico de intereses me desesperaba [...] ¿Sabe? Una vez leí ese cómic, Una familia tragicómica, y me asusté. Me asusté de veras. Pienso en esa escena en que la protagonista, al poco tiempo de la desaparición de su padre, narra a un amigo este suceso tronchándose de la risa, completamente inmune a la gravedad del acontecimiento. Creí que mi caso sería igualmente extremo, y me sentí culpable. Total que no sé cuando se acabó el feeling entre mis padres y yo, termina. Y Skinner, que anota en su bloc la analogía con la familia Mastroiani, algo así como que la reunión que cada seis meses convoca la comunidad de propietarios en la Urbanización Los Cocoteros posiblemente sea el evento social de mayor envergadura para los susodichos. Para hoy, __ de _______ del año ______ hay programada una asamblea de carácter ordinario en la plaza de garaje número 47 (geográficamente ubicada bajo el segundo bloque de viviendas), advierte el documento del archivo de pacientes, donde Manolo Mastroiani desempeñará la presidencia de la comunidad de propietarios en sustitución del ausente Federico Lillo, de viaje de novios, lo cual hace que Guadalupe Mastroiani despierte con un picor de estómago todavía más acuciante que el día en que el pequeño pero fondón Gonzalo Mastroiani recibió su primera hostia. Durante el desayuno el matrimonio se da ánimos. Se quieren; incluso se tocan la mano cuando uno de los dos reparte la mermelada de albaricoque sobre la superficie del pan tostado, escuchando muy de fondo las noticias que retransmite la emisora episcopal; y se miran directamente a los ojos mientras sorben el borde de la taza de café. Las pupilas de Manolo Mastroiani transpiran emoción. En ellas Lupe puede ver al mesías que Los Cocoteros precisaba desde que alguien pusiera la primera piedra. «Aguanta, amor mío —parece querer decirle, aunque enmudecida solo se limite a dar mordiscos de rata radiactiva a la tostada—: el año que viene seremos presidentes, y entonces nada ni nadie podrá detenernos». Ambición, perfidias, calumnias: Welcome to Los Cocoteros, reza el cartel de tablones en medio del desierto, descaradamente tachadas las tres primeras palabras: Manolo Mastroiani. O la encarnación popular del presidente negro de los EEUU, piensa su mujer con más o menos acierto. Cuando finalizan los arrumacos el padre de familia echa a su mochila el sándwich envuelto en papel de plata y abandona Los Cocoteros en dirección a la factoría. Una hora más tarde Gonzalo camina hasta la parada del autobús en dirección al concertado, de modo que Lupe se queda sola en el apartamento a la espera del gran momento. Bebe una copa de vino. Dos copas de vino. Tres copas de vino y enciende el aparato de televisión para matar las horas que restan hasta el pleno. (Alguna que otra vez Lupe trató de rendirse al culto por la lectura y los presupuestos sociales incrustados a la acción intelectual, pero el silencio del ejercicio la asola, precisamente porque en lugar de escuchar la voz de la tinta vuelca su atención, sin ser muy consciente de lo que está pasando, hacia el vacío atmosférico que la envuelve.) Es decir que cuando Manolo y Gonzalo regresan al apartamento terminan por encontrarse a la madre en estado de ebriedad y somnolencia profundas, apestando a peleón, en un relato que alimenta la baja cultura pop o «creencias populares» de la clase culta, empeñadas como son en recabar la bajeza moral, la vorágine de supersticiones y la periferia del racionalismo que se presumen para quienes no asumen la existencia como un postgrado permanente [...]

lunes, 23 de marzo de 2009

¿Ucronía?

Para entonces el divorcio express y los improvisados matrimonios en casinos de Las Vegas llegaron a ser toda una rareza histórica – mecanismos acaso recurridos solo por las clases más conservadoras, anquilosadas como estaban en la dinámica emocional del viejo milenio, pero también motivo seguro de falsa nostalgia posmoderna. Corrían tiempos, decimos, en los que la compañía de telecomunicaciones MoviStar optó por entregar simbólicos votos a sus teleoperadoras latinoamericanas, que sin quererlo, casaban y descasaban por la gracia de Jobs a los clientes de la corporación, a saber: «Ring, ring» «¿Diga?» «Llamaba para darme de alta/ baja en el contrato Mi Favorito»; a lo cual procedía la enhorabuena de la linda asalariada de aflautada voz antes de poner en el órgano auricular del usuario la alianza para con el nuevo número telefónico, o bien lamentar el chasco sentimental camuflando las risitas maliciosas y desempeñar el papel de terapeuta con aquello de ofertar contratos alternativos que facilitaran las relaciones con amigos inmemoriales, de tal modo que el registro civil abandonó los organismos oficiales para trasladarse a las oficinas de la multinacional, donde sigue haciendo y deshaciendo matrimonios.

Historia de la Sexualidad, vol. IV (Poliandria y poliginia posmodernas)

domingo, 22 de marzo de 2009

Metataxonomía

Acaso un símbolo más que evidente del materialismo que define nuestro tiempo y su tendencia a sacralizar lo profano, merece prestar atención a cómo la racionalización, clasificación y yuxtaposición de distintos objetos-fetiche en taxonomías del gusto y manifiestos más o menos sutiles con los que defender unos intereses de clase viene siendo un recurso narrativo más o menos frecuente, quién sabe si a partir del abusivo American Psycho de Bret Ellis, hito de un capitalismo grosero que desde entonces ha ido disminuyendo su temperatura. Recientemente lo apuntábamos ya sobre “Relato Pop”, de Eloy Fernández Porta, y hasta cierto punto también en Rompepistas, de Kiko Amat. Buena parte de la narrativa contemporánea americana ha advertido la eficacia sobre la verosimilitud del relato a la hora de agotar las peculiaridades que definen el bien de consumo. Saúl Williams también hizo lo suyo en el poema “Coded Language” con aquello de apuntalar una macedonia de referencias culturales, y Allen Ginsberg condensa extático toda una cohorte de situaciones beats en “Howl”. Como la productora Carl’s Fine Films, que en su reciente campaña de marketing viral imprime para los ultramarinos Trader Joe’s el recreo naïf con que el ciudadano común asiste al ritual de la compra. Y sí, en efecto dan ganas de partirle la boca al cantante. Preferimos al psicótico yuppie Pat Bateman que a semejante BoBo gangoso y místico. El capital, por si fuera poco, ha acabado con la masculinidad.


viernes, 20 de marzo de 2009

La cimitarra de Ithaca & el complejo de castración o la infinita pereza de Europa

Otra verdad incómoda es que David Foster Wallace no solo ha sido lo mejor para la narrativa española contemporánea desde la aparición de sus primeras traducciones allá en los albores de siglo, sino también lo peor que haya podido atravesarla hasta nuestros días. Lo que es igual, en 1990 nuestro autor cuenta en las baldas de las librerías con The Broom of the System y Girl with curious hair —más de 800 páginas teniendo en cuenta la edición de Penguin y Back Bay respectivamente—; aún así, escribe a Jonathan Franzen: «Right now, I am a pathetic and very confused young man, a failed writer at 28 who is so jealous, so sickly searingly envious of you and Vollmann and Mark Leyner and even David fuckwad Leavitt and any young man who is right now producing pages with which he can live, and even approving them off some base clause of conviction about the enterprise’s meaning and end.» A comienzos de esa misma década, Wallace anuncia: «If I have an enemy, a patriarch for my patricide, it’s probably Barth and Coover and Burroughs, even Nabokov and Pynchon». Ergo no solo su ambición fue desmedida sino que llevó a buen puerto la arriesgada tarea de coger por los tobillos al autor de Gravity’s Rainbow y airearlo en la terraza del maximalismo norteamericano mientras le roba las llaves del coche y de la casa, la cartera y quién sabe si la mujer y los hijos. Wallace fue y sigue siendo un tipo duro. En cambio, parece que lo que aquí ha tenido lugar tras de la lectura de su obra no ha sido más que discretos homenajes, algunos de ellos mucho más acertados que otros; la mayoría fotocopias breves que delatan el temor a las distancias largas, como si la fiereza con que el actual patriarca que nos/ os/ les desafía a acometer el parricidio no cupiese por las sistemas aduaneros de Europa. Y si bien es cierto que el propio autor destapa sus propias dudas al hilo de la prolijidad y desmesura de su escritura con aquello de qué es mejor, si la diarrea o el estreñimiento (“Hacia el oeste, el avance del imperio continúa”, en La niña del pelo raro), una sospecha más que extendida entre sus lectores; huelga prever que durante todo el año próximo Amazon dispensará a lo largo de la geografía occidental lotes y lotes de The Pale King, novela póstuma e inacabada de la cual se sabe que contiene varios cientos de miles de palabras. The New Yorker publicó el pasado lunes 9 un extracto de esa misma novela. Interesados, clic acá.

lunes, 16 de marzo de 2009

'Temporada de caza' en Berliner

Aunque finalmente no fue posible la entrevista a Tryno Maldonado (¡auch!), aquí tienen la reseña in extenso y una serie de razones para leer este muy buen libro. Really Good Cream.  

lunes, 9 de marzo de 2009

Mohamed Bourouissa

Der Spiegel publica hoy una entrevista con el fotógrafo Mohamed Bourouissa, parada obligatoria para seguidores de Y.B., Lionel Tran, Faiza Guène o el film La Haine. De modo que cojan sus diccionarios de alemán y hagan el esfuerzo. Merece la pena.


Una verdad incómoda

Empecé a vislumbrar la presente idea revisando textos provenientes de la ¿¿¿tradición??? Afterpop, y confirmé las sospechas durante la reseña de Temporada de caza para el león negro, del mexicano Tryno Maldonado (próximamente en Berliner): La opinión pública lectora, más que sagaz, y esos otros competitivos circuitos literarios, arduos en su examen, dispuestos ambos a revisar con lupa y buscar la justificación de las decisiones que el narrador toma frase por frase (algo parecido a aquel director de cierto periódico estadounidense que preguntaba el por qué de cada sentencia a sus reporteros), como ya anunciábamos en La institucionalización de la envidia; sumados a la caducidad inmediata o volatilidad a la que el intelectual indie queda sometido, dan como resultado una situación difícil de aceptar, pero inexorable por circunstancias históricas, para los productores de capital cultural: trabajar supeditados a los caprichos del marketing, si bien con la minuciosidad y la paciencia agotadora de un Flaubert (ya saben: toda una tarde para poner una coma, toda una tarde para borrarla). Al menos desde comienzos de los 90, de la mano de la —glupgeneración Kronen, así han sido las cosas en España. Y la coyuntura no parece manifestar interés alguno hacia el cambio. Ullrich Weisstein ya apuntaba en su Introducción a la literatura comparada que «los éxitos literarios suelen ser superficiales y de corta duración», pues «dependen enteramente de la moda o de algún acontecimiento determinado». Resignarse a aceptar el contrato o morir, es lo único que nos/ os/ les queda, independientemente de que el autor asuma siempre para sí el deseo de adquirir un nicho en los anaqueles de la historia literaria y/ o intelectual. Eso, o aguardar la llegada de acontecimientos verdaderamente importantes, qué sé yo, la iii Guerra Mundial, el hundimiento definitivo del sistema capitalista o una invasión marciana.

domingo, 8 de marzo de 2009

‘Guerras Culturales & Geopolítica Urbana para los albores de siglo’ presentan ‘LAS DROGAS. Una cuestión de Ssshulería’

O cómo transformar al abstemio en un tipo molón ahora que Vollenweider vende el arpa en eBay y la New Wave tiene entrada en la Britannica

—Los belgas sois los tontos en los chistes de los franceses, ¿no? —un viejo amigo dirigiéndose a mi compañero de piso Erasmus.

La publicidad que apela a la prevención del consumo de drogas da como resultado una de las guerras culturales más interesantes en los últimos tiempos. Obligada a posicionarse en el cerebro del consumidor frente a su competencia ilegal, descubrimos cómo su discurso ha ido evolucionando del paternalismo fatídico y los dramas ñoño-familiares tipo Traffic —condenadas como son semejantes estrategias a disolverse en la memoria del espectador en el tiempo que tarda cualquier antihistamínico para niños diluido en agua— hacia posiciones mucho más agresivas, más atractivas, más contundentes. Piénsese en la gráfica pergeñada por Sra. Rushmore para Fad en la campaña que lleva por —aburridísimo, nefando— título Las drogas no sólo perjudican a quienes las consumen. Todo tiene un precio, si bien —adviértase también este detalle— televisión y radio siguen la línea didáctico-eclesiástica, suponemos que por culpa de Fad más que del talento contenido en la milicia Rushmore (Es lo que tiene España, su sorprendente capacidad para sorprenderse). A partir de tipografías que remiten a la —glupcultura de club, y esos gamberros primeros planos de la sustancia tóxica, Rushmore saca el guante dieciochesco y reta a un duelo de caballeros al greñudo junkie que espera en la marquesina del bus liándose un peta. Rushmore no quiere embutirse el pijama de papá burgués que da un beso de buenas noches a su prole en el barrio pijo de la ciudad. Lo que Rushmore busca —y por motivos de guión/ briefing no consigue— es el camino de la invectiva nihilista extrarradial, ese «yo soy más chulo que tú, que tú y que tú» que tanto nos gusta, pues solo siguiendo este sendero es posible obtener resultados auténticos en la presente escaramuza. Precisamente por esta razón sospechamos que llegará el día en el que las cajetillas de tabaco supriman sus anodinas amenazas de cáncer y pérdida de la calidad del esperma (¡Uuuuuh! ¡Qué miedo me das, Ministerio de Sanidad!) por eslóganes más convincentes; algo así como «La nicotina produce sedentarismo. Y tú no quieres ser un gordo miserable. Un perdedor.» Mientras tanto, de eso qué duda cabe, seguiremos releyendo a Burroughs.

Fundamentos del indie: Sobre la búsqueda del referente esotérico

Regresamos sobre la definición del sujeto latiendo en el superego capitalista que Bauman propone en Vida Líquida: «ser un individuo significa ser diferente a todos los demás.» Ergo, entiéndase entonces que la emergencia del estilo indie y la fragmentación del espacio urbano, tanto como del cibernético, en microcomunidades reunidas por referentes que quieren presumirse arcanos, no deja de ser sino el rostro camuflado de nuestra sociedad hiperindividualista, tal como viene anunciándose desde la revuelta del 68 en París (aquellos apuestos mozalbetes de clase universitaria deseosos como eran por reaccionar contra el hombre unidimensional proyectado por Marcuse), y la inspiración que aquello supuso para el mercado: ¿cuántos de los insurgentes se sirvieron de la experiencia sesentayochista para alimentar después los pilares de Occidente? He aquí otro ejemplo más de cómo el acervo cultural liberalista vigente muta y desorienta, en esa cruel lucha por la supervivencia sobre la cual diariamente ha de tomar parte. Explica también este rasgo fenómenos como el ascenso imparable y caída consecuente de ciertas manifestaciones creativas que jalonan hitos de la contemporaneidad: Amélie es, tal vez, el paradigma. Retrato perfecto de las fantasías recreadas por la clase Bourgeois Bohemian de la que Brooks habla en su hilarante BoBos, empieza a ser denostada cuando resulta un reto caminar diez metros en cualquier campus universitario sin hallar una chapa de Audrey Tatou sobre prendas femeninas y bolsos. Igual sucede con la música: Los piratas o Vetusta Morla son eclipsados por bandas como Zoo cuando el espectador procede a engrosar las filas de un fanatismo multitudinario. Los Coen caen un tanto más gordos cuando Brad Pitt y George Clooney sustituyen a Buscemi en los créditos. Huelga destacar Nocilla Dream como ejemplo más que contundente en la narrativa de nuevo cuño. Más de lo mismo en la ensayística: ¿qué me distingue a mí —sostiene el intelectual indie— si ejemplifico mis postulados a partir de Joyce, Cervantes, Proust, Kafka o Moliére, archimanidos cánones de la Academia? Mejor será entonces, prosigue, arrojarme al encuentro de la cita subrepticia, ese documento que durante años acumula polvo en las baldas de la biblioteca sin que nadie haya fijado su atención en él; y de ahí a la pulsión por investigar lo que acontece en el seno de la publicidad nepalí, el Art Brut de cualquier oronda centroafricana aquejada por malformaciones congénitas que a este lado del planeta desconocemos, o los cómics de un atormentado limpiacristales que habita la banlieue marsellesa. Roland Barthes, en Variaciones sobre la escritura, apela a la obra de masas como condenada a las veleidades de la moda y el capitalismo. Algunas décadas más tarde, conviene reconsiderar su propuesta y aplicarla también a la recepción de las producciones emergentes. Por lo demás, el capitalismo mola. ¡Quia!

Amos Oz, en Berliner Haus

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