Dice François Cusset en French Theory (Melusina, 2005): «Hasta diciembre de 1941 y el ataque japonés a Pearl Harbour, Estados Unidos representa para la Europa de los éxodos y los golpes de Estado la única tierra de asilo viable [...] Los años de exilio estadounidense [...] coinciden con una transferencia histórica de la hegemonía artística y cultural de París a Nueva York.» Si los años sesenta fueron los del aterrizaje del postestructuralismo francés en territorio transatlántico, señala Cusset, extrañamente, a tenor de la sofisticación de sus autores, la década de los ochenta trajo consigo la implantación popular de la teoría como fenómeno de masas, «desde la música electrónica hasta las comunidades de internautas, desde el arte conceptual hasta el cine para todos los públicos, y, sobre todo, desde el ruedo universitario hasta el debate político, estos autores franceses alcanzaron en Estados Unidos a comienzos de los años ochenta un nivel de notoriedad oficial y de influencia subterránea que nunca había tenido su país.» El mundo anglosajón cooptaba, para devolverlo luego al resto del mundo bajo su rúbrica personal, parte de la cultura francesa más importante del siglo xx. Ya en 1977, Frank D. McConnell recuerda en Four Postwar American Novelists que la década comprendida entre 1963 y 1973 significó un shock en el espíritu americano: comenzó con el asesinato de un líder (Kennedy) y acabó con la humillación y posterior exorcismo de otro (Nixon). «Es como si la historia hubiese devenido mito o drama, como si hubiésemos sido obligados a vivir a través de los ojos de Macbeth o Edipo y compartiéramos el horror de los infelices ciudadanos de Escocia o Tebas». McConnell es consciente de que para entonces, tras el trauma de la guerra, los europeos parecían menos sorprendidos o abrumados ante las revelaciones de «la debilidad humana, la corrupción y el mal». Ante este panorama, Estados Unidos, nación inocente hasta la Guerra Fría y derrotada durante aquella década, empezó a experimentar una «innovadora y traumática redirección de la imaginación americana». Así llegó una nueva generación de literatura «absurda, fantástica, altamente autoconsciente y oscura a la manera de la ficción continental practicada por escritores como Sartre, Beckett, Robbe-Grillet y Günter Grass». En el caso español, Risas enlatadas, publicado en 2001 (cuando Wallace, delta en el que confluyen buena parte de los mejores cerebros de la narrativa norteamericana en el último medio siglo, entraba en declive en su país), abrió el camino del realismo televisivo y la ficción enciclopédica[1] con la que el autor de Infinite Jest decidió cuestionar la obsesión por los metateoremas y la crisis del narrador omnisciente presente desde V., al mismo tiempo que iniciaba la devoción hacia la French Theory (véanse Molina y Ted Flanders). Desde entonces, y con alguna que otra aportación exclusivamente local como es la novela fragmentada aparecida en Circular (2003) y popularizada tras Nocilla Dream (2007), todo este conglomerado de rasgos en la ficción estadounidense posmoderna ha ido ganando posiciones —optimizándose y actualizándose, como demuestra abandono progresivo de la televisión en aras de espacios inéditos— cada vez más centrales en nuestra producción editorial: ahí están Los muertos o Alba Cromm. Por todo esto, cabe considerar de especial interés la aparición de Corona de flores, cuya reseña publicaré próximamente en Quimera: una ficción monstruosa en la medida en que plantea dudas para pensar secuelas de la tradición alternativa recreada por Calvo, tomada de nuevo del mundo anglosajón (el gótico inglés), pero que en cualquier caso apunta un posible cambio de continente en donde encontrar soluciones narrativas.
[1] «Encyclopaedic narratives begin their history from a position outside the culture whose literary focus they become; they only gradually find a secure place in a national or critical order... To an extent unknown among other works that have become cultural monuments, encyclopedic narratives begin their career illegally» Mendelson, Edward , “Gravity’s Encyclopedia”, en Mindful Pleasures: Essays on Thomas Pynchon (1976)
13 comentarios:
Simplemente quería hacer una reflexión después de haber estado leyendo los comentarios dejados en este blog: cuando gente como Matzerath opina, con mayor o menor brutalidad verbal, sobre una serie de autores, obras o movimientos literarios renovadores (o no) y tanta gente se lanza a su cuello, yo me pasmo. Se ha dicho que en ningún momento justifica por qué critica la obra de Pron y lo cierto es que lo justifica constantemente. Se dice que sus ataques son personales y lo cierto es que no lo son: toma los relatos que ha leído y los destripa de acuerdo con su idea de lo que es un buen relato. Creo que con mejor o peor baba, hace una crítica muy meditada. Vivios en un mundo en el que una buena crítica, aunque sea falsa a morir e injustificada, tiene un pase y un aplauso. Puedo decir que un libro es bueno, sin más explicaciones, y nadie se me lanzará al cuello, por lo menos no lo hará públicamente, puede que luego me critiquen en petit comité, pero la falsedad se comprende. Ahora sí, haces una mala crítica sobre una obra, y por mucho que la justifiques, te conviertes en el mayor cabrón de este país. Pues no. La literatura necesita de críticos carentes de paternalismo. Si un libro es una mierda, lo es. Si un autor es una mierda como escritor, lo es. Y no hay nada que ayude más a un autor que una crítica sincera, por demoledora que sea.
No estoy de acuerdo con todo lo que dice Matzerath, aunque sí con gran parte. Para mí ha resultado un libro interesante el de Pron, tal y como digo en mi blog, pero está a mil años luz de ser el libro inmenso que muchos cacarean. Y esas cosas hay que decirlas. En unos meses yo saco un libro de relatos. Ojalá tenga a gente como Matzerath que me dé su opinión brutal y sincera, porque de esas cosas aprenden los escritores, no de que la crítica se calle por no molestar.
Por último: ni todas las críticas malas se hacen por envidia, ni todas las críticas buenas son sinceras.
Un saludo.
Yo empiezo: en la segunda mitad de los noventa, presencié el tremendo ostiazo de lo que entonces se llamó la “joven narrativa” o “generación Kronen”, que eran novelistas nacidos en los 60 y 70, vagamente jóvenes, impulsados por el boom de ventas de un par de libros a principios de los noventa y denostados con furia por todo el mundo. La mayoría de sus miembros desaparecieron del mapa, entre ellos el propio Mañas, otros sobrevivieron milagrosamente al fenómeno (Loriga, Etxebarría, etc). Todos tenían sin duda un canon muy americano, donde entraban El guardián del centeno, Carver, las dos primeras novelas de Brett Easton Ellis, Douglas Coupland, etc. El backlash contra ellos llegó en forma de reivindicación furibunda de la literatura patria más elevada (Benet), que en los 90 seguía siendo el gran referente literario del establishment de Babelia. A finales de la década la joven narrativa era un cadáver maloliente. Quedaron, eso sí, cosas muy interesantes de la parte menos mercadotécnica de la década, que había visto el nacimiento de una serie de narradores muy interesantes nacidos en los 60: Orejudo, Magrinyá, el propio Loriga, Germán Sierra o Casavella, todos cosmopolitas y brillantes, aunque muy dispersos geográficamente, bastante poco prolíficos y un poco ninguneados por la prensa. Hacia esos años hay un escritor, y básicamente uno, que llevó a cabo el cambio de paradigma: Eloy Fernández Porta, que fue quien empezó a reivindicar la narrativa postmoderna americana de los 70 como salida al atolladero, así como su continuación en las dos décadas siguientes (el avantpop, Ronald Sukenik, Mark Leyner, David Foster Wallace, etc), todo alimentado de mucha teoría literaria, buscando la ruptura formal y tendiendo siempre que podía puentes con la tradición local (Julián Ríos, Goytisolo, etc). EL CAMBIO DE PARADIGMA LO HIZO ÉL, y luego los demás lo siguieron. Él fue la inspiración, quizás no tanto sus libros como él personalmente. Sus libros Los minutos de la basura (del 96) y Caras B son los primeros libros de narrativa de la generación Afterpop, si no los mejores, y la historia lo acabará reconociendo. Yo llegué en 2001 con Risas enlatadas (el año anterior lo había hecho Germán Sierra con Efectos secundarios), y lo que tiene el libro de fascinación por Don Delillo y David Foster Wallace se puede rastrear en última instancia hasta Eloy. De todas maneras, esa parte del libro ya no me interesa para nada. Reniego de ese librito de mierda, ya no me gusta, ahora lo que me gusta es ver cómo otros lo imitan.
Espero poder responder esta noche con más tiempo.
Pero ya adelanto que sí; creo que llevas mucha razón con respecto al libro de Sierra.
Gracias, y saludos a ambos,
Muy amablemente, un anónimo que comenta en este blog se ha pasado por el mío para decirme que Matzerath tiene un blog en el que expone su ideología no sé si literaria o, más extensamente, vital. Quería dejar claro que no conozco ese blog ni la ideología de Matzerath y que mi comentario anterior en esta entrada se refiere exclusivamente a los comentarios que él hizo sobre Patricio Pron. Yo lo que siempre defiendo y defenderé es la crítica sincera y bien intencionada, no la falsa o la mal intencionada. Todo el mundo debería poder decir lo que piensa de una obra, bueno o malo, pero no con afán de fastidiar al autor, por supuesto. Y el crítico debería ser también humilde, esto es, conocer el alcance de sus propios conocimientos, no ir por la vida del gran mesías conocedor de los entresijos literarios que nadie más que él conoce. Yo, por ejemplo, doy opiniones "de andar por casa" sobre los libros porque no hago crítica profunda, algo tremendamente complicado, sino que doy la opinión de un lector normal sobre un libro que ha leído.
Quería dejar esto claro, no vayáis a pensar que suscribo palabra por palabra lo que dice Matzerath sobre todo lo humano y divino. Sólo sé lo que él ha dicho sobre este último libro de Pron, nada más. Que conste.
Por cierto, ¿alguien podría pasarme la dirección del blog de Matzerath para ver lo que allí se cuece? Gracias.
"Si los años sesenta fueron los del aterrizaje del postestructuralismo francés en territorio transatlántico, señala Cusset, extrañamente, a tenor de la sofisticación de sus autores, la década de los ochenta trajo consigo la implantación popular de la teoría como fenómeno de masas, «desde la música electrónica hasta las comunidades de internautas, desde el arte conceptual hasta el cine para todos los públicos, y, sobre todo, desde el ruedo universitario hasta el debate político, estos autores franceses alcanzaron en Estados Unidos a comienzos de los años ochenta un nivel de notoriedad oficial y de influencia subterránea que nunca había tenido su país.»
Por varias razones, esto tiene mucho interés; una de las razones es la previa y determinante implantación de las teorías psicoanalíticas, en EEUU y Argentina, por ejemplo, pero también en toda Iberoamérica (los antropófagos y gran parte del arte de Brasil serían difíciles de comprender sin dicho arraigo ) Sin esta aceptación previa, sin este conocimiento, más tarde “de oídas”, masivo, no se podría hablar de lo que finalmente sucedió dentro o fuera de los departamentos universitarios. En consecuencia, la teoría como fenómeno de masas es un grado más del prestigio como pátina, la justificación ocasional de la miseria o la melancolía y una vuelta de tuerca más, para quizá sólo girar el pensamiento pero no el resto (Funkadelically, the ass won´t follow?)
Lo que antaño era crucial sobrepasar, asimilar y superar ya no es un límite que parezca digno de exploración. Ese abismo es un lugar común, un filtro expresivo. Y a veces, una fuente de buenas ideas; todavía puede ser muy pronto para hablar de ello, mientras, los debates continúan.
Lo más extraño pero destacable es el empeño actual, generalizado en dotar de importancia al momento, al tiempo real, producción de sentido, de (auto)satisfacción que resta minutos a otras áreas del tiempo, quizás más productivas. Ese empeño en demostrar, (mediante la comparación, la alusión, el concept -y el name- dropping)...no estar perdido, es ya una costumbre aprendida del mercado, que nos recuerda masivamente que somos únicos, lo cual, a pesar de todo, no es una paradoja.
Sobre el libro de Pron, o cualquier otro autor, se puede opinar de la lectura personal y compararla con otra ajena, como tambíén se opina de las opiniones de otras personas. Y esto es, claro, otra opinión, una posibilidad más.
Un saludo y hasta otra.
"Caras B" como libro de relatos seminal. En efecto.
Veamos.
Marta, a propósito del “cacareo” en torno a Pron, te recomiendo que revises mi entrevista. El artículo dista mucho del panegírico que parece que quieres ver. Antes al contrario, lo que se pretendía era ‘discutir’ asuntos sobre su escritura: ¿por qué en España tendemos a celebrar buena parte de las producciones que se estructuran a partir del imaginario nazi?, ¿cuál es el grado de originalidad de su ficción? No volveré sobre ello; está todo en la entrevista. En ningún momento se ha dicho que estemos ante la reencarnación de Edgar Allan Poe, si bien es insoslayable que su trabajo merece un papel especial en el panorama de la narrativa breve que se publica en nuestro país. Sobre críticas buenas o críticas malas: en primer lugar me interesa recomendar obras que me interesan antes que menoscabar aquellas que no me gustan. En segundo lugar, no sé dónde ves el paternalismo. Insisto: echa un ojo a los últimos artículos publicados en este blog y dime dónde se encuentra esa condescendencia o esa hipotética falta de sinceridad.
Javier, muchas gracias por tu revisión de la situación de la literatura en España durante los noventa, tema que por experiencia propia conoces mejor que yo. Desconozco el activismo cultural ‘personal’ de Eloy en esos años, aunque desde luego no me cuesta creer lo que dices. No sé hasta qué punto ‘Los minutos de la basura’ deba ser considerado tan trasgresor, pero sí estoy de acuerdo en que ‘Caras B’ merece seguir siendo reivindicado; aquí ya hemos hablado en alguna que otra ocasión de ese libro. Habrá que seguir reflexionando sobre posibles libros seminales: ‘Efectos secundarios’, ‘Risas’ y ‘Caras B’... Buena aportación.
Creo que ha habido un malentendido: ni me refería a ti con lo de "cacareo" en torno a Pron, ni con lo de crítica paternalista. Leo tu blog desde hace un tiempo y nunca he encontrado cacareos en torno a nadie ni paternalismos. Puedo estar de acuerdo o no con lo que dices, pero eso es otra cosa. Creo que tomas cierta distancia cuando hablas de un libro y eso me gusta. Pero también leo otros blogs y suplementos culturales, algunos de los cuales sí están llenos de paternalismos y "cacarean" estupideces sobre los autores, colocándolos en un pedestal que aún no les corresponde (con el tiempo quién sabe) y creyendo que el lector es imbécil.
Lo que dije no iba por ti, sino que era una pequeña reflexión sobre una realidad que sí existe. Cada vez quedan menos críticos comprometidos con su labor y los autores cada vez son más blandos a la hora de recibir críticas.
Ah, por cierto, a mí me ha parecido interesante el libro de Pron, pero hay muchas cosas de él que me parecen mejorables.
Vaya, lamento de veras el 'misreading'. Ciertamente no he seguido demasiado la recepción de Patricio en otros blogs o suplementos. Supongo que me habrá vencido mi visión optimista de la crítica.
Un abrazo, y disculpa de nuevo,
Me decepcionas, Ibraim, porque sigo esperando que algún día el título de una de tus entradas tenga más palabras que el propio texto y no me das el gusto.
Jaja
Algún día iré a Bilbao a postear, y entonces hablaremos.
Caras B de Porta, Efectos secundarios de Sierra, Lo peor de todo de Loriga y las primeras novelas de Julián Rodríguez se publicaron en Debate cuando Bértolo era el director. Ahora en Caballo de Troya ha editado a Mercedes Cebrián, Lolita Bosch y Tabarovsky entre otros. Bértolo debería tener algo que decir sobre esta generación. En el blog de la editorial caballodetroya.megustaescribir.com hay un post, Arte sin artistas en el que parece apoyarse a los mutantes.
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