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martes, 10 de agosto de 2010

El parapeto de la ficción, o cómo Pleonasmo Chief se calzó unos guantes de goma y empezó a remover la mieeerda.

Hace unos meses, en las siempre geniales clases de teoría del lenguaje literario impartidas por Fernando Ángel Moreno —la persona que me devolvió la fe en la enseñanza y en eso que Steiner llamaría el Maestro carismático—, leí por primera vez el cuento de Raymond Carver titulado “Intimidad” (Tres rosas amarillas). Creo que solo he vuelto a leer en una ocasión el cuento, pero lo cierto es que la primera interpretación que me produjo, un descomunal relato de terror, se ha convertido en una de esas cosas en las que pienso casi todos los días. ¿De qué habla el cuentista norteamericano en “Intimidad"? En términos nietzscheanos diríamos que Carver habla del hombre débil, del miedo al eterno retorno; en palabras de Kierkegaard hablaríamos de “repetición”: «lo que experimenta cualquiera de nosotros cuando desea tener de nuevo una posibilidad que, según creemos, tiene algo de trascendental. Esto se acerca peligrosamente a esa autodecepción perpetua que la mayoría denominamos “enamorarse”, de manera que, si no les parece mal, podemos reducir la repetición de Kierkegaard a la compulsión de repetición freudiana del impulso hacia la muerte.» (Bloom, Ensayistas y profetas). “Intimidad”, tal como yo lo recuerdo, es un relato perfecto que funciona solo con tres personajes: el ex marido que vuelve cabizbajo y hecho polvo a hablar con su ex mujer (imposible encontrar mayor bajona en un solo hombre), y la nueva pareja de ésta. “Intimidad” se convierte en un cuento de terror porque habla de tenerlo todo y perderlo. Porque el ex marido sabe que hubo un tiempo en que ocupaba la feliz posición del amante. Y no volverá jamás a ese pasado irrecuperable.

Adivinanza: ¿qué método se ha empleado para llevar a cabo semejante interpretación?

Mi hipótesis, y expongo lo que sigue con la mayor de las afliciones por lo que, de ser cierta, tendría de desnudar al emperador, es la autobiografía: hay que haber sentido algo similar a lo experimentado por el narrador de Carver para saber de qué está hablando; de otro modo, estamos completamente desarmados para leer este cuento.

Repasando algunas de mis últimas lecturas de verano no dejo de encontrar testimonios que, sin llegar a abrazarla de manera explícita, giran en torno a esta idea. Aquí tenemos, por ejemplo, a Félix de Azúa exponiendo el contrato de lectura que Autobiografía sin vida requiere: «como suele decirse, cualquier parecido con la realidad se debe a que algún lector puede, a su vez, coincidir con buena parte de los signos visibles y de los paisajes literarios descritos, en cuyo caso deberá contemplar muy seriamente la posibilidad de que ésta sea su autobiografía. O de que no andaba muy lejos.»

Ahora volvamos a Bloom, ésta vez a su Cómo leer y por qué: «Primero encuentra a Shakespeare, y deja q­ue él te encuentre a ti. Si es que El rey Lear te encuentra plenamente, sopesa la naturaleza que ambos compartís y reflexiona sobre ella; es proximidad contigo mismo.»

Bien.

¿A qué se refiere exactamente con «la naturaleza que ambos compartís»?

Desconozco cuál es el momento exacto en la historia de la crítica donde se produce el punto de inflexión a partir del cual la exégesis biográfica pasa a ser completamente obviada y expurgada del pensamiento. ¿Quizá fue el Contra Sainte-Beuve de Proust?, ¿Baudelaire en respuesta a las acusaciones de inmoralidad que fulminaron la recepción de Las flores del mal en su época? Cierto es que la vieja crítica romántica de autor no conducía a un buen paradero.

Pero no menos cierto es que en el origen de todo estaba el ensayo, un género que, como saben, arranca con la épica, lapidaria, profética, maravillosa y descomunal sentencia según la cual

Je suis moi-même la matière de mon livre.

Esa piedra fundacional en el primero de los volúmenes de ensayos de Michel de Montaigne. Un autor que, por cierto, ya en su época tenía que disculparse por hablar de sí mismo y reivindicar su experiencia como fuente de conocimiento.

Todo esto no parecen más que obviedades, por supuesto. Obviedades, tal vez, olvidadas.

Como que la literatura está hecha de mentiras, y una de ellas es el parapeto que ofrecen los términos de «ficción» o «ensayo» y la teoría de las instancias narrativas: en el momento en que disponemos de un narrador que se aleja de la figura del autor empírico, obligatoriamente eximimos a éste de responsabilidades. Aunque para ser justos, diremos que no solo éste queda libre de pecado, sino también el lector.

Imaginemos un lector ficticio llamado, qué sé yo, Pleonasmo Chief. Tras la lectura de Alba Cromm, este lector recuerda con especial nitidez el pasaje en donde se nos cuenta la discusión de una pareja. Él, que, como diría alguien del Siglo de Oro, ha sido burlado (me declaro fanático incondicional de esta expresión, no me pregunten por qué) con algo tan ingenuo como pueda ser un beso, le dice a ella por teléfono que le explique cómo tuvo lugar el engaño: «Solo le planté un morreo», dice ella, o algo así, y en ese momento él graba la declaración y la pone como tono de llamada. La reconciliación se vuelve entonces imposible, pues ella es incapaz de volver a marcar su número porque no desea fulminar su ánimo obligándolo a escuchar el duro testimonio.

Desde que el término ficción y sus connotaciones se popularizaran, el lector puede pasar por esta página como si nada, guardándose para sí el impacto del pasaje que concentra el horror de los celos.

Y ahora experimentemos con la ficción: nuestro personaje imaginario, Pleonasmo Chief, lector y —forzando los acontecimientos— crítico literario, se arma de valor y publica una reseña en la que señala cómo el autor empírico de la novela ha sabido manifestar en su máximo exponente el tema de los celos en la sociedad contemporánea. La incomodidad de este ejercicio de vandalismo interaccional no afectaría solo al autor empírico, sino también a nuestro personaje imaginario: ¿Y tú cómo sabes qué son los celos y cómo se manifiestan?, podría espetarle un lector de su crítica.

Es como esa escena de Reservoir dogs en donde todo el mundo se apunta a la cabeza.

No mola un pejcao, ¿eh?

Otro ejemplo.

En el booktrailer de €®0$ escuchamos lo que sigue: «¿Adónde me lleva esta historia de amor? ¿Qué saco yo de esta relación? Éstas son las preguntas sobre el querer en el capitalismo» Desde un punto de vista retórico y narrativo, las tres frases resultan perfectas, sobre todo en la primera escucha. Así, despojándonos ahora de ningún pacto de lectura genérico que nos condicione, si el emisor de las dos primeras frases parece ser el propio Fernández Porta, la tercera frase viene a desmentirla. No soy yo el que habla: son los demás, el sistema, la cultura del capitalismo. Por supuesto, el capitalismo nunca nos pregunta esto de manera directa, sino que más bien soy yo el que se plantea semejante cuestión por sí mismo, y luego busca responsables exógenos. Que los hay, claro. Ya hemos hablado de ello.

Como ya habrán adivinado a estas alturas, el autor sobre el cual Pleonasmo Chief albergará más dudas sobre la función de los términos ficción y ensayo es David Foster Wallace. De él ya sabemos que la paradoja del superyó es el eje que articula buena parte de su ficción, pero es que también este tema aparece en su ensayística.

Veamos:

«al mismo tiempo los narradores tienden a ser terriblemente conscientes de sí mismos. A la vez que dedican montones de tiempo productivo a estudiar con atención qué impresión produce en ellos la gente, los narradores también dedican montones de tiempo menos productivo preguntándose, nerviosos, qué impresión causan ellos a los demás. Qué tal caen, qué imagen tienen, si se les ve el faldón de la camisa por la bragueta, si tal vez tienen pintalabios en los dientes». ("E unibus pluram")

Exactamente, ¿que quería esconder algo ese plural? Como sociólogo o crítico cultural, en ningún momento me consta que Foster Wallace hubiese recurrido a metodologías cuantitativas. No me lo imagino llamando uno por uno a todos los narradores norteamericanos para preguntarles si son o no terriblemente conscientes de sí mismos. El enunciado en sí es una gran broma. Como cuando reflexiona sobre los «no profesionales» en televisión: «a menudo actúan de forma espasmódica, o bien se quedan rígidos, paralizados por la timidez.» Quienes hemos visto entrevistas suyas en YouTube sabemos qué esconde ese plural.

Bienvenidos al Unheimlich del fenómeno literario: aquello que no debería ser mostrado.

A nadie nos gusta airear la.

Nadie quiere sacar sus trapos sucios a relucir.

Se vive mejor en la ficción.

De hecho, mi único objetivo era recordar esto.

Por esto leemos y escribimos (¿por qué si no?)

Este post, de hecho, es una gran ficción. Ya se habrán dado cuenta de que solo hay literatura en él. Una gran mentira, antes que una verdad incómoda.

Ja.

18 comentarios:

carlos maiques dijo...

La economía se resuelve en la actividad política. La guerra es la continuación de la política por otros medios, según Clausewitz. Según Foucault, sin embargo, es la política continuación de la guerra por otros medios. Si la guerra contiene dosis de terror, ¿también la familia, las relaciones sentimentales, la "economía sentimental"? Carver escribió un cuento de terror por otros medios, o retrató el terror "real", asequible. Lo infamiliar.

El proceso de identificación es especular. Es reflexivo. Es el efecto Forer, la ansiedad por la trascendencia.

El burlado, si es como el del cuento de Jack London, lo es porque asume un punto de vista que adopta a partir de una historia en la que es retratado favorablemente. La burla es una cuestión de confianza, de fe y esperanza. La caridad puede ser otra cosa.

El capitalismo es una serpiente que nos enseña lo sabroso que es un fruto prohibido. Lo autobiográfico como proceso acumulativo de sucesivas pérdidas no repara en líneas de sombra. Las fronteras son difusas, y existen dobles frentes, exégetas y autores muertos eternos, que descubren el factor Shakespeare (¿o"humano"?, en cada lector, que se encargará inconscientemente, según Bloom, de la perviviencia del autor a pesar de la dificultad planteada por Barthes, es decir, su muerte. Que sean los forenses los últimos autores siempre ha resultado curioso.

¿Se "vive" en la ficción, no ya mejor o peor, se vive o se complementa lo cotidiano? Un saludo y hasta otra.

Ibrahim B. dijo...

Barthes, claro... en qué estaría pensando para no mencionarlo.

Saludos,

carlos maiques dijo...

Lo que interesa -no necesariamente de Barthes, pero también- es la inevitable traducción de un paisaje, la asimilación que se produce mediante un filtro individual que es amalgama de lo personal, lo académico, lo comentado.

El plural descrito por el individuo que escribe es en parte construcción intransferible, y límite necesario para establecer fronteras. Una masa completamente porosa no contemplaría individualidades, y a pesar delos artefactos narrativos diseñados ex-profeso para "los consumidores", la experiencia, si se quiere, degradada, continúa siendo interior.

Ibrahim B. dijo...

Y sin embargo, ahí está también la poesía como reducto de resistencia y su deliberada y envidiable falta de pudor, en donde la exposición de un yo íntimo no genera la extrañeza que provocaría el ensayo o la narrativa. O sea que si por una parte, intuitivamente nos han enseñado a entender que sí, que la poesía de Carver es un bajonazo y que cómo va a ser ficticio, hombre, con lo mal que se le ve al pobre, cuando desarticulamos su narrativa la cosa cambia: hay cosas que es mejor no tocar.

carlos maiques dijo...

"cuando desarticulamos su narrativa la cosa cambia: hay cosas que es mejor no tocar. " ¡Que se lo digan a Gordon Lish! Ahora en serio, de Carver hay una parte curiosísima, que es la re-puntuación (algo más que un mero transporte a lo lírico) de cuentos de Chéjov. Es un ejercicio de lectura muy sugerente, que puede no dar frutos de gran calidad (pero no lo intentó con autor menor, desde luego) que, a su modo, es una especie de cut up imaginario (como puede serlo el encabalgamiento)

Cada forma se permite licencias para seguir diciendo, y en unas, la identidad de quien escribe parece estar más presente, pero nunca lo sabremos del todo. Vaya con el café...Eso te pasa por escribir a las 2:43h!

El Miope Muñoz dijo...

Seguramente, uno de tus mejores posts porque solamente hablas de ti, desde ti y tus modos de lectura.

Mi más cálida enhorabuena, Antonio José Rodríguez Soria.

Ibrahim B. dijo...

Gracias, Alvy. En realidad solo hay un trasfondo de reivindicación conceptual en él (como esas veces en las que he intentado exponer por qué la moda es buena para la literatura): a menudo nos afanamos en hablar de críticas psicoanalíticas o crítica cultural cuando (también) estamos hablando del yo. No hay nada malo en ello.

Rubén Martín Giráldez dijo...

Para tu escudo de armas, Berlin:

“El crítico apenas lee... no puede leer porque sólo piensa en escribir... porque la impaciencia le empuja, porque, no pudiendo leer un libro, le es preciso haber no leído 20, 30 o incluso más, y porque esa no-lectura innumerable le incita a pasar cada vez más rápido de un libro a otro, de un libro que no lee a otro que cree haber ya leído, para alcanzar ese momento en el que, sin haber leído nada de todos los libros, el crítico se topará consigo mismo en la inoperancia que le permitirá por fin empezar a leer, si es que después de tanto tiempo no se ha convertido a su vez en un autor”

Blanchot en 'La escritura del desastre', Monte Ávila, Caracas, 1990, p. 90.

Lele dijo...

"y empiezo a dudar que sea cierta la inmensa tragedia de la literatura" dice Panero.
Yo salvaba a la poesía (que no, obviamente, a los comentaristas de ésta) porque me parecía la expresión pura e inocente. Mi Roque Dalton, mi César Vallejo, mi Enrique Lihn ¿Qué eran si no puros? Más tarde conocí a mi querida Pizarnik que tanto me ha enseñado pero con esa preocupación pequeño-burguesa tan infantil y artificial.
Llegué a Madrid y conocí a esa serie de poetas regodeándose en sus miserias, exagerándolas y muchas veces sacándoselas de donde no las hay... Comentaristas de su pequeña burbuja, de la que se han creado para parecer interesantes e intelectuales y no ven lo problemas que comparten también con los demás.
Tonta yo, que pretendía una poesía revolucionaria y que unificadora y ha resultado ser una individualista con moral capitalista.

Un saludo,

http://aceleraciondelahistoria.wordpress.com/

Ibrahim B. dijo...

Me cago en la puta, Celinegrado. Vamos a montar un mercado negro de tráfico de citas GUAPAS ya. Todo mi apoyo para Blanchot,

Rubén Martín Giráldez dijo...

Maldita sea! y otro mercado aún más negro (the negroer the better) para ideas touched by the hand of dog (creo que se escribe así) como ésta tuya del Mercado Negro de Citas Guapas.
*"así tesaurizaba, así-así; así tesaurizaba así-así; así tesaurizaba así-así, así tesaurizaba que yo lo vi...".

Ibrahim B. dijo...

jajajajaja, enorme

Jordi M.Novas dijo...

la economía es la maldicion del sistema..

Anónimo dijo...

Vamos a ver: me disponía, por una vez, a leer el post completo, cuando me encuentro con "la primera interpretación que me produjo". ¿El cuento en cuestión (le) produce interpretaciones? Vaya, un cuento intérprete, ¡qué suerte! Quizá quiso decir "la primera impresión...".
Sin embargo sigo leyendo, pero me voy encontrando con lindezas similares que no voy a enumerar, por pereza más que nada.

Menos mal que estudia usted teoría del lenguaje literario: si no llega a estudiar, no sé cómo escribiría.
En fin, lo de siempre. Que no hay forma de ser niño prodigio sin dominar los rudimentos. ¿Para qué aprender a escribir si nos sobra rostro y pedantería?
Aprenda a escribir, chaVal, sobre todo si osa -veo que sí- abordar la traducción de un gigante del lenguaje como DFW.

Por cierto, la oración "Hace algún tiempo que llevaba dándole vueltas..." está muy, pero que muy mal contruída. Por no concordar, no concuerdan ni los tiempos verbales. Es bastante molesto. No sigo. Estudie un pelín más de teoría del lenguaje (literario, claro). Los libros de la ESO son de ayuda en estos casos.

Suerte.

Ibrahim B. dijo...

A mí también me gusta leer a Senabre.

Anónimo dijo...

A mí tampoco.

Clipman dijo...

Es una putada escribir una corrección tan contundente y luego echarla a perder por acentuar el diptongo "ui" en "construído", que jamás lleva tilde.

Anónimo dijo...

La electricidad te hace llorar lágrimas
eléctricas.
La luna no puede perdonarte
brilla en el sueño
como una herida abierta
la luna
la luna del sueño
se
vierte
vierte sobre tu cuello
tu cuello largo
tu cuello
largo como expirar
sepultado de alquitrán
hasta la mejilla del cielo.
Y en la mirada
en tierra
los ojos
los ojos rotos
los ojos rotos de occidente iluminan
la superficie nocturna
de ese ajado cuero limón,
piel pusilánime por que derrama
como la promesa de una fuente
que no puede cesar lamentándose
litros rojos de fiebre espesa,
cascada enorme de litros
encarnados, litros escarlata
en precipitación
sin cesar
litros rojos fluyentes como un manantial
de catástrofe,
empapando a su paso bermejo el manto de paño
que la vieja depositó entonces,
sobre la llanura yerma de las eras, aquel
cedazo oleoso añil, de brillantes luces cobre.
Y en la batalla
dos legiones de hombres libres
no cesan en combate
a bayoneta
sobre las dunas moradas
de tu boca
alborotando olas
de polvo almizclado,
palabras largas sin vocales
atraviesan los tímpanos,
esporas con garfios de porcelana
recogen a los vencidos,
tu espíritu huele a estiercol.
Y en la colina
sopla poniente
espigas doradas contra tu pecho,
sobre el paisaje vitral
marrón-violáceo
de un mar de carne fría,
mar retorcido y salvaje
por alcanzar el horizonte,
mientras lejana
en el rumor ocre de la marea plástica
crece una pieza musical,
venciendo la línea vertical de espuma
elástica
entre las ramas de la voz femenina,
un coro de voces tenores reclama,
-¡Sumérgete, vida mía...!