Preferiría no haber tenido que leer Contra la posmodernidad, el libro que mi colega Ernesto Castro (Madrid, 1990) publica el mes próximo en Alpha Decay. Lo que quiero decir con esto es que todos estamos de acuerdo en que buena parte de los libros importantes están ligados a poderosos y abruptos cambios sociales. ¿Quién quiere leer a los tres autores más decisivos del pasado siglo XX, si no perdemos de vista que trabajaron al calor de la I Guerra Mundial? Para el caso que nos ocupa, los autores que debutamos en esta colección Mini lo hicimos hablando de nuestras filias, sumergiéndonos en distintas expresiones culturales, ya fuese memorias sobre cómic, el enigma Pynchon o las subjetividades nocturnas. Castro, al revés que nosotros, se enfrenta a auténticas fobias, las de todo nosotros como ciudadanos, y por ello Contra la posmodernidad es un libro desagradable y hostil, necesario y urgente. Si este ensayo acabase en un final conciliador, entonces eso dependerá de nuestra capacidad para transformar el actual estado de las cosas.
I. Comenzaré levantando mi gran y principal sospecha sobre tu libro, es decir que, con tu permiso, voy a empezar de malas. El primer borrador que leí de tu texto —no así la versión definitiva— concluía con el célebre eslogan de Clinton: «¡Es la economía, estúpido!», y en verdad es ésta la dedicación a la que se entrega Contra la posmodernidad: atraer toda la atención, en un momento de crisis como el nuestro, hacia el análisis económico, mientras que al mismo tiempo se ejerce un duro comentario sobre la responsabilidad de los intelectuales, revisando ese instante letal en que se gesta el olvido de la economía desde el marxismo occidental (Anderson). De hecho, la contracubierta del texto trae consigo una denuncia feroz, aunque más o menos suavizada, al panorama cultural español en nuestros días: «El afán por las cuestiones culturales e identitarias lleva a que muchos de sus autores [del posmodernismo] olviden deliberadamente el análisis económico del sistema.» Ahora bien, a pesar de tal llamada a la urgencia, hasta el momento, tu obra como crítico cultural comprende fundamentalmente estudios en filosofía y estética —me remito a tu blog, tus artículos publicados y tu contribución a Redacciones—. ¿Qué ha pasado? ¿Es todo culpa del 15-M?
Mis intereses han estado orientados fundamentalmente hacia la poesía y el arte contemporáneo por una sencilla razón: la influencia de mi padre. En casa tengo una biblioteca inmejorable de clásicos del pensamiento francés contemporáneo, catálogos de exposiciones, monografías sobre artistas, tratados de teoría estética, poetas franceses y alemanes. La crème de la crème, vaya. Desde pequeño he acudido a exposiciones, incluida la visita anual a ARCO. Algunas galeristas me siguen pellizcando los mofletes y me indican con entusiasmo cuánto he crecido desde la última vez que me vieron. La generación de mi padre recibió en vivo y en directo la emergencia y consolidación del giro cultural. No es de extrañar que para muchos de ellos “MARX” fuera el sinónimo de cierta crítica cultural, cierta escuela de la sospecha, cierta deconstrucción hermenéutica que desmantelaba los discursos al mismo tiempo que se mantenía cómplice en los hechos. No se le puede pedir peras al olmo, del mismo modo que nadie puede reclamar para la movida madrileña una virulencia política que nunca estuvo ahí. El 15-M rompe con una tradición de inmovilismo social y esteticismo apolítico que viene de lejos. Gracias al feliz encuentro en Sol muchos de nosotros hemos canalizado colectivamente cierto malestar generacional que no habíamos conseguido descifrar previamente en los términos adecuados. Se ha producido un cambio de mentalidad de 180º. Yo hablaría incluso de una transformación epistemológica: la creación de un nuevo sentido común donde la política, el derecho y la economía pasan a ser los grandes horizontes de significado en detrimento de las interpretaciones metafísicas, las lecturas religiosas o las codificaciones culturales. Las asambleas de barrios son una experiencia muy gratificante, cuando escuchas a ese vecino que hace unos meses estaba completamente despolitizado, como ahora se apasiona cuando tiene que discutir sobre el papel de China en el mercado internacional. Y esto es sólo la punta del iceberg. En mi barrio conozco pokeras que se plantean estudiar ciencias políticas, emos que empiezan a cuestionar sus principios –“quizá mi autodestrucción emocional no sea el ombligo del mundo”-. Los críticos culturales debemos tomar nota de esta transformación epistemológica si no queremos empezar a vivir en un mundo de farolas de piruleta y nubes de caramelo.
A título individual, es extraño que la economía no formara parte de mis preocupaciones hasta hace apenas unos meses. A fin de cuentas, alcancé la mayoría de edad un mes después de la quiebra de Lehman Brothers. Pero no apenas di importancia a lo que entonces estaba sucediendo. Creo que ninguno disponía por aquél entonces del instrumental teórico necesario para comprender la situación. La mayor crisis del capitalismo sucedió ante los ojos una izquierda incompetente, debilitada y a la defensiva. Es más, yo tenía grabado en la retina un derrumbe previo -bastante más espectacular-: la caída de las Torres Gemelas que, junto con la ristra de atentados posteriores (11-M y 7-J), había dado alas a la hipótesis del choque de civilizaciones. La teoría de Huntington fue rescatada de la tumba gracias al oportunismo mediático de dos oligarquías -los fundamentalistas islámicos y los teocons norteamericanos- cuya enemistad coordinada estructuró el panorama político de la última década. Antes del otoño de 2001, la izquierda tenía sobre la mesa un frente de lucha medianamente organizado, coordinado y propositivo en respuesta a la globalización planeada por el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio, aliados de las grandes corporaciones. Ese mismo año, el cerco a Génova y el Foro Social Mundial en Port o Alegre habían ensayado diferentes formatos para visibilizar la incipiente internacional altermundista. Otro mundo era posible. Y entonces llegó la amenaza fantasma del terrorismo, la barba de Bin Laden monopolizó nuestras pantallas, EEUU inició una política exterior de intervenciones unilaterales, la política del miedo apeló al recorte de libertades en favor de la seguridad ciudadana, la izquierda pasó a la resistencia, fragmentándose entre los que temían el uranio enriquecido de Irán y los que se indignaban ante la invasión de Afganistán. La lucha por un mundo nuevo quedó desplazada por la defensa del mundo existente. Sólo me he manifestado dos veces con anterioridad al 15-M: contra la Guerra de Iraq y contra la manipulación mediática de los atentados en Atocha. Desde entonces no había salido a la calle. Durante mi adolescencia ser de izquierdas consistía en sospechar sobre las declaraciones xenofobas de la derecha y manifestarse en contra del imperialismo estadounidense. Tolerancia multicultural, pacifismo antiamericano y filosofía de la sospecha; nada de eso requería de un excesivo compromiso intelectual. La primavera de 2011 cierra un ciclo político marcado por la amenaza fantasma del terrorismo internacional y la hipótesis paranoide del choque de civilizaciones. El asesinato de Bin Laden (en nuestro país, la desarticulación de ETA y el inicio de un proceso democrático), las revueltas democráticas en los países islámicos y los movimientos de indignación en Islandia, Grecia y España apuntan hacia a un panorama completamente distinto. Los nuevos movimientos sociales rompen con la falacia de las alternativas en las que Europa se ha debatido durante la última década y media, entre un social-liberalismo tolerante, multicultural, defensor de las minorías culturales y una derecha xenófoba, recalcitrante y policial. Ambos bandos han sido cómplices del asalto de las grandes corporaciones a lo social y se han puesto de acuerdo en lo relacionado con el control de los flujos migratorios.
Me dices que las publicaciones y mi blog no reflejan el cambio que se ha producido. En mi defensa diré que mi blog fue siempre un poso mínimo de mis lecturas. De todas maneras no actualizo desde el 24 de abril. Por aquél entonces ya había empezado a cuestionar la jerarquía de mis intereses y a sentirme un poco incómodo con mis publicaciones previas y desde entonces he decidido tomarme un descanso. No quiero mostrar nada de mis tentativas en economía y política hasta que tenga una opinión bien formada sobre los problemas de nuestro tiempo. A título informativo, he de decir que ahora mismo estoy preparando un texto sobre migración, nacionalismos y enfrentamientos étnicos. En Septiembre, Revista de Occidente publicará una entrevista que Javier Lareu y yo hicimos a Zygmunt Bauman y Quimera saca un artículo mío sobre la obra de Michel Houellebecq. En ambos casos, las connotaciones políticas y el trasfondo sociológico son determinantes. Aunque no te lo creas, la indignación moral y el compromiso político han sido desde siempre el gran acicate de mi escritura (junto con los intereses pecuniarios): empecé a escribir poesía porque pensé que sería una forma honrada de ganarme el pan, durante un tiempo dejé de escribirla porque creía que la estetización del sufrimiento (presente en toda mi poesía) era una forma de fetichismo que conducía al inmovilismo social. Pobre ingenuo. Visto en una lectura retrospectiva, muchos de mis tabus intelectuales son fruto de una codificación aberrante de la política en el terreno cultural. Muchas de las prohibiciones que me he impuesto en mi corta trayectoria como escritor no superan el umbral del arrebato adolescente. Quién sabe, puede que Contra la postmodernidad sea mi último arrebato. Creo firmemente que un escritor se forma gracias a sus limitaciones y un ensayista mediante sus enemistades. Creo que el pensamiento es un arte de la estrategia donde cada concepto es una trinchera y cada argumento una emboscada. Contra la postmodernidad es, fundamentalmente, una apuesta por llamar las cosas por su nombre, una apuesta que hago contra mi mismo. Si pensar algo es pensar contra alguien y la teoría es un objeto largo y afilado, con este breve ensayo creo haber cortado definitivamente el cordón umbilical que me vinculaba a las preocupaciones de la generación de mi padre. Esta es mi primera aportación a la lucha que estamos llevando entre todos en la calle, un burdo intento de traducir nuestras preocupaciones en común al lenguaje de la teoría.
II. Contra la posmodernidad tiene un efecto rotundo. Tacha asuntos que deberían quedar de lado en el debate intelectual y apunta hacia los verdaderos retos y problemas que de verdad son importantes hoy; o, digámoslo así, frente a los divertimentos intelectuales y el pensamiento como actividad lúdica, tu texto jerarquiza. Con todo, sí echo en falta la presencia de nombres o instituciones que desde finales del siglo XX, ligados al así llamado altermundialismo, y desde distintas disciplinas (crítica de publicidad, periodismo, comentario político), han ido desarrollando una crítica feroz contra nuestro sistema. Pienso en gente como Naomi Klein, Ignacio Ramonet, Noam Chomsky, Michael Moore, Carlos Taibo… organizaciones como ATTAC o publicaciones como Le Monde Diplomatique. ¿Qué ocurre con todos esos nombres, que llevaban haciendo ruido mucho antes de la crisis económica mundial y de las movilizaciones populares que en estos días se están gestando?
Los autores que citas, por muy interesantes que sean, no están vinculados a la problemática del fin de la modernidad. Ninguno de ellos habla de la postmodernidad en sus ensayos porque pertenecen a otra tradición de pensamiento. De hecho, se podría establecer una línea divisoria dentro del pensamiento crítico contemporáneo. A un lado se encuentra la crítica artística del capital, centrada en problemas como la sociedad del espectáculo, la hibridación cultural, el fetichismo de la mercancía y las políticas de la identidad; una corriente de pensamiento que analiza nuestro tiempo haciendo uso del método de la teoría de medios, la semiótica, el psicoanálisis y la teoría foucaultiana del poder. Por otro lado, se encuentra la crítica social del capitalismo, centrada en cuestiones como la ética del consumo, la globalización, la geopolítica internacional y la definición de democracia; una corriente de pensamiento que se apoya en la sociología, la economía política, el derecho internacional y la crítica de las instituciones. Ambas vertientes del pensamiento izquierdista tienen un origen común en el discurso contestatario puesto en circulación por los nuevos movimientos sociales durante las décadas de 1960 y 1970. Por aquél entonces había una conciencia muy clara de que la transformación de las estructuras sociales requería de una revolución cultural previa. Tras la derrota del movimiento del ’77, con el triunfo de la ideología neoliberal, estas dos vertientes iniciaron su andadura independiente. Los años 80 estuvieron marcados por el giro cultural y la inflación de los prefijos: postestructuralismo, postmodernidad y postcolonialismo. En los 90 se produjo la contraofensiva de la crítica social: el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, la aparición del altermundismo en Seattle y las manifestaciones en contra de las intervenciones de la OTAN en Yugoslavia e Iraq. Algunos experimentos realizados durante la última década apuntan a una posible reconciliación de estas dos tradiciones. Estoy pensando en países como Ecuador, Bolivia y Venezuela, donde la formulación de alternativas en los márgenes del capitalismo va de la mano del reconocimiento de otras tradiciones culturales.
Contra la postmodernidad tiene una doble pretensión: por un lado, suscitar un debate en el seno de la izquierda acerca de la pertinencia de cierto discurso culturalista (los valores y objetivos asociados a este contexto) y, por otro lado, evaluar la actualidad de la hipótesis postmoderna en su dimensión social, histórica y política. Hay por lo tanto algunas ausencias que tan sólo son perdonables por la extensión del libro y por el marco de referencia del ensayo. He de advertir a los lectores que apenas me he ocupado de la polémica modernidad vs postmodernidad porque considero que es un debate clausurado en el que ya se han planteado los argumentos más importantes, por ambos bandos. Me interesa inspeccionar la postmodernidad más allá de ella, no en relación con sus antecedentes. La tomo como el punto de partida, el marco de referencia a partir del cual habremos de realizar los análisis más importantes de nuestro presente. Considero que el análisis plantado por Jameson en La lógica cultural del capitalismo tardío es esencialmente válido para mediados de los ‘80 pero está bastante desfasado para nuestros días. En ensayos posteriores pienso desarrollar mi opinión acerca de este autor, uno de los pocos que ha apuntado a una posible reconciliación entre la crítica artística del capital y la crítica social del capitalismo.
III. Mientras leía tu comentario sobre Žižek hablando de la publicidad de Starbucks, donde el extraordinario precio añadido no sólo se justifica mediante la imagen del establecimiento sino por su supuesta filantropía a favor del comercio justo —esa tan discutida deriva filantrópica del capital que durante algún tiempo mantuvo entretenido al periodismo, con sus reportajes sobre corporaciones o empresas responsables y comprometidas—, pensé en un reportaje de Gunter Wallraff sobre las desastrosas condiciones en las que trabajan los empleados de la multi (Con los perdedores del mejor de los mundos).
Ahora bien, el capitalismo, ¿lo ha hecho todo mal? (Supongo que en este punto es inevitable no pensar en ciertos pasajes de Fernández Porta…). O dicho de otro modo, tras el desastre de la crisis financiera e inmobiliaria, ¿hay que evitar que vuelva a repetirse otro error como éste, ligado sobre todo a la falta de control sobre los bancos , o es necesario expulsar de nuestros glosarios, de una vez por todas, el concepto capitalismo? (Pienso aquí en un artículo de Timothy Garton Ash publicado en mayo de 2009 y titulado «Hacia un nuevo capitalismo»: ««El capitalismo no acabará en 2009 como acabó el comunismo en 1989. Está demasiado arraigado y es demasiado variado y demasiado adaptable para sufrir una muerte tan brusca. Existen hoy en el mundo muchas más variedades de capitalismo que las que hubo en su día de comunismo, y esa diversidad es uno de sus puntos fuertes. El arco iris va desde el salvaje oeste hasta el salvaje oriente, y abarca grandes variantes nacionales de la economía de mercado, como China, que los puristas dirían que no son capitalismo en absoluto. Por consiguiente, algunas versiones del capitalismo capearán el temporal; otras quedarán en ruinas o, al menos, sufrirán reformas sustanciales.»)
Como el capitalismo no es una entelequia a la que podamos atribuir decisiones morales, no se puede decir que lo haya hecho ni bien ni mal. Hay que tomarse en serio el dogma liberal de que el mercado somos nosotros, individuos capaces de elaborar juicios y tomar decisiones a diario (decisiones que pueden cambiarlo todo). No hay ninguna lógica causal ineluctable, ninguna conspiración secreta. La red que nos aprisiona sencillamente no existe. Hay, en todo caso, una estructura económica que ha mostrado una gran flexibilidad histórica, una gran capacidad de adaptación a diferentes contextos sociales, negociando con los intereses de la población y satisfaciendo parcialmente sus necesidades. En tu pregunta hay varias cuestiones entretejidas. Hay que distinguir entre la estructura económica del Capitalismo Realmente Existente (CRE) y los valores culturales que han salido reforzados gracias a la dinámica de mercado. Como ha analizado Fernández Porta, muchas subjetividades previamente marginadas por una comprensión jerárquica de la cultura han salido a flote, por así decir, gracias a la incorporación del principio de oferta y demanda en el campo de la cultura (Sin embargo, sigo pensando que Fernández Porta no se ha interesado lo suficiente por los genuinos protagonistas del entrecruzamiento entre cultura y capital. Dedica un brillante análisis a Paris Milton pero no se toma las mismas licencias con Santiago Segura o Arturo Pérez-Reverte.) En cuanto a la estructura económica del CRE, estoy de acuerdo con Ash. El capitalismo de Estado chino no es igual que el socialismo de mercado venezolano; el salvaje Oeste de los microprocesadores en Silicon Valley no tiene ningún parecido con el salvaje Sudeste asiático de los sweatshops en Yakarta; la conjunción de productividad y Estado de Bienestar en los países escandinavos no es idéntica a la conjunción de capitalismo inmobiliario y Estado del Turismo en los países del Mediterráneo. Sobre la base de estas diferencias, muchos quieren prescindir en un nivel analítico del término “capitalismo” y reservar su uso para la táctica discursiva de las concentraciones multitudinarias, donde la confrontación ideológica y la identificación simbólica del enemigo es crucial. Esto es un error. Si analizamos la situación desde una perspectiva global, habremos de concluir que el CRE reproduce, en lo esencial, las estructuras económicas analizadas por Marx, la geopolítica imperialista interpretada por Lenin y la situación de explotación de la clase obrera que percibió Engels en el Manchester de su tiempo. Samir Amin, Giovanni Arrighi, Michael Heinrich, David Harvey y Robert Brenner (entre otros) tienen buenas rezones para seguir hablando de capitalismo en términos absolutos.
Es incorrecto afirmar que la crisis actual se reduce a un error coyuntural de un tipo de capitalismo que no tiene atado en corto a las corporaciones financieras. Esta imagen de la crisis está muy extendida gracias al éxito de documentales como Inside Job. El formato documental privilegia una acusación individual de los responsables (señalar con el dedo la avaricia de Goldman Sachs y la incompetencia de Ben Bernanke y Henry Paulson Jr.) en detrimento de un análisis estructural de las causas que condujeron a la burbuja financiera. Y analizando los antecedentes de la crisis descubrimos que el EEUU y China han unido sus destinos económicos mediante un ritual vodoo muy chungo. La compra de deuda externa norteamericana por las autoridades chinas es la causa remota de la inflación crediticia que permitió que Wall Street tuviera esos bajos tipos de interés que hacían tan rentables las inversiones financieras. Esta crisis ha golpeado el corazón del imperio y de ahí se ha extendido a todos los lugares del planeta, afectando por igual a todas las variantes del CRE. Aunque el detonante de esta crisis haya sido sistema crediticio –que Marx no analizó en toda su profundidad-, los resultados ya estaban analizados en el Manifiesto Comunista: una mayor acumulación del capital en unas pocas manos, una explotación de los mercados existentes y una expansión a nuevos mercados. La burguesía, concluyen Marx y Engels “remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas.” El modo mediante el cual salgamos de esta crisis prefigura los elementos detonantes de la próxima (de hecho, la causa mediata de nuestra crisis se remonta al impulso del crédito como solución al estancamiento industrial de la década de los ‘70). Si comparamos las diferentes crisis que ha tenido el capitalismo a lo largo de su historia, podemos extraer dos conclusiones: (i) Las crisis fomentan la concentración del capital, limpian el mercado de la competencia inútil e impulsan la creación de oligopolios. Así, el sistema de explotación, control y jerarquía sale reforzado. Esto significa que las versiones social-liberales del capitalismo están llamadas a fenecer. El futuro será pasto de la economía planificada y el control de los sectores clave. La pregunta debemos formularnos como ciudadanos es si queremos que quien planifique sea un representante del pueblo (como sucede en Bolivia) o sólo represente sus propios intereses (como sucede con el oligopolio de las grandes corporaciones en el Sudeste asiático). (ii) El capitalismo no soluciona sus problemas, los desplaza geográficamente o los aplaza históricamente. El éxodo masivo en busca de nuevos mercados fue la solución a la que recurrió Occidente hasta mediados del siglo XX (de hecho, me informan que España ha pasado a ser en el último mes un país emigrante). Una solución que, dicho sea de paso, las autoridades fronterizas del Primer Mundo han impedido a los millones de inmigrantes potenciales del Tercer Mundo que se hacinan en las ciudades-chavola (Lagos, Río de Janeiro, Yakarta). El capitalismo ha alcanzado una dimensión global, vivimos en un mundo lleno, a falta de nuevos horizontes geográficos nuestro sistema económico está empezando a hipotecar el futuro. Podemos mantener nuestro tren de producción, distribución y consumo gracias al incremento exponencial de la deuda agregada y de la degradación ambiental. Nuestros nietos ya tendrán que pagar nuestros dispendios. El crecimiento del PIB significa algo más que bienes y servicios para hoy, significa reducir el número de generaciones que podrán habitar este planeta.
IV. Con tu permiso —y con el de nuestros estupendos lectores— quisiera contar una anécdota que espero que sirva como autocrítica y fábula moral para las nuevas hornadas de estudiantes. Como sabes, cursé mis primeros años de universidad en una facultad de estudios sobre comunicación, que es como decir que todo ese tiempo tuve que estudiar a fondo a los teóricos de Frankfurt (de los que, para ser sinceros, apenas recuerdo el mal sabor de boca que me dejaron), la crítica cultural antiamericana, con un profundo trasfondo crítico y marxista (v.br., esos mensajes del tipo "¡Disney es el anticristo para los niños!"), o, ya metido en los estudios de género, el feminismo más rancio y vieja escuela. Te hablo de los años 2006, 2007 y 2008. Frente a todo aquello, fuera de la facultad, o escondidos en baldas a los que pocos se asomaban, estaba todo ese rollo a favor del pop y bla, bla (esto lo digo con gran cariño, no obstante), ya sabes, las pantallas y los nuevos medios no son instrumentos lobotomizadores a favor de un sistema culturalmente colonizador, imperialista y procapitalista, sino que lo que importa es cómo tú quieras leer esos productos culturales y etcétera. Y en cierta forma, otra lectura de tu libro vendría a ser que mientras nos afanábamos en atacar con rastrillos y artilugios medievales a los carcamales que ostentaban cátedras de humanidades, a Wall Street tal coyuntura le vino estupendamente. Entiendo, pues, que hay ahí un debate generacional importante. ¿Debemos entonces volver a nuestros abuelos, o la coyuntura empuja a inventarse un nuevo pensamiento crítico?
Esta es una pregunta difícil. La crítica cultural del capital tendrá que renovarse o quedar reducida a mero dispositivo de la legitimación metatextual de los diferentes productos culturales. Si la crítica profesional quiere ser algo más que pura marketing, tendrá que recuperar la pasión, la parcialidad y la política que siempre le caracterizaron. Por el momento los mayores avances en este sentido se han dado por la parte organizativa y no por la parte teórica. El marco teórico de referencia sigue siendo el mismo desde hace tres décadas (postestructuralismo, psicoanálisis y semiótica). Me preguntas por el status de la cultura de masas y te respondo: creo que el debate sigue paralizado en los términos en los que Adorno y Benjamin formularon el problema allá por los años ’30. Para Adorno estamos ante la consumación del fetichismo de la mercancía, la alienación del espíritu objetivo y la recaída de la Ilustración en Barbarie. Para Benjamin hay una oportunidad oculta en la técnica del sampleado que pone en marcha la cultura de masas (abre las puertas a la iluminación profana y posibilita que el uso crítico de los materiales heredados). Como tantos otros debates de la crítica actual, estamos ante un debate clausurado al que sólo se pueden añadir alguna que otra apostilla. Me parece más interesante analizar la relación que ha establecido la crítica con el público y las instituciones en los últimos años. El balance no es totalmente positivo. Por un lado, tenemos a una buena parte de la crítica de arte cuyo discurso ha ganado en riqueza intelectual lo que ha perdido de inteligibilidad y cuyo filón polémico ha quedado absorbido por los circuitos de compra-venta. Por otro lado, vemos como cada vez más críticos profesionales se están desvinculando de los medios de comunicación mayoritarios y están articulando nuevos espacios de debate en proximidad a los movimientos de base. Veo con buenos ojos la expansión del campo de batalla a los blogs y la colonización de la vida cotidiana a través de las redes sociales. Dentro y fuera de Internet se están creando las condiciones que permitirán que cada vez más gente pueda acceder a la labor de la crítica. Creo firmemente que la crítica del presente debe concebirse como una tarea de la ciudadanía y no como el negocio de una casta sacerdotal de intelectuales, pero me parece esencial que el crítico recupere su dimensión de figura pública interviniendo en debates que trascienden su especialidad. A medio camino entre la crítica en revistas y suplementos, la gestión cultural de instituciones y la militancia en una asociación política, hay un campo muy fértil en el que tenemos que trabajar por una crítica colectiva, participativa y de todos. Más allá de la redacción de artículos y libros hay un mundo por explorar, especialmente en la organización de encuentros colectivos (congresos, coloquios, actos de insurgencia civil) y en la creación de servicios alternativos de publicaciones. Tenemos referentes consolidados en Francia e Italia con Tiqqun y Wu Ming. Me interesan especialmente estos últimos por su estilo desenfadado y su trayectoria política. En España, Traficantes de sueños, YProductions y el Observatorio Metropolitano son otros modelos a tener en cuenta. La crítica siempre ha querido cumplir de un modo inconsciente el papel del intelectual orgánico gramsciano -describir, señalar y movilizar-, es el momento de que nos hagamos conscientes del papel que la crítica juega en nuestra sociedad. ¿Cómo? Dejando el ordenador y bajando a la calle.
9 comentarios:
La semana que viene publicamos la segunda parte de la entrevista.
Numbers three AND four = mu rico!
Esperándola ansioso!!! Este blog incentiva y manda a estudiar, es toda un aula, muchas gracias!!!
Qué GRANDE Ernesto.
Queremos el resto de la entrevista y queremos "Contra la posmodernidad" YA.
A la presentación en septiembre DE CABEZA.
Qué gozada! Cuándo sale el libro?
¿Para cuándo la segunda parte de la entrevista, Antonio? Castro pone sobre la mesa un par de aspectos que bien vale la pena discutir in extenso. Al parecer, 'Contra la postmodernidad' será maná del bueno.
Vaya, te contesté en la entrada siguiente. Esta semana la segunda parte.
Entre otras, las cuestiones del necesario proceso de renovación a que debe someterse la crítica cultural del capital y la de las descripciones del capitalismo (y sus crisis) como coyuntura de un tipo único y específico, me parecen claves.Imparable Ernesto.
La entrevista es más larga que el libro.
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