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sábado, 22 de septiembre de 2007

La consecuencia y los 'Servicios Sociales Literarios'

Me dicen que sea consecuente con lo que digo, con lo que escribo, como si los escritores (¡de ficción!) no pudiésemos disociar nuestra obra de la vida privada, como si fuera un engaño plantear la literatura como un juego de máscaras en el cual el escritor no persigue inyectar su realidad al texto, sino solamente un grado aceptable de verosimilitud, de retórica; como si mis escritos necesariamente tuvieran que estar esclavizados a mi realidad —personal, material, social, etcétera— o viceversa. Hipótesis a este respecto: ¿por qué demonios yo, votante de extrema izquierda y altermundialista en el terreno de lo social, tengo que extender mis ideas a mis escritos? Riechmann —poeta admirable, por cierto—, es un buen ejemplo de consecuencia, de condicionar la literatura a su realidad.

Supongamos que ustedes tienen un amigo empleado en asuntos de servicios sociales y por tanto, se afana en mejorar la calidad de vida de los excluidos por nuestro sistema económico. Al concluir su trabajo el fin de semana, el amigo gusta de invitar a su amante a una cena cara y a un hexagrama blanco (la metáfora es de Alan Pauls) sobre un espejo. Así pues, ¿hay algo que reprochar a nuestro amigo ocioso a la par que humano?, ¿es necesario que los ideales que persigue en su trabajo se mantengan presentes también en las horas de ocio? Si su respuesta es sí, olviden este escrito, pero de cualquier manera, cabe recordar que el progreso —nada más de izquierda que ello— se fundamenta siempre en la comunicación entre diferentes puntos de vista o en la integración en distintos grupos.

Pues bien, siguiendo con el ejemplo, la cosa es que mi dedicación son precisamente los Servicios Sociales Literarios. Es decir, escribir para dar solaz a los segregados por el establishment (literario, se entiende) y, en la actualidad, para los más voraces consumistas. También, cuando la lucidez es desbordante, para los chicos del barrio. Es a partir de entonces cuando cabe la posibilidad de trazar un puente y el correspondiente trasvase de ideas entre el “grupo” de los escritores y el de los consumistas (si establecemos una distinción rígida).

1 comentario:

Anónimo dijo...

El bienpensantismo en la escritura da mucho asco, bien lo sabemos. Anda que no ha habido genios de las letras que en su intimidad eran puteros, racistas y sus etcéteras correspondientes.