Si bien hemos afirmado que 1 es seducido por 2, hasta pasado un tiempo prudencial desde el comienzo de la relación entre ambos, 2 no será consciente de que en efecto 1, por así decirlo, apenas si disfruta ante la contemplación de equis beldad femenina. Huelga afirmar que 2 recibe la noticia como si nada, y que para entonces la amistad que los une es ya irreversible (sin que esto último signifique, ni que decir tiene, que 2 muestre síntomas de conducta homófoba [^^]).
No menos cierto deja de ser que la noche en la cual 2 descubre que 1 se acuesta con hombres, y que, tal vez —a juzgar por lo que podría ser interpretado como una insinuación [a saber, comentarios del tipo: «recuerdo una ocasión en la que me acosté con el novio de una amiga»]—, esté dispuesto a estrechar confianzas con él, a 2 se le ocurre dejar caer una lápida con el objeto de enfriar ánimos. 2, tras escuchar atento un desmesurado Monólogo Brokeback© (en términos del propio 2), concluye lo siguiente: «para serte sincero, a mi 3 no me parece del todo mal». A 1 este comentario le duele por diversos motivos que no procederemos a desensamblar. A 2, conforme pase el tiempo, su desconfianza en 1 será motivo de náuseas y baldones contra sí mismo.
La vida está llena de siniestras paradojas, piensa 2, al caer en la cuenta de que el exceso de vida que 3 le produce no habría tenido lugar de no ser por una coyuntura de múltiples desapariciones. Recapitulemos, pues: Nos encontramos en la redacción un día cualquiera de agosto. Los periodistas entran y salen de las oficinas para fumar en ese lapso de tiempo en el que aguardan la llegada de una nueva página y comentar el hastío informativo, o la acuciante necesidad de buscar temas propios a fin de no sucumbir ante lo recurrente de las temperaturas (!).
En ésas («para bien», que diría —aunque con severas molestias de conciencia— 2), distintos puntos turísticos a lo largo del país son atacados de forma paralela en el tiempo por células terroristas. La televisión anuncia progresivamente el guarismo de muertes: 10… 25… 47… 104… 222, etcétera. La dirección, al conocer que una familia proveniente del radio de cobertura del medio está implicada en los atentados, selecciona a 2 y a 3 para cubrir la noticia.
(Hasta entonces, podemos anunciar sin ningún tipo de reparo, la relación entre 2 y 3 era nula; estrictamente profesional.)
Como consecuencia del colapso informativo, de camino al lugar de los hechos 2, que conduce el vehículo, ordena —solicita educadamente— a 3 si le importaría poner la radio, «algo de música ligera [Los 40 Principales, esas cosas.]». Nuestros amigos no tardarán en permutar un diálogo tan fútil como previsible por otro más sugerente, mientras el velocímetro supera los límites de lo permisible, cosa que a 2, apasionado por las descargas de adrenalina, le da que pensar.
Es de noche.
2 y 3 serán los últimos en abandonar el periódico ese día.
Y lo pintoresco de la situación no deja de dilatarse: tras entrevistar y fotografiar de muy mala gana a los familiares de los fallecidos, se detienen en una gasolinera a repostar el automóvil. Allí les atiende un personaje que 3 define como «tarantiniano», en la medida que tiene los huesos de la cara aplastados. «Como cuando en Irreversible alguien agrede a otro tipo con un extintor en la cara», piensa 2, que considera poco pertinente verbalizar la apostilla.
(Cambiando de tema, a 2 le fascina el modo en que 3 sostiene la mirada. Que sea posible conversar con ella dirigiéndose directamente al centro de sus ojos sin fatigarse es algo que le expulsa de sus coordenadas espaciotemporales. Como un «jodido» Aleph, sostiene, feliz, 2.)
A partir de entonces, 2 no dejará de buscar temas para reportajes que requieran del desplazamiento en automóvil, y cruzará los dedos y se encomendará a todos los santos de todas las religiones de las que tiene constancia para que sea 3, y no 7 o 9, la fotógrafa que lo acompañe. En este sentido 2 cumplirá las expectativas, si bien el modo en que la confianza entre 2 y 3 aumenta hace que las pulsaciones del redactor alcancen lo que podemos describir bajo el apelativo de taquicardíaco.
Este es momento oportuno para añadir nuevos personajes: 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11 y 12 son compañeros de 1, 2 y 3. Buena parte del primer sector sospecha de un posible flirt entre 1 y 2: les sorprende que siempre salgan juntos por ahí y otros tantos detalles mucho más sutiles pero también forzados en su interpretación. Por supuesto, la posibilidad de que sus compañeros consideren homosexual a 2 favorece a este último: disuade de suspicacias que puedan ponerlo en relación con 3.
Pero pasemos a asuntos más serios:
Lo que el lector no sabe de 2, presentado hasta el momento en su faceta más desenfadada, es que como buen seguidor de la lectura que Houellebecq hace a propósito de la liberación sexual en Ampliación del campo…, y teniendo en cuenta el espacio temporal cada vez más alargado que lo separa de ex 22; advierte en su situación —recurriendo así la metáfora beigbederiana en Socorro, Perdón— algo parecido a tres mil millones de hombres silbando su fracaso para con las mujeres. No en vano 2 ha llegado a afanarse durante días enteros en la tarea de mirar al techo de su habitación, deprimido, pensando en ex 22 y en todo el tiempo que ambos prolongaron por inercia la actividad común. Por todo lo anterior, 2 sueña que está en un local situado a las afueras de su ciudad, donde conoce y comparte éxtasis con una muchacha punk de pelo rosa (y aquí la pregunta podría ser: ¿qué experimenta uno al soñar el efecto de la droga?); pronto acabarán revolcándose alrededor de las verdes cajas de cerveza apiladas en el almacén: 2 encima de ella, zarandeando una alambrada como de perrera, sudando enfermizamente. Lo que no le hará tanta gracia a 2 es el lunar que encuentra a la altura del hombro, cuando ella se deshace de la camiseta negra de tirantes. Ese, precisamente ese era el lunar de ex 22, recuerda 2; la ameba negra en un mar de pecas. A partir de entonces activa el mecanismo de alarma y empieza a plantearse dónde aprendió ex 22 sus fascinantes nuevas formas de amar. Ante el acceso de celos, 2 se empeña en desenmascarar a la punk: le agarra de la barbilla y tira de ella como si fuera un hierro candente. Después lo hace de la cabellera. Después le golpea con el dorso de la mano la dentadura hasta que su boca llega a convertirse en un pozo de sangre, de modo que silencia los aullidos de la chica. Después tira de sus mofletes. Después le muerde la cara para romper la silicona de la simulación, y llega el instante en que por fin, consigue desprenderse de la epidermis, cuando el rostro de la joven se reduce a un simple tejido muscular.
Es hora de marcharse. 2 atraviesa el almacén de iluminación carcelaria, las salas vacías repletas de pósteres de bandas musicales, y huyendo de la civilización, atraviesa despavorido una de las avenidas del espacio industrial. Así es.
Conforme la situación degenera más y más adusta, o sea en la medida que las células mueren, el corpus de esta historia se presume anquilosado, y nuestros tres valientes comprenden, cada uno por su lado, que los milagros codiciados definitivamente no tendrán lugar; los personajes empiezan a estar implicados en una espiral de estragos, vómitos, estancias prolongadas en lavabos, valeriana, caos, gente al borde del abismo tirándose del pelaje, ansiolíticos, tímidas aplicaciones de cocaína sobre las encías, frenesí, bisbiseos, gritos, borrachera, silencios e incómodas situaciones conversacionales, insinuaciones de las que arrepentirse, pesadillas, nervios ardiendo el sistema digestivo, etcétera, etcétera, etcétera. Todo eso, hasta llegado el día en que los astros se alinean.
No menos cierto deja de ser que la noche en la cual 2 descubre que 1 se acuesta con hombres, y que, tal vez —a juzgar por lo que podría ser interpretado como una insinuación [a saber, comentarios del tipo: «recuerdo una ocasión en la que me acosté con el novio de una amiga»]—, esté dispuesto a estrechar confianzas con él, a 2 se le ocurre dejar caer una lápida con el objeto de enfriar ánimos. 2, tras escuchar atento un desmesurado Monólogo Brokeback© (en términos del propio 2), concluye lo siguiente: «para serte sincero, a mi 3 no me parece del todo mal». A 1 este comentario le duele por diversos motivos que no procederemos a desensamblar. A 2, conforme pase el tiempo, su desconfianza en 1 será motivo de náuseas y baldones contra sí mismo.
La vida está llena de siniestras paradojas, piensa 2, al caer en la cuenta de que el exceso de vida que 3 le produce no habría tenido lugar de no ser por una coyuntura de múltiples desapariciones. Recapitulemos, pues: Nos encontramos en la redacción un día cualquiera de agosto. Los periodistas entran y salen de las oficinas para fumar en ese lapso de tiempo en el que aguardan la llegada de una nueva página y comentar el hastío informativo, o la acuciante necesidad de buscar temas propios a fin de no sucumbir ante lo recurrente de las temperaturas (!).
En ésas («para bien», que diría —aunque con severas molestias de conciencia— 2), distintos puntos turísticos a lo largo del país son atacados de forma paralela en el tiempo por células terroristas. La televisión anuncia progresivamente el guarismo de muertes: 10… 25… 47… 104… 222, etcétera. La dirección, al conocer que una familia proveniente del radio de cobertura del medio está implicada en los atentados, selecciona a 2 y a 3 para cubrir la noticia.
(Hasta entonces, podemos anunciar sin ningún tipo de reparo, la relación entre 2 y 3 era nula; estrictamente profesional.)
Como consecuencia del colapso informativo, de camino al lugar de los hechos 2, que conduce el vehículo, ordena —solicita educadamente— a 3 si le importaría poner la radio, «algo de música ligera [Los 40 Principales, esas cosas.]». Nuestros amigos no tardarán en permutar un diálogo tan fútil como previsible por otro más sugerente, mientras el velocímetro supera los límites de lo permisible, cosa que a 2, apasionado por las descargas de adrenalina, le da que pensar.
Es de noche.
2 y 3 serán los últimos en abandonar el periódico ese día.
Y lo pintoresco de la situación no deja de dilatarse: tras entrevistar y fotografiar de muy mala gana a los familiares de los fallecidos, se detienen en una gasolinera a repostar el automóvil. Allí les atiende un personaje que 3 define como «tarantiniano», en la medida que tiene los huesos de la cara aplastados. «Como cuando en Irreversible alguien agrede a otro tipo con un extintor en la cara», piensa 2, que considera poco pertinente verbalizar la apostilla.
(Cambiando de tema, a 2 le fascina el modo en que 3 sostiene la mirada. Que sea posible conversar con ella dirigiéndose directamente al centro de sus ojos sin fatigarse es algo que le expulsa de sus coordenadas espaciotemporales. Como un «jodido» Aleph, sostiene, feliz, 2.)
A partir de entonces, 2 no dejará de buscar temas para reportajes que requieran del desplazamiento en automóvil, y cruzará los dedos y se encomendará a todos los santos de todas las religiones de las que tiene constancia para que sea 3, y no 7 o 9, la fotógrafa que lo acompañe. En este sentido 2 cumplirá las expectativas, si bien el modo en que la confianza entre 2 y 3 aumenta hace que las pulsaciones del redactor alcancen lo que podemos describir bajo el apelativo de taquicardíaco.
Este es momento oportuno para añadir nuevos personajes: 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11 y 12 son compañeros de 1, 2 y 3. Buena parte del primer sector sospecha de un posible flirt entre 1 y 2: les sorprende que siempre salgan juntos por ahí y otros tantos detalles mucho más sutiles pero también forzados en su interpretación. Por supuesto, la posibilidad de que sus compañeros consideren homosexual a 2 favorece a este último: disuade de suspicacias que puedan ponerlo en relación con 3.
Pero pasemos a asuntos más serios:
Lo que el lector no sabe de 2, presentado hasta el momento en su faceta más desenfadada, es que como buen seguidor de la lectura que Houellebecq hace a propósito de la liberación sexual en Ampliación del campo…, y teniendo en cuenta el espacio temporal cada vez más alargado que lo separa de ex 22; advierte en su situación —recurriendo así la metáfora beigbederiana en Socorro, Perdón— algo parecido a tres mil millones de hombres silbando su fracaso para con las mujeres. No en vano 2 ha llegado a afanarse durante días enteros en la tarea de mirar al techo de su habitación, deprimido, pensando en ex 22 y en todo el tiempo que ambos prolongaron por inercia la actividad común. Por todo lo anterior, 2 sueña que está en un local situado a las afueras de su ciudad, donde conoce y comparte éxtasis con una muchacha punk de pelo rosa (y aquí la pregunta podría ser: ¿qué experimenta uno al soñar el efecto de la droga?); pronto acabarán revolcándose alrededor de las verdes cajas de cerveza apiladas en el almacén: 2 encima de ella, zarandeando una alambrada como de perrera, sudando enfermizamente. Lo que no le hará tanta gracia a 2 es el lunar que encuentra a la altura del hombro, cuando ella se deshace de la camiseta negra de tirantes. Ese, precisamente ese era el lunar de ex 22, recuerda 2; la ameba negra en un mar de pecas. A partir de entonces activa el mecanismo de alarma y empieza a plantearse dónde aprendió ex 22 sus fascinantes nuevas formas de amar. Ante el acceso de celos, 2 se empeña en desenmascarar a la punk: le agarra de la barbilla y tira de ella como si fuera un hierro candente. Después lo hace de la cabellera. Después le golpea con el dorso de la mano la dentadura hasta que su boca llega a convertirse en un pozo de sangre, de modo que silencia los aullidos de la chica. Después tira de sus mofletes. Después le muerde la cara para romper la silicona de la simulación, y llega el instante en que por fin, consigue desprenderse de la epidermis, cuando el rostro de la joven se reduce a un simple tejido muscular.
Es hora de marcharse. 2 atraviesa el almacén de iluminación carcelaria, las salas vacías repletas de pósteres de bandas musicales, y huyendo de la civilización, atraviesa despavorido una de las avenidas del espacio industrial. Así es.
Conforme la situación degenera más y más adusta, o sea en la medida que las células mueren, el corpus de esta historia se presume anquilosado, y nuestros tres valientes comprenden, cada uno por su lado, que los milagros codiciados definitivamente no tendrán lugar; los personajes empiezan a estar implicados en una espiral de estragos, vómitos, estancias prolongadas en lavabos, valeriana, caos, gente al borde del abismo tirándose del pelaje, ansiolíticos, tímidas aplicaciones de cocaína sobre las encías, frenesí, bisbiseos, gritos, borrachera, silencios e incómodas situaciones conversacionales, insinuaciones de las que arrepentirse, pesadillas, nervios ardiendo el sistema digestivo, etcétera, etcétera, etcétera. Todo eso, hasta llegado el día en que los astros se alinean.
4 comentarios:
Cuando estaba leyendo "Los periodistas entran y salen de las oficinas para fumar en ese lapso de tiempo en el que aguardan la llegada de una nueva página", sin razón aparente, he leído "en ese lapso de tiempo real"... Ya ves, lo que pasa con las dimensiones paralelas.
Sobre el resto del texto para serie light, como diría Luna, algo violento, pero tiene ritmo, un montón. Me gusta mucho la parte de las conjeturas automovilístico-numéricas. Y sobre huir de la civilización, mejor lo dejamos correr, no sea que sea posible para ¿2? Un saludo y hasta otra.
Ya verás, Carlos, como si por algo se caracteriza "2" es por la simpática integración en la escena del crimen. Habrá final feliz para todos.
Atentos a las próximas fechas.
Un abrazo,
Atento estaré, en modo simpático sin alevosía. No hay que esperar menos que un final feliz. Atento a tu correo, con algo de suerte pronto te llegará algo de intimidad con youtube...
Hasta otra.
Menudo lio me has hecho. Haha.
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