
Guay, pues. Abro el periódico y leo una amplia crónica que cuenta con todo lujo de detalles la historia del conductor asesino de la línea circular en Madrid, algo de lo cual todos ya sabemos pero que nunca viene mal recordar. Resulta que en cierta ocasión le dieron una patada en el culo a uno de los empleados de la línea por hacer uso indebido de su posición, lo cual se traduce en que una noche coló a todos sus amigos en las cocheras a fin de hacer unos cuantos wholecars, esto es, pintar con graffiti trenes enteros, ¿no? A la mañana siguiente, ni corto ni perezoso, el conductor despedido se dirige a las cocheras y secuestra un tren y lo pone a toda máquina y lo conduce con unas cuantas fuffies en la cabina que no dudan un segundo en practicarle una cariñosa felación, y fuma kifi y se pone bien alto en el reproductor de mp4 un recopilatorio de DMX —aunque deje en modo repeat la canción X Gon’ Give It To Ya— hasta que convierte el tren en una bala disparada desde los infiernos de esta ciudad. El tren echa a arder y caen de los túneles sobre su fuselaje unos zombis que abren fuego con bazookas, lanzallamas y metralletas contra los trabajadores y oficinistas que aguardan mansos en los andenes un día más en sus vidas. La historia no dura más de tres estaciones, cuando el cacharro choca con otro tren.
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