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viernes, 25 de abril de 2008

Fragmentos de Don't fuck with me, vol. II

Rara vez leo prensa gratuita. Es, por decirlo de algún modo, una de las últimas vetas de elitismo intelectual que no he cedido en aras de lo pop; a fin de cuentas, algo hay que dejar a las generaciones venideras, ¿no? Sin embargo hoy lo he hecho. ¿Que por qué? Bueno, y yo qué sé, solo sé que a eso de las siete y veinte frenaron en seco mi entrada a la boca de metro con uno de esos periódicos extendidos, y que yo lo cogí y no lo tiré en la primera papelera que tuve a mano, no. Por el contrario, me tomé la molestia de poner en tela de juicio mi educación burguesa de libros canónicos —«la policía», como diría acertadamente Vilas— y otros tantos de vanguardia o carácter “proyectivo”, a fin de empaparme de lo que se suda a pie de calle.


Guay, pues. Abro el periódico y leo una amplia crónica que cuenta con todo lujo de detalles la historia del conductor asesino de la línea circular en Madrid, algo de lo cual todos ya sabemos pero que nunca viene mal recordar. Resulta que en cierta ocasión le dieron una patada en el culo a uno de los empleados de la línea por hacer uso indebido de su posición, lo cual se traduce en que una noche coló a todos sus amigos en las cocheras a fin de hacer unos cuantos wholecars, esto es, pintar con graffiti trenes enteros, ¿no? A la mañana siguiente, ni corto ni perezoso, el conductor despedido se dirige a las cocheras y secuestra un tren y lo pone a toda máquina y lo conduce con unas cuantas fuffies en la cabina que no dudan un segundo en practicarle una cariñosa felación, y fuma kifi y se pone bien alto en el reproductor de mp4 un recopilatorio de DMX —aunque deje en modo repeat la canción X Gon’ Give It To Ya— hasta que convierte el tren en una bala disparada desde los infiernos de esta ciudad. El tren echa a arder y caen de los túneles sobre su fuselaje unos zombis que abren fuego con bazookas, lanzallamas y metralletas contra los trabajadores y oficinistas que aguardan mansos en los andenes un día más en sus vidas. La historia no dura más de tres estaciones, cuando el cacharro choca con otro tren.

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