Si Pep Guardiola es al (proceso de sofisticación del) balompié lo que Barack Obama a la postideología, entonces Mariano Rajoy necesariamente ha de ser a la política lo que Luis Aragonés, o, mejor, José Antonio Camacho al deporte rey. He aquí la inevitable regla de tres que procesé recién pude asimilar la imagen con que el diario El País ilustraba el pasado domingo 18 de mayo su reportaje titulado Pep símbolo; Pep mito, a propósito del actual entrenador del F.C. Barcelona; una fotografía en escala de grises escandalosa por lo poco convencional que pretendía significar, a saber, en la parte izquierda hallábamos a un Pep Guardiola pensativo, estudiando partidos en la pantalla de un iMac —nótese el referente inmediato a la hegemónica clase intelectual contenida en la marca de ordenador—, y entre ambos, una pizarra desenfocada cuyos signos eran inextricables, pero que en cualquier caso parecían ofertar fórmulas complejas, más dignas de una clase magistral de física cuántica que de un (aparente) mero ejercicio deportivo. Pep Guardiola como icono irrumpe en la consabida dinámica esquizofrénica/ bipolar/ antitética del posmodernismo cuando de lo que se trata es de arrojar al imaginario popular distintas fuerzas en vectores divergentes o contradictorios. Es decir que no deja de sorprender cómo en un periodo en el cual la vulgaridad queda elevada a cierto altar de culto (i.e., véanse las obras, también fotográficas, de Terry Richardson o Jaime Taete), regresa paralelamente la veneración a las personalidades (super)heroicas sobre las cuales las masas deciden volcarse, tras encontrar reflejado en las mismas rasgos envidiables tal como son el (ejemplar) equilibrio de poder entre la satisfacción del espacio público y privado, el éxito indiscutible y aplastante para con los posibles rivales, o la empatía social que en nada tiene que ver con la monomanía corporativa a la que cierta tipología de depredadores reinantes en sus respectivas disciplinas nos tiene acostumbrados. En alusión al ideólogo del heroísmo Thomas Carlyle y a Robert Michels como teórico de los fascismos, Peter Sloterdijk describe en El desprecio de las masas el epíteto absolutamente carlyniano del siguiente modo: «con esta descripción se hace referencia al sistema de la cultura mediática de masas en su conjunto. Con el modo mediático de la veneración del héroe, entramos en un régimen afectivo en el que se desarrolla un narcisismo de masas. ¿Qué significa esta veneración carlyniana, mediática —y tan característica de las masas— de figuras sobresalientes? De entrada, la radical subordinación de toda posible percepción de la realidad a la proyección; por otro lado, la exteriorización del deseo subjetivo de idealización, glorificación y sobreestimación sin atender a las propiedades reales del objeto admirado.» Ergo, mientras atendemos a cómo Barna sucumbe a la perversión de la ideología dominante, Madriz y su fúmbol imperfecto seguirán siendo bastiones de resistencia. Ahí queda.
jueves, 28 de mayo de 2009
Guardiola, según Sloterdijk ([irreverente] ejercicio de semiología lúdica o tentación hermenéutica)
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5 comentarios:
levanto el boligrafo, como una Copa plateada y digo: nota a pie!
*se deberia poder poner aqui como en facebook eso de Me Gusta
jejeje Se te va... pero se ve bien y ahí queda eso, muy chulo!
salvo la madriditis del final... ejem,ejem van a poner de patitas en la calle a un tio que hasta hace tres jornadas había perdido solamente 2 partidos!!! El Madrid también busca un ídolo... o demasiados!
un abrazo
No tengo ni la más remota idea de a qué te refieres con el tipo al que van a poner de patitas en la calle. Al margen del prurito localista-madrileñista y del sustrato de sofisticación que la figura de Guardiola aporta al fúmbol (una especie de Kasparov-mini), semejante deporte solo me interesa para superar en un 114% más la media de tacos diariamente pronunciada. Desinhibición. Ur-. Sangre y sudor. Hombría. Dar la talla. Etcétera.
Un abrazo,
Lo de Guardiola y Obama lo has clavado, Ibrahím, mi novia se ha partido el culo cuando se lo he leído, pero como con un fondo de amargura.
Un saludo
Oche
Caramba, pues muchas gracias por vuestra lectura, Oche.
Saludos,
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