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domingo, 16 de agosto de 2009

Cachondeo celulítico. Todo lleva carne; o, también: “Hey, tía, pareces un jodido píxel”. Apuntes sobre el tabú de la grasa.




Uno. Descubro gracias a un correo de Vicente Luis Mora a Krudas Cubensi cantando La gorda: Como las anteriormente aquí mencionadas fotografías de Jaime Taete y Terry Richardson o la significación sardónica de Putilatex, el rap trasatlántico es pionero en recordar la voluntad democrática del capitalismo postindustrial cuando erige a la categoría de líder de opinión el modelo de negro con el píloro dinamitado por los excesos de cubos de pollo barbacoa en Kentucky Fried Chicken. Luego dirán que los negros no inventan cosas.

Dos. Al igual que los cigarrillos, las yonkilatas que portan en el transporte público ciudadanos de dudosa reputación (siempre a los ojos de la hegemónica clase BoBo en Europa, óptica que condiciona —admitámoslo— la escritura de este post) o el hachís, la comida puede llegar a alcanzar la categoría de falsa conciencia en el inconsciente proletario. Frente a placeres o mecanismos de evasión más deseables, proyectores además de nuevas habilidades para el individuo moderno como puedan ser el viaje, el spinning o el sentimiento pseudoreligioso New Age, propuestas que precisan una inversión financiera a priori mayor que las primeras tres, comer como el apócrifo precedente de la bulimia Epicuro implica construirse un eje devocional a partir del cual dotar de sentido a la existencia; clave de las adicciones, en definitiva, pues buena parte de la población que es adicta a algún producto o actividad en realidad no busca sino motivaciones y una jerarquía de su sino (ocurre, por ejemplo, en las producciones culturales que versan sobre cultura underground: contraste entre trabajos alimenticios y esfuerzo extra/ extralaboral para desarrollar obras sublimes)

Tres. Don Delillo justifica la adicción a la comida como falsa conciencia proletaria: “Cuando corren malos tiempos, la gente se muestra ansiosa por sobrealimentarse. Blacksmith está llena de adultos y niños obesos, con piernezuelas regordetas, que caminan anadeando ataviados con pantalones holgados. Se les ve esforzándose por emerger de sus automóviles utilitarios; se ponen sus chándales y corren en familia a través del paisaje o caminan calle abajo con la cara manchada de comida. Comen en los grandes almacenes, en los coches, en los aparcamientos, en las colas de los cines y los autobuses, bajo los árboles majestuosos.” ('Ruido de fondo')

Cuatro (Sociedad hiperadicta, adición de adicciones, metaadicción): Estar enganchado a la comida, al tabaco o a la cocaína para mantener el Zeitgeist workaholic.

Cinco. Los mecanismos del chiste no responden a modas o estratos sociales, sino que parecen una misteriosa constante a lo largo de los tiempos. Reírse (públicamente o no) de un tropezón ajeno, de un chiste escatológico o de un espectro social débil o desfavorecido es algo constatado a cualquier nivel salarial o cultural. Así, encontramos manifestaciones creativas que —abriendo interrogantes sobre el valor de la ironía (algo casi siempre imposible de interpretar con exactitud)— se mofan de: niños, mujeres, disminuidos psíquicos o países subdesarrollados. La crítica más obvia es que el humor sobre minorías o desfavorecidos legitima un orden arcaico, si bien en función de la dimensión donde proceda así contará o no con un componente político. Otra vez: totalitarismos de corrección y asepsia frente a la apertura de la espita para liberar el peso de la coacción en la psique del ciudadano moderno. Como el sueño, jugar videojuegos sanguinolentos, masturbarse ante el cum-shot de un DVD porno o leer al “sargento del sexo” que es Sade (Foucault), son actividades que tienen lugar en una dimensión ciudadana estéril, pero que en cambio ejercen una legítima función terapéutica frente a la prisión panóptica de la civilización —una función que, por cierto, ocurre en cualquier producción cultural, de Cervantes a Torbe. O como dice La biblia: La paja, mejor en el ojo ajeno.

Seis. Acudan a la interesante glosa de la anorexia contenida en 'Devenir perra', de Itziar Ziga. Aquí una introducción: “Se puede afirmar que la anorexia nerviosa es una enfermedad cristiana y femenina. Nació con la cristiandad, no se da en mujeres musulmanas, ni judías, ni japonesas. Y apenas se da entre hombres, menos aún en varones heterosexuales.”

Siete. Reírse de los gordos está vetado. Interpelar a alguien “estás fofo, podrías esconder un perro mojado bajo tu tripa” es impensable, a no ser que la afirmación proceda del propio individuo. Esto vuelve a remitir (para permutar términos) al libro de Ziga: “Para la opinión pública, sólo se puede ser puta, perra o zorra cuando otro lo dice, no cuando una lo exclama.” El tabú del sobrepeso (nótense aquí las connotaciones marginales del concepto) llama a gritos a la “carnavalización de la conciencia” [Batjin sobre Rabelais: viene al peso]. Nuestro régimen, más todavía en el caso de las mujeres, favorece la paranoia. “Ni se te ocurre hacer bromas sobre su constitución, no vaya a ser que coja un trauma y acabe anoréxica, animal”. Error: soslayar el carácter lúdico de la corporeidad. Nuevas prisiones superyoicas. Necesidad: resituar en el canon a Rubens para replantear los divertimentos de la carne. Mofarse de los gordos y anoréxicos hasta que la mandíbula se caiga a pedazos, pero con estaylaz. Decir: “Estás fofi”, y advertir la presión sanguínea.

Ocho. Bonus Track: Hoy, en nuestro querido suplemento 'Libre', Gonzalo de Pedro firma un reportaje muy pero que muy fondón.

3 comentarios:

Luna Miguel dijo...

de hecho el vídeo es tan GORDO que se sale de la pantalla.




ay.


qué cansadita estoy, gordi.

ENTIL dijo...

A la fokin golda le gusta enseñar el ombligo en el concierto. Creo que tu disección debió detenerse en uno de sus puntos en ese ombligo.

Tengo sólo 300 caracteres, pero yo lo definiría como el jodido sumidero de mierda por donde, utilizando la útil y vericueta metáfora de la cerradura, uno puede encontrarse cosas fascinantes y prohibidas (prohibidas seguro).

Vivan las goldas del ghetto.

StatuS2H dijo...

He quedado profundamente impresionado y no voy a caer en la tentación de hacer chiste fácil.