Ruego encarecidamente la lectura del artículo de Fernández Porta Sobre la difamación mediática y retirada de la circulación del libro de Hernán Migoya Todas Putas. Por lo que a mí respecta, tan solo añadiré un par de subversivos sampleos que atentan contra las buenas costumbres, sampleos del todo imposibles de publicar en la actualidad:
Quiero decir que si en alguna ocasión él se atreviera a dar un bofetón a mi madre, quizá ella fuera feliz y dejaría de fastidiarle de una vez. Porque ellas le convierten en nada, ¿sabe? Lo que se dice en nada.
James Dean, Rebelde sin causa.
A fines de septiembre apareció una nueva novela de amor: El vórtice de las pasiones. Luisita se apresuró a pedirme que se la comprase; se la compré; se la tragó en una noche y, como la protagonista del libro engañaba a su amante, Luisita comenzó a engañarme a partir del siguiente día.
Le rogué, le supliqué.
Luisita no me hizo caso.
Me arrastré por el suelo llorando y mendigando una fidelidad que necesitaba para seguir viviendo.
Luisita volvió a desdeñarme.
Le juré que si no me amaba como antes me dispararía un balazo en la sien izquierda.
Luisita conservó su actitud despreciativa.
Le pedí por Dios, por los santos y por sus muertos más queridos.
Luisita no me contestó siquiera.
Entonces alcé la manga de mi camisa, la doblé sobre el antebrazo y le aticé a mi novia doce bofetadas gigantescas seguidas de seis puntapiés indescriptibles.
Enrique Jardiel Poncela, Amor se escribe sin hache
Quiero decir que si en alguna ocasión él se atreviera a dar un bofetón a mi madre, quizá ella fuera feliz y dejaría de fastidiarle de una vez. Porque ellas le convierten en nada, ¿sabe? Lo que se dice en nada.
James Dean, Rebelde sin causa.
A fines de septiembre apareció una nueva novela de amor: El vórtice de las pasiones. Luisita se apresuró a pedirme que se la comprase; se la compré; se la tragó en una noche y, como la protagonista del libro engañaba a su amante, Luisita comenzó a engañarme a partir del siguiente día.
Le rogué, le supliqué.
Luisita no me hizo caso.
Me arrastré por el suelo llorando y mendigando una fidelidad que necesitaba para seguir viviendo.
Luisita volvió a desdeñarme.
Le juré que si no me amaba como antes me dispararía un balazo en la sien izquierda.
Luisita conservó su actitud despreciativa.
Le pedí por Dios, por los santos y por sus muertos más queridos.
Luisita no me contestó siquiera.
Entonces alcé la manga de mi camisa, la doblé sobre el antebrazo y le aticé a mi novia doce bofetadas gigantescas seguidas de seis puntapiés indescriptibles.
Enrique Jardiel Poncela, Amor se escribe sin hache
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