No es de extrañar que en cuestión de unos años acabe por extinguirse el célebre tú poético: aquella persona de sexo opuesto a la que acostumbran a encomendarse, con un registro más o menos intimista, buena parte de los poetas. Y la pregunta es: ¿por qué arrancar la ponencia en este punto? Bien, la razón es muy simple. La proliferación del estilo que dictan los más ingeniosos copywriters, o redactores de anuncios —o sea, lo que de verdad nos interesa: la voz grandilocuente de La sociedad del espectáculo— conlleva la desaparición del espacio privado. El fin del acto de ensimismarse; la caída de su telón.
No se muevan de su sofá; pronto haremos las cuentas. Pronto, obtendrán respuestas.
(Pero antes, caballeros, sepan que es hora de permutar el tú por el vosotras. Dedíquense mejor a perpetuar la orgía. Follen como condenados a los ojos del Gran Hermano.)
*
Piénsenlo por un momento: Ustedes, yo, B. —protagonista de este cuento—; todos nosotros acostumbramos a interminables jornadas laborables en las que nos socializamos con los valores aparentemente epicúreos, pero intrínsecamente maquiavélicos, de las corporaciones que alimentamos con nuestras brillantes ideas. Y cuando llegamos a casa, ¿qué? Pues que nos conectamos a la red y revisamos los RSS a ver qué nos dicen nuestros líderes de opinión favoritos, hojeamos websites y respondemos correos de amigos o compañeros de trabajo en un tono cercano a la formalidad. Luego, vemos el telediario. Debates y anuncios. Más anuncios. ¡Dadnos anuncios, joder!; ellos nunca son suficientes. En definitiva, adonde quiero llegar es que más de un noventa por ciento de nuestro tiempo lo dedicamos a pasear por espacios públicos, ergo nuestros roles o caretas son típicamente protocolarios, prefigurados, programados en un ideario políticamente correcto. Eso es lo que a nosotros nos demanda el sistema económico neoliberal, su eufemismo la democracia, y su altavoz los media: eliminar el ensimismamiento. ¿Tiempo?, ¿tiempo para qué?, es lo que Ellos se preguntan. ¿Para reflexionar? ¿Y cuánto dinero otorgan por eso?
No se muevan de su sofá; pronto haremos las cuentas. Pronto, obtendrán respuestas.
(Pero antes, caballeros, sepan que es hora de permutar el tú por el vosotras. Dedíquense mejor a perpetuar la orgía. Follen como condenados a los ojos del Gran Hermano.)
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Piénsenlo por un momento: Ustedes, yo, B. —protagonista de este cuento—; todos nosotros acostumbramos a interminables jornadas laborables en las que nos socializamos con los valores aparentemente epicúreos, pero intrínsecamente maquiavélicos, de las corporaciones que alimentamos con nuestras brillantes ideas. Y cuando llegamos a casa, ¿qué? Pues que nos conectamos a la red y revisamos los RSS a ver qué nos dicen nuestros líderes de opinión favoritos, hojeamos websites y respondemos correos de amigos o compañeros de trabajo en un tono cercano a la formalidad. Luego, vemos el telediario. Debates y anuncios. Más anuncios. ¡Dadnos anuncios, joder!; ellos nunca son suficientes. En definitiva, adonde quiero llegar es que más de un noventa por ciento de nuestro tiempo lo dedicamos a pasear por espacios públicos, ergo nuestros roles o caretas son típicamente protocolarios, prefigurados, programados en un ideario políticamente correcto. Eso es lo que a nosotros nos demanda el sistema económico neoliberal, su eufemismo la democracia, y su altavoz los media: eliminar el ensimismamiento. ¿Tiempo?, ¿tiempo para qué?, es lo que Ellos se preguntan. ¿Para reflexionar? ¿Y cuánto dinero otorgan por eso?
No obstante, puede que Ellos quieran asfixiar el espacio íntimo hasta reducirlo a su mínima expresión. Pero nunca lo agotarán. Nunca. Es inherente a la condición humana. Para bien, o para mal. Y éste es el tema que nos atañe hoy, amigos: el espacio íntimo devenido en el Mal. Uuuuu.
*
Recapitulemos: B atraviesa la puerta de su apartamento, deja el maletín en el dormitorio, y después se dispone en la mesa del salón. Intercambia un par de frases con su esposa, A, y aguardan a que el repartidor de pizzas suba el pedido.
Empiezan a dar mordiscos al pan de ajo mientras la pantalla habla de noticias económicas. A, que es feliz, canturrea una canción flamenca. A B no le gusta. Hace muecas y aguarda a que A se de por aludida, pero nada. Poco a poco, B se siente más distante no solo ya de A, sino también de la pegajosa moralina televisiva. Decidido. Enojado, B aprieta un botón del mando y la imagen cesa. B se cerciora de que Matías no les esté mirando. A pregunta que qué hace y B le da una torta. Chas. A, un poco asustada —pues la situación le parece cada vez menos simpática— vuelve a preguntar que qué hace.
(Si quieren añadir un plus de morbo al asunto, imagínense que B es un periodista que trabaja para la edición matutina de cualquier telediario nacional en su sección de sociedad. Es decir que B, alguna vez, ha escrito informaciones sobre violencia doméstica.)
B argumenta que le está poniendo nervioso. Que A es un pelín inaguantable en algunas ocasiones. Que si es que no se da cuenta de que le está tocando los cojones con esa mierda canción. A le dice, con una ira que eclosiona desde la boca del estómago, que es un capullo y que no tiene lo que hay que tener. Después se enzarzan. Recordemos en este punto que, lamentablemente, no hay cuchillos en la mesa, por lo que una pelea que podría acabar en un par de cortes, se prolonga hasta que los contrincantes quedan exhaustos. Entonces uno de ellos, víctima de su enajenación mental, se levanta y acuchilla al otro hasta sesenta veces. Pero el acuchillado no muere. Extraño ¿verdad? Bueno, pues no muere.
Al cabo de un tiempo, pongamos cuatro o cinco horas, y todavía lejos de la mirada del espacio público, la pareja decide hacer las paces. El amor es así, dice B avergonzado. El amor es incomprensible. Impredecible. A, bañada en lágrimas, no se sabe muy bien si de la emoción o de la impotencia, perdona a B. Le exige que prometa que nunca más va a volver a ocurrir nada así. B lo jura, ahora también bañado en lágrimas.
5 comentarios:
B es un capullo y A una gilipollas.
Y de eso no tienen la culpa ni la sociedad, ni los medios, ni los anuncios. Sólo ellos.
Vaya, ETDN, creo que aquí vamos a discrepar. Imaginaba que este post traería cola. Me explico:
Lo que yo quería denunciar en una hipotética 3ª parte de este cuento, tras de la conferencia introductoria y el cuento en sí (probablemente deba de dejarme de experimentalismos e ir directo al grano recomponiendo por entero este texto; todo a su tiempo); lo que yo quería denunciar, digo, es precisamente que los media reducen su mensaje a tu sentencia: "B es un capullo y A una gilipollas".
No deja de sorprenderme que los informativos reduzcan un problema tan peliagudo como el de la violencia doméstica -en el cual entran decenas de variables- a 15/ 20 míseros segundos en los que se condena de inmediato al hombre y la mujer se victimiza. La realidad, sospecho, debe ser mucho más compleja; cada una de las biografías de los maltratadores y las maltratadas debe ser cuanto menos asombrosa. Y la labor del ciudadano responsable no es la de pensar en base a prejuicios, sino la de razonar. Mi objetivo no es, quede claro, JUSTIFICAR la violencia doméstica; todo lo contrario: ENCONTRAR EXPLICACIONES, que es siempre un primer paso para solucionar los problemas. Es más, seguramente el mensaje de los media solo consigue distanciar a parejas inestables del resto de la sociedad aparentemente ordenada.
Las relaciones personales en el terreno de la privacidad, no en el espacio público, todo el mundo sabemos que son complejas y conflictivas hasta el hartazgo, y no se pueden reducir a un par de eslóganes. La literatura, mismamente, tiene numerosas biografías en este sentido: Scott Fitzgerald (que no creo que fuese un capullo) con Zelda, o Bukowski/ Chinaski y sus numerosos ligues enfermizos son solo un par de ejemplos de una vida sentimental errambuda. ¿Qué lleva a un individuo a condenarse así? Ni idea. Pero pasa.
Seguiremos escribiendo acerca de este tema.
Saludos.
No discrepamos, IB, estoy completamente de acuerdo contigo con respecto a la dimensión de un fenómeno tan complejo e inclasiflicable como la violencia dentro de la relación de pareja (creo que esa es la expresión más adecuada, "violencia doméstica" y aún más "violencia machista" son eslóganes mediáticos, etiquetas reductoras, como planteas).
Mi comentario se refería únicamente a mi opinión sobre los personajes ¿ficticios? de tu relato que, por otra parte, me parece muy realista, nada alejado de la realidad. Quizá la confusión venga de que me quedé en una primera lectura simplista. Pero, por más que seguramente la realidad de ambos personajes sea más compleja, NADA justifica ni la actitud de B (que, por muchas razones que tenga, sigue siendo un capullo, primario y un homicida en grado de tentativa) ni la de A, que sigue siendo una gilipollas que confunde la dependencia emocional con lo que nos han vendido como amor.
Seguimos la discusión (aunque prefiero llamarlo diálogo)
bss
Vinculando de nuevo a los media con tu punto de vista sobre la situación y mi esbozo de relato, creo que lo que hay que distinguir, básicamente, es entre el "ser" y el "deber ser". Yo solo hablo del "ser"; no quiero emitir juicios de valor. No me interesan demasiado. Soy escéptico con estas cosas (en una entrada publicada en noviembre, creo, y cuyo titulo era "¿lecturas moralistas?" exponía mis razones a este respecto). Y matizaré que, tal vez, los media y su mensaje de que no hay justificación alguna para la violencia doméstica, como tú bien señalas, hagan una labor preventiva.
Ahora bien, ¿qué hay de quienes sufren o participan en el maltrato, quienes YA están dentro de él? Sospecho que la exclusión social aumenta. Un/a maltratador/a que ve como toda una sociedad le condena y lo convierte en el antagonista número 1, radicaliza su actitud. Al igual que el paciente de estas conductas poco respetuosas se vea también excluido por no denunciar el caso, por no formar parte del mundo feliz que pretenden vendernos.
En resumidas cuentas, estamos lejos de una sociedad ideal. Del consenso total, vaya. Y nos empeñamos en conseguirla sin recordar que cualquier democracia tiene un cariz determinista. Vattimo (en una reciente entrevista a el país) y Baudrillard afirmaban que el conflicto es parte inherente de nuestras sociedades. El conflicto, tanto el privado como el social, también están dentro del sistema. Sé que me pueden llover palos por esta afirmación, pero...
Saludos.
De acuerdo con tu afirmación. El conflicto es inherente al ser humano y, al fin y al cabo, lo que mueve el mundo: el progreso, la revolución nacen del conflicto; por supuesto, la sociedad, el sistema también.
en cuanto a tu reflexión sobre la violencia personal, me parece interesante el planteamiento de la exclusión social. Sí, puede que a veces la presión social (familiar, mediática) sea un problema mayor que el propio conflicto de pareja que da lugar a esa violencia. Puede que no estén tan claros los roles víctima/verdugo (creo que era eso lo que pretendías plantear en el texto, ¿no?).
Pero el dilema sigue ahí: ¿es preferible no intervenir, al interpretarlo como un problema privado, que debe quedar dentro de la pareja y debe ser resuelto por sus miembros? ¿o es lícita esa intromisión para evitar un problema mayor, dada la relación de dependencia (económica, emocional)que suele ir asociada a la mayoría de casos que hace difícil que la parte más débil pueda tomar una decisión?
No es fácil, no. Y se tiende a la simplificación, las etiquetas y los eslóganes, como todo...
¡¡seguimos debatiendo!!!
bss
ETDN
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