viernes, 30 de mayo de 2008
Geografía del tiempo
sábado, 24 de mayo de 2008
Fragmentariedad
Por supuesto que la fragmentariedad contiene un impagable sello de verosimilitud: uno va en el metro leyendo escenas/ fotogramas de significado independiente, alza la vista un instante y escucha cualquier historia ajena; luego vuelve a la página y la continuidad, de uno u otro modo, se mantiene inalterada. Lejos de la novela como mundo cerrado y al margen de ese otro mundo sensitivo, el fragmento implica trazar un puente con el exterior. No obstante, admitamos sin vergüenza alguna que este recurso también es la excusa perfecta para quienes somos incapaces, por aburrimiento o por cualquiera que sea el motivo, de trazar un hilo argumental unitario. Esa, y no otra, es la pura verdad.
miércoles, 21 de mayo de 2008
Apertura de Berliner Haus
Motivos profesionales han querido que Berlín & Partners™ se expanda. A partir de ahora pueden leer las reseñas que un servidor —bajo el temible alter-ego de Antonio J. Rodríguez— escribe para cierto suplemento cultural (no teman: Babelia no pagaba lo suficiente) en Berliner Haus. Por su parte, esta casa seguirá alojando periodismo gonzo y demás machetazos. Les mantendremos informados. Gracias por su atención.
viernes, 16 de mayo de 2008
Nota de prensa + 3 hermosos samples
*
[1] It seems today that all you see is violence in movies and sex on Tv.
[2] Así que me encontré en la calle y sin diploma. ¿Iba a cambiar de oficio? No. Llevaba la medicina en la sangre. Me las arreglé para mantenerme en forma haciendo abortos baratos en los retretes del metro. Me rebajé hasta a ofrecerme por la calle a las embarazadas. Algo decididamente poco ético.
[3] Filmaba a chicas que se dejaban follar sin condón por un cómplice infectado de sida. La chica, por supuesto, nunca estaba al corriente. Luego, sin que ella lo supiera, la filmaba cuando salía de los laboratorios después de recoger los resultados de la preuba. El momento que más placer me proporcionaba era cuando la chica descubría que era seopositiva. Me corría cuando ella abría el sobre. Yo inventé la sidofilia. Si supieras cómo molaba verla echarse a llorar a la salida del laboratorio con el informe: «VIH +» en la mano. Pero tuve que dejarlo porque la policía me requisó todas las cintas. Primero estuve en la cárcel y luego me trajeron aquí. De todos modos, no tardaré en morir. Pero ahora estoy bien, estoy bien. Ahora estoy bien ahora estoy bien estoy bien estoy bien estoy bien estoy bien estoy bien estoy bien ahora estoy bien.
jueves, 15 de mayo de 2008
En defensa de 'Esquire': Sobre los desafíos de la crítica
Pues bien, desde una óptica frontalmente opuesta a la que los lectores de prensa especializada de literatura estamos acostumbrados, el número de mayo de Esquire (revista en la que por cierto ha colaborado autores como Faulkner, Norman Mailer o Scott Fitzgerald) ofrece un brillante —y, lo más inquietante de todo: sano— ejercicio de crítica desde una postura solo sociológica: asume el texto no como un fin sino como una herramienta de prestigio (no en vano el subtítulo del artículo en cuestión reza: ¿No sabes de qué hablar en las comidas de negocios o en las cenas de empresa? Averígualo con la guía cool del perfecto tertuliano); una lectura del significado de la literatura, por cierto, bastante definitoria para con el común de los mortales.
Susceptible como es esta postura de ser reventada por integristas literarios, diré a su favor que cumple una función a la que no llega ni de lejos la prensa más especializada. Me refiero a la difusión de literatura Cream™ entre abanicos sociales a los que muy posiblemente les resbale el problema de la convergencia entre los postulados publicitarios y tecnológicos y el hecho literario, por decir algo. Por supuesto, esta idea de crítica —llamémosla— superficial, es asimismo trampolín para los distintos niveles de lectura que puede admitir un texto, en cualquier caso tolerables.
Pero dejémonos de rollos. A continuación el párrafo introductorio de Todo lo que deberías saber... para no quedarte callado. Firma el artículo David Moralejo:
¿No estás harto de que ese pesado de la oficina, ése que va de guay, acapare las conversaciones con sus comentarios modernillos? Con esta guía, podrás hablar de cualquier tema y pasar por un experto.
Si no lo has hecho ya, cómprate La carretera, de Cormac McCarthy, uno de los mejores libros del año pasado. El escritor tiene 74 años, pero sigue siendo uno de los nombres clave de la literatura actual y merece la pena. En el caso de que te cueste llegar al final de algo que no sea un best-seller de intrigas ambientado en el Pentágono, defiende los cuentos como género… y como recurso de fácil lectura para una vida tan estresante como la tuya. Llamadas telefónicas, de Roberto Bolaño; cualquiera de Raymond Carver; Crónicas de motel de Sam Shepard; o El porqué de las cosas, de Quim Monzó (por aquello de la cuota patria) podrían ser un buen comienzo en el mundo del relato corto. Si quieres ir de generacional, tres obras muy dignas te convertirán en un personaje literario tan molón como los de Nick Hornby (otro esencial, por cierto): jPOD, de Douglas Coupland; Cosas que hacen bum, de Kilo Amat, y Nocilla Experience, de Agustín Fernández Mallo, te reconciliarán con el lado salvaje de la vida, ése que dejaste cuando te anudaste la corbata.
P.D. No hagas una defensa demasiado exagerada de Charles Bukowski. En el fondo era un yonqui guarro y no sería de recibo que ella encontrara excesivos paralelismos entre su tremebunda vida y la tuya.
P.D. 2 Arturo Pérez Reverte no mola nada. Mejor montarse una loa al Capitán Trueno que al Capitán Alatriste. Al menos verás al niño que llevas dentro.
domingo, 11 de mayo de 2008
Cream on the rocks
En fin, podría perorar largo y tendido sobre el significado del revelador documento de audio que les expongo a continuación, pero pensándolo bien, ¿para qué alargar más la espera? No os cortéis, amigos, y flipad con esta exquisitez de gourmet a todo volumen. Porque con Berlín, la vida es bella.
sábado, 10 de mayo de 2008
Discrepar de Piglia: Sobre lectura, Internet & ritmos
Estoy obsesionado con cierta idea de Piglia desde que la oí por vez primera en un acto celebrado en Casa de América (Madrid, claro) en otoño del pasado año; una idea que tiene que ver con la lectura y las nuevas tecnologías y que según mi juicio, conduce, si no a una confusión conceptual, al menos sí a una lectura aberrante de su tesis. Desde entonces, me he encontrado con ella en multitud de entrevistas realizadas al argentino, un autor, según demuestra, nada apocalíptico con la relación literatura-nuevas tecnologías. Veamos de qué va el problema:
Hay que decir que la velocidad con la que se lee no ha cambiado. El lenguaje escrito tiene un tiempo para ser descifrado que no se puede cambiar. La velocidad de la lectura, más allá de los formatos y de las diferencias entre los lectores, es básicamente la misma. Como sabemos, la técnica de la lectura veloz resultó un chiste idiota. Porque la lectura establece una temporalidad que es la del cuerpo. El lenguaje define nuestra relación con la temporalidad, no solo porque la tematiza en los tiempos verbales sino porque tiene un tiempo propio que no se puede cambiar. Lo cambiaron los matemáticos, que establecieron una serie de signos para acelerar la comprensión de fenómenos muy complejos. Pero las notaciones artificiales no pueden sustituir la práctica del lenguaje. El esperanto fue otra ilusión inútil. Los jóvenes hacen cambios mínimos en ese sentido, escriben las palabras en forma simplificada, taquigráfica, y así se acercan a la criptografía. Buscan acercar el lenguaje a la imagen. Pero de ese modo no aceleran el sentido, solo lo abrevian. Quizá la poesía es la única práctica que ha logrado hacer algo con la velocidad de la significación; condensa y superpone el sentido de manera extraordinaria, de modo que nos permite una relación con el lenguaje a la vez muy lenta y muy fugaz.
Fragmento de Leer y escribir en red, entrevista a R. P. publicada en La Nación en abril de 2008.
Otra más, esta vez en la entrevista para Público que se publicó el pasado 15 de abril de este año [y en la que por cierto, también aseveró: «Estamos ante el lector salteado, es decir, alguien que lee y a la vez tiene la tele encendida y a la vez contesta el móvil»]:
Hombre, es una alegría que se hable de literatura en una época en la que todo va tan rápido. Eso sí hay que valorarlo.
En tercer lugar, y bajo el título expresionista de Elogio de la lentitud, Piglia mantiene la siguiente conversación con la periodista de Revista Eñe:
Hablábamos de circulación cultural, ¿cómo cree que la alteran el acceso masivo a la tecnología y fenómenos como Internet y la fiebre del blog?
Me parece que la circulación de lo escrito ha alcanzado una velocidad extraordinaria, pero la paradoja es que el tiempo de lectura no ha cambiado. Leemos igual que en la época de Aristóteles: seguimos descifrando signo tras signo y eso nos pone en una actitud similar a la que se tenía cuando la circulación no era tan rápida. Hudson, por ejemplo, cuenta en Allá lejos y hace tiempo, un libro de 1918 que describe su vida en la pampa, cómo les llegaban las novelas, y después de leerlas las prestaban a la chacra vecina que estaba a cinco kilómetros, y después a otra que estaba más adentro. La novela se iba alejando, a caballo...
Lo dice con cierta nostalgia...
Es que hoy todo pasa muy rápido y parece que no estar al día es un problema, pero la lentitud de la lectura es la de nuestro cuerpo, la del desciframiento. Es necesario preservar esa lentitud. Hay que escapar del vértigo de la actualidad, llegar tarde a la moda, leer los libros cuando no son novedades...
¿Siente irresoluble ese duelo entre lenguaje y velocidad?
La velocidad se asocia con la imagen. Por eso la imagen impone sus condiciones y se afirma que "vale más que mil palabras", cuando en verdad sólo "dice más rápido". Los únicos que han conseguido darle velocidad al lenguaje son los poetas. La poesía se hace cargo de la tensión entre imagen y palabra y la resuelve, logrando un sentido múltiple en el mismo tiempo en que tardamos en desentrañar una frase.
*
Según lo anteriormente visto, confieso que discrepo notablemente de Piglia en la identificación de lectura y lentitud: no es cierto que ninguna forma de expresión se identifique a priori con una u otra velocidad (vosotros sabéis de pelis lentas, ¿no? Incluso de películas con vetas de épica de mediados de siglo pasado que parecían intentar emular el efecto de la poesía), sino que en efecto constituye tarea del autor determinar si hace o no su trabajo a ritmo de videoclip. Tampoco es que
viernes, 9 de mayo de 2008
Charla-coloquio (callejera, MUY callejera) sobre el último de Brieva
By Ibrahím B.
¿Estás loco, tío?, solo a ti se te ocurre contrariar el significado de un libro nada menos que a su propio prologuista como si tu determinación por convertir en materia creativa la vanidad te hiciera transgredir la ironía y situarte por encima del bien y del mal chaval; no sé, no sé chico, pero puede que ya hayas caído del lado del sensacionalismo crítico la controversia gratuita y toda tu dignidad a partir de ahora se venga abajo como un jodido castillo de naipes entiendes, pero en cualquier caso ese es tu problema, tío, y no el mío.
Eh, eh, eh, cuidado con lo que hablas muñeca, porque cuando yo, yo, no tú; afirmo que Brieva no es un dibujante estrictamente político, tal como asegura Alba Rico en ese prólogo a Dinero que sacas a colación, lo que quiero decir es que afrontar esta movida no tiene nada que ver con exponerse a Le Monde Diplomatique, por decir algo. Qué sé yo. No sé si me entiendes. Lo que digo es que Brieva, aunque se trate de un auténtico dinamitero social rollo Y. B. que no sólo se ríe de la tomadura de pelo del capital sino también de las oenegés los antisistema la pose de los intelectuales de izquierda e incluso de sí mismo, como por ejemplo esa viñeta en la que en el cuartel general de Clismón un muñeco aconseja a los editores del fanzine Dinero meter «más señores en traje y corbata» por el éxito que implican; digo, decía, ¿qué decía…?, ah sí, digo que Brieva no es doctrinal, admite un abanico mucho más amplio de lectores sabes, porque para eso y no para otra cosa es útil el sentido del humor. Ya hablé en una ocasión de la doble lectura que ofrecía y no pienso volver a repetirlo, así que chapa la guapa y sigue mi flow bonita. Además. Qué coño. Si no tuviese un amplio espectro de posibles lectores te aseguro que desde luego no sería Mondadori la editorial que lo publicase. Está claro, ¿no? Esa es mi tesis. Y me da igual si Brieva está o no de acuerdo conmigo, como también insisto en que si no fuera por su procedencia periférica, o sea el mundo del comic y tal, Brieva debiera considerarse como una de las mentes creativas más relevantes de nuestro tiempo, y ojo que si digo mente creativa y no me centro exclusivamente en el mundo del comic es porque para mí, insisto: para mi yo; los cubículos entre manifestaciones artísticas están ya obsoletos, jodidamente obsoletos me entiendes no? Quién si no Brieva diseña entonces un cartel donde vemos al manido y harapiento niño sudamericano con el moquito cayéndosele de la nariz y un texto arriba que reza «En la actualidad, más de 580 millones de niños en el mundo no saben ni siquiera escribir su nombre… No podemos quedarnos de brazos cruzados…» Y abajo: «¡Hay que suspenderlos!» Eh, dime, ¿quién lo hace? En fin, elijo este ejemplo porque es fácil su descripción textual, pero también podría haberte hablado de su sarcasmo para con el mundillo intelectual; echa un ojo si no al análisis semiótico de las mascotas de marcas de pipa como la pipa-menhir de Grefusa o esas otras viñetas que denuncian uno de mis preferidos frentes de batalla abiertos aún: los violetos, como diría Cadalso, o el actual academicismo, ¿eh?, acuérdate, acuérdate de la portada de “El intelectual del mes”, en la que un tal Shirley Wallace dice: «las medidas de mi cerebro son 90-60-90. ¡Ah!... Y también fui catedrático en Harvard… ¿No se sienten ustedes… calientes?» Y ya flipas si hablamos de la excelente revisión de la idea de Chomsky de que el capitalismo absorbe indiscriminadamente cualquier clase de manifestación cultural, idea que por cierto fue puesta del revés años más tarde con McCaffery cuando a éste se le ocurrió afirmar algo así como que no había que calificar de corruptor al sistema ya que ni siquiera éste sabe ni lo que está vendiendo, ¿no te parece cachondo? La cosa, decía, es la viñeta en el hotel excelse, en Miami, dentro de veintipico años; Brieva representa la VII convención anual de amantes del comunismo «en un ambiente cálido y lujoso, los aficionados de tan pintoresca disciplina pudieron […] intercambiar objetos, insignias y demás afiches de coleccionista», y etcétera etcétera. (**)
(*) Obviamente, no parece éste momento adecuado para rescatar a los surrealistas, si bien salta a la vista de todos que cualquier conversación coloquial no deja de ser un ejercicio de escritura automática, con sus idas y venidas, y los errores gramaticales y…
(**) Por si no ha quedado lo suficientemente claro y mi narcisismo a la hora de explicar el presente experimento crítico os ha distraído para mal, diré ahora que acabáis de alcanzar, no sin una evidente conducta heroica por vuestra parte, el final de la crítica al último de Brieva, que todo lo anteriormente dicho se resume en que compréis el jodido libro. Sí, esto es lo que yo llamo publicidad para targets difíciles, teoría que puede que incluso rescate cualquier día de estos. ¡Comprad Dinero, cabrones!
domingo, 4 de mayo de 2008
Autoficción (*) (**)
Al cabo de cincuenta minutos de sexo explícito bizarro bravucón y sin ninguna clase de contemplaciones, cuando Ibrahím B. andaba montando por detrás a su ex en la azotea del bloque de los viejos de él —el más alto de la ciudad, por cierto—, a eso de las tres y pico de la madrugada de un sábado; ella le preguntó si estaba pensando en alguien, cosa que, por otra parte, no deja de ser un mero comportamiento protocolario dentro de los usos sociales femeninos; no tenía mucha más importancia. No obstante, recabar en ello ruborizó a Berlín, y no precisamente porque tuviera en mente cualquier fantasía peregrina con alguna de sus amigas, no; sino porque fiel a su filosofía de calle no dejaba de pensar en la comunidad de rivales intelectuales, jodidos (futuros) académicos de postín que precisamente a esa hora debían estar durmiendo para despertar pronto al día siguiente y devorar simultáneamente toneladas de material cultural de última generación, digamos más o menos pop. Así, tras un breve lapso de tiempo, Berlín volvió a creerse Alejandro Magno o Norman Mailer o incluso Snoop Dogg protagonizando films de gangsta-porno: soltó las caderas de su chica y, mordiéndose el labio inferior, extendió de manera asquerosamente portentosa los brazos a la noche y rugió como un motor alemán.
(*) Cito a V. L. Mora citando a su vez a una tal Linda Hutcheon al hilo de la obra de Javier Cercas (nota a pie de página nº 286 de Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual): Sólo para dejar al menos una pincelada: «la crítica Linda Hutcheon, sobre un texto de Jerzy Kosinski de 1986 titulado Death in Cannes, escribe: “Konsinski calls this posmodern form of writting ‘autofiction’: ‘fiction’ becacause all memory is fictionalizing; ‘auto’ becausse it is, for him, ‘a literary genre, generous enough tol et the autor adopt the nature of his fictional protagonist—not the other war around’”; Linda Hutcheon, A poetics of Posmodernism. History, Theory, Fiction; Routledge, New York, 1988, p. 10.»
(**) Paul Auster y Javier Cercas están muy bien como ejemplos de autoficción, pero mi recomendación encarecida es la del relato El Violador 2, de Hernán Migoya, incluido en Putas es poco. El autor expone aquí un genial ejemplo de cómo parodiar la tercera persona más un despligue de sarcasmo demoledor. Solo para paladares exquisitos.
jueves, 1 de mayo de 2008
Cuentos de matrimonios
Soy incapaz de abordar los Cuentos de matrimonios de Vicente Verdú de manera que no haga una lectura ideológica o marxista o de clase; en fin, llamadlo como más os mole…
Lo leo y es como si me expusiera al discurso de mis viejos —no en el sentido literal del concepto, sino en cuanto a antecedentes generacionales se refiere—, a saber: Ese espectro de población estatal de corte socialdemócrata y aún con ciertas vetas de elitismo intelectual [qué digo: bastantes vetas] que representa El País… El monopolio del progresismo en España desde la transición hasta nuestros días, o sea hasta el inicio de la era Público [genial periódico capaz de sacar en portada el GTA IV, con un director que sin ninguna clase de complejos hace apología del videojuego, y con un target al que en buena medida le resbala la dinámica de la vida política nacional]… Una burguesía de matrimonios aburridos que todavía puede permitirse el capricho de rechazar frontalmente los divorcios masivos y las relaciones seriadas, y mantener una actitud profundamente hipócrita sobre la sexualidad en tiempos de capitalismo postindustrial… Un imaginario de partidos de tenis, martinis, achaques, vacaciones en familia, PYMES, amantes, hastío, televisión…
Por supuesto, ninguno de nosotros —creo— tiene nada que ver con lo que Verdú representa. Pero Verdú es cojonudo: hace sociología, que en definitiva es lo que se esconde tras la máscara del término (Buena) Literatura, y además escribe pensado para un espacio público —en este caso, el suplemento El País Semanal—, que es donde ha de inscribirse la creatividad que tenga que llegar en los próximos años.
Así que hala, aplausos para el de Elche.