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miércoles, 25 de febrero de 2009

“La institucionalización de la envidia” (Daniel Bell)

«Si el consumo representa la competición psicológica por el estatus, entonces podemos decir que la sociedad burguesa es la institucionalización de la envidia», argumenta sin ambages en Las contradicciones del capitalismo Daniel Bell, que a su vez focaliza su teoría sobre el Segundo Discurso de Rousseau: «cuando los hombres “solitarios” comienzan a unirse y descubren que el más fuerte, el más hermoso, el mejor bailarín y el mejor cantor obtienen una parte indebida de los bienes, la envidia comienza a mostrar su rostro. A fin de ser como el más hermoso o el más astuto, los otros comienzan a disimular, se usan cosméticos para tapar la tosquedad y la fealdad, y las apariencias comienzan a importar más que la realidad»; ergo, comienza entonces Rousseau a delatar cierta avalancha moral que atrapa al sujeto socializado en el liberalismo, como una suerte de pecado original o culpabilidad cultural inherente, concretado en estremecimientos hacia la situación improductiva, las más de las veces latiendo dolorosamente en el superego. He aquí, claro, un explicatorio quid para la disonancia vinculada a la crasa educación sentimental, como ya viésemos en el conflicto que enfrenta espacio público y privado en Did you ever feel ridiculously sad?

A little bit more about estética de la hipercita

Si trasladamos entonces esta institucionalización de la envidia al ámbito intelectual, hallamos en Imposturas intelectuales de Bricmont y Sokal una acusación incendiaria sobre los modos de hacer de determinados contemporáneos, los cuales, amenazados por la competitividad de sus colegas, recurren directamente al abuso: «Nuestro propósito es, precisamente, éste: decir que el rey está desnudo (y la reina también) [...] Concretamente queremos ”deconstruir” la reputación que tienen ciertos textos de ser difíciles porque las ideas que exponen son muy profundas. En la mayoría de los casos demostraremos que, si parecen incomprensibles, es por la sencilla razón de que no quieren decir nada.» Y así sigue la antropofagia practicada a Baudrillard, Kristeva, Lacan y un largo etcétera, hasta no dejar más que una tímida raspa de todos ellos.

*

Irvine Welsh es sin duda uno de los autores que mejor pone de manifiesto esta esquizofrenia entre la desaforada tendencia al hiperconsumo de conocimiento y la necesidad de experimentar el medio popular que toda narrativa precisa. Welsh, aunque no lo parezca, destila moralidad en su proceder. Frente a la autocomplaciente temática metaliteraria, imaginémonos al narrador de Edimburgo que asume el esfuerzo extraordinario de retratar ese imaginario claramente nihilista al que él llamará «euroescoria»: ¿Qué hacer, si no desesperarse?: «Los colegas son una puta pérdida de tiempo. Siempre están dispuestos a arrastrarte hasta su nivel de mediocridad social, sexual e intelectual» (Trainspotting); y también: «Yo era antitodo y antitodos. No quería gente a mi alrededor. Esta aversión no suponía una enorme ansiedad traumática; era simplemente la madura convicción de mi propia vulnerabilidad psicológica y mi incapacidad para la convivencia. Los pensamientos se hacían sitio a empujones en mi cerebro abarrotado mientras luchaba por ordenarlos de un modo que sirviera de motivaciones a mi apática existencia» (Acid House).

lunes, 23 de febrero de 2009

Von der Straße für die Straße: En torno al desorden bipolar en el capitalismo de los sentimientos

Revisando el excelente trabajo de Azad que lleva por título Der Bozz sorprende que poco más de un minuto sea la sección de tiempo encargada de separar la emotividad deprimida en fraseos tipo Ich war zu lange am Boden, zu viele Probleme, die mich lähmen, Yo, ich muss nach oben, Homie, viel zu lange am Boden, zu viele Krisen, ich könnt' um mich schießen, Muss nach oben, Bitch! (estribillo del track “Phoenix”) del egotryp espectacular, sin concesiones, que vuelca con aquello de Du bist stupid, move, ich bin der Typ, der Deine Crew fickt (track “Peiniger”). Probablemente pocos discursos creativos hayan entroncado más acertadamente con las pretensiones del mercado que el rap, pues si bien parece que la práctica totalidad de los mismos celebran los niveles más bajos de serotonina en la curva emocional del sujeto (la ficción, el que más; de la poesía mejor ni hablamos), como Erich Fromm o Frédéric Beigbeder con aquello de que al Estado/ Sistema le interesa producir sujetos mohínos a efectos de su manipulación; pocos son los que se atreven a irrumpir en el terreno de lo colérico y lo arrogante —aparte de la publicidad, claro, también a efectos de manipulación—: la coacción social y el tipo de contrato narrativo del medio literario impele a conservar cierta pantalla de mesura, acaso tendente a ratos a lo melancólico o patético. Entiéndase entonces el rap como expresión de un humanismo exacerbado en pleno capitalismo de los sentimientos (i.e., Illmatic, de Nas; Innere Sicherheit, de Curse; T.O.T.E, de Toteking; You Can't Imagine How Much Fun We're Having, de Atmosphere, etcétera, etcétera, etcétera), siguiendo la lectura economicista que Gary Becker hace en Tratado sobre la familia, y los desórdenes bipolares que ello genera. Toda una locura, pues, asistir a un directo de estos muchachos.

viernes, 20 de febrero de 2009

‘Fundamentos de lo ‘Cutting Edge II’ & ‘Alerta en el auditorio narrativo español: redomados chiquitoburgueses toman el Palacio de Invierno'

(Harold Garfinkel – Iuri M. Lotman – Javier Pastor)

La idea de vandalismo interaccional —término que acuña Harold Garfinkel, padre de la entometodología— es consustancial a la hora de catalogar fundamentos de lo cutting edge literario; en palabras de Anthony Giddens, los experimentos de vandalismo interaccional se definen porque «un subordinado rompe las bases tácitas de la interacción cotidiana que son válidas para los más poderosos [...] El vandalismo interaccional deja a las víctimas incapaces de explicar lo que ha pasado, incluso en mayor medida que un ataque físico o un insulto vulgar» (Sociología): Capote calificando como mecanógrafo a Kerouac, Bukowski y el abrazo lumpen, vanguardias, ready-mades (¡paradigma!) y escritura automática, ejemplos que responden a la detonación del horizonte de expectativas mediante una subversión de los presupuestos conversacionales para con el lector, esto es, prefigurar imágenes distorsionadas del mismo, redirigir el proyectil hacia espectros inéditos o, directamente, erigir nuevas personalidades. Como Iuri M. Lotman, en “El texto y la escritura del auditorio” (La Semiosfera), describiendo un ilustrativo caso de vandalismo: 

«Cuentan un anecdótico suceso de la biografía del conocido matemático P. L. Chebyshev. A una conferencia del científico, dedicada a los aspectos matemáticos del corte de la ropa, acudió un auditorio no previsto: sastres, grandes señoras vestidas a la moda y otros. Sin embargo, la primera frase misma del conferenciante, “Supongamos, para simplificar, que el cuerpo humano tiene forma de esfera", los puso en fuga. En la sala quedaron sólo los matemáticos, quienes no hallaron en tal comienzo nada asombroso. El texto “seleccionó” para sí un auditorio, creándolo a su imagen y semejanza.» 

Y más adelante: 

«Es evidente que, cuando no coinciden los códigos del remitente y el destinatario (y la coincidencia de éstos solo es posible como suposición teórica, nunca realizable a plenitud absoluta en el trato práctico), el texto del comunicado se deforma en el proceso de su desciframiento por el receptor. Sin embargo, en este caso quisiéramos llamar la atención sobre otro aspecto de este proceso: sobre cómo el comunicado influye en el destinatario, transformando la fisonomía del mismo. Este fenómeno está vinculado al hecho de que todo texto (en particular, todo texto artístico) contiene lo que preferiríamos llamar una imagen del auditorio, y de que esta imagen del auditorio influye activamente sobre el auditorio real, deviniendo para él cierto código normador. Este código se impone a la conciencia del auditorio y se vuelve una norma de su propia idea sobre sí mismo, trasladándose del dominio del texto a la esfera de la conducta real de la colectividad cultural.» 

Nótese que semejante código normador alcanza cotas estratosféricas, absurdas, en la excelsa novela de Javier Pastor, Mate Jaque, recientemente publicada en Mondadori. Y decimos excelsa porque su desarrollo está notablemente condicionado por el conocimiento exacto, casi de laboratorio demográfico al servicio de una multi, del auditorio «chiquitoburgués» (haciendo uso del idiolecto que el narrador emplea) al que apela; señal de alarma, claro, que alerta sobre el anquilosamiento formal y la auto-complacencia/ conciencia de clase del público lector español contemporáneo: 

«Mi primer impulso ha sido soltar: No sé por qué cojones vivo y escribo, pero no soy partidario de la coprolalia —así sea un contumaz malhablado que demasiado a menudo se refugia en su indolencia (¡tan expresiva, no obstante!)— y menos tratándose del comienzo de algo. Algo: ya es algo. Me acecha el repelús del lector puritano que no he dejado de ser, especie ojalá en alza (si de algo anda sobrado el puritano es de criterio) que renuncia a continuar leyendo al vistazo de esa línea: ha recibido el pellizco de la palabra cojones —justo— en el divieso que le supura al puritano en el culo de su almita. Bueno, ya estamos: he caído en la ordinariez de escribir almita. Lo cierto es que expresarse en términos de noseporquecojones implica (como poco) una indigencia de recursos que apenas logra retener un segundo, cuando uno enhebra a continuación los verbos vivo y escribo, la pregunta ¿Entonces por qué cojjj vives y (encima) escribes?

Prosigue Pastor sagaz su gusto por el pleonasmo, el circunloquio y el eufemismo con que maquillar instantáneas incorrectas (masturbaciones, peleas maritales...) a la par que busca las cosquillas de la midclass que se presume destinatario de su obra. Algo huele a podrido aquí, y Pastor parece estar gritando el resquebrajamiento del suelo que pisamos.  Ya saben: «Una carnavalización de la conciencia antecede siempre, preparándolos, a los grandes cambios.» (M. Batjin) 

domingo, 15 de febrero de 2009

Madrid P.I.M.Ps, The IB-Haus Mixtape

Barbecue Crispy Ribs Cheddar Cheese Flavor directly from Texas. Cosas ricas te da la vida: dieta a base Kebabs en Gran Vía, peluche de Godzilla aplastando con sus pies número ciento cuarenta y nueve madrileños que no imprimen suficiente amor a su ciudad en la sangre, f*ck Non Style Maderos, tío, beatbox, como que Callao es un burdel que lleva por nombre Schweppes, auriculares Sennheiser MLX51 envolvente Sound System, pegatas de Vote Dier y Dr. Hoffmann se hace un cierre con esténcil en Mercado de Fuencarral, serpientes de cascabel, Pitbulls y Bulldogs, canchas de baloncesto con redes metálicas como mordidas por ratas extrarradiales, directly imported from Chernobil se erigen amenazantes al cielo, al mismísimo God – bless this Fresy Cool Sh*t!, corros de puertorriqueños en plaza de Lavapiés se agolpan para venderte la mejor mariachi adulterada tipo Oregano Taste, gorras Zoo York visera plana y música de Más Graves en el televisor: «Tengo que hacerlo gordo como el morro de Angelina, tengo que hacerlo fino como Pininfarina», materializa Supernafamacho esa máxima en nuestros Laboratorios IB-Haus. «No me des clase, chico: yo construí esta mierda. Yo diseñé los planos, no intentes que me pierda.» Busca una boca que sepa a tu semen y tabaco, y bésala.

'La soledad de los ventrílocuos'

Porque especial interés merece a los Laboratorios IB-Haus las andaduras de sus contemporáneos provenientes de la Generación Y, tenemos el honor de presentarles en Berliner lo que nos dijo La soledad de los ventrílocuos, Matías Candeira (Madrid, 1984).

viernes, 13 de febrero de 2009

De cómo el ‘Homeless’ y el «perdedor radical» saltaron al espacio cibernético

Como una versión dramática de ese entrañable personaje que constituye Enjunto Mojamuto. Así es como se erige el avatar anónimo-peleón que, se dice, infesta blogosferas o periódicos digitales, siempre aquejado por una logorrea belicista-adolescente, a leguas distinguible. Merece el esfuerzo entonces, salvaguardados por un prurito de higiene intelectual, leer esta conducta desde unos anteojos relativistas, pues presenciamos el salto del espacio urbano a ese otro cibernético del homeless desintegrado, tanto como del —haciendo uso de la terminología de Enzensberger— «perdedor radical»: «Nadie se interesa espontáneamente por el perdedor radical. El desinterés es mutuo. En efecto, mientras está solo (y está muy solo) no anda a golpes por la vida; antes bien, parece discreto, mudo: un durmiente. Si alguna vez llega a hacerse notar y queda constancia de él, provoca una perturbación que raya en el espanto, pues su mera existencia recuerda a los demás que se necesitaría muy poco para que ellos se comportasen de la misma manera. Si abandonara su actitud, quizá la sociedad incluso le ofrecería auxilio. Pero él no piensa hacerlo, y nada indica que esté dispuesto a dejarse ayudar.» – Internet y espacio urbano, lugares de heterogeneidad cultural por excelencia, tienen en común su capacidad de atracción a individuos en busca de su propia comunidad, si bien a partir de unos parámetros estrictamente selectivos (extrapolación de las teorías endogámicas sobre maridaje en Erich Fromm, Michel Houellebecq o Gary Becker —topoi «capitalismo de los sentimientos»—), de tal modo que el germen de este avatar descansa en quien por desconocimiento o rechazo frontal a las pautas de socialización permanece en los márgenes de determinada sección de la polis por la que manifiesta un cierto interés, o bien, habida cuenta de la oferta amplísima en lo que se refiere a ways of life, padece el que, consideramos, mal du siècle por excelencia: encontrar un lugar en el mundo.

En torno a la seducción II: «No me llores» (Petrarca, Poema CCLXXIX en la II parte del ‘Cancionero’)

Quienes alternan la comunicación massmediática con el ejercicio de la literatura conocen bien la distinción del pacto (mejor, trato) narrativo atribuido a cada opción, pues mientras el primero exige la corrección y el entusiasmo de quien con las manos a modo de bocina arenga a la polis hedonista-postindustrial, serotonine-junkie como es y adicta a reproducir a través de distintos canales el efecto de la cocaína o el puenting (adrenalínicos), lo más parecido a un pregón de feria en una suerte de versión in («Ser “in” significaba adelantarse a la muchedumbre en modas o, perversamente, gustar de lo que gustaba a las masas vulgares y no lo que gustaba a las pretenciosas clases medias.», que diría el pícaro de Daniel Bell en Las contradicciones culturales del capitalismo, 1976); el vis-à-vis que tiene lugar en la literatura dilata hiperbólicamente el abanico de registros en esta intervención, insistimos, netamente dialógica. O sea que el escritor de ficción no tiene por qué ser un pavo real en todo su esplendor (piénsese en el gigante Manuel Vilas, o en el siempre jocoso David Sedaris), sino que puede aprovechar la relación entre iguales para ensayar distintos registros emocionales, incluso penetrando de lleno en la jungla de lo políticamente incorrecto, lo que es igual, aquello que ningún vocinglero se atrevería a manifestar con una pléyade de oyentes acomodados en el patio de butacas. De modo que es aquí, damas y caballeros, donde radica buena parte de la crisis en la narrativa española contemporánea; en el hecho de que, haciendo caso omiso a la importancia de la seducción, aún coleen sueltos por el campo narradores mustios y quebradizos, espiritualmente compuestos de blandiblu. Narradores que en lugar de besuquear el cuello al lector o acariciarle el pabellón auditivo con un milímetro de vértice lingual, optan por desempeñar el mismo trato con que dirigirse a una novia de seis años (El amor dura tres años, Frédéric Beigbeder), es decir, mohínos y anulados. Atontados. Narradores crustáceos aferrados en pose plañidera al hombro del lector, ese educadísimo sujeto que en su interior urde la fuga a disciplinas creativas más amables. Petrarca: enséñale algo a estos muchachos.

jueves, 12 de febrero de 2009

About Disloyalty

Qué es la infidelidad si no una trampa del lenguaje, se pregunta Pleonasmo.

Y luego, lo más importante – descender al alcantarillado en busca de exégesis: ¿Qué significa ser fiel?: Adhesión doctrinal a un ideario (sinónimo fuerte: totalitarismo); negar la esquizofrenia por la experiencia que habita el mercado postindustrial – negar la seducción de acceder al mayor número posible de prosopon o subculturas —bien a través de una trade mark, bien a través de un individuo—: ¿Herencia cristianísima?, ¿dice?

No dista mucho a la postre el gesto de alternar unos shorts deportivos y traje de pingüino, a ese otro de permutar compañías sexuales. Admitámoslo.

Aún hoy sorprende que – ningún artefacto con una onda expansiva tan amplia como la infidelidad para detonar relaciones.

Sintomatología de la infidelidad: disolución de la conciencia sobre el valor que cada uno contiene/ merece – devenir horrible autocrítico (pésima autoevaluación); perder el Norte – indagar en las causas del, glup, ¿engaño?, como si la violación del pacto marital contuviera el repudio y el descenso a una segunda división humana: Nada más lejos de la realidad.

¿Habré perdido mi atractivo?, se pregunta quien actúa en desventaja. ¿Acaso no soy ya lo suficientemente interesante?

La peor de todas: ¿Qué habré hecho mal?

Trampas del lenguaje, decíamos.

El sujeto engañado no soporta la idea de la asimetría; sufre la misma incertidumbre que quien regresa al mercado sexual tras un largo lapso flotando en el limbo de la estabilidad: mientras encuentra su alter ego, asiste a un tiempo que incrementa su velocidad con el ojo del Gran Hermano vigilando, esa evaluación continua de status – para el caso, el sujeto engañado regresa a la jungla de asfalto a la busca de una segunda o tercera o... compañía de juegos, de modo que la ventaja ofertada por el maridaje

desaparece.

De modo que será entonces, y solo entonces, cuando quepa preguntarse si entendemos las relaciones a larga distancia en el tiempo como trinchera al más arduo de los exámenes sociales, o como signo de auténtica trascendencia, sopesa Pleonasmo.

Doctor Skinner

[...] Fue en una fiesta de recaudación de fondos para los niños de Honduras donde Pleonasmo Chief conoció al doctor Skinner. Para ser más precisos, señalaremos que el encuentro tuvo lugar en los urinarios de los water closet para hombres, justo cuando nuestro protagonista apuntaba al más extraño de los vómitos – aquel amasijo de tallarines radioactivos como recién cocinados; engullidos por el sujeto enfermo y regurgitados más tarde, limpios de cualquier ácido gástrico, fascinante homage a Duchamp, murmuró algo parecido el personaje con el cigarrillo colgándole del labio inferior. Alejandro Skinner tocó el hombro de Pleonasmo, decíamos, y le preguntó si no era él quien escribía columnas los lunes para cierto periódico de izquierdas, a lo cual Pleonasmo respondió que sí, se lavó las manos y estrechó la derecha del doctor en un acceso de sociabilidad, no tanto fruto de la bebida como atribuible al hecho de que jamás, jamás, en su carrera como crítico cultural nadie lo hubiera reconocido por la calle como si de una celebridad se tratara; situación que el bueno de Pleonasmo no quiso vincular al nivel cultural del país. Acto seguido los amigos de Skinner, enormes y teutónicas mujeres de vestidos moteados y barbudos aspirantes a cantautores de tamaño bolsillo, casi parecían llaveros, pensó Pleonasmo, y los amigos de este, Bucanero Chicano y Lucy Moreno, se reunieron a conversar sobre el estado de salud de la prensa española y sobre el estado de salud del deporte español y sobre el estado de salud del pop madrileñista, algo que aburrió de lo lindo a Bucanero y Lucy, acostumbrados como estaban a ser el centro de atención, bien como ilustrador de la experiencia Erasmus, bien como ejemplo de integración latinoamericana, pero que en contraposición consiguió expulsar a Lola Font de la memoria pleonasmática. La misma Lola Font a la que en mitad del concierto Pleonasmo telefoneó para compartir un track del último disco de The Secret Society. Ítem más: Bebiendo Heineken fresca en Malasaña mientras Pepo Márquez exige silencio a sus oyentes en tanto que desconoce por qué los asistentes a una conferencia guardan silencio sepulcral y aplauden al término de la misma, mientras ese otro público de conciertos mantiene la dudosa costumbre de hablar y hablar a gritos y situar la música en directo lo más parecido a ruido de fondo (especie de paráfrasis a la distinción de clase sobre la que Bourdieu investigó con acierto), hace que Pleo encuentre su sitio en el «centro de la modernidad», consciente de que si algún día llega a tener nietos no dudarán estos en carcajearse con fauces de sanguinario cancerbero a propósito del flash-b(l)ack setentero que caracterizó la cultura pop madrileña a comienzos del siglo xxi, algo así como el conservadurismo con que suele asociarse la vuelta a los clásicos. Obviamente, lo que sus nietos no querrán admitir es que Pleo vivió su tiempo con intensidad desmedida, prescindiendo de cordones sanitarios o de saludables distancias para leerse en perspectiva, tal como Antoine Compagnon sugiere [...]

domingo, 8 de febrero de 2009

En torno a la seducción: La frase de apertura

Entre Chejov y el avatar del bon vivant-donjuanista nocturno hay una relación de parentesco insoslayable, antropológicamente digna de ser celebrada, a saber, el hecho de que ambos dispongan un aparataje retórico de peso y una conciencia radical al hilo de la importancia que descansa sobre la primera frase, sea para perpetuar la seducción a los lectores o a un sujeto atractivo desde un punto de vista netamente sexual. ¿Cómo entrar?, es la pregunta que —antes de devenir Angst vor Etwas en el caso de quien no acostumbra a teorizar antes de asumir el ritual de la fiesta— alguien formula en cualquier discoteca de Occidente; ese señuelo impregnado en altas connotaciones eróticas hacia el cual el liberalismo económico manifiesta especial cariño (gástate tu pasta en la barra, y serás recompensado) – O qué tiene el ocio de madrugada que no pueda practicarse durante el resto del día, si no la creencia generalizada de que entonces, y solo entonces, el mercado sexual permanece abierto. Es precisamente por esto por lo que el avatar bon vivant-donjuanista nocturno cuenta con un handicap añadido, dado que mientras el lector juega con su propia voluntad para ser atrapado por la narración; en un espacio dedicado en última instancia a la interacción carnal, el individuo comunicado por esa primera frase, mejor, eslogan —a fin de cuentas es a través de la misma sentencia como uno trata de ponerse a la venta—, sabe que el pacto narrativo es de carácter dicotómico. Es decir, el receptor sospecha que tras el prurito de buen rollo solo hay un holograma configurado con el objeto de esconder cierta petición para intercambiar flujos. Ergo si no te comes un rosco, raro es que escribas buenas ficciones, chaVal.

sábado, 7 de febrero de 2009

Molar es el nombre del hueso que más me gusta (fragmentos)

[...] Enamorado de Alice, escribió textos de escritores que escribían textos de éxito después de prometer a sus musas exóticos viajes a lo largo del mundo, y más adelante cumplían sus promesas en épicos finales de fanfarrias sopladas por inmaculados arcángeles y lluvias de arroz a las puertas de una catedral barroca, tal vez porque no parece complicado intuir que un topoi narrativo de éxito es verbalizar esos sueños de intimidad cuasi pornográfica que dictamina el superego o herencia cultural —véase nota a pie de página número 14 en “Lo llamaré piedra angular”, declaraciones de Günter Grass en el número 6 de la revista Minerva (Círculo de Bellas Artes): «A los trece o catorce años yo albergaba grandes sueños: estaba seguro de que llegaría a ser un artista rico y famoso y conversábamos sobre lo que haríamos entonces: planes maravillosos, viajes…», o incluso The Beatles elevando al rango de capital en el quehacer amoroso el acto de consumo: «You know I work all day to get you money to buy you things» (A hard’s day night)—; textos que fueron rotundo fiasco, no tanto porque el amor que procesara a los libros o la escritura fuesen más pobres de lo deparado por el futuro, ni porque sus lecturas no alcanzasen la suficiencia como para asumir la tentativa de una primera novela escrita (¿cuál es el número exacto de novelas que hacen falta leer para poder redactar una?, se preguntará una y otra vez, hasta quedar atrapado por la trampa que el lenguaje puede llegar a ser y claudicar), sino por ser un astro de dimensiones ridículas que no da vueltas alrededor de ninguna estrella de peso, de tal modo que sigue un movimiento imposible de prever, como flotar en un limbo o disponer un signo de interrogación en vez de una aureola, es decir, bisoñas metáforas aparte, que su pecado no era otro que el vandalismo interaccional (Harold Garfinkel) profesado a los profetas de la Literatura [...]

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[...] El informe soslayaba la crítica al medio editorial (si se quiere, pensar en la complicada situación financiera que atravesaban las mismas) como negligente por no asumir riesgo en la difusión de mancebos. Al contrario, su acusación recayó directamente sobre la coyuntura social de las promociones nacidas a partir de la segunda mitad de los años ochenta en tanto que la convergencia de ciertos factores los convierte en inmunes —los anula— frente la ansiedad por el reconocimiento, a saber, la dilatada formación académico-intelectual, que penetra de largo hasta bien pasada la veintena; la ilusión de inmortalidad ante una acaso desmesurada esperanza de vida, que viola durante el lapso de tiempo en la cual la juventud se perpetúa cierta afirmación de Comte-Sponville: «para el pensamiento, la muerte es algo necesario es imposible» (Invitación a la filosofía); y el aburguesamiento, o los orígenes sociales radicados en la anodina nueva clase media low cost, que desfasa la intuición de Gimferrer por la cual mientras en tiempos remotos era la escritura un distintivo de aristocracia, el siglo xx está infestado de talentosos proletarios que en la literatura hallan su catapulta para huir de auschwitzianas cacerolas de hojalata y sopa Campbell [...]

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[...] Porque los clásicos encuentran su eje de acción interaccional mayoritariamente en lo doloroso (motín por la supervivencia – proceso de escritura como si del matrimonio entre la vocación y el filón financiero se tratara —‘El jugador’, Dostoievski; Faulkner y la adquisición del caballo, incluso—, lamento por la pérdida del objeto amado, exclusión social; o todo lo anterior devenido cierta fragilidad biográfico-emocional...), o, si quieren, ese otro verso de Nabokov según el cual «el poeta [, que] vive de la tristeza» – ergo, tamaños tótemes del canon rotundamente carecen de voluntad dialógica para con esos diez minutos de reposición fisiológica tras del amor: toda una imperdonable falta de respeto, afrenta soez y tosca, hacia el contingente de autocomplacencia que cualquier etapa histórica dispone —imperdonable, repito—; por eso, decimos, es por lo que, en ésas, a Pleonasmo Chief no puede ocurrírsele más que reprochar la imposibilidad de lectura a los dedos de sus pies, convulsiones respiratorias mediante, y risas sin venir a cuento, como epilepsia, como si aquellos fueran reproducciones a pequeña escala de Emerson, Milton, Donne, Dante, Shakespeare, Eliot, Lope, Homero, Petrarca o Lucilio, por ejemplo, y acuñar un novedoso y revolucionario epíteto desde un espíritu que goza el vaivén de la hamaca soplada por un Eolo Mulato y guasón; un epíteto con el cual cariñosamente apelar a sus flat partners, los slips aún enredados en los tobillos, esto es, nada más y nada menos que «comemuelles», comemuelles, sí, comunica al lado derecho de la almohada, sacudiendo la ceniza contra el vaso de vidrio sobre el abdomen de ella, en tanto que «Molar es el nombre del hueso que más me gusta», dice. De modo que, siguiendo a Joaquín Font en la Clínica de Salud Mental El Reposo, si hay una literatura para cuando estás aburrido, otra para cuando estás calmado, o para cuando estás triste, o alegre, o ávido de conocimiento, o desesperado; lo que a Pleo le resulta pertinente es hallar esa literatura para cuando cuatro brazos de Vishnú son pocos para sostenerse el ego [...]

martes, 3 de febrero de 2009

Did you ever feel ridiculously sad?


Publicista dotado de velocísimas pelotas de tenis como neuronas transmite su humanidad cuando comunica a su amante el desierto de ideas que atraviesa (crisis del genio: topoi 1): así es como comienza la serie Mad Men. Algunos miles de kilómetros de distancia, la situación es la que sigue: Un domingo cualquiera alguien rememora esa noche anterior con final feliz incorporado; despierta, decimos, junto a su compañera, y finge dormir durante un par de horas para encumbrar la simbólica sincronía de despertarse en un único instante. Tras abandonar ella el apartamento, nuestro personaje deviene espectador de un tiempo que rabiosamente se diluye por la cañería, claro, «con todo por hacer» (topoi 2). Estamos refiriéndonos al track que lleva por título Did you ever feel ridiculously sad?, sexto del sobresaliente LP I am becoming what I hate the most (The Secret Society —inmejorable Pepo Márquez, por cierto, a la hora de titular trabajos); una pista en la que el músico —igual que en ese primer capítulo de Mad Men— vuelca la interpretación binaria-disonante con que nuestra cultura de workaholics asume las relaciones humanas: por un lado, el individuo consciente de que nada como encontrar un espejo donde reconocerse a fin de aliviar la ansiedad por el status (alguna vez hemos aludido a ello ya: “El neón de siempre”, de David Foster Wallace, es bíblico para ilustrar semejante idea) y cavar una falla como cortocircuito a las acciones sistematizadas (mejor esto que hablar de atávicas alienaciones —¿no?—); por otro, cierta culpabilidad postindustrial ante la pausa de la producción o la inutilidad para el foro público que implica nuestra satisfacción personal a través del amor/ sexo – Y ahora sí. Mi consejo: no se pierdan mañana a The Secret Society en La Palma, Madrís. ¡Wow!




The Secret Society - Lights on don't mean i'm home

domingo, 1 de febrero de 2009

Entrevista a Constantino Bértolo ('El Día Cultural', versión íntegra)


Intro. Hablar de Constantino Bértolo es hablar de un bibliófilo de primer grado: actual editor de Caballo de Troya —sello integrado en el grupo Random House—, en La cena de los notables (Editorial Periférica, 2008) nuestro autor compone una cartografía de la literatura excelsa por su perspectiva analítica a la hora de abordar las distintas etapas del hecho literario —lectura, escritura, crítica, edición...—, hasta el punto de llegar a ser visita obligatoria para todo aquel que ose delatarse lector.

*

Aunque remezclado con alegatos a la recuperación del espacio ganado por el mercado, La cena de los notables es un libro blindado por agudísimos y sagaces análisis del medio social literario. Pienso en la lectura de Martin Eden, quien aprende a decodificar los libros como «emblemas de estatus» o «marcas de distinción»; en la coacción a la que el crítico se siente sometido por el resto de actores en la cadena de producción literaria, o en el «radicalismo elitista» con que cierto espectro de las humanidades ha respondido a los ataques del mercado. Dicho lo cual, no deja de parecerme curioso que los estudios en materia de sociología de la literatura sigan siendo aún una suerte de disciplina incómoda —peligrosa, quizá—, cuando las más de las veces atienden a verdades que son vox populi...

Si no entiendo mal la cuestión su propio planteamiento parece responder a la asunción de un entendimiento de la literatura en el que “lo literario” y “lo sociológico” se trazan como dos zonas acaso próximas pero diferenciadas, y diferenciadas de un modo jerárquico donde lo delimitado como sociológico ocuparía un escalón secundario más o menos necesario. Justamente mi propósito con este libro era proponer una visión de la literatura en la que tal distinción quedase excluida. Es evidente que no siempre los propósitos se cumplen ya sea por defecto en la exposición, ya sea porque las condiciones de la recepción no son favorables o adecuadas. En todo caso y al partir de una comprensión de la literatura como un acto de violencia sobre la comunidad que la recibe al tiempo que la construye y que, en consecuencia, tiene su fundamento en lo que he llamado el pacto de responsabilidades entre el emisor y los destinatarios, el marco social no se presenta como un factor añadido sino como un elemento constituyente de lo literario. Por otra parte la incomodidad que pudieran tener los estudios en materia de sociología de la literatura, siempre se ha resuelto por parte del poder hegemónico literario proponiendo precisamente esa distinción.

Más de lo anterior. Una cuestión que suele provocar incómodas miradas a la punta del zapato: ¿qué importancia concede a la gestión de las relaciones públicas frente al talento? O si quiere, ¿es posible sobrevivir en la literatura, ya sea como crítico o como autor, sin una cartera de contactos? Un paso más allá: ¿no deberíamos empezar a entender esa misma cartera como un estímulo o mecanismo socializador en lugar de como perversión nepotista...?

Partiendo, con Aristóteles, del hombre como “animal que se mueve en la polis”, no es posible sobrevivir ni en la literatura ni en la albañilería sin “una cartera de contactos” y si entrecomillo la expresión no es para remarcar ningún carácter perverso sino para hacer ver que la propia expresión contiene semánticamente unas concretas relaciones sociales, las determinadas por el capitalismo, en las que lo social, los otros, devienen en meros valores mercantiles, en “cartera”, y en las que las relaciones interpersonales se han transformado en “contactos”, es decir, en oportunidades de negocio. Es decir, que no se trata de empezar a entender nada nuevo al respecto pues hace ya siglos que el intercambio mercantil funciona como estímulo y mecanismo socializador. Otra cosa son los efectos de tal lógica sobre nuestras vidas pero supongo que ahora no se trata de hablar de eso.

Me pregunto si a la postre no será un fenómeno generalizado, acaso ajeno para los todavía seguidores del canon, esa «lectura adolescente» a la que apela; concepto este que parece descansar bajo lo que el teórico psicologista Normand Holland definió como «identidad primaria» o «tema(s) de identidad» en el adulto: el empleo de la obra literaria para «procesarse, simbolizarse y, finalmente, repetirse» (Raman Selden). Como diría Escarpit, nos encontraríamos ante la actitud del «lector consumidor», «guiado por un gusto más bien que por un juicio, incluso si es capaz de colgar un cartelito con una explicación racional a posteriori sobre este gusto».

En lo que se refiere a las relaciones entre identidad y lectura he reutilizado el concepto de “urdimbre”, proveniente de un ya viejo aunque a mi parecer todavía sugestivo estudio de Rof Carballo publicado con el título de Violencia y ternura a principio de los años setenta en el que se hablaba de “urdimbre primaria”. Y sí, entiendo que la literatura funciona como un mecanismo de simbolización que se mantiene a lo largo de la vida del lector pero que se despliega de manera muy intensa en la adolescencia como etapa en la que la “invención del yo” ocupa un espacio sobresaliente. Al respecto cabe observar cómo en la madurez la lectura cambia de signo y pasa de ser “ansiedad” a reconvertirse en “sosiego”, aceptación o repetición. Eso sí, sin que en ningún momento sea ese mero y aséptico “vicio impune” del que hablaba Valery Larbaud. Sobre el gusto y su construcción, y sin recurrir a los estudios de Galvano della Volpe, mi duda sobre la afirmación de Escarpit reside en no ver claro la posibilidad de disociar gusto y juicio pues, a mi parecer, en el gusto literario siempre hay algo de juicio impuesto sin que esto signifique que el juicio literario esté libre a su vez de imposiciones.

En consonancia con lo anterior, presenciamos en las más jóvenes hornadas de críticos culturales un fenómeno derivado no solo ya de la disolución del canon, sino sobre todo de esas otras lecturas o referentes que hasta hace poco reunían cierta poética definitoria para los distintos movimientos o generaciones. Me refiero a la actual soberanía de cierta particularísima biografía lectora que bebe de fuentes harto dispares; una suerte de «lectura letraherida» en la que la hipertrofia del elemento metaliterario salta al abanico completo de discursos —del diseño gráfico a la sensibilidad grunge, de la ficción pulp a las series de televisión...— Tres ideas al respecto: ¿Cómo valora este fenómeno? ¿Seguimos teniendo el control sobre el estudio de la influencias? ¿Cree pertinente reconducir los derroteros metodológicos contemporáneos?

En principio lo valoro muy positivamente pues en definitiva responde a un desmoronamiento radical del humanismo jerárquico, si se me permite la redundancia, con todo lo que ello contenía de compartimentación entre lo bajo y lo alto, lo escaso y lo abundante, lo accesible y lo inaccesible, lo sagrado y lo profano. La aparición no sólo de referentes transportados desde zonas de cultura tradicionalmente ignoradas me recuerda el momento social en que surge, por ejemplo, la novela moderna: El lazarillo, con su enorme capacidad no solo para reinterpretar en clave de narrador el paso del nosotros organicista a la soledad del “yo en el mercado”, sino para incorporar referentes, horizontes, guiños, espacios que pertenecían a lo que podríamos llamar la cultura nómada de aquel entonces en el que, y no es casualidad, la imprenta emergía como nueva tecnología de comunicación. Ahora bien, tampoco conviene olvidar que esa oleada de nuevas influencias tiene su origen mayoritario en la cultura de la metrópolis USA, por lo que no deja de sorprender la alegría con que la colonia que al fin al cabo somos celebra los abalorios, espejuelos y lenguajes con que nos someten y globalizan. Al respecto llevo tiempo pensando en la necesidad de reescribir la historia de la literartura saltándonos las fronteras nacionalfilológicas para atender a aquello que realmente “lee” – entendido en su sentido más amplio- una comunidad determinada en un momento concreto. Si la Literatura, como pienso, es una forma de nombrarnos, veríamos que hoy, por ejemplo, nos estamos narrando más a través de Paul Auster que de Alvaro Pombo y no es que esto me parezca mal pero sí me parece saludable reconocer que no es el Sol el que gira alrededor de la Tierra.

¿A qué críticos o teóricos rinde tributo?

Me sirven como interlocutores de confianza Erich Auerbach, E. R. Curtius, Raymond Williams, Terry Eagleton, Ángel Rama, Pierre Macherey, Marsha Witten o Edward. E. Said y me asomo con interés a los escritos sobre arte de autores como José Luis Brea o Pedro G. Romero que me permiten interrogarme desde nuevos ángulos.

Si bien distingue al crítico como modalidad independiente de lectura, grosso modo podemos diferenciar dos grandes metodologías a la hora de practicar el reseñismo: la «letraherida», con su recreo en el intertexto, y la «civil», que otorgaría más relevancia a la puesta en relación con el elemento sociológico. En su caso particular, y tras una dilatada experiencia practicando la lectura profesional, ¿cuál de los dos «modos de hacer» atilda? O, si quiere, y empleando su propia terminología, ¿de qué modo estarían repartidos los porcentajes de su urdimbre lectora?

Dejando aparte, que es mucho dejar, que por mis circunstancias profesionales estoy obligado a ejercer “la lectura del editor” que es una lectura con una pertinencia singular aunque no la haya abordado en este libro y sin olvidar lo ya dicho sobre la falacia de separar lo literario de lo sociológico, en mis lecturas “no profesionales” intento mantener un actitud cercana a la de un crítico cultural que trata de averiguar que es lo que el libro quiere de nosotros y que es lo que nosotros encontramos en él. Dicho de otro modo: intento leer desde un “nosotros” más que desde un supuesto “yo no intercambiable”. Sospecho que la llamada intimidad no va mucho más allá del número en clave de nuestra tarjeta de crédito o del monto de nuestro sueldo.

Observamos proveniente del mundo editorial estadounidense —y no solo ya en la llamada literatura comercial (signifique esto lo que signifique)—, la importancia que se le concede cada vez más a los elementos paratextuales del libro: toda una maquinaria publicitaria de primer orden al servicio de la seducción externa de la mercancía. Ante una situación como esta, ¿considera nueva responsabilidad del crítico extender sus facultades a la disciplina semiológica, a fin de alertar no solo ya sobre lo que el texto nos comunica, como del mensaje —engañoso o no— contenido en el embalaje? Y por cierto, ¿a qué es debido el diseño casi inamovible en las portadas de Caballo de Troya?

El libro como mercancía es un producto que incorpora un alto nivel de incertidumbre: quién compra un libro no sabe qué se va a encontrar dentro; compra en realidad un producto embalado, como si uno fuese a comprar un sofá y éste estuviese envuelto, sin saber el color, la flexibilidad, el tacto, etc; como comprar a ciegas en cierto modo. Gran parte del trabajo editorial consiste precisamente en rebajar ese alto nivel de incertidumbre y es ahí donde los paratextos intervienen. Es evidente que la marca es una elemento sobresaliente: es un sofá de Ikea, o es un sofá de Mariscal, es un libro de Pre-Textos o es una novela de Eduardo Mendoza, pero aparte de las marcas o el título o los textos de contratapa funciona también el material del “embalaje”: papel, color, tamaño, imagen de portada. Todo un espacio semiótico que se pone en movimiento y que en consecuencia - todo movimiento nos delata, dice Montaige- “dice” que tipo de comprador o lector está buscando el editor. Se quiera o no los paratextos forman parte de la lectura y por eso la crítica debe de atenderlos ( y lo hace porque lo primero que mira el crítico es el nombre del autor). Cuando proyecté el sello de Caballo de Troya estos aspectos intervinieron en mis conversaciones con los diseñadores: quería trasmitir una imagen sobria sin ser severa (de ahí la silueta del caballo de juguete), que revelase una voluntad de trabajar a medio o largo plazo (de ahí la inamovilidad del concepto base), muy centrada en los textos (de ahí la ausencia de imágenes o de foto del autor) y con unos paratextos semánticos que encerrasen la filosofía general de la editorial: “Para entrar o salir de la ciudad sitiada”, “Nuevas voces, nuevos autores, nuevas literaturas”. Desde el principio pensé en unos textos de contra, Avisos de lectura, que de modo indirecto fueran desgranando una “estética del editor”. En los tres primeros libros incluso evité que apareciesen las biografías de los autores. Aprovechando que la empresa era favorable al poco gasto se logró consensuar un diseño muy cercano a lo que quería. Con el paso del tiempo creo que las portadas se han hecho reconocibles pero la presión, lenta pero segura, del marketing o de los comerciales hizo que hubiera que incluir las biografías de los autores o, más recientemente, poner sobrecubiertas a todo color a tres títulos de los once que publicamos al año. Como Director gozo de cierta autonomía y por lo tanto de cierta dependencia.

Atendiendo a los autores de nuevo cuño en la narrativa contemporánea española parece que, curiosamente, aún se sobreponen de largo los valores de la tradición humanista, creencia según la cual «existen determinados bienes, los más nobles, que no están sujetos a las leyes del mercado», según su propia valoración. Yendo más allá, diría incluso que su editorial ha apostado por cierta «lectura politizada», con autores que gustan de arañar los cimientos del capital.

Tan politizada es la literatura de los que asientan o renuevan los cimientos como la de aquellos que los arañán – me gusta el verbo que ha elegido- aunque el anatema de lo político sólo recaiga sobre estos últimos. Caballo de Troya no tienen vocación expresa de lo que se llama editorial política (ni podría tenerla pues conviene recordar que el Director Literario no deja de ser un empleado del Capital) pero sí parte del convencimiento de que toda editorial lo es. Y ya puestos y dado que pretende “intervenir” en la construcción de los discursos públicos, es lógico que tienda a buscar aquellos textos que pongan en cuestión la sintaxis literaria de lo hegemónico en el convencimiento de que es en esa veta donde puede brotar lo nuevo.