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viernes, 20 de febrero de 2009

‘Fundamentos de lo ‘Cutting Edge II’ & ‘Alerta en el auditorio narrativo español: redomados chiquitoburgueses toman el Palacio de Invierno'

(Harold Garfinkel – Iuri M. Lotman – Javier Pastor)

La idea de vandalismo interaccional —término que acuña Harold Garfinkel, padre de la entometodología— es consustancial a la hora de catalogar fundamentos de lo cutting edge literario; en palabras de Anthony Giddens, los experimentos de vandalismo interaccional se definen porque «un subordinado rompe las bases tácitas de la interacción cotidiana que son válidas para los más poderosos [...] El vandalismo interaccional deja a las víctimas incapaces de explicar lo que ha pasado, incluso en mayor medida que un ataque físico o un insulto vulgar» (Sociología): Capote calificando como mecanógrafo a Kerouac, Bukowski y el abrazo lumpen, vanguardias, ready-mades (¡paradigma!) y escritura automática, ejemplos que responden a la detonación del horizonte de expectativas mediante una subversión de los presupuestos conversacionales para con el lector, esto es, prefigurar imágenes distorsionadas del mismo, redirigir el proyectil hacia espectros inéditos o, directamente, erigir nuevas personalidades. Como Iuri M. Lotman, en “El texto y la escritura del auditorio” (La Semiosfera), describiendo un ilustrativo caso de vandalismo: 

«Cuentan un anecdótico suceso de la biografía del conocido matemático P. L. Chebyshev. A una conferencia del científico, dedicada a los aspectos matemáticos del corte de la ropa, acudió un auditorio no previsto: sastres, grandes señoras vestidas a la moda y otros. Sin embargo, la primera frase misma del conferenciante, “Supongamos, para simplificar, que el cuerpo humano tiene forma de esfera", los puso en fuga. En la sala quedaron sólo los matemáticos, quienes no hallaron en tal comienzo nada asombroso. El texto “seleccionó” para sí un auditorio, creándolo a su imagen y semejanza.» 

Y más adelante: 

«Es evidente que, cuando no coinciden los códigos del remitente y el destinatario (y la coincidencia de éstos solo es posible como suposición teórica, nunca realizable a plenitud absoluta en el trato práctico), el texto del comunicado se deforma en el proceso de su desciframiento por el receptor. Sin embargo, en este caso quisiéramos llamar la atención sobre otro aspecto de este proceso: sobre cómo el comunicado influye en el destinatario, transformando la fisonomía del mismo. Este fenómeno está vinculado al hecho de que todo texto (en particular, todo texto artístico) contiene lo que preferiríamos llamar una imagen del auditorio, y de que esta imagen del auditorio influye activamente sobre el auditorio real, deviniendo para él cierto código normador. Este código se impone a la conciencia del auditorio y se vuelve una norma de su propia idea sobre sí mismo, trasladándose del dominio del texto a la esfera de la conducta real de la colectividad cultural.» 

Nótese que semejante código normador alcanza cotas estratosféricas, absurdas, en la excelsa novela de Javier Pastor, Mate Jaque, recientemente publicada en Mondadori. Y decimos excelsa porque su desarrollo está notablemente condicionado por el conocimiento exacto, casi de laboratorio demográfico al servicio de una multi, del auditorio «chiquitoburgués» (haciendo uso del idiolecto que el narrador emplea) al que apela; señal de alarma, claro, que alerta sobre el anquilosamiento formal y la auto-complacencia/ conciencia de clase del público lector español contemporáneo: 

«Mi primer impulso ha sido soltar: No sé por qué cojones vivo y escribo, pero no soy partidario de la coprolalia —así sea un contumaz malhablado que demasiado a menudo se refugia en su indolencia (¡tan expresiva, no obstante!)— y menos tratándose del comienzo de algo. Algo: ya es algo. Me acecha el repelús del lector puritano que no he dejado de ser, especie ojalá en alza (si de algo anda sobrado el puritano es de criterio) que renuncia a continuar leyendo al vistazo de esa línea: ha recibido el pellizco de la palabra cojones —justo— en el divieso que le supura al puritano en el culo de su almita. Bueno, ya estamos: he caído en la ordinariez de escribir almita. Lo cierto es que expresarse en términos de noseporquecojones implica (como poco) una indigencia de recursos que apenas logra retener un segundo, cuando uno enhebra a continuación los verbos vivo y escribo, la pregunta ¿Entonces por qué cojjj vives y (encima) escribes?

Prosigue Pastor sagaz su gusto por el pleonasmo, el circunloquio y el eufemismo con que maquillar instantáneas incorrectas (masturbaciones, peleas maritales...) a la par que busca las cosquillas de la midclass que se presume destinatario de su obra. Algo huele a podrido aquí, y Pastor parece estar gritando el resquebrajamiento del suelo que pisamos.  Ya saben: «Una carnavalización de la conciencia antecede siempre, preparándolos, a los grandes cambios.» (M. Batjin) 

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