Segundo matrimonio
Phillip Lopate
Trad. de Miguel Temprano García. Libros del Asteroide. Barcelona, 2009. 110 págs.
Queda claro que uno de los grandes hitos de obscenidad capitalista fue el fin de la Guerra Fría, según demuestra la emergencia del yuppie como representación simbólica del superyó occidental, y sus versiones ficcionales, materializadas en el binomio Michael Douglas-Charlie Sheen de Wall Street (1987), o el psicópata Pat Bateman de Bret Ellis (American Psycho, 1991): Inmejorables iconos (más o menos paródicos) de los noventa. Tras semejante borrachera de triunfalismo proseguiría un relevo cultural, a priori, mucho más sensato, menos angustiado por conseguir el primer millón (de dólares) antes de los veintiuno, más preocupado por la manifestación creativa, y sobre todo, obsesionado por el concepto de buen gusto. En efecto, estamos refiriéndonos a la actual hegemonía de la clase intelectual/ universitaria. Y en este sentido, pocas dudas hay sobre la posibilidad de que Phillip Lopate (1943) haya decidido regresar a la prosa —veintiún años después de su última incursión— con el propósito de erigir Segundo matrimonio como ideal BoBo.
Avalado por un brillante sentido de la descripción, apenas 110 páginas son suficientes (dilatando así la tentativa de construcción indie: nada que ver con los voluminosos ejemplares de Bret Ellis ni con un auditorio virtual masivo) para establecer toda una taxonomía de instantáneas familiares al mencionado espectro poblacional. Así, los personajes de Lopate, insertados en el Nueva York más europeísta, a menudo resultan muy próximos a las creaciones de Woody Allen. Piénsese si no en cierto gusto hacia las fiestas con amigos en donde se discute sobre Buster Keaton, los hermanos Marx y Charles Chaplin, o las teorías del ideal monógamo de Karen Horney, y se ingiere verdura y «pastel de nueces»; los orígenes sociales que remiten a «círculos izquierdistas» (¿Generación Woodstock?), esos otros instantes en los que padres e hijos compartan cigarrillos de marihuana mientras conversan sobre toda clase de intimidades, o el hecho de que las ocupaciones citadas comprendan de la publicidad a la música jazz o el periodismo freelance. Basta la siguiente descripción de uno de los protagonistas, Frank, para intuir qué clase de lector pretende Lopate: «Tenía el pelo negro, espeso y veteado de hilos grises, más largo que la mayoría de los hombres de su edad, lo que simbolizaba su constante apoyo al movimiento pacifista, la hierba, el sexo y el rock and roll.» Ergo, Segundo matrimonio presenta desde su inicio un panorama de prosperidad, incluidas situaciones donde el exceso de azúcar es del todo patente (como ese «sábado por la mañana» en el que Frank y Eleanor gustan de holgazanear bajo las sábanas), pero que en cualquier caso el escritor de Brooklyn consigue cocinar de modo digestivo. Nada de comedia romántica; nada de blockbuster facilón.
Especial hincapié hace el narrador en la disertación de los personajes en torno a la cuestión de la educación sentimental. Como no podía ser de otro modo, Segundo matrimonio encuentra su desarrollo, al menos durante buena parte de la narración, en una coyuntura donde la simetría de sexos acaece. Es decir, asistimos a un contexto netamente posfeminista, en el que nadie exhibe el más mínimo síntoma de ofensa si se dice que las mujeres inteligentes y creativas desean hombres «mejores que ellas», hacia los que más tarde proyectarán conductas de competitividad, para finalmente ahogarse, y quién sabe si abandonarlos o no. Y he aquí donde arranca la suspicacia hacia esa suerte de matrimonio selectivo: «Alguien tiene que ganar, pero en todos los casos pierden los dos.»
En una excelente escena de guerra cultural entre la clase intelectual y —digámoslo así— el Antiguo Régimen Emocional, dice la enfermera Ritter al comienzo de La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954): «Ahora […] se psicoanaliza a la otra persona, hasta que no se distingue entre una relación amorosa y unas oposiciones al Ayuntamiento.» En efecto, Frank, Eleanor y E.G. (amigo de este segundo matrimonio) pueden pasar horas de debate sobre lo factible o no de ensayar una vida marital en nuestro tiempo; algo que en principio hace pensar en la capacidad analítica o racionalismo y materialismo exacerbados que define a estas personalidades, pero que en verdad no constituye más que una herramienta para ajustar sus propias ideas preconcebidas. De hecho, Lopate hace entrega al lector de una pista excesiva cuando decide abrir su novela con aquello de «estaban decididos a no repetir los errores del [matrimonio] anterior.» ¿Adivinan qué sucede después?
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