EFP en La Casa Encendida. Foto de Daniel Blanco.
(*Nota al lector. La siguiente entrevista ha sido originalmente publicada en el suplemento El Día Cultural en una versión reducida —disponible también en Berliner con una breve introducción—. Aprovechando, pues, las ventajas de la blogosfera, a continuación les ofrecemos el contenido íntegro de la entrevista con Eloy Fernández Porta, autor del ensayo Homo Sampler. Disfruten del show.)
«Hablar de cultura de consumo es hablar, en primer lugar, de un impulso primordial: el de devorar.» A mí esto me parece una metáfora estupenda de su obra ensayística: esa «obligación de leerlo todo» a la que Pierre Bayard se refiere en Cómo hablar de los libros…. Algo muy capitalista, vaya: acumulación de información en cantidades desmesuradas.
Pues suena razonable, pero ¿qué es lo "desmesurado"? Temo que este término, y los relacionados, cambie con cada generación. Me he encontrado con profesores universitarios de cincuenta años que me reprochan "usar demasiadas referencias" y con blogueros que me afean no haber hablado de videojuegos, de dramaturgos o de otros escritores catalanes. Uno tiene tendencia a ordenar toda esa información, a someterla a estructuras como la del ensayo sobre RealTime, que está organizado en veinticuatro secciones, como una "reconstrucción del día". Por eso ahora mismo no me veo capaz de tener un blog, que me parece un medio disperso en el mejor de los sentidos, aun cuando veo que muchos autores son bien capaces de bloguear con una mano y escribir novelas con la otra.
UrPop, RealTime, TrashDeLuxe, Afterpop… ¿Y esa obsesión suya por la taxonomía y la jerga coolhunter? Que a mí me parece dabuten, oiga.
La figura del coolhunter se me antoja como una figura de conocimiento, quizá la que mejor representa nuestra época. En su sintento de comprender la economía cultural del momento, el coolhunter se ve obligado a realizar varias actividades simultáneas, y aparentemente contradictorias: prever el futuro inmediato, y realizarlo en el momento en que lo enuncia; romper con la moda imperante, pero también restablecer otra nueva; introducir un nuevo criterio de valor, pero también reafirmar alguno de los anteriores. Eso es pensar en el capitalismo; situarse "fuera de él", como ha pretendido el humanismo clásico, es una pretensión inútil. Este aspecto lo ha señalado William Gibson en sus novelas, que tratan casi exclusivamente de los aspectos cognitivos y perceptuales de la sociedad de la información, y que están protagonizadas por organizadores y filósofos de los datos. No es raro que en esa investigación haya acudido a la figura del cazador de tendencias como figura cognitiva central, en su novela Mundo espejo. Por lo demás, el coolhunter corre el riesgo de ser devorado por la moda o por una tribu de jebis; ambos aspectos los he intentado abordar en Homo Sampler. En cuanto a la terminología, para mí es sólo "el nombre de la cosa"; me interesa más el contenido de esos términos, aunque ya me figuro que el membrete puede llamar más la atención. Si a veces uso categorías que recuerdan más a una revista de tendencias que a los estudios académicos es porque las primeras me parecen más sintéticas y más prácticas, i.e., el término "UrPop" me parece más claro y eficiente que, digamos, "el despliegue del neoprimitivismo simulado en el espacio del hiperconsumo".
Son muchos los fragmentos diseminados a lo largo de su ensayo que desprenden un poso de necesaria —y relativizadora— sociología de la literatura. ¿Suscribe el postulado, radical, de Baricco, según el cual Shakespeare es equiparable a Mickey Mouse?
Pues no. Ese es el tipo de cosa que todo el mundo está dispuesto a decir en un momento de "relativismo posmoderno" o pa ligar, pero que nadie cree, si aún puede decirse esto, "en su fuero interno". Porque cuando tú o yo escuchamos la palabra "Shakespeare" su resonancia, sus implicaciones, su sonoridad incluso, resultan ser completamente distintas a las de la palabra "Mickey Mouse". No es relevante si "tenemos razón" al sentirlas distintas; lo importante es que se nos antojan diferentes, como también lo son los términos "ternasco" y "baquelita". Cuando leemos esos dos términos en una misma frase experimentamos la sorpresa que se deriva de un contraste. Si después de esa experiencia le decimos a los demás que no hemos sentido contraste alguno sino que los dos términos "nos suenan iguales", estamos falseando la situación. Puede haber algún nivel inconsciente o preverbal en que esos dos términos queden indiferenciados en una masa sónica; pero más allá de eso, la cultura no es cosa preverbal, sino que se articula en una puesta en escena social. En esa puesta en escena juegan un papel decisivo los contrastes, las paradojas aparentes, las contraposiciones de términos dispares, que se nos aparecen como "portadoras de sentido". Y basta con leer cualquier titular periodístico para ver que la lógica de los medios -la lógica de la comunicación in extenso- está fundada en esas figuras retóricas, que ha tomado prestadas de la tradición poética -sin que ello haya cambiado, en ningún sentido, el concepto tradicional de "prensa", mucho menos el de "poesía".
Lo importante de la fase de Baricco no es lo que dice, que se ha venido diciendo, sea con voluntad provocadora o sincera, al menos desde los años cincuenta, sino su decisión, meramente retórica, de yuxtaponer términos dispares -decisión que se revela exitosa, ya que no "significativa", en la medida en que tú mismo has seleccionado esa cita, descartando otras frases que te parecían menos llamativas, porque en ellas ese contraste era menos patente o no existía. La conclusión de todo esto la ha enunciado muy bien Boris Groys: la frontera entre la alta cultura (que él llama "espacio del archivo") y la baja (que él denomina "lo profano") no se anula con un golpe de dados creativo, ni con "la deriva del capitalismo", ni con la debacle del sistema educativo; esa distinción es producida performativamente en el interior de cada obra, de tal modo que la tensión entre ambos estratos se convierte en estéticamente reveladora. Porque suscita tensión. Y, como tú sabes, yo entiendo que esa tensión se resitúa en el marco de la cultura pop, entre obras y estilemas que interpretamos como "alta cultura pop" y otros que nos parecen "basura pop". Por otra parte, la frase de Baricco parece pasar por alto que esos dos estratos no son inamovibles, y que nuestras opiniones sobre ellos les parecerían absurdas a los maestros del pasado. Así, Moratín consideraba a Shakespeare como un autor de segunda, y en esto recogía la opinión generalizada del establishment cultural de su época, esto es, los Ilustrados, para quienes el autor del "Tito Andrónico" era un exaltao y un hortera. Por su parte, Eisenstein consideró Fantasía la mejor película de su tiempo; si pudiera volver a la vida y escuchara que el mundo en torno se está disneyizando a marchas forzadas le parecería una excelente noticia, y no comprendería nuestras reservas al respecto. La distinción entre "niveles culturales" ha cambiado mucho y seguirá cambiando; lo que se mantiene intacto es la convicción de que esos estratos, sean cuales fueren, están en contraste simbólico, político y estético, y no en fraternal armonía.
Posiciónese frente a la sociedad de consumo: ¿El capitalismo ¡mola! (McCaffery), o no demasiado?
1) Tal como yo lo recuerdo, Larry McCaffery no dice exactamente que le guste el capitalismo -aunque en efecto le complazcan músicos como Bruce Springsteen y no parezca tener ninguna agenda política "en contra" de aquél-, sino que constata lo siguiente: a) El capitalismo no es un sistema homogéneo, sino que está recorrido por resquicios y fisuras. b) El empresario no siempre es consciente de las consecuencias simbólicas o políticas de lo que vende. Luego: c) Es posible hackear el capital y usarlo "como si sólo fuera un medio" para transmitir valores contraculturales. Para McCaffery esos valores los pueden transmitir, básicamente, los prosistas -nada dice sobre los poetas, ni sobre los artistas en general, y sus referencias a la música no van mucho más allá de la que se ha apuntado antes. De ahí el movimiento literario avant-pop tal y como él lo formuló en los años noventa, y que dio a conocer a autores como David Foster Wallace y George Saunders -y también a otros que no han sido traducidos, y deberían, como Susan Daitch o Curtis White.
La propuesta de McCaffery es una típica adaptación norteamericana de la "cultura crítica europea", y resulta tan irrebatible conceptualmente como limitada políticamente. En la práctica está más o menos restringida a un ámbito, donde él mismo trabaja, y en el cual su sueño de un capitalismo que trae la contracultura en bandeja de plata sí se cumple. Ese ámbito es la universidad norteamericana, o al menos un sector de los departamentos de literatura y teoría cultural cutting edge. Esos medios son, en general, más de izquierdas que la universidad española y en algunos casos incluso más que los movimientos contraculturales de aquí. En ese espacio, como decían los ciberpunks, "el futuro ya ha sucedido". Cosa distinta es qué ocurre más allá del campus.
2) La frase "el capitalismo mola" será meramente tautológica o trivial si la enuncia un fashion victim en una tarde de rebajas; sólo se volverá significativa si su emisor es una punk que habla en un contexto cultural respetable. Ese contexto no es sólo el trasfondo sobre el que se proyecta esa afirmación, sino que resulta indispensable para que cobre sentido. Para creer que esa frase es significativa, o sintomática, o aunque sólo sea para encontrarla graciosa, es preciso creer a pie juntillas en la distinción entre un espacio culturalmente legitimado y otro no legitimado o imposible de legitimar. En este caso, la relación entre esos dos ámbitos es la irrupción del "discurso del interés económico" en el mundo cultural, que se define y produce a sí mismo, como señaló Bourdieu, como "mundo sin interés". Es posible, y aun deseable, atentar contra la autoestima del mundo de la cultura por medio de declaraciones utilitaristas o incluso arribistas; en cambio, no es posible llevar a cabo un acto de "puro interés" en un medio que se ha producido simbólicamente como "desinteresado". Aun cuando ese acto fuera de veras "absolutamente interesado", sería inevitable percibirlo, en alguna medida, como una "estrategia creativa" o incluso como un "manifiesto". Lo que a McCaffery le mola no es el capitalismo, que por otra parte no se "goza" sino que se "experimenta como condición inevitable o naturaleza de segundo grado"; lo que le complace son los efectos estéticos, y principalmente literarios, generados por la irrupción del discurso sobre el dinero en el discurso de los valores culturales. Sería absurdo decir que esa complacencia ocurre "en un espacio de indeterminación y sindiós entre los valores culturales". No: McCaffery se refiere a un tipo de placer estético sumamente sofisticado, que presupone consideraciones y matices que resultan del todo extrañas al "discurso del mercado", y que no sólo no cuestiona las diferencias entre los ámbitos sino que las produce y especifica por medio de un contraste particular.
3) En la primera frase del epígrafe anterior he introducido una modificación respecto del género esperable de los protagonistas: he usado el masculino para fashion victim y el femenino para punk. Aunque existen hombres víctimas de la moda y mujeres punk, la mayor parte de los lectores esperan que en un texto cualquiera la "atribución de género" sea la inversa. A eso se llama "machismo del oyente"; la sensación de extrañeza que ha experimentado el lector al leer esa frase es una perturbación del machismo. Lo que intentado apuntar con este recurso es un argumento muy concurrido en la teoría feminista: los géneros son producidos técnicamente en el marco del sistema de mercado, sea como mercancías o como productos con atribuciones específicas. Cuando el lector de esa frase piensa "Pero, ¿por qué pone una punk y no un punk? Debe ser un error de picado", el movimiento punk se nos aparece como codificado por un sistema superior y más extenso que la "distinción entre cultura oficial y cultura underground". El capitalismo produce géneros y distinciones genéricas, como también produce subjetividades, afectos, vínculos, amores, filias y fobias. La dinámica emocional que genera incluye también su propia coartada, de tal modo que "los intereses creados" y "los afectos inducidos" los percibimos como propios e intrínsecos. Todo ello es malo. Malo. Muy malo. No tengo ninguna "ambigüedad posmoderna" al respecto, y tampoco creo en un "libre juego de los signos y de los significantes"; ese juego siempre está sometido a una jerarquía, que también es mala. En una situación de coerción y sobredeterminación de las subjetividades, me parece una banalidad defender una posición del tipo "¡Arriba esos ánimos, que el sistema de mercado no está tan mal: también hay buenos artistas, también hay cancioncillas deconstruidas; siga comprando latas de sopa Campbell's, que en algunas viene de premio un 'contenido contracultural'!" Uno se puede poner sarcástico, como en esta última frase, porque esa la única manera de reproducir una situación delirante, pero aquí el humor no debería ser confundido con la trivialización, o espero que no lo sea. Lo que yo propongo es desarrollar estas tesis en forma de autoanálisis crítico, sarcástico, exorcista y augustiniano del capitalismo de cada cual. My personal capitalism. El capitalismo eres tú; no podría funcionar sin ti; podría haber fallado por algún lado, pero no llegó a fallar porque tú, como consumidor perfecto, lo has impedido. Creo que sólo a partir de esta premisa autocrítica se puede desentrañar el entramado de relaciones que crea el sistema de mercado.
Pongámoselo fácil a sus detractores —que seguramente a estas alturas ya sean caterva—. Dígame, ¿algún clásico que no haya leído?
Pues de entre los muchos clásicos que no he leído, se me ocurre ahora mismo mencionar el Africa de Petrarca, por lo que sé sobre él de segunda mano: que en su momento él lo consideró su gran obra -"alta cultura" de la época-, y que lo creía muy superior al Canzoniere, que en su opinión sólo eran versillos en vernáculo, y que, por tanto, sí he leído -aunque no me gusta mucho.
Advierto dos tendencias en la narrativa mutante española: por un lado el afterpop o «erudición de lo popular», que diría Fernández Mallo; y por otra esa suerte de bad trip a la baja cultura pop (o «espeleología del gusto», si quiere, siguiendo Homo Sampler) encarnado por Vilas y su «interpretación semiológica de los videoclips de Paulina Rubio» (algo, por cierto, ilustrado a la perfección en su texto sobre la novela gráfica de Horrocks, Hicksville: «A la historia extraoficial de los cómics le corresponde, pues, una reconsideración sobre el concepto de cultura pop: no ya el pop urbano y globalizado, sino un pop exquisito, ruralizado, primitivo y elemental, desprovisto de interés económico y liberado de las tiranías mercantiles»). ¿Es Vilas, pues, una excepción dentro del elitismo pop que promulga(n); ejemplo de alguien aún más bizarro, en buena medida capaz de llevar a cabo la conclusión de la tendencia al solapamiento de clases de la que Tocqueville habla en ‘La democracia en América’ (!)[1], pero llevado al terreno de lo cultural?
Bueno, me parece una lectura la mar de interesante, si bien tengo la impresión de que esos dos "modos de abordar el pop" que tú describes son simultáneos y no contrapuestos, que se necesitan y no se excluyen. Sobre todo porque el momento histórico en que esos dos aspectos coexisten puede ser descrito como un instante de "efusión de las temáticas pop en la literatura y el discurso sobre ella". Este instante es exclusivo de la narrativa; no se puede predicar lo mismo del arte y de la música, que han experimentado este proceso de manera distinta, y quizás más temprana. En un momento así esos dos terrenos se exploran de manera análoga, y en el mismo proceso cultural.
Lo mismo vale para otros autores que a veces han sido incluidos en esta definición y a veces no. Hernán Migoya realiza en sus cómics y libros un cierto retorno a algunos "esenciales de la cultura popular", con figuras como el kiyo, géneros como la novela pulp y actitudes como el "anti-intelectualismo". Kiko Amat, por su parte, funda su trabajo en lo que tú has llamado "erudición pop": en sus artículos para EP3 explica los estilos de moda de las tribus urbanas del pasado; en los que escribe para La Vanguardia desarrolla la figura del gourmet pop experto en música, libros y cine; en sus novelas propone una reconsideración literaria de todo ello, considerado como parte de la tradición vanguardista. Esas dos propuestas son distintas en sus estrategias y en sus resultados, pero resultan complementarias por la posición simbólica que adoptan. Primero, porque la erudición es un rasgo común a las dos; todos somos eruditos en alguna modalidad del pop; sólo hace falta que se abra la veda y que ese saber pase a ser considerado literariamente valioso. Por cierto que esa "apertura" no es ni espontánea ni personal; es parte de un proceso de socialización de la cultura del cual todos los autores son bien conscientes; el genio lego no existe. Segundo, porque el "anti-intelectualismo como estrategia punk en el marco del mundo literario" no tiene absolutamente nada que ver con "el anti-intelectualismo de la calle", si es que tal cosa existe. Hernán ha intelectualizado lo que él considera "cultura popular de veras", de la misma manera que Kiko ha intelectualizado a su modo la tradición de las tribus urbanas, aunque ambos crean, o digan creer, que lo que hacen es "espontáneo y anti-académico". Más academicismo hay en una sesión de dj de Kiko que en muchas clases de la universidad, y lo digo en el buen sentido: ojalá la universidad pudiera articular sus saberes de manera tan sistemática como está articulado el "saber sobre música" en RockDeLux o en Go!Magazine.
Por tanto, la cuestión que tú planteas sólo podrá diferenciarse o confrontarse a lo largo de la historia y en relación con algunas modificaciones de percepción. En la estética afterpop los referentes de la cultura de consumo, en sus distintos estratos, han adquirido el rango de "referentes con sentido", lo cual es completamente distinto de lo que ocurría en la época del pop art, en que esos o parecidos referentes eran abordados más bien como "síntomas", como "cuerpos del delito capitalista" o como bibelots. Por ahora esa premisa ha unificado, a grandes rasgos, las distintas "evaluaciones del sentido del pop" que se dan en sus autores. Pongo un ejemplo análogo: en el contexto del surrealismo todos los autores -todos- consideraban "el inconsciente" como el "referente significativo", y habían desvalorizado la realidad tangible. En ese contexto hubiera sido inexacto, y quizá injusto, postular una distinción estética entre "autores del inconsciente freudiano" y "autores del inconsciente junguiano". Uno podría decir que Dalí es más freudiano porque trabaja con lo pulsional y lo sexual, mientras que Max Ernst resulta ser más junguiano porque trabaja con los mitos y las premoniciones. Pero esa distinción sólo tiene sentido si se elabora retrospectivamente, y como matiz dentro de un fenómeno estético más o menos unificado.
No me tome por un quisquilloso, mon dieu, ¿pero cómo explicar que en el mismo grupo de autores fascinados por el blog como herramienta periodística de primer orden —salvo alguna que otra excepción gloriosa con contenidos originales—, buena parte de sus bitácoras no sean más que un copy&paste de artículos impresos o ejercicio de autopromoción? Resulta un tanto… ¿cínico? (glup), ¿no…?
No sé exactamente a qué blogs te refieres, pero en cualquier caso parece claro que este debate, si lo hay, debería plantearse con ejemplos concretos. En general también me llama la atención la "deriva autopromocional" de algunos blogs, pero sin duda eso me pasa por viejuno y por no haber entendido bien a qué se juega. Lo que define al bloguero es su decisión de asimilar las funciones y autoridades que hasta hace poco correspondían al periodista, incluyendo el crítico cultural (que informa sobre productos de todas las áreas creativas), el polemista (contra todo y contra todos), el responsable de la sección de cartas al director (organizando los posts) e incluso el ombudsman. Me figuro que la última de esas funciones era la de "responsable del departamento de publicidad". Pero claro, si hablamos de un ámbito de "externalización total del sujeto como dispositivo en el ámbito del consumo", pues ahí tiene poco sentido diferenciar entre "expresiones humildes" (reseñar una película) y "expresiones inmodestas" (promocionar la propia obra). Temo que tu pregunta conlleva una "exigencia de modestia" que en ese contexto resulta insostenible, pero así estamos todos ante los nuevos medios: les pedimos cosas que corresponden a otra época, e invocamos valores en los que quisiéramos creer. O sea que no sólo somos tú o yo, sino que una fase de la comprensión y adaptación a los nuevos medios es una demanda viejuna de "sentido y moralidad" tradicionales.
Y usted, ¿qué blogs sigue?
Últimamente me he aficionado a algunos blogs sobre feminismo, como por ejemplo el de María Llopis, el pornoterrorismo o ptqkblogzine.
Sé que le apasionan los cuestionarios difíciles, así que esta vez le voy a dejar en manos de Sartre: ¿Qué, por qué y para quién escribir?
Para quienquiera que quiera echarse unas risas.
Javier Calvo, en Esquire (noviembre de 2008): «La desventaja [de las generaciones] es el Cansancio de la Repetición». Añádase a esto que asistimos a una suerte de segunda oleada de escritores mutantes. ¿Cuánta vida le queda al grupo? (Para que no crea que soy un enemigo acérrimo: alguna que otra vez comenté que el riesgo de llevar a cabo una literatura comprometida con una época cuyas tendencias están en continuo devenir —algo muy loable en el código deontológico del escritor, por cierto— no es otro que el de la desaparición fugaz, del mismo modo que una publicidad brillante deja de ser efectiva a las pocas semanas de su emisión).
Bueno, como tú sabes toda esta historia no la concibo como "un grupo", sino como una serie de encuentros, intercambios y proyectos entre gente de distintos ámbitos creativos. En la difusión de todo ello hay que diferenciar entre dos instancias que información, que han producido discursos distintos. A los que trabajamos en ensayo nos interesa, sobre todo la estética. En cambio, a los que trabajan en periodismo cultural, aunque también manejan criterios de estética y de otras disciplinas, les concierne, sobre todo, la sociología de la cultura. Esto explica que en el traslado de un ámbito a otro a veces haya espectros que queden "lost in translation". Términos de estética tales como la "pangea" de Vicente, la "postpoética de Agustín o los míos propios, cuando se enuncian en textos de periodismo cultural, se han reformateado a veces como si definieran un grupo de narradores unificado por criterios generacionales. Mi visión de la historia no es generacional, no es exclusivamente novelística y no está fundada en afectos personales, que son cosa privada, sino en afinidades creativas, que las puedo sentir igual con un artista que con un narrador, igual con alguien nacido en el 75 que con alguien nacido en el 57.
Se le ve muy cómodo, y con una impronta reconocible desde varias millas a la redonda, en la escritura de ficción: ¿para cuándo una novela o una nueva colección de relatos de Fernández Porta®?
Tengo terminado un libro de relatos, un bestiario, del que he ido publicando algunos adelantos en revistas y en antologías, alguna de ellas en traducción inglesa. Se trata de un bestiario, y desarrolla algunos temas que salen en el ensayo sobre UrPop, aunque en este caso se trata más de "lo animal" que de "lo primitivo". Lo publicaré más adelante.
[1] «Si examinamos lo que ha sucedido en Francia cada medio siglo desde el siglo XI, no podremos dejar de notar que, al final de cada uno de estos períodos, se ha producido una doble revolución en el estado de la sociedad. El noble ha bajado en la escala social y el plebeyo ha subido. Uno desciende cuando el otro asciende. Cada medio siglo están más cerca, y pronto van a encontrarse.»