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miércoles, 10 de diciembre de 2008

Grupo de discusión

Rita K: «Una vez le dije a mi amigo: “¿Por qué no quedamos una noche?” Y él: “OK. Tomaremos unas cervezas este viernes, si te apetece”. Y yo: “¿Por qué los hombres tenéis esa costumbre de darnos de comer antes de echar un polvo?” ¡Si vieras qué cara se le quedó al pobre!»

Tobias Andersson: «Ahora que la mujer tiene la sartén por el mango —ja, ja— estamos listos para distinguir entre dos clases de hombres: aquellos que en principio no entrañan peligro para ellas – digamos, por su transparencia; y por lo tanto tienden a acabar asumiendo el rol de amigo —lo cual puede dilatar su frustración ad nauseam—, y los que a ojos vista connotan parte del hatajo de salidos que hay por ahí suelto, de lo que se deduce el cordón sanitario que las tías establecen para con ellos. Mi experiencia me dice lo siguiente: o eres de los unos o de los otros, pero mucho me temo que el justo medio ya no es válido. Vaya por Dios.»

Betty Laredo: «¡Joder!, ¡era mi primer puto McJob! Y Stevie [imposta voz de subnormal]: “No puedo, no puedo, no puedo. Estoy a régimen. Yo solo juego al tenis y hago jogging.” ¡¡Que te jodan, palurdo!!

Jeremy Barth: «Creo que fue una buena idea: follar todos con todos – endogamia; entiendo este gesto como una interpretación del sexo que se limitara únicamente al ocio. Es justo, creo – ¿no?, después del larguísimo Vía Crucis para el corazón del cual todos proveníamos.»

Susie Morricone: «Lo admito: ¡era una inexperta! Antes de Jeremy y de Tobias y de Stevie solo había besado a un solo tío, ¿te lo crees?»

Stevie von Nudeln: «Mi primera crisis de edad tuvo lugar a los veintiuno. Lo sé, lo sé; es patético. Mi organismo puso coto a las comilonas pantagruélicas, amenazándome con echar a perder mi característica complexión atlética – el fin de la gallina de los huevos de oro. Entonces me planteé varias opciones: Uno: imponerme un régimen —imposible—; Dos: convertirme en mi padre —joder, estaba soltero, ¡cómo iba a cometer esa locura!—; O tres: hacer deporte. Me decanté por esto último hasta el punto de pasarme el día entero esperando que llegase la hora del footing. No hacía otra cosa, joder. O bien leía cómics, o bien estaba por ahí, corriendo o follando.»

Primera sesión. Martes, 10 de diciembre. Despacho de los Laboratorios Ib-Haus®.

—Como cada noche salí a pasármelo bien. Llevaba desde las seis de la mañana leyendo y escribiendo; escribiendo y leyendo. Eran tiempos en los que apenas iba por clase: cada vez que lo hacía —joder… qué recuerdos— mi complejo de estudiante mediocre aumentaba más y más y más – breve semblanza: conocimientos en política internacional: cero; conocimientos en derecho: cero; conocimientos en materia deportiva: cero; conocimientos en manifestaciones creativas alternativas: todo un caballero geek al servicio de cualquier publicación que se preciase underground —cobraba barato—. Aunque, como digo, cuando llegaba la noche no tenía escapatoria: había que salir a la calle sí o sí y airear esas neuronas —y que conste que no es una disculpa, ¿eh?—…

—Aquella noche, ¿cuánto tiempo llevabas ejercitándote?

—¿Un par de semanas?

—Joder, ya fue mala suerte, ¿eh?

—Ni que decir tiene, no fue lo que se dice una buena impresión apartar la cara de Rita y encontrarme a un tío con medio litro de baba cayéndosele barbilla abajo.

—Y encima, si resulta ser Stevie…

—¡La leche!

—¡Y qué podía hacer yo! Corría con la pelota entre los pies [murmullos risueños], como en aquellos dibujos animados, escaleras arriba en mi propio barrio. Aquel día llovía y hacía un frío brutal. ¿Cómo iba a saber que alguien vigilaba lo preciso o no que puedo llegar a ser a la hora de purgar aquellas guarrerías nasales?

—¡Qué asco!

—Sí, qué asco, Stevie.

—¿Qué fue lo primero que pensaste al ver aquello?

—¿Sinceramente? Pensé: ¡La leche! Cuando se lo cuente a Betty y a Tobias y a Susie y a… en fin, aquello prometía amenizar nuestras sobremesas durante mucho, mucho tiempo. Aunque también, claro, me dije: joder, ¿y cómo corto yo ahora este hilo de baba?

—¿¡Quieres dejar de hablar de tus putos mocos, tío!? Dios…

—Total, que tras unos segundos de voces trémulas y aquí no ha pasado nada se me ocurre enfadarme con ellos: “¿Qué significa esto?”, pregunto severo, arqueando una ceja, como hubiese hecho cualquier otro tipo duro en mi lugar, pero también excitado por el notición que iba a divulgar al día siguiente. Entonces ellos se miran, y yo, histriónico perdío, voy y digo: “¿Sabes una cosa, Jeremy? Me has decepcionado. Me has decepcionado, sí. Todas las horas que pasamos tú y yo y Tobias especulando sobre cuáles de nuestras amigas parecían de nuestro agrado, y ahora me entero que me escondes esto…”

—Con un halo de repugnancia.

Esto

—¡Ja, ja, ja! Fue muy gracioso, sí.

—Con aquel pantalón viejo de deporte y no más que una camiseta de manga corta, aquella noche a algún grado bajo cero y debajo de un puente.

—Recuerdo además el contraste entre los pantalones estrechos de Stevie y sus zapatillas, ¿de qué numero?

—Cuarenta y ocho.

—En efecto, fue el comienzo de algo grande.

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