(O cómo ponderar objetivamente un texto a través de la valoración cuantitativa de sus receptores)
[…] Considérese que hasta la primera mitad del texto (concretamente hasta: «Solo la angustia, el vacío.»), éste constituye, a efectos prácticos, no más que un puñado de frases retóricas que persiguen un efecto de arrogancia. Ergo, la primera mitad del texto encaja con todo aquel que practique esta conducta o sepa leerla desde un enfoque irónico. Es a partir de la segunda mitad de la narración, justo cuando ésta deriva casi en una pataleta que busca el enfrentamiento con cierto circuito literario, así como legitimar una metodología de reproducir literatura; que el número de interesados queda notablemente restringido. […]
[…] Considérese que hasta la primera mitad del texto (concretamente hasta: «Solo la angustia, el vacío.»), éste constituye, a efectos prácticos, no más que un puñado de frases retóricas que persiguen un efecto de arrogancia. Ergo, la primera mitad del texto encaja con todo aquel que practique esta conducta o sepa leerla desde un enfoque irónico. Es a partir de la segunda mitad de la narración, justo cuando ésta deriva casi en una pataleta que busca el enfrentamiento con cierto circuito literario, así como legitimar una metodología de reproducir literatura; que el número de interesados queda notablemente restringido. […]
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