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martes, 6 de noviembre de 2007

Lo hermoso de ser yo

Entiendo que no os parezca un filósofo. Me consta que aún no habéis hallado el modo de venerar cuando el hombre recurre con pericia a la frivolidad y consigue salir indemne de una situación crítica. Yo soy frívolo, así os lo he hecho creer. Toda responsabilidad acerca de mi imagen pública, por tanto, recae en mí y en nadie más. Pasarán los años. Con ellos narraré derrotas cada vez más grandes, triunfos cada vez más imposibles. Si la suerte está de mi lado, que lo estará, generaré una gran fortuna con unos u otros medios, pero siempre vinculados estos al ejercicio de la escritura. Seré un noble novelista o un vil publicitario. Seré lo suficientemente holgado en lo económico como para, por fin, sentirme satisfecho de mi nacimiento. Los caminos, que en la juventud pudieran parecerme un horizonte abierto para atravesar como el forajido que se funde en el sol; serán angostos, lo cual no exime el deleite. Una cosa no quita a la otra. Uno envejece, en efecto, y advierte que muy pocas, menos de las que uno creía cuando todavía no había salido del cascarón, son las alternativas para exhibir las plumas más fastuosas que cada pavo real guarda en la recámara. Robe lo dijo, si bien lo hizo sin ningún ápice de banalidad; no como yo. Dijo: «Salir, beber, el rollo de siempre.» Tras de estas tres cosas, nada existe. Solo la angustia, el vacío. Yo soy un cerdo arrogante sentado en el poyo de una puerta que se refugia de las tormentas, no con un libro, sino con música enlatada a veces. Otras, directamente, pierdo la mirada en el vacío. Es en este punto que me diferencio de vosotros: yo soy un malhablado. Y no quiero decir que frecuentemente recurra a términos de carácter malsonante. Que va. A lo que yo me refiero es que, lejos de vuestros hábitos, mi sintaxis oral, cuando no estoy escribiendo, es torpe. Errática. No más de media hora diaria de dedicación al ejercicio de la literatura y me agoto. Al fin y al cabo es un juego, ¿no?; y yo convivo con gente muy alejada de los trucos de la retórica. No soy tan bueno como vosotros, dispuestos siempre a dejarlo todo por un libro. Ridículos, como Ken­­­nedy Toole, hasta el grado de pegaros un tiro en la sien por un jodido libro no publicado. A eso lo llamo yo falta de gusto. En fin, amigos, como decía, pasarán los años, bajarán los humos, tendré una familia, escribiré novelas de más de doscientas páginas. Entre tanto, por favor os lo pido, dejadme disfrutar de las ventajas que presenta para un bisoño la marginalidad, como el Bolaño de Amberes o el Onetti-Bartleby que recriminaba a Vargas Llosa que —en una línea de trabajo bien distinguida de la de éste— su relación con la literatura era de amantes y no de matrimonio. Yo no tengo, como vosotros, esa prisa que mata.

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