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martes, 13 de noviembre de 2007

¿Lecturas moralistas?

Empecé a descreer de las lecturas moralistas cuando, deslumbrado tras más de seiscientas páginas de exposición a la publicidad de la mano de Naomi Klein, decidí que mi futuro estaba en aquel mundo de plástico. En serio, cuando concluí la última página de No Logo me dije que quería convertirme en publicitario de los pies a la cabeza. El fracaso de la canadiense fue estrepitoso conmigo. Más tarde pensaría en todas las publicaciones alternativas de las que por mucho tiempo fui seguidor, Le Monde Diplomatique y cosas por el estilo. Admití que su eficacia era cuestionable dado lo probable de que a sus lectores les caracterizara cierta “voluntad de ser persuadidos” por el medio y sus principios. Es decir, recordé a los funcionalistas americanos primero. Después a Noelle-Neuman y su espiral del silencio: si había alguna forma de exprimir hasta la última gota de las aguas turbulentas que circulan por las conciencias de los ciudadanos de la sociedad de consumo, ésa era exponer a estos, no a ningún texto moralista, sino a un contexto moralista. Si acaso a un autor tan inmoral o más como ellos (y en este sentido pensé, cómo en mi caso particular, me habían sobrecogido las lecturas de Houellebecq o Beigbeder más que la de la canadiense). También me dije: ¿por qué casi todos los poetas que conozco se presumen de izquierdas?, ¿es que acaso ellos no tienen miedo a ejercer el rol de grupos de resistencia dentro de las masas? Desde luego que el caso de los poetas, como el de los intelectuales de izquierda, admite muchos matices. Digamos que, siguiendo la teoría de sistemas de Bertalanffy, ambos grupos constituyen sistemas cerrados; bolsas de aire que en el momento de su creación sí pudieron ejercer cierta resistencia, pero que en la actualidad es más que dudoso su papel dado el vínculo nulo que los une con otros sistemas sociales.

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