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viernes, 3 de octubre de 2008

1, 2, 3: El desenlace

Meses más tarde 2 no podrá evitar morderse las uñas al memorar todos los estragos causados durante aquel verano de la discordia; por ejemplo, la noche en la cual tuvo que participar en el trasvase oral de hielos con 1 —con todas las consecuencias e implicaciones que eso pudiera tener—, para después acabar siendo descubierto en una promiscua situación con 4 (18 años, mujer, redactora en prácticas) por el hermano mayor de esta en el portal del seno familiar. Al día siguiente 1 reprobaría con toda su furia a 2 el hecho de instrumentalizar sus sentimientos a fin de alcanzar poco más que una sesión de —hablemos claro— sexo desasosegante, la violación del imperativo categórico y bla, bla, bla. Con más o menos descaro, 2 intenta hacer ver (inútilmente) a 1 que el juego es así, aunque la semana próxima será 2 quien observe atónito los artificiosos cariños que 1 y 4 se prestan. (¡1 y 4!) Por supuesto, 1 se disculpará con la mayor brevedad posible por haber robado a 2 lo que era suyo, y 2 dirá que estuvo bien, que ya empezaba a necesitar los brazos de Vishnu para sostenerse el ego, y que por tanto podríamos calificar como «saludable» tamaño jarro de agua fría. Eso por no hablar de la vergüenza provocada en 4, que derivaría en una brevísima etapa de castidad y encierro, o del sentimiento de culpa en 3 en lo que concierne al ejercicio de infidelidad practicado con 2.
La cosa es, ¿qué queda ahora de todo aquello?
1, 2 y 3 se largaron el periódico. 1 porque estaba cansado del holograma penitenciario que cualquier pequeña ciudad erige (e impone) a sus habitantes: la hostilidad del invierno, la coacción social que desestima toda posibilidad de poner en práctica un ocio constructivo e intelectual —no diremos inteligente; diremos, sin avergonzarnos por ello: intelectual—; en resumen, el hecho de no estar en el sitio adecuado en el momento preciso.
¿Adónde se fue? Bueno, tanto da. Lo que sí podemos precisar es que se calzó un sombrero Panama Jack y llenó una maleta de cartón y tomó un vuelo y llamó a 2 para decirle que ahora sí, «y a pesar de todo» (?), él también «tenía las jodidas pelotas en su sitio». (1sub1 también se diluyó en el camino). A 2 la llamada le hizo irremediablemente feliz. Rieron y memoraron durante más de media hora, y después jamás volvieron a hablar. Fue un interesante final para ambos.
Todo sea dicho, corrían también buenos tiempos para 2, que tras concluir su contrato de tres meses regresó a la Gran Ciudad y a sus clases universitarias. Entonces empezó a tomarse la vida de otro modo. Jamás madrugaba, escribía enfermizamente cosas que siempre acababan siendo borradas del disco duro, y fumaba en su cama de 135 centímetros cada amanecer lluvioso en la Gran Ciudad oyendo cosas como Chet Baker o Malevaje. Definitivamente no regresaría al bad trip a la baja cultura pop y el techno de postín.
A menudo, invadido por una nostalgia nada impostada, sospechaba que en buena medida la pequeña y delgada fisonomía de 3 era la que a él le fascinaría encontrar en pijama, crujiendo el parqué de su habitación cualquiera de esas mañanas pasadas por agua. Tiempos en los que estuvo enamorado hasta los huesos de 3. Claro que nuestro divertido amigo no tardaría en reponer a la fotógrafa por cualquier otro guarismo tan empático y tan atrayente.
¿Qué podía hacer si no?
¿Y 3? Ay, 3 sí que era una romántica de los pies a la cabeza. Rechazó a 2 porque su deber (han oído bien: deber) era 3sub1, y se fue de las oficinas porque la situación financiera no podía ser más deprimente; es decir que la primera de la larga lista de nóminas decapitadas fue la suya. Como ya saben desde el principio de esta peripecia, 3 y 3sub1 nunca podrán vivir bajo un mismo techo sin su cuota diaria de flagelación mutua: es un clásico del costumbrismo sentimental. Las cosas siguieron sin funcionar y 3 volvió al negocio familiar hasta que:
—¿Estás en la Gran Ciudad? —dijo 3.
—Sí. Claro —respondió, al otro lado del teléfono, 2.
—¿Qué tal te va? ¿Cuánto tiempo, no?
—Sí, la verdad es que sí. Estoy con una amiga tomando un café hipercalórico en Starbucks. Esta mierda sabe increíble, ¿sabes? ¿Y tú?
—Nada, he venido a traer unos cuantos curriculums. ¿Te apetece que nos veamos?
Y así, damas y caballeros, ad infinitum.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mandíbula 1 (sub batiente 3) agradeció sobre-sub 5 manera este feliz desenlace. Me he reído mucho.

Un saludo y hasta otra.