O de cómo decodificar la crítica como ejercicio peligrosamente publicitario para targets inteligentes. Así que cuidado con que te la metan doblada, Honey Bunny.
Dice DFW en “La autoridad y el uso del inglés americano”, recogido en ‘Hablemos de langostas’:
En el Estados Unidos de hoy día, las reseñas típicas de libros responden a la lógica del mercado, y colocan de forma implícita al lector en el rol del consumidor. En términos retóricos, todo su proyecto deriva de una pregunta que resulta demasiado burda para plantearla de forma abierta: “¿Tiene que comprar usted este libro?”Pierre Bayard, en su necesario ‘Cómo hablar de los libros que no se han leído’, iría mucho más allá y extendería el comentario a la totalidad de la literatura, no solo a la estrictamente comercial (sepa dios lo que esto signifique):
La primera de esas coacciones podría ser denominada la obligación de leer[1]. Vivimos aún en una sociedad, en vías de extinción bien es cierto, en que la lectura sigue siendo el objeto de una forma de sacralización. Esa sacralización apunta de manera privilegiada hasta cierto número de textos canónicos —la lista varía en función del entorno— que está prácticamente vedado no haber leído, so pena de ser desacreditado.Aquí lo tienen.
[1] Otro día recuperamos a autores que, en vano, han intentado rebelarse contra este principio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario